Germanwings, vuelo 4U 9525

En días recientes el mundo ha presenciado con ojos desconcertados una catástrofe que parece tomada de una película de terror: según las evidencias actualmente disponibles, el copiloto de un avión comercial ha decidido suicidarse estrellando el avión que en ese momento estaba completamente a su cargo, después de impedir deliberadamente que el piloto pudiera regresar a la cabina de mando; así han muerto con él 149 inocentes. Hasta el momento no hay señal ni razón alguna que ayude a comprender su fatal decisión por lo que el trágico accidente no puede ser calificado de acto terrorista sino de algo así como un acto demencial a la máxima potencia. La investigación se encamina en este momento a tratar de indagar los motivos y circunstancias que pudieron llevar a ese hombre a actuar de un modo tan absurdo y tan cruel.

Es difícil asomarse al abismo de dolor y al pozo oscuro de preguntas que deben estar persiguiendo a los parientes y amigos de aquellos desventurados pasajeros. Es aún más difícil tratar de imaginar el infierno que experimentaron aquellos viajeros que de repente tuvieron la certeza espantosa de que su viaje iba a terminar demasiado pronto y que jamás llegarían al destino planeado. Un acto absurdo, una voluntad impuesta de muerte los obligó a desembarcarse de esta vida en circunstancias de un horror sin límites. ¿Qué pensamientos cruzaron por aquellas mentes exasperadas, llegadas al colmo de la angustia, sencillamente condenadas a morir? ¿A quiénes recordaron? ¿Con qué imagen quisieron o tuvieron que despedirse de su paso por esta tierra? ¿Hubo creyentes entre ellos? ¿Se elevaron súplicas a Dios, primero para que los salvara de semejante momento, y luego, al ver llegar lo inevitable a 800 kilómetros por hora, para que se apiadara de ellos en la hora de entrar a la eternidad?

¿Y qué hay de ese otro abismo, el de la mente del suicida que llevó a la muerte a sus compañeros de vuelo, incluyendo al piloto con el que había conversado minutos atrás de modo amigable e informal? Apenas sucedido el accidente, las entrevistas de los periodistas buscaban con afán a mecánicos, ingenieros y técnicos de aviación. Ahora sabemos que todo apunta a que el desperfecto no estaba en las máquinas. Los motores, cables y estructuras estaban en buenas condiciones; el corazón, la mente y las decisiones de quien iba a manejar toda esa maravilla tecnológica, no lo estaban. Ironía de nuestra sociedad: hacemos naves con alto grado de perfección pero alguna vez las entregamos a pilotos con terribles desperfectos. Por eso, con referencia este caso, los periodistas ya no preguntan a los ingenieros sino que interrogan a psicólogos, sobre todo a aquellos que parecen tener mas conocimiento de la gravedad de la depresión, o de la capacidad de mentira y máscara que tiene el ser humano.

No te quedes mirando la máquina; mira a quien debe guiarla. Tener un buen avión es el logro de nuestra sociedad; nos falta todavía saber cómo podemos tener magníficos seres humanos que guíen esos magníficos aparatos. El avión es un medio; corresponde al piloto llevarlo a su meta o destino. Y la meta puede ser un feliz aterrizaje, seguido de abrazos y risas; o puede ser un lugar remoto en los Alpes, seguido de lágrimas de rabia y desconsuelo.

Tenemos cada vez herramientas y medios mejores, como nuestros aviones, pero nos estamos olvidando demasiado de los fines, los propósitos, los genuinos valores. ¿De qué sirven los GPS, radares, mapas y brújulas de la máquina si el corazón ha perdido su brújula, o si su único Norte es la muerte y la nada?

Somos una sociedad desorientada y perpetuamente distraída que se olvida de que ha perdido su brújula mirando con orgullo las brújulas de los aparatos. Muchas personas han perdido todo motivo para seguir adelante pero se distraen viendo que por lo menos la batería de su celular está bien cargada. Multitud de jóvenes no saben qué es valioso en la vida pero, en triste compensación, sí saben cómo ganar puntos en el videojuego de moda. Estamos orgullosos de conquistar la materia pero esa arrogancia nos ha hecho descuidar nuestra dimensión más espiritual y permanente.

Nada que yo diga; nada que nadie diga podrá devolver a las familias en luto el abrazo de sus seres queridos. Pero si queremos que algo bueno brote en aquel rincón perdido de los Alpes franceses esta puede ser la lección: No descuides tu herramienta pero cuida aún más a quien ha de usarla. Atiende los medios y caminos pero pon tu corazón en la meta verdadera.

Para quienes hemos recibido el don de la fe, esa meta tiene nombre propio: Jesucristo.

Que sea esta la sobria meditación de nuestra Semana Santa, y que el Señor nos conceda renovarnos en su Pascua. Amén.

Estas cosas se decían en el 55 a.C.

El presupuesto debe equilibrarse,
el Tesoro debe ser reaprovisionado,
la deuda pública debe ser disminuida,
la arrogancia de los funcionarios públicos
debe ser moderada y controlada,
y la ayuda a otros países debe eliminarse,
para que Roma no vaya a la bancarrota.
La gente debe aprender nuevamente a trabajar,
en lugar de vivir a costa del Estado…

[Marco Tulio Cicerón]

La crisis de fondo

“La crisis que aún perdura en economía y en política, y lo que nos queda -ya siento decirlo-,es consecuencia de algo que viene de antes, de cuando se pensaba que estamos en este mundo para enriquecernos y pronto, para disfrutar y “pasarlo bien”, sin sufrimiento…”

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El Trastorno por Déficit de Atención, una enfermedad ficticia

«No existe. El TDAH es un diagnóstico que carece de entidad clínica, y la medicación, lejos de ser propiamente un tratamiento es, en realidad, un dopaje». Esta es la sentencia de Marino Pérez, especialista en Psicología Clínica y catedrático de Psicopatología y Técnicas de Intervención en la Universidad de Oviedo, además de coautor, junto a Fernando García de Vinuesa y Héctor González Pardo de «Volviendo a la normalidad», un libro donde dedican 363 páginas a desmitificar de forma demoledora y con todo tipo de referencias bibliográficas el Trastorno por Déficit de Atención con y sin hiperactividad y el Trastorno Bipolar infantil. Lo que sí que existe, y es a su juicio muy preocupante, es el fenómeno de la «patologización de problemas normales de la infancia, convertidos en supuestos diagnósticos a medicar».

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Amor u odio

Por debajo de las historias de luchas y guerras entre las naciones y los hombres subyace una guerra eterna entre el bien y el mal, entre el amor y el odio, entre Yahvé y Satanás, Empezó en el momento mismo en que Satanás se rebeló contra Yahvé, continuó con la muerte de Abel por Caín, con Sodoma y Gomorra,… y ha llegado rebotando de generación en generación hasta nuestros tiempos. Los Evangelios y los santos lo expresan de formas diferentes:

San Agustín resume “ La historia Universal es una lucha entre dos formas de amor: “el amor a si mismo- hasta la destrucción del mundo- y el amor al otro – hasta la destrucción de si mismo” El amor de los políticos por el poder, por la poltrona, la caja y la llave es tan fuerte que antes que perder el sillón prefieren que se hunda España. El amor de las madres por sus hijos o el de los misioneros por todas las personas les lleva a preferir su muerte antes que mueran sus hijos o se pierdan los hijos de Dios. Lo vemos diariamente.

El amor a sí mismo se convierte en una especie de odio hacia los demás que puedan hacerle competencia o intenten dejarle a él más bajito, es una constante que está por encima de cualquier otra consideración, Se manifiesta de mil formas, desde que nacemos hasta que morimos. Lo vemos en el hijo pequeñito cuando le nace un hermanito. Las caricias de los padres van hacia el mas pequeño en detrimento del mayor y este se revuelve dándole patadas y bofetadas en cuanto puede, le rompe o quita los juguetes, etc. Lo que denota que el amor a si mismo está indeleblemente incrustado en lo mas profundo de nuestros corazones. Tuvo que venir Cristo para darle la vuelta a la tortilla. “ Amarás a tu prójimo como a ti mimo. Y Jesús dijo algo más, “Amarás a tu prójimo como “Yo os he amado” El premio es infinito.

Sobresalir, ser más que nadie, estar por encima de los otros se puede conseguir mediante méritos y virtudes propias, pero es mucho más fácil denigrar al prójimo, empujándole hacia abajo, mintiendo, callando sus bondades, murmurando por detrás, y ,por supuesto, guardándose muy bien de alabarle en forma alguna. Si el sube, nosotros quedamos mas abajo. ¡ Y eso si que no!

En el colegio rebajamos los méritos de los mejores con frases como: es un empollón, está enchufado, ha copiado,… En política las mentiras, las acusaciones infundadas, la creación de bulos que denigren al contrario están la orden del día.. El político prefiere que se hunda su país antes que dejarlo en manos del contrario. También existen los que prefieren morir por salvar a su patria.

Con Cristo o contra Cristo, con el amor o con el odio, Amor y odio son las palabras claves que orientan nuestras vidas y las de los demás. El amor va unido estrechamente al temor de Dios y al cumplimiento de sus leyes. El odio acompaña a Satanás que no puede resistir por soberbia al amor de Dios por su pueblo, los hombres. Dios dirige la historia a través de los hombres elegidos por Él ( Profetas, Reyes, dictadores, jefes de gobierno,…) o a través de Satanás, con permiso del Señor, que también lo hará a través de hombres poseídos por él.

La historia de la vida del hombre sobre la tierra, dentro de su aparente complejidad, resulta extraordinariamente sencilla: O estamos con Cristo o con Satanás. Con Cristo nos acompaña el amor, paz, salud, larga vida, riqueza, victoria en todas nuestras batallas, felicidad,… Si estamos con el diablo, nos envuelve el odio que conlleva luchas, guerras, muertes, revoluciones, paro, hambre, pobreza, drogas, miseria y crisis como las actuales; además de terremotos, maremotos, volcanes, inundaciones, sequías, etc.

Nos toca elegir: entrar por la puerta estrecha o por la ancha. Cristo dijo: El que no está conmigo, está contra mí. El que conmigo no siembra desparrama. No hay términos medios. En el juicio final solo hay dos grupos: las ovejas a la derecha, los cabritos a la izquierda. Gloria o Infierno. El diablo actúa en la elección mediante el amor propio: Pero, somos tan cerriles que hay quien prefiere ir al infierno antes que aceptar estar que existe. Pero ¿ Y si está equivocado? ¿ No tiene la menor duda? Cristo está esperándole con los brazos abiertos para perdonarle, le basta un solo gesto de amor?

Mérida (España), Octubre de 2014

Alejo Fernández Pérez

El ruido es el auténtico terrorismo que nos devasta por dentro

“Sí, hay una honda necesidad de silencio, como prueba el hecho de que cada vez sean más, creyentes o no, los que buscan espacios de retiro para el encuentro consigo mismos y con lo esencial. Lo que da miedo no es Dios, el Gran Desconocido, sino nosotros mismos, que es lo que en primera instancia se encuentra cuando nos silenciamos. No nos gustamos y pasamos la vida escapándonos de nuestra realidad. Somos auténticos maestros de la fuga…”

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No es cierto que la marihuana no hace nada

“No es cierto que un porro no hace nada. Cuando te drogás, dejás de ser vos, sos otra persona. El daño que produce la marihuana muchas veces aparece años después de haber consumido”. Así se expresó el coordinador de la Pastoral Nacional sobre Drogadependencia de la Conferencia Episcopal Argentina, Horacio Reyser, al lanzar la campaña “Activá tus Sentidos. Preguntate-Preguntale. Activás la Red”.

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Diez reflexiones para una nueva política

“La Semana Santa ha terminado. Son unos días de oración y reconversión en los que se actualiza la Pasión de Cristo. También es una ocasión especial para reencontrarnos con nuestras costumbres y tradiciones y vivir un fenómeno universal conforme a las particularidades culturales de nuestro pueblo. Como somos unos tipos inquietos, en La Casa en el Árbol hemos aprovechado estas fechas para reflexionar sobre el tiempo en que nos ha tocado vivir. Hemos sacado un puñado de reflexiones políticas que nos gustaría compartir contigo…”

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El mito del diálogo de civilizaciones

“El resultado, que Debray explica muy bien, es que el diálogo cultural es muy a menudo un mito de las elites liberales de Europa y de América del Norte, una especie de hoja de parra para ocultar la mala conciencia de una gestión del poder que no es muy distinta de todos sus precedentes históricos…”

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Las tareas de la comunidad política

168 La responsabilidad de edificar el bien común compete, además de las personas particulares, también al Estado, porque el bien común es la razón de ser de la autoridad política.355 El Estado, en efecto, debe garantizar cohesión, unidad y organización a la sociedad civil de la que es expresión,356 de modo que se pueda lograr el bien común con la contribución de todos los ciudadanos. La persona concreta, la familia, los cuerpos intermedios no están en condiciones de alcanzar por sí mismos su pleno desarrollo; de ahí deriva la necesidad de las instituciones políticas, cuya finalidad es hacer accesibles a las personas los bienes necesarios —materiales, culturales, morales, espirituales— para gozar de una vida auténticamente humana. El fin de la vida social es el bien común históricamente realizable.357

169 Para asegurar el bien común, el gobierno de cada país tiene el deber específico de armonizar con justicia los diversos intereses sectoriales.358 La correcta conciliación de los bienes particulares de grupos y de individuos es una de las funciones más delicadas del poder público. En un Estado democrático, en el que las decisiones se toman ordinariamente por mayoría entre los representantes de la voluntad popular, aquellos a quienes compete la responsabilidad de gobierno están obligados a fomentar el bien común del país, no sólo según las orientaciones de la mayoría, sino en la perspectiva del bien efectivo de todos los miembros de la comunidad civil, incluidas las minorías.

170 El bien común de la sociedad no es un fin autárquico; tiene valor sólo en relación al logro de los fines últimos de la persona y al bien común de toda la creación. Dios es el fin último de sus criaturas y por ningún motivo puede privarse al bien común de su dimensión trascendente, que excede y, al mismo tiempo, da cumplimiento a la dimensión histórica.359 Esta perspectiva alcanza su plenitud a la luz de la fe en la Pascua de Jesús, que ilumina en plenitud la realización del verdadero bien común de la humanidad. Nuestra historia —el esfuerzo personal y colectivo para elevar la condición humana— comienza y culmina en Jesús: gracias a Él, por medio de Él y en vista de Él, toda realidad, incluida la sociedad humana, puede ser conducida a su Bien supremo, a su cumplimiento. Una visión puramente histórica y materialista terminaría por transformar el bien común en un simple bienestar socioeconómico, carente de finalidad trascendente, es decir, de su más profunda razón de ser.

NOTAS para esta sección

355Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 1910.

356Cf. Concilio Vaticano II, Const. past. Gaudium et spes, 74: AAS 58 (1966) 1095-1097; Juan Pablo II, Carta enc. Redemptor hominis, 17: AAS 71 (1979) 295-300.

357Cf. León XIII, Carta enc. Rerum novarum: Acta Leonis XIII, 11 (1892) 133-135; Pío XII, Radiomensaje por el 50º Aniversario de la « Rerum novarum »: AAS 33 (1941) 200.

358Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 1908.

359Cf. Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 41: AAS 83 (1991) 843-845.

Este Compendio se publica íntegramente, por entregas, aquí.

Sobre la presión política para mantener el tema homosexual en la agenda política

¿Te has dado cuenta de cómo cualquier noticia sobre posible “represión” de la homosexualidad o de cualquier supuesto brote de “homofobia” gana de inmediato una relevancia impresionante en las noticias y es discutida con enorme seriedad por los políticos, como si fuera EL TEMA prioritario en nuestra sociedad, donde por otra parte abundan muchos desórdenes, injusticias y corrupción infinitamente más graves, y que afectan a muchas otras personas? ¿Te has preguntado, como yo, qué intereses hay detrás de los que catapultan todo lo homosexual al primer plano como si fuera EL CRITERIO para demostrar quién es civilizado y moderno, y quién no?

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Significado y aplicaciones del principio del bien común

164 De la dignidad, unidad e igualdad de todas las personas deriva, en primer lugar, el principio del bien común, al que debe referirse todo aspecto de la vida social para encontrar plenitud de sentido. Según una primera y vasta acepción, por bien común se entiende « el conjunto de condiciones de la vida social que hacen posible a las asociaciones y a cada uno de sus miembros el logro más pleno y más fácil de la propia perfección ».346

El bien común no consiste en la simple suma de los bienes particulares de cada sujeto del cuerpo social. Siendo de todos y de cada uno es y permanece común, porque es indivisible y porque sólo juntos es posible alcanzarlo, acrecentarlo y custodiarlo, también en vistas al futuro. Como el actuar moral del individuo se realiza en el cumplimiento del bien, así el actuar social alcanza su plenitud en la realización del bien común. El bien común se puede considerar como la dimensión social y comunitaria del bien moral.

165 Una sociedad que, en todos sus niveles, quiere positivamente estar al servicio del ser humano es aquella que se propone como meta prioritaria el bien común, en cuanto bien de todos los hombres y de todo el hombre.347 La persona no puede encontrar realización sólo en sí misma, es decir, prescindir de su ser « con » y « para » los demás. Esta verdad le impone no una simple convivencia en los diversos niveles de la vida social y relacional, sino también la búsqueda incesante, de manera práctica y no sólo ideal, del bien, es decir, del sentido y de la verdad que se encuentran en las formas de vida social existentes. Ninguna forma expresiva de la sociabilidad —desde la familia, pasando por el grupo social intermedio, la asociación, la empresa de carácter económico, la ciudad, la región, el Estado, hasta la misma comunidad de los pueblos y de las Naciones— puede eludir la cuestión acerca del propio bien común, que es constitutivo de su significado y auténtica razón de ser de su misma subsistencia.348

NOTAS para esta sección

346Concilio Vaticano II, Const. past. Gaudium et spes, 26: AAS 58 (1966) 1046; cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 1905-1912; Juan XXIII, Carta enc. Mater et magistra: AAS 53 (1961) 417-421; Id., Carta enc. Pacem in terris: AAS 55 (1963) 272-273; Pablo VI, Carta ap. Octogesima adveniens, 46: AAS 63 (1971) 433-435.

347Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 1912.

348Cf. Juan XXIII, Carta enc. Pacem in terris: AAS 55 (1963) 272.

Este Compendio se publica íntegramente, por entregas, aquí.