¿La paz, como tal, es una virtud?

Como queda expuesto (q.28 a.4), cuando se produce una serie de actos que proceden del mismo agente y bajo la misma modalidad, todos ellos proceden de una sola y única virtud, y cada uno no procede de una virtud particular. Esto se ve en la naturaleza: el fuego calentando licúa y dilata a la vez, y no hay en él una fuerza que licúe y otra que dilate, sino que todos esos efectos los produce el fuego por su fuerza única calentadora. Pues bien, dado que, como queda expuesto (a.3), la paz es efecto de la caridad por la razón específica de amor de Dios y del prójimo, no hay otra virtud distinta de la caridad que tenga como acto propio la paz, como dijimos también del gozo (q.28 a.4). (S. Th., II-II, q.29, a.4, resp.)


[Estos fragmentos han sido tomados de la Suma Teológica de Santo Tomás, en la segunda sección de la segunda parte. Pueden leerse en orden los fragmentos publicados haciendo clic aquí.]

¿Es la paz efecto propio de la caridad?

La paz, como queda dicho (a.1), implica esencialmente doble unión: la que resulta de la ordenación de los propios apetitos en uno mismo, y la que se realiza por la concordia del apetito propio con el ajeno. Tanto una como otra unión la produce la caridad. Produce la primera por el hecho de que Dios es amado con todo el corazón, de tal manera que todo lo refiramos a El, y de esta manera todos nuestros deseos convergen en el mismo fin. Produce también la segunda en cuanto amamos al prójimo como a nosotros mismos; por eso quiere cumplir el hombre la voluntad del prójimo como la suya. Por esta razón, entre los elementos de la amistad ha puesto el Filósofo, en IX Ethic., la identidad de gustos, y Tulio, en el libro De Amicitia, expone que entre amigos hay un mismo querer y un mismo no querer. (S. Th., II-II, q.29, a.3, resp.)


[Estos fragmentos han sido tomados de la Suma Teológica de Santo Tomás, en la segunda sección de la segunda parte. Pueden leerse en orden los fragmentos publicados haciendo clic aquí.]

¿La paz es lo mismo que la concordia?

La paz implica concordia y añade algo más. De ahí que, donde hay paz, hay concordia, pero no al revés, si entendemos en su verdadera acepción la palabra paz. La concordia propiamente dicha implica, es verdad, una relación a otro en el sentido de que las voluntades de varias personas se unen en un mismo consenso. Pero ocurre igualmente que el corazón de la misma persona tiende a cosas diferentes de dos modos. Primero: según las potencias apetitivas; y así, el apetito sensitivo las más de las veces tiende a lo contrario del apetito racional, según se expresa el Apóstol en Gál 5,17: La carne tiene tendencias contrarias a las del espíritu. El otro modo, en cuanto la misma potencia apetitiva, se dirige a distintos objetos apetecibles, que no puede alcanzar a la vez, y esto conlleva necesariamente contrariedad entre los movimientos del apetito. Ahora bien, la paz implica, por esencia, la unión de esos impulsos, ya que el corazón del hombre, aun teniendo satisfechos algunos de sus deseos, no tiene paz en tanto desee otra cosa que no puede tener a la vez. Esa unión, empero, no es de la esencia de la concordia. De ahí que la concordia entraña la unión de tendencias afectivas de diferentes personas, mientras que la paz, además de esa unión, implica la unión de apetitos en un mismo apetente. (S. Th., II-II, q.29, a.1, resp.)


[Estos fragmentos han sido tomados de la Suma Teológica de Santo Tomás, en la segunda sección de la segunda parte. Pueden leerse en orden los fragmentos publicados haciendo clic aquí.]

Mensaje para la Jornada Mundial por la Paz, edición 2019

MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO
PARA LA CELEBRACIÓN DE LA
52 JORNADA MUNDIAL DE LA PAZ

1 DE ENERO DE 2019

La buena política está al servicio de la paz

1. “Paz a esta casa”

Jesús, al enviar a sus discípulos en misión, les dijo: «Cuando entréis en una casa, decid primero: “Paz a esta casa”. Y si allí hay gente de paz, descansará sobre ellos vuestra paz; si no, volverá a vosotros» (Lc 10,5-6).

Dar la paz está en el centro de la misión de los discípulos de Cristo. Y este ofrecimiento está dirigido a todos los hombres y mujeres que esperan la paz en medio de las tragedias y la violencia de la historia humana[1]. La “casa” mencionada por Jesús es cada familia, cada comunidad, cada país, cada continente, con sus características propias y con su historia; es sobre todo cada persona, sin distinción ni discriminación. También es nuestra “casa común”: el planeta en el que Dios nos ha colocado para vivir y al que estamos llamados a cuidar con interés.

Por tanto, este es también mi deseo al comienzo del nuevo año: “Paz a esta casa”.

2. El desafío de una buena política

La paz es como la esperanza de la que habla el poeta Charles Péguy[2]; es como una flor frágil que trata de florecer entre las piedras de la violencia. Sabemos bien que la búsqueda de poder a cualquier precio lleva al abuso y a la injusticia. La política es un vehículo fundamental para edificar la ciudadanía y la actividad del hombre, pero cuando aquellos que se dedican a ella no la viven como un servicio a la comunidad humana, puede convertirse en un instrumento de opresión, marginación e incluso de destrucción.

Dice Jesús: «Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos» (Mc 9,35). Como subrayaba el Papa san Pablo VI: «Tomar en serio la política en sus diversos niveles -local, regional, nacional y mundial- es afirmar el deber de cada persona, de toda persona, de conocer cuál es el contenido y el valor de la opción que se le presenta y según la cual se busca realizar colectivamente el bien de la ciudad, de la nación, de la humanidad»[3].

En efecto, la función y la responsabilidad política constituyen un desafío permanente para todos los que reciben el mandato de servir a su país, de proteger a cuantos viven en él y de trabajar a fin de crear las condiciones para un futuro digno y justo. La política, si se lleva a cabo en el respeto fundamental de la vida, la libertad y la dignidad de las personas, puede convertirse verdaderamente en una forma eminente de la caridad.

3. Caridad y virtudes humanas para una política al servicio de los derechos humanos y de la paz

El Papa Benedicto XVI recordaba que «todo cristiano está llamado a esta caridad, según su vocación y sus posibilidades de incidir en la pólis. […] El compromiso por el bien común, cuando está inspirado por la caridad, tiene una valencia superior al compromiso meramente secular y político. […] La acción del hombre sobre la tierra, cuando está inspirada y sustentada por la caridad, contribuye a la edificación de esa ciudad de Dios universal hacia la cual avanza la historia de la familia humana»[4]. Es un programa con el que pueden estar de acuerdo todos los políticos, de cualquier procedencia cultural o religiosa que deseen trabajar juntos por el bien de la familia humana, practicando aquellas virtudes humanas que son la base de una buena acción política: la justicia, la equidad, el respeto mutuo, la sinceridad, la honestidad, la fidelidad.

A este respecto, merece la pena recordar las “bienaventuranzas del político”, propuestas por el cardenal vietnamita François-Xavier Nguyen Vãn Thuan, fallecido en el año 2002, y que fue un fiel testigo del Evangelio:

Bienaventurado el político que tiene una alta consideración y una profunda conciencia de su papel.
Bienaventurado el político cuya persona refleja credibilidad.
Bienaventurado el político que trabaja por el bien común y no por su propio interés.
Bienaventurado el político que permanece fielmente coherente.
Bienaventurado el político que realiza la unidad.
Bienaventurado el político que está comprometido en llevar a cabo un cambio radical.
Bienaventurado el político que sabe escuchar.
Bienaventurado el político que no tiene miedo[5].

Cada renovación de las funciones electivas, cada cita electoral, cada etapa de la vida pública es una oportunidad para volver a la fuente y a los puntos de referencia que inspiran la justicia y el derecho. Estamos convencidos de que la buena política está al servicio de la paz; respeta y promueve los derechos humanos fundamentales, que son igualmente deberes recíprocos, de modo que se cree entre las generaciones presentes y futuras un vínculo de confianza y gratitud.

4. Los vicios de la política

En la política, desgraciadamente, junto a las virtudes no faltan los vicios, debidos tanto a la ineptitud personal como a distorsiones en el ambiente y en las instituciones. Es evidente para todos que los vicios de la vida política restan credibilidad a los sistemas en los que ella se ejercita, así como a la autoridad, a las decisiones y a las acciones de las personas que se dedican a ella. Estos vicios, que socavan el ideal de una democracia auténtica, son la vergüenza de la vida pública y ponen en peligro la paz social: la corrupción —en sus múltiples formas de apropiación indebida de bienes públicos o de aprovechamiento de las personas—, la negación del derecho, el incumplimiento de las normas comunitarias, el enriquecimiento ilegal, la justificación del poder mediante la fuerza o con el pretexto arbitrario de la “razón de Estado”, la tendencia a perpetuarse en el poder, la xenofobia y el racismo, el rechazo al cuidado de la Tierra, la explotación ilimitada de los recursos naturales por un beneficio inmediato, el desprecio de los que se han visto obligados a ir al exilio.

5. La buena política promueve la participación de los jóvenes y la confianza en el otro

Cuando el ejercicio del poder político apunta únicamente a proteger los intereses de ciertos individuos privilegiados, el futuro está en peligro y los jóvenes pueden sentirse tentados por la desconfianza, porque se ven condenados a quedar al margen de la sociedad, sin la posibilidad de participar en un proyecto para el futuro. En cambio, cuando la política se traduce, concretamente, en un estímulo de los jóvenes talentos y de las vocaciones que quieren realizarse, la paz se propaga en las conciencias y sobre los rostros. Se llega a una confianza dinámica, que significa “yo confío en ti y creo contigo” en la posibilidad de trabajar juntos por el bien común. La política favorece la paz si se realiza, por lo tanto, reconociendo los carismas y las capacidades de cada persona. «¿Hay acaso algo más bello que una mano tendida? Esta ha sido querida por Dios para dar y recibir. Dios no la ha querido para que mate (cf. Gn 4,1ss) o haga sufrir, sino para que cuide y ayude a vivir. Junto con el corazón y la mente, también la mano puede hacerse un instrumento de diálogo»[6].

Cada uno puede aportar su propia piedra para la construcción de la casa común. La auténtica vida política, fundada en el derecho y en un diálogo leal entre los protagonistas, se renueva con la convicción de que cada mujer, cada hombre y cada generación encierran en sí mismos una promesa que puede liberar nuevas energías relacionales, intelectuales, culturales y espirituales. Una confianza de ese tipo nunca es fácil de realizar porque las relaciones humanas son complejas. En particular, vivimos en estos tiempos en un clima de desconfianza que echa sus raíces en el miedo al otro o al extraño, en la ansiedad de perder beneficios personales y, lamentablemente, se manifiesta también a nivel político, a través de actitudes de clausura o nacionalismos que ponen en cuestión la fraternidad que tanto necesita nuestro mundo globalizado. Hoy más que nunca, nuestras sociedades necesitan “artesanos de la paz” que puedan ser auténticos mensajeros y testigos de Dios Padre que quiere el bien y la felicidad de la familia humana.

6. No a la guerra ni a la estrategia del miedo

Cien años después del fin de la Primera Guerra Mundial, y con el recuerdo de los jóvenes caídos durante aquellos combates y las poblaciones civiles devastadas, conocemos mejor que nunca la terrible enseñanza de las guerras fratricidas, es decir que la paz jamás puede reducirse al simple equilibrio de la fuerza y el miedo. Mantener al otro bajo amenaza significa reducirlo al estado de objeto y negarle la dignidad. Es la razón por la que reafirmamos que el incremento de la intimidación, así como la proliferación incontrolada de las armas son contrarios a la moral y a la búsqueda de una verdadera concordia. El terror ejercido sobre las personas más vulnerables contribuye al exilio de poblaciones enteras en busca de una tierra de paz. No son aceptables los discursos políticos que tienden a culpabilizar a los migrantes de todos los males y a privar a los pobres de la esperanza. En cambio, cabe subrayar que la paz se basa en el respeto de cada persona, independientemente de su historia, en el respeto del derecho y del bien común, de la creación que nos ha sido confiada y de la riqueza moral transmitida por las generaciones pasadas.

Asimismo, nuestro pensamiento se dirige de modo particular a los niños que viven en las zonas de conflicto, y a todos los que se esfuerzan para que sus vidas y sus derechos sean protegidos. En el mundo, uno de cada seis niños sufre a causa de la violencia de la guerra y de sus consecuencias, e incluso es reclutado para convertirse en soldado o rehén de grupos armados. El testimonio de cuantos se comprometen en la defensa de la dignidad y el respeto de los niños es sumamente precioso para el futuro de la humanidad.

7. Un gran proyecto de paz

Celebramos en estos días los setenta años de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que fue adoptada después del segundo conflicto mundial. Recordamos a este respecto la observación del Papa san Juan XXIII: «Cuando en un hombre surge la conciencia de los propios derechos, es necesario que aflore también la de las propias obligaciones; de forma que aquel que posee determinados derechos tiene asimismo, como expresión de su dignidad, la obligación de exigirlos, mientras los demás tienen el deber de reconocerlos y respetarlos»[7].

La paz, en efecto, es fruto de un gran proyecto político que se funda en la responsabilidad recíproca y la interdependencia de los seres humanos, pero es también un desafío que exige ser acogido día tras día. La paz es una conversión del corazón y del alma, y es fácil reconocer tres dimensiones inseparables de esta paz interior y comunitaria:

— la paz con nosotros mismos, rechazando la intransigencia, la ira, la impaciencia y -como aconsejaba san Francisco de Sales- teniendo “un poco de dulzura consigo mismo”, para ofrecer “un poco de dulzura a los demás”;

— la paz con el otro: el familiar, el amigo, el extranjero, el pobre, el que sufre…; atreviéndose al encuentro y escuchando el mensaje que lleva consigo;

— la paz con la creación, redescubriendo la grandeza del don de Dios y la parte de responsabilidad que corresponde a cada uno de nosotros, como habitantes del mundo, ciudadanos y artífices del futuro.

La política de la paz -que conoce bien y se hace cargo de las fragilidades humanas- puede recurrir siempre al espíritu del Magníficat que María, Madre de Cristo salvador y Reina de la paz, canta en nombre de todos los hombres: «Su misericordia llega a sus fieles de generación en generación. Él hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes; […] acordándose de la misericordia como lo había prometido a nuestros padres en favor de Abrahán y su descendencia por siempre» (Lc 1,50-55).

Vaticano, 8 de diciembre de 2018

[1] Cf. Lc 2,14: «Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad».

[2] Cf. Le Porche du mystère de la deuxième vertu, París 1986.

[3] Carta ap. Octogesima adveniens (14 mayo 1971), 46.

[4] Carta enc. Caritas in veritate (29 junio 2009), 7.

[5] Cf. Discurso en la exposición-congreso “Civitas” de Padua: “30giorni” (2002), 5.

[6] Benedicto XVI, Discurso a las Autoridades de Benín (Cotonou, 19 noviembre 2011).

[7] Carta enc. Pacem in terris (11 abril 1963), 44.

LA GRACIA del Viernes 26 de Octubre de 2018

La comunidad se fortalece primero por la humildad, en entender la fragilidad de la historia de mi hermano para luego tratar de construir un bien en él y en todos mis hermanos.

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LA GRACIA del Martes 23 de Octubre de 2018

El camino por el cual Cristo ha traído la paz pasa por el conocimiento profundo de mi miseria, el arrepentimiento y por la dulce aceptación de su amor redentor en la cruz.

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LA GRACIA del Lunes 4 de Junio de 2018

Los cristianos no vamos por el mundo arrastrando una existencia, esperando la muerte; vamos con una experiencia de vida perdurable y con la certeza de que somos hijos de Dios.

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Misión de Reconciliación en Colombia

Predicaciones preparatorias al Triduo Pascual 2018, en Barrancabermeja, departamento de Santander, Colombia.

A. La reconciliación, camino hacia la paz

La reconciliación es descubrimiento, decisión, camino y regalo.

1. Es un DESCUBRIMIENTO. Cuando uno se da cuenta que la agresividad solo conduce a una espiral de violencia, ve que el único futuro posible pasa por el diálogo y la reconciliación.

2. Es una DECISIÓN. Emprender el camino que lleva finalmente a la paz implica dos cosas: detener la injusticia y detener la violencia. Especialmente en esta fase es de inmensa ayuda la fe cristiana.

Detener la injusticia re quiere, en efecto, tres cosas: (1) Resistir las tentaciones propias de la codicia y el orgullo porque es un hecho que las injusticias nacen del deseo de poseer más y de sentirse superior a otros. (2) No dejarse vencer por las presiones y seducciones de amigos o parientes que invitan, seducen o empujan hacia las ganancias injustamente conseguidas. (3) Estar por encima de las amenazas con que los poderosos pretenden doblegarnos para hacernos cómplices de sus fechorías.

Detener la violencia es difícil porque implica la resolución de no transmitir a otros el daño que uno mismo ha recibido. Este padecer sin desquitarse ni herir a otros está muy presente en la Pasión de Cristo, y uno puede recibirlo principalmente de Él.

3. La reconciliación es un CAMINO, que empieza como reconciliación con DIOS porque ciertamente son nuestros planes caprichosos y miopes los que han terminado extraviándonos y poniéndonos en ruta de conflicto con el prójimo.

Luego viene la reconciliación con uno mismo: con su pasado, su origen, su sexo, su país. Una persona en guerra permanente con algo de sí mismo no es un agente de paz.

Luego viene aprender a convivir con las diferencias de prioridades, gustos y pensamientos de las personas. Para esto se necesita sabiduría, compasión y humildad.

Y luego viene aprender a avanzar en la reconciliación con los enemigos, sobre lo cual es necesario hablar más extensamente en otro momento.

4. La reconciliación es entonces REGALO: al contacto con el amor gratuito de Dios aprendemos y recibimos la fuerza para ser puente y camino para nuestros hermanos.

B. Espacios de reconciliación

* La decisión de emprender el camino de la reconciliación implica detener la injusticia y detener la violencia.

* Como la reconciliación es un camino, debemos afirmar que el proceso de reconciliarnos sigue la lógica de la semilla que crece. Por eso hay que crear espacios de reconciliación.

* ¿Cuáles son estos espacios?

(1) El corazón. Atención a los signos que denuncian que el corazón está en conflicto interno: huidas, dependencias, miedos no reconocidos, frustraciones en penumbra. La respuesta es el verdadero conocimiento de sí mismo, de la mano de Jesucristo. Iluminar y sanar son verbos claves aquí.

(2) La pareja. No caer en la tentación del igualitarismo que se imagina que las tensiones e injusticias entre sexos se resuelven mágicamente distribuyendo todo en el hogar y en la sociedad por mitades. La verdadera respuesta es que cada uno reciba en proporción a su necesidad y que cada uno de según su talento y capacidad.

(3) La familia. Dos cosas hay que cuidar principalmente: primero, que la comunicación esté abierta en momentos acordados y respetados; por decir algo: estar de acuerdo en que durante las comidas compartidas no se utilizan artefactos electrónicos. En segundo lugar, que la familia sea escuela de lo que parece elemental pero que es básico para la sociedad: aquellas palabras como “por favor,” “discúlpame,” “gracias,” y tantas otras.

(4) La comunidad / La parroquia. En cuanto a nuestras comunidades, cuidarnos sobre todo de la murmuración, Utilizar el triple filtro antes de dar oído a chismes: ¿Lo que me vas a contar es verdad? ¿Es útil? ¿La persona implicada quiso que me lo contaras?

(5) La sociedad. Sobre este tema desarrollaremos nuestra siguiente predicación.

C. Nuestra fe y el camino hacia una sociedad más justa y reconciliada

* Hay un hecho que no vamos a cambiar sólo con quererlo: vivimos en una sociedad en la que hay distintas formas de pensar y de creer. ¿Cuál ha de ser nuestra actitud como cristianos en la búsqueda del mayor bien común posible? Hay cinco claves:

1. Respetamos y exigimos respeto. No nos avergonzamos de nuestra fe pero tampoco pretendemos imponerla por la fuerza. Sabemos que tenemos el derecho y el deber de ofrecer a los demás el tesoro de la fe que hemos recibido.

2. La primera evangelización es nuestra propia vida: (1) Que se nota que somos gente de principios claros y sanos. (2) Que somos formados y no estamos en la Iglesia simplemente por inercia o por manipulación. (3) Que hable nuestro comportamiento, y en particular, que sean patentes en nosotros las virtudes humanas (prudencia, justicia, fortaleza y dominio de sí mismo) y teologales (fe, esperanza, caridad). (4) Que brille la coherencia entre lo que pensamos y lo que decimos; entre lo que sentimos y lo que pensamos; entre lo que decimos y lo que hacemos. (5) Que se irradie en nosotros la alegría de la Buena Noticia.

3. Dar el primer paso. “Primerear.” Tomar iniciativas, en lo personal, en lo familiar, en lo social para mostrar la misericordia, la cercanía y la alegría del Evangelio al que más lo necesita cuando más lo necesita.

4. Necesitamos excelencia. Nuestra presencia en la sociedad no puede ser ni de lastre ni del montón. Católicos convencidos, destacados en las diversas áreas de la actividad humana, y capaces de dar razón de su fe y su esperanza.

5. Tener la audacia de perdonar. Ayuda mucho en esto la oración que libera el corazón de amarguras: Señor, cumple tu voluntad en ______.

Consignas de vida cristiana: real y cotidiana

Tarea del cristiano: ahogar el mal en abundancia de bien. No se trata de campañas negativas, ni de ser antinada. Al contrario: vivir de afirmación, llenos de optimismo, con juventud, alegría y paz; ver con comprensión a todos: a los que siguen a Cristo y a los que le abandonan o no le conocen. -Pero comprensión no significa abstencionismo, ni indiferencia, sino actividad.

Por caridad cristiana y por elegancia humana, debes esforzarte en no crear un abismo con nadie…, en dejar siempre una salida al prójimo, para que no se aleje aún más de la Verdad.

La violencia no es buen sistema para convencer…, y mucho menos en el apostolado.

Con la polémica agresiva, que humilla, raramente se resuelve una cuestión. Y, desde luego, nunca se alcanza esclarecimiento cuando, entre los que disputan, hay un fanático.

No me explico tu enfado, ni tu desencanto. Te han correspondido con tu misma moneda: el deleite en las injurias, a través de la palabra y de las obras. Aprovecha la lección y, en adelante, no me olvides que también tienen corazón los que contigo conviven.

Más pensamientos de San Josemaría.

La fuente de la paz

Cuando te abandones de verdad en el Señor, aprenderás a contentarte con lo que venga, y a no perder la serenidad, si las tareas -a pesar de haber puesto todo tu empeño y los medios oportunos- no salen a tu gusto… Porque habrán “salido” como le conviene a Dios que salgan.

Más pensamientos de San Josemaría.

Tres escenas de paz

Si gracias a tu mirada fija en Dios sabes mantenerte sereno ante las preocupaciones; si aprendes a olvidar las pequeñeces, los rencores y las envidias, te ahorrarás la pérdida de muchas energías, que te hacen falta para trabajar con eficacia, en servicio de los demás.

Aquel amigo nos confiaba sinceramente que jamás se había aburrido, porque nunca se había encontrado solo, sin nuestro Amigo. -Caía la tarde, con un silencio denso… Notaste muy viva la presencia de Dios… Y, con esa realidad, ¡qué paz!

Un saludo vibrante de un hermano te recordó, en aquel ambiente viajero, que los caminos honestos del mundo están abiertos para Cristo: únicamente falta que nos lancemos a recorrerlos, con espíritu de conquista. Sí: Dios ha creado el mundo para sus hijos, para que lo habiten y lo santifiquen: entonces, ¿a qué esperas?

Más pensamientos de San Josemaría.

Sugerencias para la paz interior

Fomenta, en tu alma y en tu corazón -en tu inteligencia y en tu querer-, el espíritu de confianza y de abandono en la amorosa Voluntad del Padre celestial… -De ahí nace la paz interior que ansías.

¿Cómo vas a tener paz, si te dejas arrastrar por esas pasiones, que ni siquiera intentas dominar? El cielo empuja para arriba; tú, para abajo… -Y de este modo te desgarras.

Aleja enseguida de ti el temor y la perturbación de espíritu…: evita de raíz esas reacciones, pues sólo sirven para multiplicar las tentaciones y acrecentar el peligro.

Aunque todo se hunda y se acabe, aunque los acontecimientos sucedan al revés de lo previsto, con tremenda adversidad, nada se gana angustiándose.

Más pensamientos de San Josemaría.

¿Por que la resistencia al Acuerdo de Paz con las FARC?

Fr. Nelson: ha sido muy notoria su postura crítica hacia e Acuerdo de Paz entre el gobierno colombiano y las FARC, hasta el punto de que uno no duda de la inclinación suya por el NO en el plebiscito del 2 de octubre próximo. ¿No cree usted en la necesidad del perdón y de la reconciliación, no sólo como colombiano sino como creyente y como sacerdote que ha predicado muchas veces sobre la misericordia? — EC.

* * *

El problema es más complejo que el cese de la guerra, que es la manera como todo esto se ha presentado ante los medios de comunicación. No hace mucho he publicado estas actualizaciones en mi Facebook:

Lo que pasa con mi idea de la #PazParaColombia es que yo no quiero que a los 250 mil muertos adultos les sigan millones de fetos asesinados.

En mi concepto, la #PazParaColombia pasa por fortalecer y no debilitar la familia; y por dar cimiento moral claro y no confuso a los niños.

Es deber de la Iglesia preguntar siempre: ¿quiénes se nos están olvidando? A menudo, la respuesta es: los no-nacidos. #PazParaColombia

¡Yo quiero que acabe la guerra con las FARC! Lo que no quiero es que empiece otra guerra contra el matrimonio o los niños. #PazParaColombia

Por otra parte, no se puede despreciar la dimensión de impunidad y de cinismo que todo este proceso lleva por dentro. Lo que yo esperaría, como cristiano y como colombiano es algo tan sencillo y elocuente como esto, en boca de las FARC: “Colombia, pedimos perdón por el daño causado, y en especial manifestamos nuestro arrepentimiento a las víctimas. Por ello:

1. Bajo veeduría internacional entregamos nuestras armas, que han sido herramientas de muerte.

2. Hoy mismo quedan libres de nuestras filas todos los menores de edad.

3. Bajo veeduría internacional, abrimos nuestra contabilidad para que se cree un fondo de reparación monetaria a quienes han perdido parientes, o necesitan tratamientos médicos o psicológicos.

4. Durante el tiempo que sea necesario nuestros excombatientes ayudarán en el largo proceso de eliminación de las minas antipersonales.

5. Obraremos junto al gobierno nacional para lograr con la mayor diligencia y prontitud posible, lo que nos corresponde en cuanto a restitución de tierras, sobre la base de la documentación que declara quiénes eran sus legítimos poseedores.

6. Colaboraremos con los servicios de inteligencia del Estado colombiano para impedir que los frentes rebeldes de las FARC, es decir, los que no se acojan a este Acuerdo, puedan realizar actividades ilícitas o contrarias a la paz que aquí se proclama.

7. Igualmente colaboraremos con el Estado para la efectiva desarticulación de las redes de narcotráfico de las que hicimos parte o que en cualquier sentido usamos o auspiciamos. También por esto pedimos perdón no sólo a nuestro país sino a los muchos miles de personas afectadas.

8. Dejamos el futuro de nuestros combatientes y de nuestros jefes en manos de un tribunal internacional de justicia transicional, con la seguridad de que el presente Acuerdo tiene un significado y un peso directo en la evaluación de nuestra responsabilidad ante la Historia.

9. De ninguna manera renunciamos a nuestros ideales de justicia social y transformación de Colombia en un país que responda a la magnitud de sus recursos y posibilidades. Por eso esocgemos servir al país por las vías del derecho, la protesta pacífica y la presencia política.

10. Entendemos que los procesos de reconciliación y de regeneración del tejido social requieren de tiempo; por eso también entendemos a quienes sienten desconfianza o conservan animosidad hacia nosotros. A estos les pedimos simplemente que, habiendo leído y entendido los 9 puntos anteriores, no prejuzguen nuestras intenciones sino que nos permitan ayudar a construir, junto a ellos y junto a todos, un país y una sociedad en paz.”

Ese fue el Acuerdo que no existió y porque no existió todos estamos perdiendo gravemente.

La aportación de la Iglesia a la paz

516 La promoción de la paz en el mundo es parte integrante de la misión con la que la Iglesia prosigue la obra redentora de Cristo sobre la tierra. La Iglesia, en efecto, es, en Cristo « “sacramento”, es decir signo e instrumento de paz en el mundo y para el mundo ».1089 La promoción de la verdadera paz es una expresión de la fe cristiana en el amor que Dios nutre por cada ser humano. De la fe liberadora en el amor de Dios se desprenden una nueva visión del mundo y un nuevo modo de acercarse a los demás, tanto a una sola persona como a un pueblo entero: es una fe que cambia y renueva la vida, inspirada por la paz que Cristo ha dejado a sus discípulos (cf. Jn 14,27). Movida únicamente por esta fe, la Iglesia promueve la unidad de los cristianos y una fecunda colaboración con los creyentes de otras religiones. Las diferencias religiosas no pueden y no deben constituir causa de conflicto: la búsqueda común de la paz por parte de todos los creyentes es un decisivo factor de unidad entre los pueblos.1090 La Iglesia exhorta a personas, pueblos, Estados y Naciones a hacerse partícipes de su preocupación por el restablecimiento y la consolidación de la paz destacando, en particular, la importante función del derecho internacional.1091

517 La Iglesia enseña que una verdadera paz es posible sólo mediante el perdón y la reconciliación.1092 No es fácil perdonar a la vista de las consecuencias de la guerra y de los conflictos, porque la violencia, especialmente cuando llega « hasta los límites de lo inhumano y de la aflicción »,1093 deja siempre como herencia una pesada carga de dolor, que sólo puede aliviarse mediante una reflexión profunda, leal, valiente y común entre los contendientes, capaz de afrontar las dificultades del presente con una actitud purificada por el arrepentimiento. El peso del pasado, que no se puede olvidar, puede ser aceptado sólo en presencia de un perdón recíprocamente ofrecido y recibido: se trata de un recorrido largo y difícil, pero no imposible.1094

518 El perdón recíproco no debe anular las exigencias de la justicia, ni mucho menos impedir el camino que conduce a la verdad: justicia y verdad representan, en cambio, los requisitos concretos de la reconciliación. Resultan oportunas las iniciativas que tienden a instituir Organismos judiciales internacionales. Semejantes Organismos, valiéndose del principio de jurisdicción universal y apoyados en procedimientos adecuados, respetuosos de los derechos de los imputados y de las víctimas, pueden encontrar la verdad sobre los crímenes perpetrados durante los conflictos armados.1095 Es necesario, sin embargo, ir más allá de la determinación de los comportamientos delictivos, ya sean de acción o de omisión, y de las decisiones sobre los procedimientos de reparación, para llegar al restablecimiento de relaciones de recíproco entendimiento entre los pueblos divididos, en nombre de la reconciliación.1096 Es necesario, además, promover el respeto del derecho a la paz: este derecho « favorece la construcción de una sociedad en cuyo seno las relaciones de fuerza se sustituyen por relaciones de colaboración con vistas al bien común ».1097

519 La Iglesia lucha por la paz con la oración. La oración abre el corazón, no sólo a una profunda relación con Dios, sino también al encuentro con el prójimo inspirado por sentimientos de respeto, confianza, comprensión, estima y amor.1098 La oración infunde valor y sostiene a « los verdaderos amigos de la paz »,1099 a los que tratan de promoverla en las diversas circunstancias en que viven. La oración litúrgica es « la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza »; 1100 en particular la celebración eucarística, « fuente y cumbre de toda la vida cristiana »,1101 es el manantial inagotable de todo auténtico compromiso cristiano por la paz.1102

520 Las Jornadas Mundiales de la Paz son celebraciones de especial intensidad para orar invocando la paz y para comprometerse a construir un mundo de paz. El Papa Pablo VI las instituyó con el fin de « dedicar a los pensamientos y a los propósitos de la Paz, una celebración particular en el día primero del año civil ».1103 Los Mensajes Pontificios para esta ocasión anual constituyen una rica fuente de actualización y desarrollo de la doctrina social, e indican la constante acción pastoral de la Iglesia en favor de la paz: « La Paz se afianza solamente con la paz; la paz no separada de los deberes de justicia, sino alimentada por el propio sacrificio, por la clemencia, por la misericordia, por la caridad ».1104

NOTAS para esta sección

1089Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2000, 20: AAS 92 (2000) 369.

1090Cf. Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1988, 3: AAS 80 (1988) 282-284.

1091Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2004, 9: AAS 96 (2004) 120.

1092Cf. Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2002, 9: AAS 94 (2002) 136-137; Id., Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2004, 10: AAS 96 (2004) 121.

1093Juan Pablo II, Carta con ocasión del 50º Aniversario del comienzo de la Segunda Guerra Mundial, 2: AAS 82 (1990) 51.

1094Cf. Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1997, 3: AAS 89 (1997) 193.

1095Cf. Pío XII, Discurso al VI Congreso internacional de derecho penal (3 de octubre de 1953): AAS 65 (1953) 730-744; Juan Pablo II, Discurso al Cuerpo Diplomático (13 de enero de 1997), 4: AAS 89 (1997) 474-475; Id., Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1999, 7: AAS 91 (1999) 382.

1096Cf. Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada de la Paz 1997, 3. 4. 6: AAS 89 (1997) 193. 196-197.

1097Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada de la Paz 1999, 11: AAS 91 (1999) 385.

1098Cf. Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1992, 4: AAS 84 (1992) 323-324.

1099Pablo VI, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1968: AAS 59 (1967) 1098.

1100Concilio Vaticano II, Const. Sacrosanctum Concilium, 10: AAS 56 (1964) 102.

1101Concilio Vaticano II, Const. dogm. Lumen gentium, 11: AAS 57 (1965) 15.

1102La celebración Eucarística comienza con un saludo de paz, el saludo de Cristo a sus discípulos. El Gloria es una petición de paz para todo el pueblo de Dios sobre la tierra. En las anáforas de la Misa, la oración por la paz se estructura rezando por la paz y la unidad de la Iglesia; por la paz de toda la familia de Dios en esta vida; por el progreso de la paz y la salvación del mundo. Durante el rito de la comunión, la Iglesia ora para que el Señor dé « la paz en nuestros días » y recuerda el don de Cristo que consiste en su paz, invocando « la paz y la unidad » de su Reino. La Asamblea ora también para que el Cordero de Dios quite los pecados del mundo y « dé la paz ». Antes de la comunión, toda la asamblea intercambia un saludo de paz; la celebración Eucarística se concluye despidiendo a la Asamblea en la paz de Cristo. Son muchas las oraciones que, durante la Santa Misa, invocan la paz en el mundo; en ellas, la paz se halla a veces asociada a la justicia, como, por ejemplo, la oración colecta del octavo domingo del Tiempo Ordinario, con la cual la Iglesia pide a Dios que los acontecimientos de este mundo se realicen siempre bajo el signo de la justicia y de la paz, según su voluntad.

1103Pablo VI, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1968: AAS 59 (1967) 1100.

1104Pablo VI, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1976: AAS 67 (1975) 671.


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