Acepta mis días

Señor,

Estoy cansado. Es tarde, muy tarde y estoy cansado.

Pero feliz. Es tarde y estoy feliz. Te entrego mi diario, mi día, mi noche, mi cansancio, mi descanso.

Acepta mis días. Los bellos, los grises; los que brotan cargados de ilusión y luego se hunden en el silencio anodino de brumas mediocres; los que nacen opacos y luego se cargan de luces y sueños.

Recibe mi tiempo, mi espera, mi esperanza, mi desespero, mi impaciencia, mi padecer, mi parecer…

Dios, estoy cansado. No hablo bien, lo sé; pero te quiero todo lo que te puedo querer.

Un nuevo camino

Se acerca ya el segundo aniversario de este blog. Dos años en línea, por bondad de mi Dios.

Entrego gustosamente en manos de la Santísima Virgen María este caminar que me ha puesto en contacto con tanta gente hermosa.

Amanecer a 8.000 mts. de altura

Como el viaje desde Asunción, en el Paraguay, hasta Sao Paulo, en Brasil, camino a Colombia, va de Occidente a Oriente, puedo decir que hemos viajado hacia la luz.

Cuando salimos de Asunción era noche cerrada y el amanecer nos sorprendió a 8.000 mts. de altura. Una cinta rosada, un dibujo en el horizonte, seguido del suave azul que anuncia la llegada de sol. Y el sol, de puro grande puede ser sencillo y de puro bello se vuelve discreto…

El agua de ríos y lagunas se transforma en espejo que devuelve el infinito hacia el firmamento, donde las estrellas aún se resisten en su feudo y pugnan por lo que es suyo.

Y las nubes, tan pequeñas y tantas! ¿Por qué serán tantas? Parecen lana que una mano gigantesca hubiera dejado caer con caprichoso mimo sobre la jungla verde, escandalosamente joven, desenfadadamente bella.

Las nubes, tan humildes y tan puras, esperan en silencio que alguien les regale color. El sol las saluda desde lejos con rayos de sangre. Es el precio que pagan temprano en la mañana y al morir de la tarde…

Uno siente de repente que arriba de esas nubes el mundo deviene monasterio. Todo aguarda en silencio, casto y obediente silencio, digno coro de ángeles santos.

Sólo una palabra resuena con fuerza, aquella palabra del salmo: “¡Gloria!”. Sí, verdaderamente “el cielo proclama la gloria de Dios”. Una conmoción te recorre, casi hasta las lágrimas, y a pesar del cansancio de los días pasados, es imposible dormir ante el espectáculo de una belleza que simplemente se ofrece. Nada pide de ti. Es discreta y elocuente.

Y conmueve también pensar que esa cinta rosada, esa aurora de gracia, recorre sin cesar nuestro planeta. Siempre está amaneciendo, en alguna parte.

He encontrado la luz, pero la línea del alba va ahora detrás de nosotros, buscando otros pueblos, buscando otros ojos… quizá distraídos, quizá ocupados en sus propios problemas, incapaces de agradecer y de admirar la hermosura del nuevo día.

La cinta rosada, la cinta del alba, recorre el mundo sin cesar: un anuncio de misericordia y de belleza recorre el mundo sin cesar. Es Dios mismo acariciando la tierra. Porque “tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo Único…”.

Esa caricia de luz es un recuerdo también de la presencia de Jesucristo. Es Él quien ha vencido a la noche; es Él quien ha traído la luz. En pocos momentos como en éste se siente con tanta fuerza que Él es nuestro día. Y que el Día de Cristo nunca termina.

Rostro de Pascua

Salvados por la Misericordia

“Llevas cara de contento,”

le decían por la mañana,

y la gente preguntaba

qué le pasaría de nuevo.

“¿Ganaste, pues, la lotería,

o encontraste tu princesa?

Pues sonrisa y cara llevas

como el sol que alumbra el día.”

“Otro sol he descubierto,

–respondió el tan aludido–

¿me crees si yo te digo:

que ahora vivo y era muerto?

“A los pies de aquel sagrario

encontré tan grande amor,

y el Señor, que allí me amó

me mandó al confesionario,

“Y me habló como un amigo,

me mostró su augusta cruz,

me bañó de gracia y luz

y me envió como testigo.

“Y aunque todo parezca oscuro

hay vida, y gracia, y perdón,

que Dios sigue siendo Dios

aunque el mundo sea siempre mundo.”

Fr. Nelson Medina F., O.P.

Una Gran Maravilla

Te amamos, Jesucristo

Es una gran maravilla,

y yo no quiero olvidarlo,

un milagro cada día,

que sigue siendo milagro.

Se llama Eucaristía

y es Cristo que se ha dado

como Fuente de la Vida

de la Luz y del Remanso.

Es el Hijo de María,

es el Dios bien humanado,

es la gracia que visita

y el Cordero Inmaculado.

Y sé que no acabaría

de exaltar bien a mi Amado

ni con todas las poesías

o los más hermosos cantos.

En el Cielo hay tantos días

por un motivo muy claro:

porque allá nunca termina

la alabanza a Cristo Santo.

Fr. Nelson Medina, O.P.

A la hora de mi muerte, llámame

Esta plegaria la escribí hace unos años y la siento hoy tan actual como el primer día.

Oración al dejar esta tierra

¡Oh Señor Jesucristo!

Llegado el momento de partir de esta tierra hacia tu cielo, recuerdo y bendigo el día glorioso en que quisiste venir del cielo a la tierra, a recorrer nuestros caminos para hacerte Camino nuestro, a sanar nuestras heridas con óleo de tu Santo Espíritu, a rescatarnos de la ceguera con la luz del padre Eterno, y a cantar el sublime canto de la redención desde el altar augusto de la Cruz.

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