Un cuento de niñas, sobre la alegría de compartir

El origen de la lluvia

Cuentan que hace mucho, muchísimo tiempo, una gota de agua se cansó de estar en el mismo lugar, y quiso navegar por los aires como los pájaros, para conocer el mundo y visitar otras tierras.

Tanto fue el deseo de la gotica de agua, que un día le pidió al Sol que le ayudara: “Astro rey, ayúdame a elevarme hasta el cielo para conocer mejor el mundo”. Y así lo hizo el Sol. Calentó la gotica con sus rayos, hasta que poco a poco, se fue convirtiendo en un vapor de agua. Cuando se quedó como un gas, la gotica de agua se elevó al cielo lentamente.

Desde arriba, pudo ver el lugar donde vivía, incluso más allá, puedo ver otros rincones del mundo, otros mares y otras montañas. Anduvo un tiempo la gotica de agua allá en lo alto. Visitó lugares desconocidos, hizo amistades con los pájaros y de vez en cuando algún viento la ponía a danzar por todo el cielo azul.

Sin embargo, a los pocos días, la gotica comenzó a sentirse sola. A pesar de contar con la compañía de los pájaros, y la belleza de la tierra vista desde lo alto, nuestra amiga quiso que otras goticas de agua le acompañaran en su aventura, así que decidió bajar a buscarlas y compartir con ellas todo lo que había vivido.

“Viento, ayúdame a bajar del cielo para ir a buscar a mis amigas” Y el viento así lo hizo. Sopló y sopló un aire frío que congeló la gotica hasta volverse más pesada que el aire, tan pesada, que pronto comenzó a descender desde las alturas.

Al aterrizar en la tierra, lo hizo sobre un campo de trigo, donde había muchas goticas que recién despertaban hechas rocío mañanero. “Queridas amigas, acompáñenme hasta el cielo” gritó la gotica y todas estuvieron de acuerdo. Entonces, el Sol las elevó hasta lo alto donde se convirtieron en una hermosa nube, pero al pasar el tiempo, las goticas quisieron bajar nuevamente a contarles a otras goticas sobre lo que habían visto.

Y desde entonces, siempre que llueve, significa que cada gota de agua ha venido a buscar a su amiga para jugar y bailar en el cielo.

(Publicado primero en Chiquipedia.com)

Tres razones para perdonar

¿Cómo podríamos decir que amamos a Dios si en vez de amar a nuestros hermanos, guardamos rencores? El perdón y la reconciliación son los boletos principales para llegar a ser parte del reino que Jesús nos ha mostrado. Nos lo hizo recordar también en la oración del Padrenuestro: “Perdónanos como nosotros perdonamos…”

A veces se falla en esto, y es donde debemos pedir la intervención de Dios en nuestra vida para que nos transforme y nos haga seres capaces de pedir perdón con humildad a aquellos que nos han dañado o hemos dañado, porque reconciliándonos con ellos, encontramos la reconciliación con Dios, la restauración de su gracia y de su amor en mí.

Habrás oído decir una frase que dice: “El perdón no es un sentimiento sino una decisión” y te preguntarás ¿cómo puedo yo decidir perdonar, si yo siento esto o esto otro…?

Jesús también nos confirmó que perdonar es una decisión, aunque de otro modo. Él nos dijo en el evangelio de Mateo (5,23-24): “Si al presentar tu ofrenda en el altar, te acuerdas de que tu hermano tiene alguna queja contra ti, deja tu ofrenda ante el altar, ve a reconciliarte con tu hermano, y sólo entonces vuelve a presentar tu ofrenda”…

¿Nos dimos cuenta? Jesús, dijo: “Ve a reconciliarte con tu hermano”. En ningún momento dijo: “Ve si primero sientes que lo puedes perdonar y luego reconcíliate con tu hermano”. Tampoco dijo: “Ve si crees que el otro se merece tu perdón y reconcíliate con él”…

Perdonar no es un acto mágico, no es que alguien mueva el botón del control y ya todo es diferente. Perdonar es un proceso. No es un sentimiento, es una decisión que implica acciones concretas y constantes en la vida. No siempre el perdón es fruto de que ya no siento nada en el corazón ante la persona que me ha fallado; hay momentos en que decido perdonar a pesar de que me sigue doliendo, a pesar de que sigo con ira y con dolor contra esa persona que me dañó.

Muchas veces el perdón no es la consecuencia sino la causa de la paz, es decir, hay veces en las que perdono porque siento paz en mi corazón a pesar de lo que me hicieron y otras en las que perdono para sentir paz. Por eso, hoy quiero invitarte a tomar la decisión de perdonar y te propongo tres razones para hacerlo:

1.- Perdonando vas a encontrar la paz que en este momento tienes perdida.

Podrás recuperar la serenidad y armonía que aquella acción te quitó. Es el momento de recuperar la serenidad y armonía que esa acción te quitó. Es el momento de recuperar ese estado en el que produces más, tienes mejores relaciones interpersonales y puedes soñar con mayor libertad.

2.- La justicia no está en tus manos.

Tu sufrimiento, tu ardor, tu dolor, tu rabia, tu rencor no garantizan que la otra persona pagará por lo que hizo, eso no está en tus manos. Es más, ni siquiera un acto de venganza te da lo que has perdido. Querer desquitarte te pone en el mismo nivel de la persona que te ofendió. Por eso, lo mejor es perdonar.

3.- Dios siempre nos da una nueva oportunidad.

Lee Lucas 15,11-32, y si Él lo hace con nosotros, que le hemos fallado tanto en nuestro camino de vida, más estamos nosotros invitados a hacerlo con los demás, a abrir el corazón de par en par y esparcir ese hermoso regalo que es el perdón

© Qriswell J. Quero | PildorasdeFe.net

Salva tu matrimonio

Un matrimonio, se encontraba en medio de la tormenta en el mar:
– Lidubina, ¿dime mi amor?
– Nada, dice Lidubino.
– No seas tímido no me dejes con la duda ¿dime que cosa?
– ¡ Nada! vuelve a decir el esposo
– Anda no seas así dime
– ¡NADA! Era la única palabra de Lidubino,
– Ella molesta dice: “Si no me dices me enojare contigo”.
– Lidubino entonces grita !NADAAA!, NADA, Libudina nada, que nades de una vez, que el barco se está hundiendo…

Cuantos matrimonios hoy se están hundiendo. Cuantos necesitan nadar rumbo a tierra firme para que el barco llamado matrimonio no se hunda y desaparezca
Hoy es necesario NADAR, es decir hay que ponerse en movimiento. Si tu matrimonio atraviesa por dificultades. Si piensas que tu matrimonio va rumbo al divorcio. Si ya no encuentras solución, pues es tiempo de la ACCION. Ante las olas que amenazan destruir tu matrimonio, es tiempo de hacer lo que hizo pedro cuando se estaba hundiendo en el mar: “Pero al ver el fuerte viento, tuvo miedo; y comenzando a hundirse, dio voces, diciendo! Señor, sálvame!”(Mateo 14,30)

Oración: Señor mi matrimonio está en peligro, mi matrimonio se está hundiendo, por ello hoy te imploro y suplico diciendo: SEÑOR SALVA MI MATRIMONIO, SEÑOR TEN MISERICORDIA POR TODOS LOS MATRIMONIOS. Amen

#AdhemarCuellar

La casa del carpintero

A pesar de que le quedaban varios años por delante, el carpintero decidió jubilarse de forma anticipada. Después de toda una vida realizando grandes trabajos, pensó que había llegado el momento de pasar más tiempo con su familia.

Le comunicó la decisión a su jefe y éste se sintió muy triste. No quería perder tan pronto a uno de sus mejores hombres. Aún así aceptó su decisión con la única condición de que hiciera un último trabajo. Le encargó construir una casa de madera.El carpintero aceptó el trabajo y se puso manos a la obra. Sin embargo su cabeza estaba en otra parte. En sus pensamientos ya estaba disfrutando de la jubilación y del tiempo libre con su familia. Durante toda su vida había puesto el corazón en todos y cada uno de sus trabajos. Ahora su corazón estaba en otra parte.

Quería acabar de construir la casa lo más pronto posible y no estaba cuidando los detalles. Encargó materiales de baja calidad para recibirlos rápidamente. Construyó únicamente los metros necesarios para la vivienda, ni uno más.

Después de varias semanas de trabajo llamó a su jefe y le comunicó que la obra estaba acabada. Su jefe le pagó la cantidad acordada y le dio unas llaves. El carpintero sorprendido le preguntó de dónde eran. Su jefe le respondió que esas llaves abrían la casa que acababa de construir y que era el regalo que quería hacerle por toda una vida de buenos trabajos a su lado. La casa que acababa de construir era para que vivieran él y su familia.

Recuerda: Tu eres el carpintero de tu propia vida. En realidad, no importa que en estos momentos no puedas ver cuál va a ser el beneficio de tus esfuerzos.

Los bienes del desierto

¿Qué es el desierto?

Podemos definirlo como el tiempo y lugar en el cual somos procesados por parte de Dios de diferentes maneras, intensidad y con diferentes propósitos.

¿Por qué?

Porque solo Dios sabe lo que quiere trabajar en cada uno de nosotros, y el fin por el cual lo hace. Ya que somos probados como oro, ya que al reino de los cielos no entra ni carne ni sangre y mucho menos nada sucio (envidias, celos, avaricia, idolatría, rebeldía, entre otros).

El desierto puede ser cualquier etapa o situación en tu vida, normalmente es un tiempo en donde estamos a solas con Dios, sin mucha distracción.

Cuando estamos en el desierto podemos escuchar lo que Dios nos dice, podemos reconocer las maravillas que El obra en nosotros, sólo en el momento de soledad prestamos atención verdadera a lo que Dios quiere con nosotros.

Acontece que cuando estamos en la abundancia de todas las cosas y nos envolvemos en cada una de ellas, se nos hace más difícil atender a las cosas de Dios, y muchas veces no reconocemos cuando es Dios quien nos habla, porque tenemos “mucho que hacer”, entonces Dios usa el tiempo de “quietud” para intimar con nosotros.

Dios habla a sus hijos en el desierto para afirmar sus corazones y para construir el fundamento en ellos, para que sean como el Monte de Sion, de manera que estén bien cimentados y unidos a la raíz.

[Rosa P.]

¿Qué nos traes, Cristo, en esta mañana?

Os traigo la luz, para que brille en la oscura tiniebla
y mi vida, ahora eterna,
para que vuestra muerte ya no sea un para siempre.
¿Aún me preguntáis qué os traigo?
Mi cuerpo lacerado, pero victorioso por el Creador.
Mis manos taladradas, pero abiertas para abrazaros.
Mis pies atravesados, pero dispuestos a acompañaros.
¿Y todavía me preguntáis que qué os traigo?
Os traigo el secreto para ser fuertes: la fe.
Deposito ante vosotros la posibilidad de ser libres,
el esfuerzo de quien sabe que hay un Alguien después,
la seguridad de que, tras el velo del Viernes Santo,
mi Padre os aguarda a los que esperáis y creéis en El.

¿Qué nos traes, Señor, en esta mañana de Pascua?
Os avanzo una gran noticia: la muerte, con la mía
ha sido aniquilada y vencida.
Cuando un día caigáis en sueño profundo,
comprenderéis el fruto de este amanecer pascual:
seréis eternos, como mi Padre es eterno,
estaréis convocados a una fiesta sin final
donde, vuestros ojos, se asombrarán
ante la belleza del rostro de Aquel que os creó.
¿Todavía me preguntáis qué os traigo?
Frente a un mundo pequeño,
os regalo un Reino inmenso.
Frente al llanto del suelo, os garantizo la dicha eterna.
Frente a la cruz pesada, os anuncio el consuelo divino.
Frente al absurdo de la muerte, la vida conquistada.
Y, junto con todo esto, os traigo un ruego:

¡Creed en Dios! ¡Esperad en Dios!
Que El, como a mí, os dará vida plena y resucitada.

P. Javier Leoz

Rasgos de un enamorado de Dios

Consolador y apóstol

El Beato Pedro, por otra parte, no limitó su caridad al cuidado de los cuerpos enfermos, sino que desempeñó siempre un ministerio de consolación muy singular, ayudando a sanar, con el amor de Cristo, los corazones heridos y afligidos. En aquellas noches cálidas y estrelladas de Guatemala, era una costumbre muy personal del Hermano Pedro salir a callejear por la ciudad en busca de pecadores o desgraciados. Mientras tocaba una campanilla, lanzaba su pregón: «¡Un padrenuestro y un avemaría por las benditas ánimas del purgatorio y por los que están en pecado mortal!»; y añadía como cantilena: «Acordaos, hermanos, / que un alma tenemos, / y si la perdemos, / no la recobramos»…

En este extraño ministerio el Hermano Pedro dio, por la gracia de Cristo, frutos muy notables. Una vez halló en la noche una prostituta, y él le dijo sólamente: «Lástima os tengo». Eso bastó para que ella rompiera a llorar con amargura, marchara a su casa y dejara su mala vida. La humildad no daba al Hermano Pedro ninguna timidez o encogimiento a la hora de obrar el bien de sus hermanos; al contrario, le quitaba todo temor y le hacía libre.

En otra ocasión, con la excusa de repartir unas cedulitas de difuntos, se entró en la casa de una mala mujer, y alejando a los admiradores de la bella, se limitó a decirle en privado «de parte de Dios» que estaba «condenada» si no cambiaba de vida, cosa que ella hizo luego. Es algo muy cierto que los santos con acciones apostólicas mínimas han conseguido grandes efectos de conversión, mientras que las actividades apostólicas de los pecadores, aun cuando sean numerosas -que no suelen serlo-, apenas causan nada, como no sea ruidos y gastos.

La caridad sin límites del Hermano Pedro llegaba también, y muy especialmente, a los difuntos. El padre Lobo decía que Pedro «fue tan solícito procurador de las almas del purgatorio, que parece que no daba paso ni hacía obra que no fuese ordenada a abreviarles las penas y trasladarlas a la gloria». El Hermano escribía en pequeñas cédulas los nombres de los difuntos, las metía en un bolso, y pedía a los fieles que sacaran alguna cédula, y que se encargaran de encomendar a aquel difunto. Por las ánimas del purgatorio, como hemos visto, pedía oraciones de noche, por las calles, a toque de campanilla. Y para procurar la salvación de los difuntos construyó dos ermitas en las salidas principales de la ciudad, con aposentos para los guardianes, y las limosnas que se recogían en ellas daban para más de mil misas anuales en favor de los difuntos.

Devoto de la Virgen María

Iniciado de niño en la devoción a Nuestra Señora de la Candelaria, fue el Beato Pedro por la vida siempre acogido al amparo de la Virgen, venerándola en sus santuarios y diversas advocaciones. En el Hospital de Belén tenía entronizada la pequeña y hermosa imagen que, en aquel mismo lugar, cuando apenas era un tugurio, había recibido ya culto privado de María Esquivel. A esta Virgen de Belén, del 24 de enero al 2 de febrero, la Candelaria, se le rezaba a dos coros un rosario continuo, y Pedro se encargaba de que siempre hubiera fieles rezándolo.

En sus continuas correrías, era el Hermano Pedro un peregrino incansable de todos los templos y altares de la Virgen, aunque también él tenía sus preferencias, por ejemplo, hacia la Virgen de las Mercedes, a la que dedicaba todos los meses una noche entera. «Sus negocios leves, decía su amigo, el sacerdote Armengol, los ventilaba Pedro ante la imagen de su oratorio; pero en siendo negocio grave se iba a Nuestra Señora de las Mercedes».

Poco después de 1600, con motivo de la disputa teológica sobre la Inmaculada, en España y también en América muchas personas, e incluso Cabildos enteros, se comprometieron con el voto de sangre a defender la limpia Concepción hasta la muerte. Así lo hizo también el Beato Pedro, escribiendo la firma con su propia sangre en el año 1654. Pocos años más tarde llegó noticia de que el papa Alejandro VII, en una Bula de 1661, había declarado a la Virgen María inmune de toda mancha de pecado desde el primer momento de su concepción. Hubo con este motivo muchos festejos religiosos en Guatemala, y muy especiales entre los franciscanos, que en esto siempre habían seguido la sentencia de Duns Scoto. ¿Y el Hermano Pedro qué hizo en esta ocasión?

«Lo que hizo, cuenta su biógrafo Vázquez de Herrera, fue perder el juicio; andar de aquí para allí, componiendo altares, ideando símbolos, practicando ideas, saltando, corriendo, suspendiéndose, hablando solo, escribiendo en el aire, componiendo coplas, cantando a voces, alabando la concepción purísima, sin acordarse de comer, beber, dormir en todo el tiempo que duraron las fiestas, que no fueron pocos días. Y esto es lo que vimos que hacía; lo que no vimos, Dios lo sabe»…

El Hermano Pedro veía la devoción a María como el camino real para la perfecta unión con Dios, y así decía a todos: «Buscad la amistad de Dios por medio de la Virgen». Habiendo apreciado que no siempre los fieles atendían con devoción el toque nocturno de las campanas, fue de casa en casa exhortando a que «en amor y reverencia de Nuestra Señora» se rezase el avemaría de rodillas al toque de prima noche, «en la calle o en su casa o donde le cogiere», y lo mismo pidió a los sacerdotes que fomentasen en sus feligreses.

La devoción del Rosario perpetuo, que los dominicos iniciaron con los fieles de Bolonia en 1647, y que comenzó en 1651 en Guatemala, recibió del Hermano Pedro un impulso decisivo, pues él animó a muchas personas y familias, para que en días y horas señalados, se comprometieran a mantener siempre viva la corona de oraciones a la Virgen.


El autor de esta obra es el sacerdote español José Ma. Iraburu, a quien expresamos nuestra gratitud. Aquí la obra se publica íntegra, por entregas. Lo ya publicado puede consultarse aquí.

Dios habla también a través de los obstáculos

Fundador por necesidad

En 1665 obtuvo Pedro del señor obispo permiso para dejar su apellido, como hacían los religiosos, y llamarse en adelante Pedro de San José. Se sintió muy feliz cuando el buen obispo agustino le concedió el privilegio por escrito, y se apresuró a mostrar aquel documento en el Hospital a sus amigos. Entonces escribió delante de ellos en un papel: «Pido por amor de Dios que todos los que me quisieran hacer caridad firmen aquí y digan: Pedro de San José». Así lo hicieron veintisiete personas.

El Hermano Pedro, a medida que crecía el Hospital, comprendió pronto la necesidad de que una comunidad religiosa, centrada en la oración, la penitencia y el servicio a los pobres, lo atendiera de modo estable. Por entonces, varios Hermanos suyos terciarios se habían dedicado al Hospital, y él les dió una Regla de vida muy sencilla, en la que se prescribía un tiempo de culto al Santísimo, el rezo del Rosario en varias horas del día -en lugar del Oficio divino, sustitución habitual en los Hermanos legos-, la lectura de la Imitación de Cristo, y el servicio a pobres y enfermos. Todo lo cual, decía, había de guardarse «sin decaecer en cosa alguna»; y añadía: «con todo lo demás que Dios Nuestro Señor les dictare», dejando así abierta su norma de vida a ulteriores desarrollos.

Los franciscanos, especialmente el padre Espinel, apoyaban con cariño la obra del Hermano Pedro, aunque no todos, como el padre Juan de Araújo. Y permitió Dios en su providencia que éste, precisamente, fuera en 1667 nombrado guardián del convento. Una de sus primeras medidas fue poner estorbos y restricciones a los Hermanos terciarios que servían el Hospital del Hermano Pedro, hasta el punto que éstos se vieron en la necesidad de abandonar el hábito de terciarios franciscanos, y con permiso del obispo, vistieron un nuevo. La Orden se le iba formando al Hermano Pedro según aquello del evangelio: «sin que él sepa cómo» (Mc 4,27).

Primeros Hermanos

Seis Hermanos estuvieron con Pedro al principio, y éste decía en su testamento que «mejoraron tanto que pudieron ser ejemplares de vidas de donde todos trasladasen perfecciones a las suyas. Cinco de ellos pasaron con brevedad al Señor».

Uno de ellos, Pedro Fernández, llegó al Hospital con veinte años, y decidido a conseguir la santidad cuanto antes, se entregó a una extremada vida penitente. Próximo a la muerte, en la cuaresma de 1667, pidió que le dejasen morir en el suelo. «Más vale, Hermano -le dijo Pedro-, morir en la cama por obediencia que en el suelo por voluntad». Aceptó el moribundo, y Pedro le dijo como despedida: «Nos avisará, Hermano, lo que hay por allá»…

Otro Hermano primero fue un caballero llamado Rodrigo de Tovar y Salinas, rico hacendado de Costa Rica, que se desprendió de todos sus bienes para irse a servir a los pobres en el Hospital de Belén. Sin embargo, no dejó todo por completo, pues conservó un genio altivo y violento. El día en que se le advirtió que, de no humillarse, no podría recibir el hábito, reaccionó con palabrotas y juramentos. Era entonces el tiempo de oración, y el Hermano Pedro, quitándose el rosario que llevaba al cuello, se lo echó a don Rodrigo sobre los hombros, como tenue cadena, y atrayéndole, le abrazó, al tiempo que le decía: «Véngase conmigo, hermano, que ha de ser mi compañero hasta que muera». Entró así con él en el oratorio, y así rezaron juntos de rodillas ante la Virgen, sujetos ambos por el yugo suave del rosario. Aunque todavía hizo intento el Hermano Rodrigo de abandonar el Hospital de Belén, no mucho después murió en él santamente gracias a la paciencia y caridad del Hermano Pedro.

Fray Rodrigo de la Cruz

La llegada de un gran personaje al pequeño mundo de aquellas ciudades hispanoamericanas era realmente por entonces un acontecimiento que despertaba una ansiosa expectación. A fines de 1666 se supo que llegaba a la ciudad el ilustre caballero don Rodrigo de Arias Maldonado.

Este joven, de noble linaje, pariente de los duques de Alba y de los condes-duques de Benavente, aún no tenía treinta años, pero ya en 1661, sucediendo a su padre, había sido nombrado gobernador de Costa Rica, y allí había conquistado la región de Talamanca. Un día, al fin, por las alamedas de Santa Lucía y el Calvario, las damas y caballeros pudieron ver pasar a aquel famoso caballero, nacido en Marbella, Málaga, vestido con elegancia, acompañado de su séquito, erguido sobre su brioso caballo.

Los capitalinos de Guatemala nunca habían conocido un caballero de tan cumplida prestancia, y pronto don Rodrigo hizo estragos en los corazones femeninos. De la vida que en la capital hacía este personaje tan notable quiso un día enterarse, curioso, el gobernador Arias Maldonado, y le pidió a su bien informado barbero que le dijera lo que de él se contaba. El barbero le contó entonces una historia bien extraña. Le habían dicho que, pasando el otro día don Rodrigo junto al Hospital de Belén, el Hermano Pedro comentó: «¿Ven al señor gobernador, con esa pompa vana y con la majestad con que va? Pues ése es el que mi Dios tiene ya preparado para mi sucesor en este hospital»…

Ni el gobernador ni nadie prestó crédito entonces a tales palabras, que no parecían ser más que un disparate curioso. Pero, en efecto, poco después don Rodrigo pidió ingresar en la comunidad del Hospital de Belén, y el Hermano Pedro, después de algunas pruebas bien duras y humillantes, le recibió con alegría, dándole el nombre de fray Rodrigo de la Cruz. Este, más tarde, no aceptó el título de marqués de Talamanca, ni su renta anual de 12.000 ducados. Sólo cuatro meses pudieron vivir juntos Pedro y Rodrigo, pero fueron suficientes para que en su testamento el Hermano Pedro le designara Hermano Mayor del Hospital de Belén.


El autor de esta obra es el sacerdote español José Ma. Iraburu, a quien expresamos nuestra gratitud. Aquí la obra se publica íntegra, por entregas. Lo ya publicado puede consultarse aquí.

Reflexión de un hombre mayor en un grupo de oración

De joven yo era un revolucionario y mi oración consistía en decir a Dios:

– “Señor, dame fuerzas para cambiar el mundo”.

A medida que fui haciéndome adulto y cai en la cuenta de que me había pasado media vida sin haber logrado cambiar a una sola alma, transformé mi oración y comencé a decir:

– “Señor, dame la gracia de transformar a cuantos entran en contacto conmigo. Aunque sólo sea a mi familia y a mis amigos. Con eso me doy por satisfecho”.

Ahora, que soy un viejo y tengo los días contados, he empezado a comprender lo estúpido que yo he sido. Mi única oración es la siguiente:

– “Señor, dame la gracia de que yo cambie”.

Si yo hubiera orado de este modo desde el principio, no habría malgastado mi vida.

¿Cómo se celebra Navidad en Mongolia?

El misionero de la Consolata cuenta cómo festejó la Navidad de Cristo su pequeña comunidad católica. “Sosteniendo el Universo está este Niño en el cual el Altísimo ha decidido encarnarse”. La liturgia en la tienda-capilla, las poesías de los niños, el relato de la Natividad.

Arvaikheer (AsiaNews) – “Al salir de la tienda deberán reconocernos no por el hecho de haber participado en una de las tantas festividades de fin de año –que son muy populares en Mongolia- sino como gente que tiene una esperanza nueva en el corazón y que se vuelve germen de una sociedad más humana y más justa”. Es lo que desea el padre Giorgio Marengo, misionero de la Consolata en Mongolia. Describe para AsiaNews de qué manera ha festejado el nacimiento de Jesús esta pequeña comunidad católica de Arvaikheer (compuesta por 24 bautizados y algunos simpatizantes). La novena, la misa de Navidad, las poesías recitadas por niños, una pequeña representación de la Natividad, antes de regresar todos a casa “tomados de la mano”. Y “en el corazón hay una esperanza nueva: Dios ha elegido esta tierra para habitar entre nosotros”. A continuación, transcribimos su carta.

Cristo ha nacido en el tiempo, ha asumido nuestra condición humana y de esta manera, ha abierto un paso del cielo a nuestras vidas. Ese cielo que en Mongolia se contempla como inmenso, por encima del amplio perfil del horizonte y que se destaca incluso desde adentro de la yurta, la tradicional tienda mongola, que no tiene más abertura que la que se encuentra a lo alto, redonda y dividida en secciones triangulares. Pero hoy ha quedado claro que lo que sostiene el universo no es el eterno retorno o el círculo siempre inmóvil de los astros – a lo cual alude simbólicamente la forma de la rueda-, sino el signo de este Niño en el cual el Altísimo ha decidido encarnarse.

Y son muchos los que vinieron a nuestra yurta-capilla en la noche del 24 y en la mañana del 25, para contemplar este misterio del Todopoderoso hecho niño. Nos habíamos preparado con la novena y con un momento de retiro en la mañana del 24, una pausa para saborear la Noche Santa.

La pequeña comunidad católica de Arvaikheer (24 bautizados y algunos simpatizantes) respondió con entusiasmo a esta propuesta de oración como preparación para la Navidad, que como misioneros y misioneras de la Consolata propusimos ya desde los primeros años. Una meditación para introducir a la oración personal, luego a la adoración eucarística, y tiempo para las confesiones.

Luego hubo una misa por la noche, que fue presidida por el joven misionero congolés, el padre Dieudonè Mukadi Mukadi. Sus palabras fueron una invitación a la simplicidad y a la humildad del niño nacido en Belén. María nos ofrece a su Hijo, sabiendo que ya no es más solamente suyo, sino que es para todos. Y si queremos recibirlo en nuestra vida, debemos aprender justamente de Ella y tomarla como nuestra Madre de la fe. Palabras que resuenan profundamente en una cultura que honra mucho a la madre y en la cual la mujer ocupa un rol destacado en la sociedad.

En la mañana del 25 éramos realmente muchos, con una buena presencia de niños, en el barrio donde se encuentra la misión, en la periferia de la ciudad cabecera de la región mongola de Uvurkhangai. Dios está con nosotros y tiene un rostro humano, podemos conocerlo y así volvernos más hombres, siendo hijos de Dios. Este es el principal motivo de nuestra alegría del día de hoy, que también debe irradiarse en los otros 364 días del año. Ante la elevación del cuerpo eucarístico, en la misa, la luz intensa que hace brillar la estepa irradia el altar de la yurta-capilla, pasando a través de la abertura circular del techo.

Al salir de la yurta, deberán reconocernos no como aquellos que han participado en una de las tantas fiestas de fin de año –muy populares en Mongolia- sino como gente que tiene una esperanza nueva en el corazón y que se vuelve germen de una sociedad más humana y justa: ¡si Dios se ha hecho hombre, cada persona tiene una dignidad inmensa!

Un pequeño concierto de Navidad cierra la fiesta, antes del almuerzo para todos. Con un micrófono en mano, hasta los más pequeños juntan coraje y recitan las rimas aprendidas en la escuela y cantos tradicionales. Los más grandes han preparado una representación de la Natividad, donde la estrella-cometa es sostenida por una figuranta, que a la vez hace de techo de la cabaña de Belén.

Luego, cada uno parte rumbo a su yurta o a su casa, con cientos de niños que van tomados de la mano desafiando el frío intenso que precede a una nevada. Mañana [26 de diciembre] se retoman las actividades habituales, pero en el corazón hay una esperanza nueva: Dios ha elegido esta tierra para habitar entre nosotros, incluso en la estepa mongola.

¡Confiemos en Él!

20 citas bíblicas imprescindibles para todo católico

AMOR

1. Tanto amó Dios al mundo que le envió a su Hijo único, para que todo el que crea en Él no se pierda, sino tenga vida eterna (Jn 3,16).
2. Dios es amor (1Jn 4,8).
3. A Dios nadie lo ha visto jamás; pero si nos amamos unos a otros, Dios está entre nosotros (1Jn 4,12).
4. Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el primero y más grande mandamiento. El segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Toda la Ley y los Profetas se fundamentan en estos dos mandamientos (Mt 22,37-40).

SALVACIÓN EN CRISTO JESÚS

5. Si decimos que no tenemos pecado, nos estamos engañando a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros (1Jn 1,8).
6. Ante el nombre de Jesús toda rodilla se doble, en el cielo, en la tierra y en el abismo. Y que toda lengua proclame que Jesús es el Señor para gloria de Dios Padre (Filip 2,11).
7. Quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará (Mc 8,35).
8. ¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si pierde su vida? (Mc 8,36).
9. Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame (Mc 8,34).
10. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día (Jn 6,54).
11. Yo estoy con ustedes todos los días hasta que se termine este mundo (Mt 28,20).

MARÍA

12. Dijo María: «Yo soy la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.» (Lc 1,38).
13. Jesús, al ver a su madre y junto a ella al discípulo a quien más amaba, dijo a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo.» Luego dijo al discípulo: «Ahí tienes a tu madre.» Y desde aquella hora el discípulo se la llevó a su casa (Jn 19,25-27).

PALABRA DE DIOS

14. Tu Palabra es lámpara para mis pasos y luz en mi sendero (Sal 119,105).
15. Proclama la Palabra, insiste a tiempo y a destiempo, reprende, amenaza, exhorta con toda paciencia y doctrina (2Tim 4,2).
16. Cuando me llegaban palabras tuyas, yo las devoraba. Ellas eran para mí el gozo y la alegría de mi corazón (Jer 15,16).
17. Me has seducido, Señor, y me dejé seducir por ti (Jer 20,7).

MISIÓN

18. La cosecha es abundante, pero los obreros son pocos. Rueguen, pues, al Dueño de la cosecha que envíe obreros a su cosecha (Lc 10,2).
19. Vayan por todo el mundo y prediquen mi Evangelio a toda creatura (Mc 16,15).
20. ¡Ay de mí si no anuncio el Evangelio! (1Cor 9,16).

Latif

Latif era el hombre más pobre de la aldea. Cada noche dormía donde podía, bajo un improvisado techo o bien frente a la plaza del pueblo.

Cada día se recostaba debajo de un árbol, con la mano extendida y la mirada perdida esperando que algún transeúnte le dejara una minima limosna y solo comía de lo que la gente del pueblo le traían.

Sin embargo, a pesar de su aspecto y de su forma de vida, Latif por ser anciano era considerado como el hombre más sabio del pueblo.

Una mañana el rey rodeado por sus guardias apareció en la plaza, caminaba entre los puestos con el deseo de hacer algunas compras y de repente tropezó con Latif, que dormía a la sombra de una encina.

Alguien le dijo al Rey que Latif era el hombre más pobre del pueblo, pero que era muy respetado por su sabiduría.

El rey se acercó al mendigo y le dijo: -Si me contestas una pregunta te doy esta moneda de oro.

Latif lo miró, despectivamente, y le dijo: – No hace falta, puedes quedarte con tu moneda, para qué la querría yo. Dime, ¿cuál es tu pregunta?

Había un problema que el rey no podía solucionar y hacía varios días que lo angustiaba. Un problema de bienes y recursos que sus analistas no habían podido solucionar.

La repuesta de Latif fue justa y creativa. El rey se sorprendió dejó la moneda de oro a sus pies y se fue meditando sobre lo sucedido.

Al día siguiente el rey volvió a ver a Lafit, este como de costumbre descansaba, debajo de un árbol.

Otra vez el rey hizo otra pregunta, a lo que Latif la respondió sabiamente.

El soberano volvió a sorprenderse de tanta sabiduría. Se sentó en el suelo frente a Latif, y le dijo:

-Querido amigo te necesito a mi lado, estoy agobiado por las decisiones que como rey debo tomar. No quiero perjudicar a mi pueblo y tampoco ser un mal soberano. Te pido que vengas al palacio y seas mi asesor. Te prometo que no te faltara nada, y serás respetado.

Después de pensar unos minutos, aceptó la propuesta del rey.

Esa misma tarde llegó Latif al palacio, en donde inmediatamente le fue asignado un lujoso cuarto a escasos metros de la alcoba real. En la habitación, una tina llena de agua tibia con esencias lo esperaba.

Durante las siguientes semanas las consultas del rey se hicieron habituales.

Todos los días y a cualquier hora, el monarca mandaba llamar a su nuevo asesor para consultarle sobre los problemas del reino, sobre su propia vida o sobre sus dudas espirituales.

Latif siempre contestaba con claridad y precisión.

El recién llegado se transformó en el interlocutor favorito del rey.

En poco tiempo ya no había decisión o asunto que el monarca no consultara con su preciado asesor.

Esto desencadenó los celos de todos los cortesanos que veían en el mendigo una amenaza para su propia influencia y un perjuicio para sus intereses.

Un día todos los demás asesores pidieron audiencia al rey.

-Tu amigo Latif, como tú llamas, está conspirando para derrocarte, dijo uno de ellos.

-No puede ser, dijo el rey. No lo creo.

-Puedes confirmarlo tu mismo, dijeron otros. Todos los días a las cinco de la tarde, Latif se escabulle del palacio hasta llegar a un cuarto donde se reúne a escondidas, no sabemos con quién. Le hemos preguntado a dónde iba y ha contestado con evasivas. Esa actitud terminó de alertarnos sobre su conspiración.

El rey se sintió defraudado y dolido. Debía confirmar esas versiones. Esa tarde en el horario previsto, lo aguardaba oculto en el recodo de una escalera.

Desde allí vio cómo, Latif llegaba a la puerta, miraba hacia los lados, asegurándose de que nadie lo viera, abría la puerta y se escabullía sigilosamente dentro del cuarto.

Seguido de su guardia personal el monarca golpeó la puerta.

-¿Quién es? Dijo Latif.

-Soy yo, el rey, dijo el soberano. Ábreme la puerta.

Latif abrió la puerta. No había nadie allí. Ninguna puerta, o ventana, ninguna puerta secreta, ningún mueble que permitiera ocultar a alguien.

Sólo había en el piso un plato de madera desgastado, en un rincón una vara de caminante y en el centro de la pieza una túnica raída colgando de un gancho en el techo.

-¿Estás conspirando contra mi Latif? Pregunto el rey.

-¿Cómo se le ocurre, majestad? Contesto Latif. De ninguna manera, ¿Por qué lo haría?

-Vienes aquí cada tarde en secreto. ¿Qué es lo que haces aquí? ¿Para qué vienes a este deplorable cuarto en secreto?

Latif sonrió y se acercó a la túnica rotosa y mal oliente que pendía del techo. La acarició y le dijo al rey: -Hace sólo seis meses cuando llegué, lo único que tenía eran esta túnica, este plato y esta vara de madera. Ahora me siento tan cómodo con la ropa que visto, es tan confortable la cama en la que duermo, es tan halagador el respeto que me das y tan fascinante el poder que regala mi lugar a tu lado, que vengo cada día para estar seguro de no olvidarme de quién soy y de dónde vine.

El valor del fracaso

“Pero la mirada de Dios es distinta. Por eso, el recuerdo de que Cristo triunfó cuando fracasaba y que en la Cruz fue cuando más atrayente se volvió, nos debe ayudar a considerar nuestras situaciones personales con otra óptica…”

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Mi mano y tu mano, Señor

Esta noche, Señor, te abro mi mano, te la extiendo sin abrir mis ojos para que Tú la agarres con fuerza y no la sueltes jamás.

He fijado mi vista en la manita pequeña de un bebé agarrando con sus deditos el dedo de su papá.

Mi mano, Señor, aunque a menudo creo que es grande y fuerte, en realidad es como la manita de un recién nacido: pequeña, débil, frágil y necesita asirse a la tuya. Ayúdame a poder ver siempre mi mano como lo que realmente es: la mano de un bebé que nada puede por sí sólo.

Ayúdame a pedirte siempre tu mano. Sé que por amor a mi la tienes clavada a un madero, manantial que no cesa, reguero de sangre que no cesa y que no se moverá hasta que agarre mis dedos. Hoy, Señor, te abro mi mano, te la extiendo sin abrir mis ojos para que Tú la agarres con fuerza y no la sueltes jamás.