El primer sermón

Nerviosos, algunos no se atrevían a entrar en la sinagoga. Abriéndose paso entre el tumulto que casi bloqueaba la entrada, la figura respetada de Ananías avanzaba entre continuas preguntas y un murmullo que se hacía más fuerte con cada paso. Finalmente, alguno le preguntó lo que todos revolvían en sus cabezas:

– Oye, ¿qué es lo que has hecho? ¡Nos has dejado en bandeja para que nos devore ese tal Saulo! ¿Es verdad que viene hoy aquí?

Ananías levantó la mano para pedir un poco de silencio pero el murmullo se convirtió en gritería. Una voz se alzó con fuerza, como un rugido:

– ¿Qué hay contigo, Ananías? ¿Es que no te quedan entrañas de compasión? Bien sabes que los del Camino somos pocos aquí, y las cargas se han vuelto más duras con la llegada de los hermanos perseguidos que vienen de Jerusalén.

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