Poema de la Noche Oscura, de San Juan de la Cruz

1. En una noche oscura,
con ansias, en amores inflamada
¡oh dichosa ventura!,
salí sin ser notada
estando ya mi casa sosegada.

2. A oscuras y segura,
por la secreta escala disfrazada,
¡Oh dichosa ventura!,
a oscuras y en celada,
estando ya mi casa sosegada.

3. En la noche dichosa
en secreto, que nadie me veía,
ni yo miraba cosa,
sin otra luz y guía
sino la que en el corazón ardía.

4. Aquésta me guiaba
más cierto que la luz del mediodía,
adonde me esperaba
quien yo bien me sabía,
en parte donde nadie parecía.

5. ¡Oh noche que guiaste!
¡Oh noche amable más que la alborada!
¡Oh noche que juntaste
Amado con amada,
amada en el Amado transformada!

6. En mi pecho florido
que entero para él sólo se guardaba,
allí quedó dormido,
y yo le regalaba,
y el ventalle de cedros aire daba

7. El aire de la almena,
cuando yo sus cabellos esparcía,
con su mano serena
en mi cuello hería
y todos mis sentidos suspendía.

8. Quedéme y olvidéme,
el rostro recliné sobre el Amado,
cesó todo y dejéme,
dejando mi cuidado
entre las azucenas olvidado.

El Doctor de la Nada

Uno de los títulos más extraños que alguien ha recibido es este que ha sido aplicado a San juan de la Cruz. Su exquisita poesía, llena de preciosos símbolos no menos que de luminosas ideas, atrajo la mente y el corazón del joven Karol Wojtila, que se sintió fascinado por la lengua castellana simplemente porque era la utilizada por el humilde e ilustre fraile carmelita.

Juan de la Cruz es un testimonio visible, cercano y perdurable de una vida cristiana tomada con particular intensidad y profundo amor. En efecto, ¿para qué nos llamamos cristianos si no es para ser discípulos del Nazareno, y ello hasta sus últimas consecuencias? ¿Y cómo llamarnos seguidores suyos si volteamos la mirada y tapamos nuestros oídos cuando va a ofrecernos sus más sublimes enseñanzas, esto es, a la hora de la Cruz?

Frente a la coherencia de vida, cargada de sencillez, del gran fraile carmelita, uno se siente simplemente mediocre y tibio. Lo cual es un buen comienzo. Las ráfagas de luz que brotan de las páginas inmortales de este santo hieren nuestros ojos perezosos pero no como reproches que fastidian sino como invitaciones que cautivan y que sólo puedo comparar con lo que pudiera decirnos quien ha visitado un mundo nuevo y trata de resumir en concisas palabras lo que allí ha encontrado y vivido.

Pueblo cristiano: hay adónde mirar, bendito Dios. No te contentes con el chisme del día, los megapixeles adicionales del último celular, la enésima película en la saga de los agujeros negros, o el penúltimo escándalo de algún monseñor de tercera categoría. Si quieres saber qué es la fe, cuáles son sus alturas y hasta dónde puede crecer tu esperanza, mira a los santos; y entre ellos, deja que tus ojos se estrellen con los místicos de verdad, los que tomaron en serio su bautismo, los que corrieron bien su carrera. Gente como Juan de la Cruz.