Juez que suspendió ley del aborto Argentina: He aplicado la ley como corresponde

“He cumplido con mi deber y he aplicado la ley como corresponde”, expresó el juez federal de Mar del Plata (Argentina), Alfredo López, que ordenó suspender la aplicación de la ley del aborto en todo el país. El ciudadano Héctor Adolfo Seri, con el patrocinio del abogado Mauro D’ipolito Blancat, presentó un recurso de amparo ante el Juzgado de Responsabilidad Penal Juvenil Nº 2 de Mar del Plata para que declare la inconstitucionalidad de la ley del aborto, aprobada el 30 de diciembre de 2020 por el Congreso de la Nación.

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Un minuto de silencio por la desgracia acontecida en Argentina

En un video compartido en redes sociales, se puede observar un grupo de diputados del Paraguay cumpliendo el minuto de respeto hacia los no nacidos. Según la información oficial, el pedido fue hecho por el diputado Raúl Latorre.

“Pido un minuto de silencio por las miles de vidas de hermanitos argentinos que se van a perder, aún antes de nacer, en base a la reciente decisión tomada por el Senado del vecino país”, dijo el congresista al pleno, según informó la Dirección de Comunicación de la Cámara de Diputados de Paraguay.

El diputado Basilio Núñez, que es médico, dijo que “es trágico lo que se aprobó en la Argentina”, y recordó que la Cámara de Diputados paraguaya se ha declarado provida y profamilia.

Las diputadas Norma Camacho, Blanca Vargas y Esmérita Sánchez también apoyaron el minuto de silencio.

Insistencia en legalizar el aborto es fracaso de políticas públicas

“Durante la discusión del proyecto de legalización del aborto, la diputada Gisela Scaglia criticó al Gobierno de Alberto Fernández [presidente de Argentina] por su “oportunismo político” de querer tapar su fracaso en políticas públicas con el debate de una práctica que acaba con la vida de los no nacidos. Por más de 20 horas, del 10 al 11 de diciembre, la Cámara de Diputados discutió el proyecto de legalización del aborto, que fue aprobado con 131 votos a favor, 117 en contra y 6 abstenciones. Ahora deberá ser debatido en el Senado…”

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Así mueren los santos

Aviso de terremoto

A fines de 1605, fray Francisco es un fraile más de los 150 que forman la comunidad de la observancia en San Francisco de Lima. También allí hizo de las suyas. Fray Diego de Ocaña, el monje jerónimo, estando en Lima, fue testigo de un hecho muy notable: «Sucedió en esta ciudad, después de Pascua de Navidad el año 1605, que estando con algún temor de haber sabido cómo la mar había salido de sus límites y había anegado todo el pueblo y puerto de Arica, y puesto por tierra el temblor a la ciudad de Arequipa, predicó en la plaza un fraile descalzo de san Francisco y en el discurso del sermón dijo que temiesen semejante daño como aquél y que según eran muchos los pecados de esta ciudad que les podría venir semejante castigo aquella noche, antes de llegar el día».

El franciscano predicador, en la plaza pública, era San Francisco Solano. Y se ve que la muchedumbre no tomaba en broma a aquel fraile insólito, porque el alboroto penitencial que se produjo fue algo enorme. Confesiones, disciplinas, restituciones, bodas de amancebados, las iglesias abiertas por la noche, con el Santísimo expuesto, «y todos los frailes en las iglesias y clérigos arrimados por las paredes confesando a la gente». Dice fray Diego: «después que soy hombre no he visto ni espero ver semejantes cosas como aquella noche pasaron».

A las diez de la noche «llamaron al fraile descalzo el arzobispo [Santo Toribio] y el virrey y sus prelados y le preguntaron si le había revelado Dios si había de vivir aquesta ciudad aquella noche; el cual respondió que no había tenido revelación ninguna y que él no había dicho que se había de hundir, sino que temiesen no les viniese el castigo semejante al de Arequipa, y que según eran grandes los pecados de la ciudad, que le podían esperar aquella noche antes que mañana; y que esto había dicho porque se enmendasen y no porque hubiese tenido revelación de ello» (A través 98-99)…

Coro, plaza y teatro

En la comunidad de Lima, como ya conocían el estilo del padre Solano, pensaron que lo mejor era dejarle a su aire. Como padre espiritual de los enfermos, se hizo muy amigo del enfermero fray Juan Gómez y del refitolero, un muchachito negro, el donado fray Antonio. En la enfermería se le podía encontrar, o también en el coro, donde pasaba sus horas fuera del tiempo humano, perdido en los caminos inefables del amor de Dios.

Pero también salía del convento a visitar la cárcel y los hospitales, a conversar con la gente de la calle, y no precisamente de las variaciones del clima. Sacaba el crucifijo de la mano, y les decía: «Hermanos, encomendáos a nuestro Señor, y queredle mucho. Mirad que pasó pasión y muerte por vosotros; que éste que aquí traigo es el verdadero Dios». Su parresía apostólica, su libertad y atrevimiento para transmitir el mensaje evangélico, era absoluta.

En el corral de las comedias, lugar mal visto y medio censurado, él entraba tranquilamente, irrumpía en el tablado y, con el crucifijo en la mano, decía algo de lo que tenía con abundancia en el corazón: «Buenas nuevas, cristianos… Este es el verdadero Dios. Esta es la verdadera comedia. Todos le amad y quered mucho». Y si algún farandulero se quejaba, «Padre, aquí no hacemos cosas malas, sino lícitas y permitidas», él le contestaba: «¿Negaréisme, hermano, que no es mejor lo que yo hago que lo que vosotros hacéis?»…

Una muerte santa

A los sesenta años, en 1610, fray Francisco está hecho una ruina, según el médico que le examina: Está «con una flaqueza por esencia en los pulsos y en todo el ámbito del cuerpo, que con los muchos ayunos, mala cama y abstinencia grande que tenía, aun en salud estaba hecho un esqueleto, cuanto más en la enfermedad». Y hasta entonces sigue haciendo de las suyas, cuando ya está para irse: «Hermano fray Juan, por amor de Dios, que vaya y me ase una higadilla de gallina». Poder encontrarla fue, según fray Juan, «otro milagro más» del Santo, pues los frailes no disponían de tan finos manjares.

Poco antes de morir escribió a Montilla, a su hermana Inés: «La gracia del Espíritu Santo sea siempre en su alma, hermana mía. No tengo otra plata ni oro que enviarle sino palabras, y no mías, sino de Jesucristo, que por eso me atrevo a escribirlas. Dice el dulcísimo Jesús por San Mateo: “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia”; en este lugar es amar a Dios según lo declaran algunos doctores y santos, pues bienaventurada el alma que en esta vida padece hambre y desea hartarse en el Señor, encendiéndose en su amor. Si vuestra merced, hermana mía, quiere ser dichosa y bienaventurada en esta vida y en la otra, tenga hambre y sed de servir a Dios, de amarle, poseerle y gozarle; quiera y ame a tan buen Dios de todo corazón, de toda su alma y con todas sus fuerzas.

«Ofrézcale su corazón limpio de todo pecado, lleno de contrición y dolor de haberle ofendido, que El lo recibirá en sacrificio, como lo hizo el real profeta David: “No despreciéis Vos, Dios mío, el corazón contrito”, y ofrézcale en sacrificio todos los trabajos, pobrezas y necesidades que padece, con hambre y sed de gozar de aquellas riquezas, delicias y regalos del Cielo, que es el centro de nuestro descanso… A todos mis sobrinos dará mis recomendaciones, encargándoles de mi parte sirvan a Dios y no le ofendan».

El 12 de julio, acompañado por sus hermanos, recibió el viático, renovó los votos, y quedó en oración o en sueño, hasta decir: «María. ¿Dónde está Nuestra Señora?». Quizá eso fuera lo primero que dijera al llegar al cielo.

Aún recuperó el ánimo y la atención más tarde. El padre Francisco de Mendoza, que le atendió todo el tiempo, cuenta que «con particularísima atención y devoción» siguió el rezo de todas las Horas canónicas y otras oraciones, en lo que se fueron «casi seis horas, llevándolas el padre Solano con la suavidad y gusto referidos. Cuando decían Gloria Patri, levantaba los ojos a Dios, y decía su ordinaria palabra “Glorificado sea Dios”, con grandísima suavidad, saboreándose en las palabras. Con ellas en la boca murió empezando a decir “Glorificado sea…”, de manera que empezándolas a decir parecía que quería alabar; y así como dijo “Dios”, se quedó muerto… Entonces perseveraban más en su canto los pájaros, que parecían estarse deshaciendo, y con sus voces atravesaban el corazón a quien lo oía».

El Arzobispo y el Virrey, con media Ciudad de los Reyes, asistieron el 15 de julio a los funerales. Antes de finalizar el mes ya se abrió en el Arzobispado el proceso para su canonización. Los testimonios de su santidad y de sus milagros eran innumerables. Diez resurrecciones llegaron a atestiguarse, tres en vida del Santo y siete después de su muerte. Fue declarado beato en 1675, y canonizado como santo en 1726. Sus restos reposan en San Francisco de Lima.


El autor de esta obra es el sacerdote español José Ma. Iraburu, a quien expresamos nuestra gratitud. Aquí la obra se publica íntegra, por entregas. Lo ya publicado puede consultarse aquí.

Ocaso gozoso de un santo

La etapa última, conventual

En 1595, fray Antonio de Ortiz, después de tratar el tema con los frailes del virreinato y recabada la autorización precisa, estimó llegado el tiempo de introducir en toda la provincia peruana la recolección, como estilo franciscano de vida comunitaria. Era, pues, por muchas razones urgente que «en este distrito y comarca de esta Ciudad de los Reyes se fundase un convento de nuestra orden de recolección, para gloria de Dios y consuelo espiritual de los religiosos que de esta provincia se quisiesen ir a morar allí, viviendo en más estrecha observancia y recogimiento, como en otras casas semejantes en nuestra Orden se vive, con mucho provecho de las almas de dichos religiosos y con grande edificación de los fieles».

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San Francisco Solano, Superior de los franciscanos en Tucumán

En 1592 fray Francisco Solano fue constituído superior -custodio- de los franciscanos de la zona de Tucumán. El Comisario general del Perú, fray Antonio de Ortiz, pensó en él como el misionero más indicado para levantar el espíritu de los frailes instalados en conventos urbanos y de los misioneros encargados de doctrinas de indios, unos y otros no siempre ejemplares en su vida y ministerio. ¿Podría con el cargo un fraile tan especial como nuestro Santo?…

El padre Solano se dedicó, en los años 1592-1595, a visitar los centros franciscanos de su jurisdicción. Desde luego no era un custodio que desempeñara su oficio al modo ordinario. Al clérigo portugués Manuel Núñez Magro de Almeyda, que en él buscaba ayuda espiritual, una vez le confió con toda humildad: «Aunque yo soy custodio, no siento en mí las partes que se requieren para serlo. Y así, no uso de ello; ocúpome por estos montes en la conversión de estos indios».

En realidad, el Santo hacía lo que podía, es decir, era custodio franciscano a su modo, y sin duda hacía a su manera mucho bien. No siempre concede Dios a sus hijos obrar de modo ejemplar, pero siempre les da su gracia para que puedan obrar santamente.

Comenzó fray Francisco sus visitas en Talavera de Esteco, donde fue su comienzo misionero, y pasó por Salta, San Miguel de Tucumán, Santiago del Estero, Catamarca y Córdoba. Quizá se alargase a Buenos Aires y al Paraguay, que pertenecían también a la misma custodia; pero no hay sobre esto datos ciertos. Lo que sí es seguro es que en todos los lugares que visitó dejó la huella indeleble de su presencia fascinante.

Donde quiera que él estuvo, allí predicó, conmovió los corazones y habló de Dios con la gente. Aquí cantó y danzó en una procesión de la Virgen, allí hizo curaciones milagrosas, especialmente de niños, en otra parte descubrió fuentes, y siempre dejó a su paso amigos espirituales que nunca le olvidaron. Almeyda, el cura ya citado, que en él buscaba consejo y aliento, lo recuerda con emoción: «Todas las noches se sentaba el padre fray Francisco con el cura en una pampa, y le tenía tres horas, diciéndole cosas que le convenían… Tal era la eficacia de estas palabras, que luego que el santo se iba, para no apesadumbrarlo, se echaba en tierra y, besando la tierra donde había tenido los pies, veneraba al Señor y al mensajero que de su parte se las decía».

Y todo lo hacía siempre Solano con gran llaneza, con humor festivo, como en aquella noche en que, esgrimiendo «una gaita hecha de caña», le dijo a Almeyda con un guiño: «¿Queréis oír la mejor música que habéis oído en vuestra vida? Y le comenzó a tañer con ojos fijos en el cielo, haciendo con el cuerpo unos meneos que parecía que hablaba. Y jubilando, cantaba con una simplicidad que no acierta a declarar». Era su estilo humilde y llano. Cuenta Pedro de Vildosola Gamboa, que acompañó al Santo en muchas jornadas, que una vez «con una red que tenía y traía de ordinario consigo, y con un anzuelo, fue el padre fray Francisco al río. En otras tantas veces recogió pescado en tal cantidad que, habiendo más de doce españoles y más de otros tantos indios, fue bastante como para poder decirles que les había de dar de cenar. Y no había de llegar otro al fuego sino él. Remangándose los hábitos de los brazos, les hizo cenar. Y habiéndoles dado a todos muy aventajadamente, se retiró. Y debajo de una carreta sacó una mazorca de maíz, y esto solo fue su alimento».

Como es lógico, San Francisco Solano suscitaba muchas conversiones entre los españoles, marcaba en ellos huellas espirituales indelebles, y suscitaba en sus conversos no pocas vocaciones religiosas, como la del soldado Juan Fernández -fray Juan de Techada, que luego dejaría relatos sobre el Santo-, el capitán Pedro Núñez Roldán o el licenciado Silva, franciscanos más tarde en Lima. Los indios, por su parte, sentían por el padre Francisco, que les trataba en su lengua y con tanta bondad y alegría, verdadera fascinación.

Recordaremos aquí aquel Jueves Santo de 1593, en La Rioja, según testimonios de Almeyda y del capitán Pedro Sotelo. Se habían juntado cuarenta y cinco caciques paganos con su gente, y el pequeño grupo hispano estaba ya temiendo lo peor. Fray Francisco hace uno de aquellos sermones suyos, que eran capaces de conmover a las piedras. En la procesión penitencial, los españoles se disciplinan, ante la consternación de los indios, que están asombrados. Solano les explica, quién sabe cómo, que están queriendo participar de la pasión de Jesús. Finalmente, los indios comienzan también a azotarse. «Y el dicho padre fray Francisco Solano andaba con tanta alegría y devoción, como sargento del cielo entre los indios, quitándoles los azotes y diciéndoles mil cosas, toda la noche sin descansar, predicándoles y enseñándoles». Nueve mil de aquellos indios habría de recibir más tarde el bautismo.

¿Desempeñó bien el padre Solano su ministerio de custodio del Tucumán? No lo hizo, sin duda, de un modo ejemplar, es decir, que pueda ser norma para otros custodios. Pero cumplió, ciertamente, su ministerio santamente, y santificando a muchos, eso sí, a su aire, que era el soplo del Espíritu Santo en él. Se cuenta que en Paraguay pudo visitar al gran apóstol de la región, fray Luis Bolaños, su antiguo compañero, y que éste le dijo en la despedida: «Adiós, mi padre. Su Reverencia luego no más será santo, y yo me quedaré Bolaños».


El autor de esta obra es el sacerdote español José Ma. Iraburu, a quien expresamos nuestra gratitud. Aquí la obra se publica íntegra, por entregas. Lo ya publicado puede consultarse aquí.

Malos perdedores en Argentina

“Apenas concluida la votación en el Senado, que les resultó desfavorable, los promotores del aborto legal se lanzaron a la operación de contrarrestar la derrota. En lugar de reflexionar sobre lo sucedido y sus propios errores o buscar entender lo expresado por los argentinos a través de sus representantes, se abocaron a tratar de disfrazar en el plano virtual la paliza que les dio la realidad. Pensar que muchos de ellos fueron hasta hace poco furibundos críticos de la estrategia del “relato”… El tema empezó en las redes, con mensajes del tipo “igual ganamos”, “tarde o temprano será ley”, “es inevitable”, etcétera, respaldados y amplificados por la mayoría de los medios. “Ganamos la batalla cultural” fue una de las frases favoritas, cuando eso es precisamente lo que perdieron. Sin duda hubo una batalla cultural. Pero no la ganaron…”

#NoEsLey

No fue Ley.

Bendito sea Dios, porque esta batalla tremenda, desgastante, desproporcionada, nos deja cansados pero fortalecidos.

Bendito sea Dios por tanta gente linda y buena, tanta gente pensante, tanta gente con mucho amor en el corazón y en las manos, que salió del anonimato para dar luz.

Bendito sea Dios que nos regaló la oportunidad de dar testimonio con la palabra y las actitudes.

Ahora viene lo más difícil, lo más desafiante y lo más hermoso.

Ahora debemos comprometernos, cada uno desde su lugar, en salvar las vidas en riesgo.

Las de los niños sin amor, la de los jóvenes sin razones para vivir, la de las mujeres madres sin dignidad, la de los niños por nacer, la de los adultos sin trabajo, de los ancianos sin amor. Las de quienes viven sin Dios.

Gracias, Jesús, por vivir en este tiempo!!!!

Gracias, gracias, gracias!

El camino es el AMOR!

P. Leandro Bonnin

El júbilo evangelizador de San Francisco Solano

Doctrina en lengua indígena

En 1590, en el convento de Talavera de Esteco, se encarga el padre Solano de una doctrina de indios, en la que se abarcaban varias poblaciones indígenas, como Cocosori y Socotonio. Su primer prodigio como misionero fue la rapidez con que se introdujo en aquel laberíntico mundo de idiomas diversos. Ayudado por el capitán Andrés García de Valdés, en quince días hablaba el toconoté. Son muchos los testigos que certifican la inexplicable facilidad idiomática de fray Francisco, que realmente se hacía entender por indios de muy diversas lenguas, como los lules.

Nuestro Santo atendía el culto y la doctrina de los lugares que de él dependían, pero también no cesaba de ir de aquí para allá, por los senderos apenas señalados de los bosques y los montes, acercándose a los escondrijos de aquellos indios que se mantenían distantes, ejercitando con ellos sus mañas de políglota y curandero, impartiendo los rudimentos más simples del Evangelio y la doctrina, llevando a todos los indios una declaración de amor de parte de Cristo. Y ellos, que para otros eran tan huidizos y recelosos, le acogían con mucha confianza.

Alegría franciscana

Era quizá aquella alegría de fray Francisco, tan cándida y sincera, procedente del Espíritu Santo y de Andalucía, lo que ganaba el corazón de los indios. Y es que el padre Solano, en aquel marco de vida tan inhóspito y confuso, «no sólo lo llevaba todo con paciencia, sino con demostraciones de grandes júbilos en el paraje y despoblados donde se hallaban. Lo solemnizaba danzando y cantando cánticos en loor y alabanza de Cristo nuestro Señor y de la Santísima Virgen María». Así dice fray Diego de Córdoba y Salinas, resumiendo los testimonios del proceso de beatificación.

Danzando y cantando, a su estilo. Pero no se crea que esta alegría jubilosa es sólamente una rareza simpática, peculiar de San Francisco Solano. El entusiasmo, enthusiasmós (éxtasis, arrobamiento), ya en los griegos, derivado de enthusiázo (estoy inspirado por la divinidad, theós), tiene un sentido primario fundamentalmente religioso. Y en el cristianismo es el gozo en el Espíritu Santo (Gál 5,22), ese júbilo interior tan propio de los hijos de Dios, tan profundo en los más grandes santos. Es un entusiasmo procedente del Corazón de Cristo, que en ocasiones «se sintió inundado de gozo en el Espíritu Santo» (Lc 10,21). Por lo demás, esa alegría solanesca, además de genuinamente cristiana, era de la mejor tradición franciscana. Las Florecillas nos dicen que San Francisco de Asís también cantaba muchas veces con júbilo al Señor, especialmente cuando estaba de camino o en el bosque, y a veces en francés, cuando estaba más alegre.

La alegría espiritual de Solano se hacía particularmente exultante con ocasión de las grandes fiestas litúrgicas, como en las procesiones del Santísimo Sacramento o en honor de la Virgen. Por ejemplo, estando en Salta, «en cierta fiesta que se hizo a Nuestra Señora, yendo en la procesión, se encendió tanto en el divino amor de Dios y de su Santísima Madre, que, dejando aparte toda la autoridad de prelado y custodio que era, se puso a cantar diciendo coplas en alabanza de Nuestra Señora, en la forma que David, santo rey, lo hacía delante del Arca del Testamente», o sea bailando, para decirlo más claramente.

Algunos no vieron con agrado tales muestras, y un joven llegó a reirse de él abiertamente. San Francisco Solano no pareció molestarse con ello en absoluto, sino que le dijo con tanta humildad como gracia: «Al fin, yo soy loco».

Milagros franciscanos

También en sus numerosos milagros se muestra Solano hijo del Santo de Asís, pues muchos de ellos se realizaron con las criaturas irracionales. Esto para los indios resultaba muy especialmente impresionante, pues veían que la santidad cristiana, expresada en aquel fraile, traía consigo una profunda reconciliación del hombre con las fuerzas de la naturaleza.

El capitán Cristóbal Barba de Alvarado da testimonio de que, viajando en funciones de teniente del Gobernador, con el padre Solano y una importante comitiva de españoles e indios, vinieron a encontrarse en peligro grave por la sed. El fraile le dijo: «Señor capitán, caven aquí. Al punto lo puso por obra el capitán. Cavó en la parte y lugar que el padre Francisco le había señalado. Y salió un golpe de agua con la cual bebieron todos los que se hallaron presentes, y las cabalgaduras y animales que traían». Y no fue la única vez que hizo esto.

El padre Solano también mostró siempre una especial amistad con los pajarillos de Dios. El cronista fray Juan de Vergara, compañero suyo, cuenta de él que «todos los días, en aquella doctrina [de Esteco] donde estaba, después de comer, se iba a un montecillo que allí cerca estaba, desmigajando un pedazo de pan, que era el ordinario sustento que les llevaba. Llegábanse tantas aves sobre el siervo de Dios, que era cosa maravillosa. Y estaban sobre su cabeza, hombros y manos hasta tanto que les echaba su bendición. Y entonces se iban».

Otro compañero del Santo, fray Alonso Díaz, refiere que, yendo con él de camino, hallaron una paloma herida por algún zorro: «El padre Solano, habiéndola visto así maltratada y herida, con sus propias manos la curó, juntándole los pellejos que tenía desgarrados, los untó con un poco de sebo, y le echó la bendición». Más tarde, ya llegados a su destino, fray Alonso «vio muchas veces que la paloma se le asentaba en el hombro al padre Solano; y le daba de comer en la mano, y se volvía a su palomar. Y conoció que era la propia paloma que el padre Solano había curado en el camino».

En otra ocasión, y ésta fue muy famosa, yendo Solano de camino con el capitán Andrés García Valdés, aquél a pie y éste a caballo, les salió un toro bravo, desmandado -el ganado cimarrón abundaba entonces en la zona-. El capitán picó espuelas y salió al galope de su montura, pero cuando se acordó de su fraile compañero y regresó hacia él, vio con asombro que el toro estaba «lamiendo las manos del siervo de Dios, que se las tenía puestas en la testuz y hocico…; habiendo estado así un poco vio que el padre le había dado a besar la manga de su hábito, y que, echándole la bendición, el toro, como si fuera de razón, con mucha mansedumbre, se volvió al monte de donde había salido. Y esto fue público en aquella provincia [de Tucumán], y pública voz y fama».

Son escenas de las Florecillas franciscanas. Recordemos cómo San Francisco de Asís tenía una especial amistad con las alondras, o con aquellas tórtolas que redimió cuando eran llevadas en jaulas al mercado. Recordemos también el convenio de paz que, con mucha dulzura, estableció con el lobo de Gubbio, que tanto daño estaba causando. Esta reconciliación del hombre con la naturaleza, anunciada por los profetas como característica de los tiempos mesiánicos (Is 11,6-9), se produce en Cristo y en sus santos, y a veces Dios quiere que se haga manifiesta en algunos de ellos. Así lo vemos, por ejemplo, en las crónicas de los Padres del Desierto, o en aquella arboleda donde iba a orar fray Martín de Valencia, acompañado por una orquesta innumerable de pajarillos, en San Martín de Porres o en el Beato Pedro Betancur, que negocian con los ratones, para que no sigan haciendo daños en sus conventos. Y es que las criaturas se hacen hostiles al hombre cuando éste se rebela contra Dios, y se vuelven amigas si el hombre se reconcilia con Dios plenamente. Y esto, que es así, quiere Dios expresarlo a veces de forma bien patente en la vida de los santos.


El autor de esta obra es el sacerdote español José Ma. Iraburu, a quien expresamos nuestra gratitud. Aquí la obra se publica íntegra, por entregas. Lo ya publicado puede consultarse aquí.

San Francisco Solano, de camino a Tucumán

Camino del Tucumán

Merece la pena evocar el viaje de Paita a Tucumán, de unos 4.000 kilómetros de camino por llanos y selvas, atravesando los Andes, y cruzando valles y ríos. Cada jornada caminan unos 50 kilómetros, y el mundo indiano, Huaca, Chira, Tangarará, Piura, Motupe, Jayanca, Trujillo… por ojos y oídos, se les va entrando en el corazón. En jornadas tan largas mucho tiempo hay, por otra parte, para la oración meditativa, la alabanza y la súplica.

Y también da tiempo este viaje inacabable para conocer la situación del país, el florecimiento religioso de algunas partes, sobre todo de ciudades como Lima, pero también las graves deficiencias en el número y la calidad de los sacerdotes, el relajamiento de no pocos españoles y criollos, el mal trato que con frecuencia sufren los indios…

Así llegaron a Salta, a unos 650 kilómetros, donde Solano hubo de quedarse a pasar Cuaresma y Pascua. La amable hospedera, Isabel Hurtado, esposa del corregidor que le acogió, recordaba veinte años después que en una conversación surgió una murmuración bastante fea: «Echó mano a la manga el padre Solano. Sin hablar palabra alguna, sacó de ella un Cristo y, fijados en él sus ojos, comenzó a cantar canciones de la Pasión». Salidas de éstas hubo muchas en la vida del santo monje andaluz. No había en tales gestos reproches directos ni correcciones, sino una superación patente de lo bajo por lo alto, de lo terreno por lo celeste, de la naturaleza por la gracia. Más lugar todavía habría para el canto en la alegría de la Pascua: «La mañana de la Resurrección, acompañando la procesión el padre Solano, con un súbito arrebatamiento, comenzó a cantar y sonar palmas y castañetas, y bailaba diciendo: Este día es de grande alegría, / huélgome, hermanos, por vida mía».

Unos 350 kilómetros más, y Lima, la Ciudad de los Reyes, que ya hemos visitado y conocido en nuestra crónica. No poco desmedrado se le veía a San Francisco, y la gente «se compadecía de él, por verle el color pálido, como de hombre muy enfermo». En julio de 1590 llegan al este de Lima, al valle de Jauja, metido en los Andes, donde los franciscanos misionaban en sus doctrinas. Han de pasar por caminos abruptos y escarpados, a unos 4.000 metros de altitud. Y llegan a Ayacucho, donde también pueden hacer escala en convento franciscano. Doce jornadas más, bordeando el sur del Salkantay, de más de 6.000 metros de altura, y el Cuzco, la ciudad sagrada de los incas. Allí predica el padre Solana en el convento franciscano a los novicios y coristas. Y siguen adelante, dejando atrás ahora lo más florido de la vida peruana del virreynato.

En la ruta de Charcas, el santuario mariano de Copacabana, Mamita de la Candelaria de los yupanquis, en agosto de 1590, le trae al padre Solano uno de tantos reflejos de la Virgen María en el mundo hispanoamericano. Y de allí a la Paz, también con casa franciscana. Más allá Potosí, con sus minas, riquezas y sufrimientos de indios, a más de 4.000 metros de altura, donde los frailes hermanos están presentes hace decenios.

Los frailes expedicionarios llegan a tiempo para celebrar en su convento la fiesta de San Francisco. Mucho tienen que contar, y es cosa de festejar por todo lo alto la festividad del santo Patrono. El superior, fray Jerónimo Manuel, pone en ello su mejor voluntad, y abre la celebración fraterna de la fiesta con una copla. Es entonces cuando nuestro Santo se agacha, pasa por debajo de la mesa del refectorio, y hace una de las suyas, como veinte años más tarde sería recordado todavía: «El padre Solano le tomó la copla y comenzó a cantar y a bailar juntamente delante de todos con tanto espíritu y fervor, y con tanta alegría, que traía el rostro tan abrasado en el fuego del amor de Dios, y de manera fue el regocijo que suspendió a los circunstantes y les hizo verter lágrimas». Para el padre Manuel la cosa estaba clara: «Desde aquel punto le tuvo por un gran siervo de Dios y un hombre santo».

Ya sólo quedan 500 kilómetros más al sur: el valle de Humahuaca, Jujuy, Salta, Tucumán y la meta final, Santiago del Estero. Llegan los misioneros, por fin, a su destino, más de año y medio después de su salida de España, en marzo de 1589. Y puede entonces el jefe de la expedición franciscana, fray Baltasar Navarro, informar al rey con sencillo laconismo: «A 15 de noviembre del año 90 llegué a esta Gobernación del Tucumán con ocho religiosos de la orden de mi Padre San Francisco, de los once que Su Majestad me mandó traer a dicha Gobernación; dos murieron en Panamá y uno se ahogó en un naufragio que padecimos en el Mar del Sur». Todo normal.

El Tucumán, región incipiente

La región de Tucumán en 1563 fue constituida Gobernación por Felipe II, bajo la Audiencia de Charcas. Y entre las principales poblaciones allí fundadas estaban Santiago del Estero, de 1553, San Miguel de Tucumán, 1565, Talavera del Esteco, 1567, y Córdoba, 1575. Los religiosos eran parte decisiva en el poblamiento de la zona, pues animaban a los españoles a arraigarse, y ellos mismos fundaban sus conventos.

Cuatro franciscanos, conducidos por el gran misionero fray Juan Pascual de Ribadeneira, llegan en 1566. Y en la segunda expedición, de 1572, se añaden doce franciscanos andaluces, entre ellos el ya mencionado fray Luis de Bolaños y fray Andrés Vázquez, el taumaturgo del Tucumán. Y de estos primeros misioneros procedían los conventos de Santiago del Estero y San Miguel de Tucumán, 1566, de Esteco, 1567, de Córdoba, 1575 y de Salta, 1582. La custodia franciscana de San Jorge del Tucumán, se había constituído en 1565-1575, para fusionarse entonces con la de Paraguay.

Algunos conventos habían sido el origen de la ciudad. Así por ejemplo, Córdoba. En la Información Jurídica del 1600 se dice que «los religiosos hicieron un rancho en el sitio donde ahora está poblada esta ciudad, y con sus santas amonestaciones y asistencia, persuadieron a los vecinos que perseverasen en la fundación de esta ciudad, sin que jamás hayan faltado de ella, sirviendo, como dicho es, muchos años de curas vicarios, sin haber otros sacerdotes clérigos ni religiosos en más de diez años».

Así las cosas, a la llegada del padre Solano, los franciscanos de esta zona, unos quince, como también los jesuítas, eran en aquella región bien conocidos y estimados. Todavía no hay en la región tucumana más que unos pocos cientos de españoles y criollos, que vivían entre muchos miles de indios, apenas iniciados en la evangelización. Y por lo demás, la mezcla de indios era tan grande que apenas se distinguían los primitivos toconotés y sanaviros.

La mescolanza de lenguas hacía de aquella región una pequeña Babel. En 1584, fray Francisco de Vitoria, el dominico portugués obispo de Tucumán, escribía: «En todo este distrito hay más de veinte lenguajes, más distintos que el griego y el latino; que sólo había de mover a que los deprendiesen los clérigos, o grande fervor y celo de la ley de Dios y caridad del prójimo, o mucho premio temporal. Y el premio falta en esta tierra… Y las imperfecciones con que viven acá los hombres no les da lugar a tomar empresas de tanto quilate y santidad, como es, sólo por Dios, tratar de cosas tan dificultosas». El jesuíta Alonso de Barzana fue un gran conocedor de las lenguas indígenas, y de aquellos indios decía: «Lo cierto de esta gente es que no conocieron Dios verdadero ni falso, y ansí son fáciles de reducir a la fe, y no se tema su idolatría, sino su poco entendimiento para penetrar las cosas y misterios de nuestra fe, o el poder ser engañados de algunos hechiceros».


El autor de esta obra es el sacerdote español José Ma. Iraburu, a quien expresamos nuestra gratitud. Aquí la obra se publica íntegra, por entregas. Lo ya publicado puede consultarse aquí.

Voz de apoyo para la Argentina pro-vida!

Top lemas #AbortoCero (1/12)

“¡Con mis hijos no te metas!” (Poderosa campaña en Perú)

Top lemas #AbortoCero (2/12)

“En el aborto hay muerte. Si se tratara solo de TU cuerpo, al abortar morirías TÚ, y no otro.”

Top lemas #AbortoCero (3/12)

“Papá, mamá: por si no te habías dado cuenta: #VanPorTusHijos”

Top lemas #AbortoCero (4/12)

“¿Tu cuerpo? No digas eso. Tu cuerpo no tiene cuatro piernas, dos corazones, dos ADNs diferentes…”

Top lemas #AbortoCero (5/12)

“¿Derechos de la mujer? ¿Y qué derechos se les respetan a las bebitas asesinadas?”

Top lemas #AbortoCero (6/12)

“Esclavistas y nazis de ayer, lo mismo que los abortistas de hoy, siempre encontraron un modo de negar la verdad de la humanidad de sus víctimas.”

Top lemas #AbortoCero (7/12)

“Tu perspectiva cambia de inmediato cuando ves los millones de dólares que se mueven en la industria–porque es una industria–del aborto.”

Top lemas #AbortoCero (8/12)

“Si se admite que la mujer decide sobre su vientre, ¿quién hace respetar los derechos de los papás?”

Top lemas #AbortoCero (9/12)

“El aborto no es malo porque es clandestino: es clandestino porque es malo.”

Top lemas #AbortoCero (10/12)

“No es difícil reconocer a una feminazi: nunca tiene nada bueno qué decir del don de la maternidad.”

Top lemas #AbortoCero (11/12)

“Decir que la gente ‘de todas maneras va a abortar’ es un sofisma ridículo. ¿Vamos a despenalizar el robo porque la gente ‘de todos modos va a robar’?”

Top lemas #AbortoCero (12/12)

“¡Salvemos las 2 vidas!” (Poderosa campaña en Argentina)