Uno sin empleo, un parado

EL JORNALERO QUE LLEGÓ AL AMANECER

La enfermedad de nuestra hija arruinó mi vida.

Yo había nacido en Galilea, en una aldea cerca de Caná y heredé de mis antepasados un viñedo espléndido, plantado hacía más de cien años y que iba pasando de padres a hijos. Me casé, tuve hijos y mi vida transcurría en paz según las palabras del Profeta: “Habitarán cada uno debajo de su parra y de su higuera” (Mi 4,4).

Pero mi hija menor comenzó a padecer una extraña enfermedad de la que nadie parecía conocer ni el origen ni el remedio y tuve que peregrinar de médico en médico, sin que sus costosos tratamientos, que acabaron por arruinarnos, lograran sanarla.

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Notre Dame, Mi Madre

Traducción del original de Lacy Dodd, primero publicado el Viernes, 1° de Mayo, 2009

Muchos de los que han de graduarse en la Universidad de Notre Dame este año 2009 tendrán sentimientos encontrados sobre su ceremonia de graduación debido al escándalo suscitado por la decisión de la universidad de honrar a Barack Obama con el discurso inaugural y darle un grado Honoris Causa en Derecho.

Sé cómo se sienten. Diez años atrás mi corazón conoció un conflicto semejante cuando llegó el día de mi graduación en Notre Dame, día también para recibir mi comisión como oficial del Ejército de los Estados Unidos de América.

En aquel entonces yo tenía tres meses de embarazo.

Aquel mes de marzo yo había ido—sola—a una clínica de la mujer, a tomar un test de embarazo. El resultado fue positivo y yo me sentí tan aturdida que casi no podía entender qué trataba de decirme la enfermera cuando me aseguró que yo tenía “otras opciones.” ¿Cuáles “otras opciones”? ¿Qué mundo es este, que define la compasión como decirle a una joven que acaba de saber que lleva vida dentro de sí que puede destruir esa vida, si quiere?

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Ejercicios sobre el perdon, 58

Carta de una joven religiosa desde la trágica Bosnia: Soy Lucy, una de las jóvenes religiosas que ha sido violada por los soldados serbios. Le escribo, Madre, después de lo que nos ha sucedido a mis hermanas Tatiana, Sandria y a mí. Permítame no entrar en detalles del hecho.

Hay en la vida experiencias tan atroces, que no pueden contarse a nadie más que a Dios, a cuyo servicio, hace apenas un año me consagré. Mi drama no es tanto la humillación que padecí como mujer, ni la ofensa incurable hecha a mi vocación de consagrada, sino la dificultad de incorporar a mi Fe un evento que ciertamente forma parte de la misteriosa voluntad de Aquel, a quien siempre consideraré mi Esposo Divino. Hacía pocos días que había leído “Diálogo de Carmelitas”, y espontáneamente pedí al Señor la gracia de poder yo también morir mártir. Dios me tomó la palabra, pero, ¡de qué manera!

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Ejercicios sobre el perdón, 2

Los ojos mágicos

MiradaLes invito a iniciar nuestra reflexión sobre el perdón, partiendo de un hecho que puede iluminar a muchos y de pronto desbloquear los propios sentimientos. A veces es tanto el trabajo y son tantos los problemas familiares que no nos damos cuenta de la urgencia de dedicar tiempo al Señor para que cure nuestro interior y nos ayude, también, a curar ciertas enfermedades corporales. Al reflexionar sobre el hecho que les propongo puede darse una liberación progresiva, pues este nos puede ayudar a descubrir y aceptar algunos sentimientos reprimidos. Ha habido personas que sólo con dar el perdón a sus familiares por sus numerosas ausencias y su casi total desinterés por ellos, empezaron a cicatrizar sus úlceras y a curar otras enfermedades. Ahí les entrego el hecho.

En un pueblito tranquilo, se alzaba una granja, habitada por su propietario, panadero y su esposa. Alfredo, que así podemos llamar al panadero, es un hombre alto, delgado, íntegro, honesto, orgulloso, poco hablador. La gente le respeta y le teme. Cuando habla es para pronunciar sentencias sobre el valor del trabajo o la seriedad de la vida. Su mujer, Adela, es una mujer pequeña y gorda, sus brazos redondos como su vientre y sus caderas, y siempre tiene una sonrisa acogedora y una palabra afable. La gente disfruta de su compañía. Ella respeta a su virtuoso esposo, pero sufre en silencio por su marido tan parco en palabras y caricias para con ella. Su corazón anhela de él algo más que su valiosa rectitud. Lamenta en el alma haberse casado con este “gran trabajador”, admiración de su difunto padre. Es verdad que con Alfredo vive bien y él le es fiel; pero, vive tan absorto por su trabajo, que no le queda tiempo para la intimidad y el placer con su esposa.

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El Padre Prietico: Atardecer y Amanecer

Atardecer y AmanecerCuando éramos estudiantes de filosofía y de teología, pocas puertas nos resultaban tan amables como la del Padre Marco Tulio Prieto, a quien poco a poco todos nos acostumbramos a llamar “Prietico.” Su puerta era como una entrada al mundo de la misericordia, porque sin nombramiento oficial, él se había convertido en confesor de muchos de nosotros. Había quien decía que Prietico asentaba su popularidad en su proverbial sordera o avanzada edad–dos factores que lo harían atractivo para que uno completara la tarea siempre difícil de confesarse. La verdad es que, aunque tuviera limitaciones para escuchar, uno sentía bien que a través de esos oídos se llegaba sin dificultad a un corazón sabio y bondadoso, bien dispuesto a devolver la paz perdida y a brindar el consejo oportuno.

Por supuesto, yo era uno de esos consuetudinarios visitantes de la habitación o “celda” de Prietico, y puedo decir por cuenta propia que del ministerio de este dominico aprendí a querer más tanto la práctica de mi confesión como el ministerio de oír y absolver las faltas de otros.

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Inspiración vs. Método

Del archivo de hace años: Una reflexión al término de la Copa Mundial de Fútbol 2002

Ha sonado el pitazo final. En un memorable 30 de junio de 2002 el equipo de Brasil se ha coronado como “pentacampeón”. El espectáculo, según se calcula, fue presenciado, gracias a la televisión, por cerca de 2.000.000.000 (dos mil millones) de personas. Los vencedores fueron recibidos como héroes por sus compatriotas delirantes de gozo.

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Una Roca en el Camino

Hace mucho tiempo, un rey colocó una gran roca obstaculizando un camino. Luego se escondió para ver si alguien quitaba la tremenda roca.

Algunos de los comerciantes más adinerados del reino y varios cortesanos pasaron por el camino y simplemente le dieron una vuelta; muchos culparon al rey ruidosamente de no mantener los caminos despejados, pero ninguno hizo algo para sacar la piedra grande del camino.

Entonces llegó un campesino que llevaba una carga de verduras. Al aproximarse a la roca, puso su carga en el piso y trató de mover la roca a un lado del camino. Después de empujar y fatigarse mucho, pudo lograrlo.

Mientras recogía su carga de vegetales, notó una cartera en el piso, justo donde había estado la roca. La cartera contenía muchas monedas de oro y una nota del mismo rey indicando que el oro era para la persona que removiera la piedra del camino.

El campesino sabía lo que los otros nunca entendieron: “Cada obstáculo presenta una oportunidad para mejorar tu condición”.

El Tazón de Madera

El viejo se fué a vivir con su hijo, su nuera y su nieto de 4 años. Se mudó de su casa porque estaba solo y deseaba compartir en familia, sus últimos días. Los años pasan haciendo estragos y ya las manos le temblaban, la vista era torpe y los pasos no eran tan fuertes como hacía unos años. Toda la familia comía junta en la mesa. Pero las manos temblorosas y la vista enferma del abuelito, hacían del alimimentarse un asunto difícil.Los guisantes caían de su cuchara al suelo y cuando intentaba tomar el vaso, no era difícil que se derramara la leche sobre el mantel.El hijo y su esposa se cansaron de la situación: “Tenemos que hacer algo con el abuelo”, dijo el hijo.-“Ya he tenido suficiente y estoy muy harto de la situación. Derrama la leche, hace ruido al comer y tira la comida al suelo” -Así fué como el matrimonio decidió poner una pequeña mesa en una esquina del comedor; pasaban los dias y el abuelo comía sólo mientras el resto de la familia, disfrutaba a la hora de comer.omo ya había roto varios platos, su comida era servida en un tazón de madera. De vez en cuando miraban hacia donde estaba el abuelo y podían ver una lágrima en sus ojos, mientras estaba ahí sentado solo.Sin embargo, las únicas palabras que la pareja le dirigía, eran fríos llamados de atención cada vez que dejaba caer el tenedor o la comida.

El niño de 4 años observaba todo en silencio. Y una tarde, antes de la cena, el papá observó que su hijo estaba jugando con trozos de madera en el suelo.Le preguntó suavemente: “¿Qué estás haciendo?” y con la misma dulzura el niño le contestó: “Ahh estoy haciendo un tazón para Tí y otro para mami, para que cuando yo crezca, Ustedes coman en ellos.” Sonrió y siguió con su tarea de fabricar tazones de madera.Las palabras del pequeño golpearon a sus padres de tal forma que quedaron sin habla; las lágrimas abundantes corrían por sus mejillas y, aunque ninguna palabra se dijo nada al respecto, ambos sabían lo que tenían que hacer.

Esa tarde el esposo tomó gentilmente la mano del abuelo y lo guió de vuelta a la mesa de la familia.Por el resto de sus días ocupó un lugar en la mesa con ellos y por alguna razón, ni el esposo ni la esposa parecían molestarse más cada vez que el tenedor se caía, la leche se derramaba o se ensuciaba el mantel.

Juan 3,16

En la ciudad de Chicago, una noche de invierno soplaba un fuerte viento.Un niñito vendía periódicos en un rincón, tratando de guarecerse del frío inclemente. Realmente, no vendía mucho, lo que intentaba era no congelarse de frío. Vió a un policía, se le acercó y le preguntó:

“Señor, sabrá usted de algún refugio donde un niño pueda dormir esta noche? Normalmente duermo en una caja de cartón que guardo en el callejón, pero es que esta noche hace demasiado frío y me gustaría estar en un lugar cálido”.

El policía miró al chico y le dijo:

“Baja por esta calle, hasta una casa blanca, toca la puerta y cuando te abran solamente di: Juan 3,16″ y te dejarán pasar.”

El niño obedeció, llegó a la casa y tocó a la puerta. Una gentil señora abrió la puerta, el niño la miró y le dijo: “Juan 3,16”. La señora le contestó: “Pasa hijo mío. Lo toma de la mano y lo sienta en una mecedora cerca de una vieja chimenea que estaba encendida. La señora sale de la habitación y el chico piensa por un breve instante:

La verdad es que no entiendo Juan 3,16, pero en verdad puede hacer que un chico se caliente en una noche fría. Al rato, la señora regresa y le pregunta al chico:

“Quisieras comer?” El chico responde:

“Un pancito no me vendría mal, hace días que no como y no me vendría nada mal un poco de pan”. La señora tomó al niño de la mano, lo llevó a la cocina y lo sentó en una mesa llena de exquisitos manjares. El chico comió y comió hasta que ya no pudo más y entonces pensó: la verdad es que no entiendo a Juan 3,16, pero es seguro que llena un estómago hambriento.

Al terminar, la señora tomó al chico de la mano y lo llevó al baño, donde lo esperaba una tina llena agua tibia y olorosas burbujas. Mientras el chico se sumergía en la tina, pensaba: La verdad es que ahora menos entiendo a Juan 3,16, pero ya sé que éste puede dejar bien limpio a un chico sucio. En verdad yo nunca había tomado un baño de verdad, en toda mi vida. El único que recuerdo fue la vez que me metí debajo del hidrante de los bomberos, un día que éstos lo abrieron y dejaron caer el agua por la calle.

La señora regresó por el chico, lo llevó a una habitación, lo vistió con un pijama y lo acostó en una inmensa cama con una almohada de plumas. Lo cubrió con una espesa colcha, lo besó y le deseó dulces sueños, apagó la luz y salió. El chico, bien abrigado en la cama veía, a través de la ventana, la nieve caer y pensó: la verdad es que Juan 3,16 puede hacer que un chico cansado pueda descansar.

La mañana siguiente, la señora regresó con ropa limpia y lo llevó ante la misma mesa de la noche anterior, llena de ricos manjares para el desayuno. Después de comer, la señora lo sentó en la misma mecedora de la noche anterior y tomó en sus manos una vieja Biblia. Se sentó frente a él, le miró a los ojos y con una dulce voz le dijo:

“Entiendes a Juan 3,16?” “No señora, anoche fue la primera vez en mi vida que oí sobre él, cuando el policía me dijo que se lo dijera a usted”.

La señora abrió la Biblia, la abrió en Juan 3,16 y comenzó a explicarle acerca de Jesús. Ahí, frente a esa vieja chimenea, el chico entregó su corazón y su vida a Jesús, al tiempo que pensaba: Juan 3,16, quizá no lo entienda, pero hace que un chico perdido se sienta seguro, se sienta amado.

Saben? Yo tampoco lo entiendo: cómo fue que Dios estuvo dispuesto a mandar a su único hijo a morir por mi, y cómo fue que Jesús estuvo dispuesto a ello. No comprendo la agonía del Padre y de toda la Corte Celestial al presenciar el sufrimiento de la pasión y muerte de Jesús. No entiendo la intensidad del AMOR de Jesús por MI, que lo mantuvo en su camino hacia la cruz hasta el fin. Yo no lo entiendo, pero de lo que sí estoy seguro, es de que hace que esta vida valga la pena vivirla y que nuestra misión debe ser cumplida.

Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su hijo único, para que todo aquel que cree en EL no se pierda, sino que tenga vida eterna.

Juan 3,16