¿Se puede ser feliz viviendo en pecado?

“Si se puede ser feliz en el pecado, entonces Jesucristo es un impostor que ha venido a quitarnos los que nos hace felices, entonces Jesucristo se ha encarnado y ha dado la vida para librarnos de algo que es bueno, entonces la fe no tiene sentido, todo el edificio se desquebraja y se cae al suelo…”

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¿Hay pecadores por los que NO hay que orar?

Estimado Padre Nelson, que la paz del Señor esté siempre con usted. Tengo la siguiente inquietud: Nuestra Santa Madre Iglesia nos exhorta a orar constantemente por la conversión del mundo, en especial de los pecadores. No obstante, me llama la atención una cita respecto al tema, de la primera carta de Juan que dice: “pues hay un pecado de muerte; por ése no digo que pida” (1 Jn 5,16). Yo identifico este pecado “de muerte” con lo que Jesús denomina el pecado contra el Espíritu Santo, el único que no será perdonado (Mt. 12,31), por tanto, es obvio que no tendría sentido orar por esta persona. No sé si mi razonamiento sea el correcto, pero aun así me llevó a plantear la siguiente cuestión ¿Existe un límite respecto a la oración que uno pueda hacer por la conversión de tal o cual persona que vive en pecado? ¿Cómo saber si una persona, por muy mala que sea, todavía no ha cruzado ese umbral de iniquidad sin retorno y, por tanto, puede aún convertirse? Bien es cierto que la Iglesia nunca ha declarado de manera solemne que algún ser humano estuviera condenado, no obstante ¿Tendría sentido orar por las almas de seres humanos con conductas tan abominables como Adolf Hitler, Antoin LeVay, o George Soros? Le agradezco de antemano por sus respuestas. — D.R.

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El pasaje que mencionas, de 1 Juan 5,16, ha sido siempre considerado como de muy difícil comprensión. Para intentar dar una interpretación debe tenerse en cuenta que aquí entran varias cosas:

1. Existe la libertad humana que, en teoría, puede obstinarse en pecar cada vez más y cada vez peor. Negar esa posibilidad es negar la verdad del acto creador de Dios. En el último extremo esto significa que la condenación eterna es una realidad espantosa pero posible y que negar que algún humano pueda condenarse es como afirmar que Dios obliga a todos a salvarse, aún en contra de lo que ellos quieran.

2. Existe la misericordia divina, que sabemos que puede manifestarse en la vida de cualquier pecador, sin que importe cuál sea su condición, porque es más poderoso Dios que cualquier pecado o intención de pecar. Sin embargo, debe quedar claro que Dios no está “obligado” a actuar en ningún sentido y por eso no puede calificarse ni de injusto ni de absurdo el modo como él dispone soberanamente de su gracia.

3. Existe finalmente nuestra imposibilidad de conocer en su verdad profunda el estado de un alma ante Dios, incluyendo, hasta cierto punto, estado de la propia alma, de modo que no podemos estar del todo ciertos de si alguien tiene atenuantes que hacen menos graves sus culpas o si ya hay (o hubo) en esa persona semillas de arrepentimiento que le permitirían acoger la gracia perdonadora de Dios.

Si tenemos en cuenta todas estas consideraciones, parece que debemos entender el texto de 1 Juan en este sentido: No deben hacerse oraciones por las personas que están condenadas porque escogieron el camino de la condenación, si bien, nosotros no podemos tener nunca certeza absoluta de quiénes puedan ser esas personas.

Como se ve, el texto trata de prohibir una oración “hipotética” por aquellas personas que uno sabe con certeza que han escogido, por su propia voluntad, su condenación, en la medida en que han rechazado a Dios y sus mandamientos. No debemos pensar sin embargo que conocemos quiénes son específicamente tales personas.

Diez cosas que el demonio desea con fuerza

DIEZ COSAS QUE EL DEMONIO DESEA CON FUERZA
-Según enseñanzas de diversos santos-

1. Ante todo, que veamos en Dios y sus mandamientos un estorbo para nuestra felicidad o realización: esta es la GRAN MENTIRA.

2. Por consiguiente, que caigamos en el pecado.

3. Que luego no nos arrepintamos.

4. Que si nos arrepentimos, nos vayamos al otro extremo y desesperemos de la misericordia divina.

5. Que pensemos que no podremos evitar el pecado y entonces dejemos de luchar y, sobre todo, de orar.

6. Que usemos nuestra mente para justificarnos internamente y ante los demás: que seamos cínicos.

7. Que pasemos de faltas menos graves a “atrevernos” a realizar actos más perversos.

8. Que acostumbremos nuestra conciencia a la mentira y a la doble vida para facilitar la repetición del pecado.

9. Que seamos ciegos a los buenos ejemplos que nos rodean.

10. Que al saber de los pecados de otros perdamos ánimo y fuerzas para orar y luchar por rescatarlos.

¿Puede darse prudencia en los pecadores?

La prudencia puede tener tres sentidos. Hay, en efecto, una prudencia falsa por su semejanza con la verdadera. En efecto, ya que es prudente quien dispone lo que hay que hacer en orden a un fin, tiene prudencia falsa quien, por un fin malo, dispone cosas adecuadas a ese fin, pues lo que toma como fin no es realmente bueno, sino sólo por semejanza con él, como se habla, por ejemplo, de buen ladrón. De este modo, por semejanza, se puede llamar buen ladrón al que encuentra el camino adecuado para robar. Es la prudencia de que habla el Apóstol cuando escribe: La prudencia de la carne es la muerte (Rom 8,6), porque pone su fin último en los placeres de la carne.

Hay un segundo tipo de prudencia, la verdadera, porque encuentra el camino adecuado para conseguir el fin realmente bueno. Resulta, sin embargo, imperfecta por dos razones. La primera, porque el bien que toma como fin no es el fin común de toda vida humana, sino solamente de un nivel especial de cosas. Por ejemplo, cuando uno encuentra el camino adecuado para negociar o para navegar, se dice de él que es un negociante o un marinero prudente. La segunda, porque falla en el acto principal de la prudencia. Es, por ejemplo, el caso de quien posee consejo y juicio rectos en los negocios referentes a toda la vida, pero no impera con eficacia.

Pero hay un tercer tipo de prudencia que es verdadera y perfecta; es la que aconseja, juzga e impera con rectitud en orden al fin bueno de toda la vida. Es la única prudencia propiamente tal; la prudencia que no puede darse en los pecadores. La primera, en realidad, la poseen solamente los pecadores; la segunda, la imperfecta, es común a buenos y malos, sobre todo la prudencia imperfecta por algún fin particular, porque la que lo es por defecto del acto principal es exclusiva de los pecadores. (S. Th., II-II, q.47, a.13, resp.)


[Estos fragmentos han sido tomados de la Suma Teológica de Santo Tomás, en la segunda sección de la segunda parte. Pueden leerse en orden los fragmentos publicados haciendo clic aquí.]

LA GRACIA 2020/07/28 El momento de la acción ante el pecado

Cuando se trata de pecados propios Cristo quiere que seamos radicales, pero cuando se trata de los pecados de otras personas Cristo nos invita a la prudencia, a dejar que Él obre.

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Enfermedad mental y responsabilidad moral

Fray Nelson, además de saludarlo, quisiera hacerle la siguiente pregunta: ¿Cuál es la postura de la iglesia frente a síntomas de enfermedades mentales que se consideran como pecado? O dicho de otra forma, ¿Cómo entiende la iglesia esos pecados que han sido causados principalmente por una enfermedad mental? Agradezco su atención, quedo atento. Dios lo siga bendiciendo. — B.C.

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En el número 1754 del catecismo leemos que las circunstancias “…pueden también atenuar o aumentar la responsabilidad del que obra (como actuar por miedo a la muerte).” Si esto vale para condicionamientos más o menos externos, como puede ser una amenaza de muerte, mucho más se cumple cuando hablamos de condicionamientos más estables y profundos como pueden ser: la ignorancia invencible, o un estado mental de clara perturbación.

Si bien es lamentable que una persona que padece una enfermedad mental causa daño o incluso la muerte a otra persona, es evidente que la responsabilidad moral puede estar seriamente disminuida o incluso no existir en absoluto. De hecho, no solo la Iglesia sino que las leyes civiles y penales de muchos países así lo admiten.

Por supuesto, la evaluación específica del tipo de enfermedad mental y cuánta responsabilidad puede quitar es un tema distinto, que puede llegar a altos niveles de complejidad y de incertidumbre, sobre todo cuando la influencia de la enfermedad mental no es permanente sino en cierto modo por episodios.

LA GRACIA 2020/03/31 La cruz revela la realidad del pecado

La cruz nos revela el daño espantoso del pecado, lo qué es, lo que quiere y cómo obra. Cristo con su piel llagada muestra la realidad del pecado, quitándole poder en nosotros.

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LA GRACIA del Jueves 6 de Febrero de 2020

En la raíz del pecado de la humanidad están las trampas del demonio, por eso es necesario mejorar la calidad de nuestro examen de conciencia y la de nuestras confesiones.

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La importancia de la contrición en la vida cristiana

“Tengamos en cuenta que para que la contrición sea real es necesario que sea interior, que salga de las profundidades del corazón; no debe ser una simple fórmula, formulada sin reflexión. Tampoco es necesario mostrarla con suspiros o lágrimas, etc. Todas estas demostraciones pueden ser indicadores, pero no son la esencia de la contrición. Ésta reside en el alma y en la voluntad determinada de huir del pecado y de volver a Dios…”

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¿Qué tan grave es que haya un cisma?

Según expone San Isidoro en el libro Etymol., la palabra cisma se ha tomado de la escisión de pareceres. Pues bien, la escisión se opone a la unidad, y por eso se llama pecado de cisma el que directa y esencialmente se opone a la unidad. En efecto, así como en el orden natural no constituye especie lo que es accidental, así tampoco en el orden moral, en el que lo intencional es esencial, mientras que lo que cae fuera de la intención es, por así decirlo, accidental. Por eso el pecado de herejía es propiamente pecado especial, por el hecho de que intenta separar de la unidad realizada por la caridad. Esta no solamente une a las personas entre sí por el vínculo especial del amor espiritual, sino que une a toda la Iglesia en la unidad del Espíritu. Por tanto, se considerará como cismáticos en sentido estricto a quienes espontánea e intencionadamente se apartan de la unidad de la Iglesia, que es la unidad principal. En efecto, la unión particular de unos con otros está ordenada a la unidad de la Iglesia, del mismo modo que la organización de los miembros en el cuerpo natural está ordenada a la unidad de todo el cuerpo.

Por otra parte, la unidad de la Iglesia radica en dos cosas, es decir, en la conexión o comunicación de los miembros de la Iglesia entre sí y en la ordenación de todos ellos a una misma cabeza, a tenor de lo que escribe el Apóstol: Vanamente hinchado por su mente carnal, sin mantenerse unido a la Cabeza, de la cual todo el Cuerpo, por medio de junturas y ligamentos, recibe nutrición y cohesión para realizar su crecimiento en Dios (Col 2,18-19). Pues bien, esa Cabeza es Cristo mismo, cuyas veces desempeña en la Iglesia el Sumo Pontífice. Por eso se llama cismáticos a quienes rehusan someterse al Romano Pontífice y a los que se niegan a comunicar con los miembros de la Iglesia a él sometidos. (S. Th., II-II, q.39, a.1, resp.)


[Estos fragmentos han sido tomados de la Suma Teológica de Santo Tomás, en la segunda sección de la segunda parte. Pueden leerse en orden los fragmentos publicados haciendo clic aquí.]

Una respuesta inesperada: el odio no es pecado capital

Como queda expuesto (1-2 q.84 a.3 y 4) pecado capital es aquel del que con mayor frecuencia nacen otros pecados. Ahora bien, por una parte, el pecado va contra la naturaleza del hombre en cuanto animal racional; por otra, cuando se actúa contra la naturaleza lentamente se va corrompiendo lo que le pertenece, porque lo primero en la construcción es lo último en el derribo. Pues bien, lo primero y más natural en el hombre es amar el bien divino y el bien del prójimo. De ahí que el odio, que se opone a ese bien, no es lo primero en la destrucción de la virtud causada por los vicios, sino lo último. Por todo ello, el odio no es pecado capital. (S. Th., II-II, q.34, a.5, resp.)


[Estos fragmentos han sido tomados de la Suma Teológica de Santo Tomás, en la segunda sección de la segunda parte. Pueden leerse en orden los fragmentos publicados haciendo clic aquí.]