El Limbo (4 de 4)

4. Algunas consideraciones pastorales

Las palabras fundamentales en todo esto creo yo que son tres: misericordia, esperanza y caridad. Misericordia por parte de Dios, que es el fundamento de la esperanza que puede tener la Iglesia. Una esperanza que ha de ser particularmente activa porque, según lo dicho, es de la caridad de la misma Iglesia, tomada de su fuente en Cristo, de donde se hace posible la esperanza de bienaventuranza para estos infantes.

Dicho de otro modo, hay una analogía entre la situación de las almas del purgatorio y los infantes muertos sin bautismo: en ambos casos se requiere una corriente de amor desde el seno de la Iglesia peregrina que perfeccione en el orden de la gracia lo que falta tanto a unos como a otros. Esto no lo hace la Iglesia por sí misma ni sólo desde sí misma sino unida a su Esposo y Señor, y como fruto propio del Espíritu que habita en Ella.

Continuar leyendo “El Limbo (4 de 4)”

El Limbo (3 de 4)

3. ¿Por qué no el cielo, entonces?

Bueno, y si no se condenan los infantes que mueren sin bautismo, ¿no es más sencillo y directo decir que sí van al cielo, como quieren tantos teólogos actuales?

Hay razones pastorales que parecen desaconsejar notablemente que la Iglesia adopte una enseñanza semejante. Pensemos en la llamada Fecundación “In Vitro,” que como se sabe implica la producción de una serie de embriones humanos, y que a menudo deja embriones “de repuesto.” Si todos esos van para el cielo, no parecerá grave producirlos y luego desecharlos… Pronto se les unirán los abortados, los muertos por falta de alimento, y por supuesto los embriones usados para clonación: todos ellos tienen tiquete a la gloria celestial.

Continuar leyendo “El Limbo (3 de 4)”

El Limbo (2 de 4)

2. Mínimos y máximos

Algunos teólogos recientes creen que, en cuanto al destino de los niños muertos sin bautismo, sí se puede decir más procediendo como por descarte: ¿qué es lo mínimo y qué es lo máximo que cabe esperar como respuesta a esta cuestión?

El máximo queda claro en la enseñanza oficial del Catecismo, n. 1261: “un camino de salvación para los niños que mueren sin Bautismo.” Dicho de otra manera, el máximo es la visión beatífica como tal. ¿Hay un mínimo?

Continuar leyendo “El Limbo (2 de 4)”

El Limbo (1 de 4)

Uno de los temas que está tratando la Comisión Teológica Internacional por estas fechas es la enseñanza de la Iglesia Católica sobre el destino de los niños muertos sin bautizar. La tendencia en muchos teólogos contemporáneos es afirmar que esos niños gozarán de la visión beatífica (“irán al cielo”). En favor de ello se aduce que no cabe suponer que falte la misericordia de Dios, que quiere que todos se salven (1 Timoteo 2,4), ni se puede suponer que el mismo Jesús que dijo: “Dejad que los niños vengan a mí” (Lucas 18,15-16) vaya a rechazarlos, incluso si carecen de bautismo, pues ciertamente estaban sin bautizar los que él atrajo en ese pasaje del Evangelio.

Para examinar esa respuesta hay varias cosas a tener en cuenta. Primero, que la Escritura no trata expresamente del problema en su singularidad: niños anteriores al uso de razón que mueren sin ser bautizados. Segundo, que hay elementos en la tradición que no van en la dirección contemporánea, sino todo lo contrario: El Segundo Concilio de Lyon (1274) y el Concilio de Florencia (1438-45) explícitamente definen que aquellos que mueren con “sólo el pecado original” no alcanzan el cielo. Ese parecería ser el caso exacto de los niños muertos sin bautizar.

En tercer lugar, hay una doctrina previa, que es la del limbo. Aunque nunca ha sido definida dogmáticamente ha tenido un lugar importante en la enseñanza de la Iglesia, quizá por ser la respuesta de la “gran escolástica” con Santo Tomás a la cabeza. Para este modelo de teólogos, el limbo sería un lugar de una felicidad natural, sin la visión beatífica pero con un conocimiento natural sobre Dios, como el que pueden alcanzar las solas fuerzas de la naturaleza humana, es decir, sin la acción de la gracia.

Continuar leyendo “El Limbo (1 de 4)”

Dios prueba, ¿sí o no?

¡Pregunta difícil! ¿Dios prueba o no prueba? Parece haber respuestas contradictorias. La Carta de Santiago dice que Dios no prueba a nadie (St 1,13); por otro lado, la versión del Padrenuestro en san Mateo no dice simplemente: “No nos dejes caer en tentación” sino algo como: “No nos metas en tentación” (Mt 6,13). En el Deuteronomio Moisés dice al pueblo que Dios “te sustentó con maná en el desierto, comida que tus padres no habían conocido, afligiéndote y probándote, para a la postre hacerte bien” (Dt 8,16).

Creo que la confusión surge de los distintos sentidos de la palabra “prueba.” Dios no “aprende” nada de nuestros sufrimientos ni de los tiempos malos que a veces pasamos. Dios nos nos “prueba” en sentido de averiguar algo que no supiera; más bien somos nosotros los que llegamos a conocer nuestras fortalezas o nuestras infidelidades cuando atravesamos tiempos difíciles.
Continuar leyendo “Dios prueba, ¿sí o no?”

El Camino de una Palabra

Hace algo más de cuarenta años, el Papa Juan XXIII echó a rodar una palabra que cobró inmensa importancia y que se convirtió en punto de referencia para la mayor parte de la vida de la Iglesia durante el Concilio Vaticano II y después de él. Estoy hablando, desde luego, del “aggiornamento”.

El aggiornamento es la “puesta al día” de la Iglesia. Mas será bueno dejar que hable quien convocó este Concilio, porque es interesante ver la distancia entre la mente de Juan XXIII y los hechos que se sucedieron después.

¿Qué era lo que quería Juan XXIII?

Decía el Papa en la sesión inaugural del Concilio Vaticano II, el 11 de octubre de 1962 (Gaudet Mater Ecclesia, n.5):

“El supremo interés del Concilio Ecuménico es que el sagrado depósito de la doctrina cristiana sea custodiado y enseñado en forma cada vez más eficaz. Doctrina, que comprende al hombre entero, compuesto de alma y cuerpo; y que, a nosotros, peregrinos sobre esta tierra, nos manda dirigirnos hacia la patria celestial. Esto demuestra cómo ha de ordenarse nuestra vida mortal de suerte que cumplamos nuestros deberes de ciudadanos de la tierra y del cielo, y así consigamos el fin establecido por Dios.”

Y más adelante:

Para que tal doctrina alcance a las múltiples estructuras de la actividad humana, que atañen a los individuos, a las familias y a la vida social, ante todo es necesario que la Iglesia no se aparte del sacro patrimonio de la verdad, recibido de los padres; pero, al mismo tiempo, debe mirar a lo presente, a las nuevas condiciones y formas de vida introducidas en el mundo actual, que han abierto nuevos caminos para el apostolado católico.

Por esta razón la Iglesia no ha asistido indiferente al admirable progreso de los descubrimientos del ingenio humano, y nunca ha dejado de significar su justa estimación: más aun, siguiendo estos desarrollos, no deja de amonestar a los hombres para que por encima de las cosas sensibles vuelvan sus ojos a Dios, fuente de toda sabiduría y de toda belleza; y les recuerda que, así como se les dijo “poblad la tierra y dominadla” (Gén 1,28), nunca olviden que a ellos mismos les fue dado el gravísimo precepto: “Adorarás al Señor tu Dios y a El sólo servirás” (Mt 4,10), no sea que suceda que la fascinadora atracción de las cosas visibles impida el verdadero progreso”.

Notemos que el Papa parte de un supuesto, que no es difícil confirmar en otros escritos suyos: la Iglesia tiene una verdad que ofrecer al mundo. La razón por la que habla de un Concilio que no tendrá que discernir cuestiones de doctrina es porque el Papa siente que la doctrina está clara, y que lo que hace falta es un corazón compasivo y avisado, a la vez, que sepa aprovechar los adelantos en el orden de las comunicaciones para brindar al mundo de modo nuevo la noticia siempre nueva de la fe que nos salva.

Por eso decía ya en la Constitución Apostólica Humanae Salutis, n. 6, cuando promulgaba la realización del Concilio:

“Ante este doble espectáculo, la humanidad, sometida a un estado de grave indigencia espiritual, y la Iglesia de Cristo, pletórica de vitalidad, ya desde el comienzo de nuestro pontificado – al que subimos, a pesar de nuestra indignidad, por designio de la divina Providencia – juzgamos que formaba parte de nuestro deber apostólico el llamar la atención de todos nuestros hijos para que, con su colaboración a la Iglesia, se capacite ésta cada vez más para solucionar los problemas del hombre contemporáneo.”

Tenemos aquí, no la mirada angustiada de un hombre que ve que el mundo se fue delante y “el tren de la historia dejó a la Iglesia”, sino un pastor compasivo que sabe que la esencia del mensaje de salvación está a buen recaudo en la Iglesia pero que esta Iglesia necesita aprender, por así decirlo, el “lenguaje” del mundo, como acto de compasión hacia el mundo.

Esto queda claro también en las palabras de apertura del Vaticano II, en la misma Gaudet Mater Ecclesia, n.7:

“La Iglesia Católica, al elevar por medio de este Concilio Ecuménico la antorcha de la verdad religiosa, quiere mostrarse madre amable de todos, benigna, paciente, llena de misericordia y de bondad para con los hijos separados de ella. Así como Pedro un día, al pobre que le pedía limosna, dice ahora ella al género humano oprimido por tantas dificultades: ‘No tengo oro ni plata, pero te doy lo que tengo. En nombre de Jesús de Nazareth, levántate y anda’ (Hch 3,6). La Iglesia, pues, no ofrece riquezas caducas a los hombres de hoy, ni les promete una felicidad sólo terrenal; los hace participantes de la gracia divina que, elevando a los hombres a la dignidad de hijos de Dios, se convierte en poderosísima tutela y ayuda para una vida más humana; abre la fuente de su doctrina vivificadora que permite a los hombres, iluminados por la luz de Cristo, comprender bien lo que son realmente, su excelsa dignidad, su fin”.

El tren de la historia

Todo esto es bien interesante, porque luego ha habido muchos que, nombrándose voceros del espíritu renovador de Juan XXIII, sí han presentado a la Iglesia en jadeante y fatigosa carrera por alcanzar al mundo, como si fuera ella la necesitada y el mundo su salvador.

Cosa que sucede no sólo a laicos o sacerdotes con aire de intelectuales: hace tres años, los Señores Obispos de la Comisión Episcopal de Medios de Comunicación Social de España escribían que “nos queda, sin embargo, todavía un largo camino por recorrer, si queremos estar a la altura del momento y no perder el tren de la historia.”

Los más enfáticos, sin embargo, suelen ser los teólogos. Para la muestra, Juan J. Tamayo, en un Encuentro Internacional para la Renovación de la Iglesia Católica, en Madrid, septiembre de 2002:

“Un Concilio sería una gran oportunidad para retomar el tren de la historia e invertir la actual tendencia hacia la restauración eclesiástica por la de la renovación. Para ello lo primero que hay que cambiar es el escenario de celebración. Los dos últimos Concilios tuvieron lugar en Roma en correspondencia con la centralidad del catolicismo romano en el mundo. Hoy, sin embargo, el catolicismo tiene un rostro multicultural, multiétnico, multirracial y multirreligioso. De ahí que el Vaticano no me parezca el lugar más adecuado para el nuevo Concilio. Me inclino, más bien, por un lugar del Tercer Mundo; América Latina, por ejemplo, que cuenta con un vigoroso cristianismo profético expresado a través del compromiso de los cristianos y cristianas comprometidos con las mayorías populares, el dinamismo de las comunidades de base y la pujanza de la teología de la liberación”.

¿Qué entendía Juan XXIII por aggiornamento?

¿Compartiría Juan XXIII el punto de vista de Tamayo? El 13 de Noviembre de 1960, es decir, ya varios meses después del primer anuncio, pero aun faltando mucho en el proceso de preparación, el Papa Juan XXIII explicaba cuál era el sentido de la novedad del Concilio:

“Todo lo que habrá de hacer el nuevo Concilio Ecuménico se endereza a restaurar en todo su esplendor las líneas simples y puras que el rostro de la Iglesia de Cristo tuvo en su comienzo, y a presentar este rostro como su Divino Fundador lo plasmó: sine macula et sine ruga. El camino de la Iglesia a través de los siglos aun está lejos de aquel punto en que será llevada a la triunfo eterno. Por ello, el objetivo más alto y noble del Concilio Ecuménico (cuya preparación apenas empieza y por cuyo éxito el mundo entero está orando) es hacer una pausa para estudiar con amor la historia de la Iglesia y para tratar de redescubrir las trazas de su juventud llena de vida, y reconstruirlas de modo que muestren su poder sobre las mentes modernas, que son tentadas y engañadas por las falsas teorías del príncipe de este mundo, el adversario, abierto o escondido del Hijo de Dios, el Redentor y Salvador”.

Y en el mismo año de la inauguración, en su Carta Apostólica Oecumenicum Concilium, del 28 de abril de 1962, vuelve sobre el mismo tema, aludiendo expresamente a la actualización o “aggiornamento”:

“El esfuerzo de aggiornamento en la vida de la Iglesia, el conjunto de las distintas leyes y disposiciones que serán adoptadas o reexaminadas en las solemnes asambleas [del Concilio Vaticano II], sólo pretenden esto: que Cristo sea conocido, amado, imitado, con generosidad siempre creciente. “Es preciso que Él reine”’ (1 Cor 15,25): sólo Él ha de ser la aspiración constante de nuestra vida, hasta en las cosas más pequeñas; sólo como Él hemos de vivir, porque sólo Él tiene “palabras de vida eterna”(Jn 6,69). La celebración del Concilio no tiene otro objetivo, ni tampoco la renovación espiritual que, por la gracia divina, habrá de seguirle”.

– Está claro, pues, que no se trata de perseguir al mundo, ni tampoco de mendigar del mundo lo que sólo Cristo, el Cristo de la Pascua, puede dar a la Iglesia, según aquello de 2 Pe 1,3: “Su divino poder nos ha concedido todo cuanto concierne a la vida y a la piedad, mediante el verdadero conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia”.

– Ahora bien, este mundo tiene también sus bienes, y no puede en justicia ser condenado en bloque, ni presentado sólo bajo aspecto de su indigencia o su maldad. La Iglesia ha de aprender, más que de Él, de Dios Creador que ha dejado semillas de bondad por doquier, según el criterio de San Pablo: “todo lo que es verdadero, todo lo digno, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo honorable, si hay alguna virtud o algo que merece elogio, en esto meditad. Lo que también habéis aprendido y recibido y oído y visto en mí, esto practicad, y el Dios de paz estará con vosotros”(Flp 4,8-9).

– Por último, queda claro también que la Iglesia, en la mente de Juan XXIII, se siente abundar en una vida que no merece pero que realmente posee, la vida de la gracia, y que es su derecho y su deber, en razón de misericordia, ofrecer esa vida al mundo que la necesita, según escribió Pablo: “puesto que tenemos este ministerio, según hemos recibido misericordia, no desfallecemos; sino que hemos renunciado a lo oculto y vergonzoso, no andando con astucia, ni adulterando la palabra de Dios, sino que, mediante la manifestación de la verdad, nos recomendamos a la conciencia de todo hombre en la presencia de Dios” (2 Cor 4,1-2).

Fr. Nelson Medina, OP

¿Qué es el paraíso?

La palabra paraíso tiene varios significados: dentro de la narración del libro del Génesis, el paraíso se refiere a esa condición original que tenía el ser humano en el plan de Dios.

El paraíso, que en ese caso es el paraíso terrenal, denota esa situación de armonía con Dios, armonía con la naturaleza, armonía con los demás seres humanos y armonía dentro de sí mismo. Creo que esta palabra armonía, describe muy bien lo que querría decir paraíso terrenal. Pero entra el pecado en la historia de la humanidad y todas esas armonías se rompen: la relación con Dios, con los hermanos, con la naturaleza, todo eso se rompe y ese paraíso terrenal queda perdido. Ese es el primer sentido.

Continuar leyendo “¿Qué es el paraíso?”

Para Orar Delante del Santísimo Sacramento

1. Es difícil callarse? ¿Por qué?
2. ¿Te parece necesario hacerlo? ¿Por qué?
3. ¿Te cuesta o te es cómodo callar? (Explica).
4. ¿Cuándo te parece que es prudente callar?
5. ¿Te parece lo mismo callar que hacer silencio?
6. ¿Existe en tu vida “algo” para callar? ¿Por qué?
7. ¿Ante quién te callas?
8. ¿Normalmente qué atrae tu mirada?
9. ¿Cambiarías algo de ti para mirarlo “mejor”?
10. ¿Qué no quisieras que miraran?
11. ¿Cómo miras a Dios?
12. ¿Te gusta o te disgusta ser mirado?
13. ¿Qué te agrada escuchar?
14. ¿Sabes escuchar? ¿Por qué lo crees?
15. ¿A quién escuchas?
16. ¿Quién te escucha?
17. ¿Quién quisieras que te escuchara?
18. ¿A quién te gustaría escuchar?
19. ¿Qué deseas que escuchen de ti?
20. ¿Hay algo que cambie en ti cuando escuchas? (Comenta).
21. ¿Qué cambia cuando eres escuchado? (Explica).
22. ¿Qué crees que ha escuchado Dios de ti?
23. ¿Has escuchado a Dios? (Describe).
24. Describe lo que significa para ti meditar.
25. ¿En qué meditas?
26. ¿Necesitas lugares y momentos para hacerlo? (Comenta)
27. ¿Qué buscas al meditar?
28. ¿Compartes tus meditaciones con alguien?
29. ¿Confrontas lo meditado con algo o alguien? ¿de qué te sirve?
30. ¿Cada cuanto y por qué circunstancias tienes que meditar?
31. ¿Sobre qué es lo que con mayor frecuencia meditas?
32. ¿A quién le crees? (Máximo 3) ¿Por qué te parece que son creíbles?
33. ¿A quién le creíste en un momento dado, y ya hoy no?
34. Y a ti, ¿quién te cree?
35. ¿Cómo llegas a saber o comprobar que lo que crees es verdad?
36. ¿Por qué perderías la credibilidad en algo o en alguien?
37. ¿Crees en ti? ¿Cómo puedes demostrártelo?
38. ¿Qué le has creído y qué le crees a El?
39. ¿Qué entiendes por orar?
40. ¿Te gusta o disgusta orar? (Explica las razones)
41. ¿Consideras que para vivir es necesario orar? ¿por qué?
42. ¿De qué elementos requieres para poder orar?
43. ¿Oras con otras personas? (¿quiénes, por qué, y cuándo?)
44. ¿Oras mental o vocalmente? ¿de qué depende?
45. ¿En qué situaciones oras? ¿En qué momentos y lugares lo haces?
46. ¿Oras durante el día y/o cada cuánto?
47. ¿Consideras que para orar se deben tener cualidades? (Menciona).
48. ¿Has aprendido de alguien a orar?
49. ¿Cuáles te parecen que sean las causas que hacen que no amemos o que amemos menos a las personas?
50. Amar ¿te nace? ¿o lo optas, decides, procuras?

Ideas Claras

Cada día se ve más la necesidad para un verdadero católico de clarificar sus ideas en materia religiosa. Sobre todo en lo referente a su fe.

El ambiente actual en que se vive, es de un confusionismo tremendo y dificulta en gran manera esta indispensable tarea de clarificación.

Me ha parecido oportuno prestar este servicio y resumir algunas verdades básicas, sin entrar en explicaciones, sino a modo de enunciado para orientarse bien en católico.

Aquí las tienes sucintamente expuestas:
Continuar leyendo “Ideas Claras”

Se Puede Ver a Dios Cara a Cara?

Se puede ver a Dios cara a cara durante esta vida? O incluso preguntemos más: hablar de la cara de Dios, ¿no es algo así como antropomorfizarlo o imaginarlo a la manera humana? Indudablemente, la Biblia utiliza un lenguaje apropiado para nuestra comprensión. Y en ese sentido es un lenguaje que abunda en símbolos.

Sería interesante recoger todos los símbolos antropomórficos sobre Dios que aparecen en la Biblia. Son muy abundantes: se habla del brazo extendido de Dios, se habla de la espalda de Dios, en el capítulo 33 del Exodo, se habla de los ojos, de la mirada, o los oídos de Dios, y así sucesivamente.

Continuar leyendo “Se Puede Ver a Dios Cara a Cara?”

“Orgullo Gay”: ¿Orgullo de Pecar?

En una sociedad materialista y atea como la actual, no es de extrañar que actos como el del “día del orgullo gay”, lleven a término su más grosera expresión pública. La perversión del lenguaje es manifiesta. ¿Cómo puede nadie sentirse orgulloso de ofender a Dios con una práctica contraria a su Santa Ley? Quizá sea por que las personas que participan de tales prácticas e ideas, no son católicos, y les importa un ardite ofender a Dios.

El hecho de tener ciertas inclinaciones hacia su mismo sexo, no es pecado en si, sino la práctica o el deseo de llevarlo a cabo. Se puede ser católico y homosexual o lesbiana sin ofender a Dios, llevando una vida de castidad como cualquier persona que no esté casada, pues sólo las relaciones entre un hombre y una mujer unidos en santo matrimonio, son las queridas y deseadas por Dios.

Ningún otro tipo de ejercicio de la sexualidad puede agradarle fuera del matrimonio, según sabemos por la Biblia, la Tradición Apostólica y la enseñanza de la Iglesia. Que el ejercicio de la homosexualidad está reprobado por Dios, lo tenemos muy claro, por ejemplo, en la Sagrada Escritura: “No cometerás pecado de sodomía, porque es una abominación”.(Lev. 18,22.)

“No queráis cegaros: ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los sodomitas, ni los ladrones, ni los avarientos, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los que viven de la rapiña, han de poseer el reino de Dios”. (1 Cor.6,9-10.)

De hecho, la sodomía está conceptuada en la Sagrada Biblia como uno de los cinco “pecados que claman al cielo”(homicidio, esclavitud, opresión de huérfanos y viudas, y defraudar el salario al trabajador): “El clamor de Sodoma y Gomorra aumenta más y más, y la gravedad de su pecado ha subido hasta lo sumo”.(Gn.18-20)

Que estamos en un estado de derecho y cada cual hace lo que le parece bien, es cierto; que en materia de sexualidad excepto la pedofilia (de momento) todo vale, también lo es; que en los últimos años no sólo hay permisividad, sino una exaltación de la homosexualidad, avalada por las leyes, políticos, grupos de poder mediáticos, etc. es un hecho.

Pero que ello quiera decir, o nos quieran hacer creer, que el ejercicio de la homosexualidad es una cosa “normal” y “civilizada”, media un abismo. Los hombres somos libres, incluso para abusar de la propia libertad; pero también responsables, lo queramos o no, ante Dios: “No os engañéis; de Dios nadie se ríe. Lo que uno siembre, eso cosechará”.(Gal 6,7)

Tremenda responsabilidad la de todos, en el negocio supremo de la existencia: la salvación eterna.

José Andrés Segura Espada. 28 de junio de 2002.

¿Puede Existir una Moral Cristiana de Estructura Racional?

Fr. Nelson Medina F., O.P.

1. ¿En qué se fundamenta el discurso racional de la moral católica?

La teología moral de algún modo puede resumirse al modo gramatical imperativo, en la medida en que sus conclusiones finalmente se traducen en fórmulas de talante: “haz esto” o “no hagas esto”.

Este modo imperativo suscita de inmediato una pregunta: ¿quién y por qué tiene autoridad para decirle a otra persona lo que tiene que hacer? Esta doble cuestión nos conduce, en lo que atañe a la teología moral católica, a la relación entre el modo “indicativo” propio de lo propuesto en la dogmática y el modo “imperativo” de que ahora hablamos.

La pregunta es: ¿de qué modo las afirmaciones sobre la revelación de Dios en Jesucristo se transforman en consignas, mandatos o consejos para los cristianos?

Junto a ésta, otra gran cuestión: ¿es posible afirmar leyes verdaderamente tales en el régimen del Nuevo Testamento, sin devolvernos al régimen legal del Antiguo Testamento?; ¿la efusión del Espíritu no es ya norma suficiente para los cristianos?

Y queda aún una tercera cuestión, que puede plantearse en términos de dilema: o las prescripciones morales son racionales, y entonces no pertenecen a la teología sino a la filosofía, o son irracionales y entonces no pueden reclamar obligatoriedad ni aún para los cristianos.

Con respecto a la primera pregunta hay que decir que la revelación de Dios en Jesucristo no es un elenco de ideas sino un cauce de vida que al entrar en el cristiano lo va transformando todo: desde luego, su inteligencia, pero también sus afectos, proyectos, esperanzas, su mundo “privado” y “público”.

Con respecto a la segunda cuestión podemos decir que la obra de Cristo no supone la anulación sino la plenificación de la ley, según él mismo lo dijo. De hecho, Jesús recordó mandamientos explícitos de la ley de Moisés a aquel joven que quería tener vida eterna. Así pues, está mal planteada la cuestión si partimos del supuesto de que la ley nueva, la ley del Espíritu Santo, es por principio incompatible con leyes explícitas. Ciertamente San Pablo opone muchas veces el régimen de la ley a la fe que nos abre a la acción del Espíritu, porque, si se trata de la salvación, está claro en quién podemos y debemos poner nuestra confianza. Pero si se trata de la vida de aquellos que creen en Jesús y están bajo el régimen del Espíritu Santo no hay porque suponer una incompatibilidad esencial: confiar en Cristo es, entre otras cosas, reconocer lo que su amor eficaz va haciendo en nosotros, incluyendo en nuestra capacidad de conocer expresamente su voluntad.

Un punto distinto es que las leyes “positivas” son compatibles con la libertad del Espíritu, y cuáles de éstas son esenciales al ser de la Iglesia. Responder a esta inquietud conlleva una amplia reflexión sobre los conceptos de la ley natural y de la Iglesia. Es un paso posterior, que no daremos aquí.

Respecto a la tercera cuestión, cabe distinguir: ética, ética cristiana y moral (entendida como teología moral).

En éstas tres la razón tiene lugar, aunque de modo diverso: la ética se ocupa del bien y el mal de los hombres sin tener en cuenta el dato de la revelación; la ética cristiana es igualmente una reflexión de orden filosófico, que sin embargo toma como referencia principal la vida de Jesús, subrayando entonces la importancia de los así llamados “valores cristianos”, por ejemplo la misericordia, el perdón, la justicia, la solidaridad.

No carece, pues, de argumentación la moral, pero esta toma en cuenta elementos que son decisivos para la existencia humana y que no brotan del solo ejercicio racional. La teología moral, en efecto, considera la vida desde la perspectiva del destino último del hombre que se abre a la luz de la pascua de Cristo, y desde la certeza de la gracia ofrecida con la efusión del Espíritu Santo. De este modo reconoce como perfección última del acto humano, la forma que le da la claridad y su orientación al fin último de la contemplación beatífica en el cielo.

2. ¿Cabe la vida en razones y argumentos?

Podemos decir que la teología moral tiene una estructura paradójica, porque trata de manera general (si no, no sería un tratado ni podría reclamar normatividad alguna) lo particular (si no, no sería una referencia para las personas y su vida, que se da mediante actos específicos y situados). La teología moral es una eeflexión “abstracta” sobre actos concretos[1].

Aquí viene lo paradójico de la moral: resulta que la vida humana no está hecha de esencias sino de una abigarrada multitud de circunstancias variables de todo género. Todo acto humano es un acto “en situación”, hasta el punto que puede darse que un mismo acto sea bueno en algunas circunstancias y malo en otras.

Por eso nos preguntamos: ¿acaso es posible sacar las esencias de todos los actos y circunstancias verosímiles en la vida humana?; ¿quién puede presentar un discurso tan completamente argumentado que pueda hablar de todo lo bueno y lo malo que los hombres mortales encontramos por esta tierra?

Y sin embargo, nada más grave que renunciar a la búsqueda de ese bien y ese mal. Sin alguna claridad y algunos acuerdos sobre qué es lo bueno y qué es lo malo (sea que se le llame así o no), el ser humano queda perdido y la sociedad se degrada e involuciona hacia la jungla del más fuerte. Es verdad que, siguiendo a Nietzsche, alguien podría intentar ir “más allá del bien y del mal”, dejar brotar la vida, mantenerse fiel a la tierra y ser el “super-hombre”, pero éste pobre super-hombre ¿cómo sabría que su opción vital es lo mejor para él mismo?

Esta argumentación en contra del pensamiento Nietzscheano nos ayuda a descubrir de un modo nuevo el antiguo principio tomista: el bien, así no se le llame de este modo, es algo que la voluntad humana no puede no querer (non potest non velle); incluso el mal buscado se busca por algún aspecto de bien.

3. ¿Cómo argumentar en moral?

Ha habido en el siglo XX quienes enfatizaron tanto el papel de las circunstancias en la valoración de los datos humanos que prácticamente disolvieron la posibilidad de una verdadera teológica moral. Según ellos la “situación” es la que finalmente determina el juicio sobre el acto humano; y como las situaciones, según hemos dicho, son innumerables, variadísimas y cambiantes, la moral, según ellos, debe terminar reduciéndose a un elenco de sugerencias generales, o a la inoperante y romántica presentación del amor como única norma.

La posición de Santo Tomás es distinta. Para él, un acto humano debe ser valorado de acuerdo con tres elementos inseparables: la intención, el objeto y las circunstancias.

Lo que hoy solemos llamar “situación” es lo que él llama circunstancias; mas, al contrario delo que quieren algunos contemporáneos nuestros, no hizo depender de ellas el juicio último sobre los actos humanos. Cada acto humano recibe su valor principalmente de la intención y luego del objeto. La intención responde a la pregunta sobre qué pretendía la persona, y el “objeto” a la pregunta sobre qué hizo la persona.

La teología moral es ciencia básicamente de las intenciones y de los objetos en ese orden. Esto no quiere decir que cualquier acto pueda ser justificado por alguna intención o en alguna circunstancia. Específicamente la teología moral conoce ejemplos de actos (“objetos”) que son siempre malos: blasfemar, causar daño evitable a un inocente, desperdiciar del todo el tiempo que está en nuestras manos, y aún otros.

Esto significa que la teología moral no es un conjunto de normas externas sino un camino de iluminación de la conciencia moral, que puede y debe dar criterios seguros y próximos para el obrar concreto del ser humano.

De acuerdo con esto, no puede recibirse como argumento moral lo que es simplemente anécdota o excepción. Tampoco es modo de argumentar el tomar un momento de la revelación bíblica para desmembrarlo de su contexto y del proceso íntegro que tiene su culminación en la pascua de Jesucristo y la efusión del Espíritu Santo. Ni recibimos como argumento el que unos males hagan “buenos” a otros; ni admitimos que actos perversos que están en la voluntad del ser humano se presenten como inevitables, y en este sentido como circunstancias determinadas. Finalmente, y como es natural, tampoco admitimos los argumentos ad hominem, es decir aquellos que pretenden negar o contradecir un argumento atacando a la persona o institución que lo sostiene.

En síntesis, pues, ¿cómo ha de ser un “argumento moral”? Ha de ser la presentación del despliegue del sabio y amoroso querer de Dios, manifiesto progresivamente en la creación y en la redención, madurado en la reflexión racional y la tradición de la Iglesia, ordinariamente expuesto por el Magisterio de la misma Iglesia, vivido con generosidad por los santos y propuesto para que alcancemos ya en esta tierra y luego en la eternidad la bienaventuranza para la que fuimos creados.

Fr. Nelson Medina F., O.P.

Si hasta los Consagrados Caen, ¿Dónde está la Eficacia de la Iglesia?

Con el debido respeto:
Es innegable que la consagración a Jesús es un privilegio que conlleva, o al menos así se espera, gran responsabilidad ante Dios y ante los demás.

Sin embargo, los hechos demuestran, en porcentaje alarmante, que no solamente son rotos los votos profesados, sino que además son cometidos delitos abominables, como el abuso sexual en contra de menores de edad y otras faltas inconfesables, últimamente y desde los inicios de la Iglesia Católica.

A

hora bien, yo me pregunto: ¿Si las normas, oraciones y prédicas de la Iglesia Católica no son eficaces para impedir tales aberraciones en sus consagrados, que espero yo?

Sería inútil negar que algo está mal, o bien las prédicas, oraciones y principios de la Iglesia no sirven o todo es una farsa.

Atentamente,
Un católico en crisis de Fe

RESPUESTA

Querido amigo:

Ciertamente la consagración a Dios es un gran privilegio. Pero no en el sentido del mundo. Los Apóstoles Santiago y Juan pidieron a Jesús el privilegio de puestos importantes, pero El les dijo que no sabían lo que pedían. En vez, les invitó a participar de Su pasión. Ese es verdadero y gran privilegio: Participar por amor de la vida de Cristo, en especial de sus sufrimientos.

También es cierto que la consagración conlleva gran responsabilidad. Dice San Alfonso Ligorio:
Grande es la dignidad de los sacerdotes, pero no menor la obligación que sobre ellos pesan. Los sacerdotes suben a gran altura, pero se impone que a ella vayan y estén sostenidos por extraordinaria virtud; de otro modo, en lugar de recompensa se les reservará gran castigo, como opina San Lorenzo Justiniano (…). San Pedro Crisólogo dice a su vez que el sacerdocio es un honor y es también una carga que lleva consigo gran cuenta y responsabilidad por las obras que conviene a su dignidad (…). Mas sobre este texto.

En cuanto al “porcentaje alarmante de delitos abominables”, creo que hace falta clarificar este tipo de declaración. No niego ni justifico que sacerdotes hayan cometido graves delitos de abuso contra jóvenes. Estos deben ser procesados justamente. Pero no es justo hacer declaraciones sensacionalistas que presentan una falsa imagen de la realidad. No existe ninguna evidencia de que la incidencia de abuso sexual sea mayor entre sacerdotes que entre hombres en general, incluyendo rabinos y ministros.

Philip Jenkins, profesor de historia y de estudios religiosos en la universidad de Penn State, autor del libro “Pedofilia y Sacerdotes: Anatomía de una crisis contemporánea” (Oxford University Press, 1996), declara al respecto: “mi investigación de casos en los pasados 20 años no indica que exista evidencia alguna que el clero católico u otros del clero célibe estén mas envueltos en mala conducta o abuso que el resto del clero de cualquier otra denominación, o de los que no son del clero. Por muy determinados que estén los medios de comunicación en ver estos casos como crisis del celibato, la acusación no tiene fundamento.” 1 (El Señor Jenkins no es católico).

El celibato

Se quiere culpar al celibato por los escándalos. Es normal que el hombre mundano, que vive dominado por las pasiones, vea el celibato como una represión y hasta como un peligro. Pero el celibato vivido santamente es una donación total de nuestro amor por Dios y por todos. Sin fe y sin gracia no se puede vivir el celibato, pero sin estas tampoco se debe ser sacerdote. Celibato.

Para comprender la manipulación de la prensa, pongamos un ejemplo. Si por una semana, un periódico dedicase su primera plana a exponer abusos y todos fueron cometidos por madres, ¿llegaría usted a creer que las madres son mas abusivas que el resto de la población? Y si el mismo periódico solo publicase abusos perpetuados por madres hispanas, ¿pensaría usted que las hispanas son peores madres, o cuestionaría usted mas bien la motivación del periódico? El comportamiento de los medios de comunicación ha demostrado una vez mas lo dicho por el historiador Arthur Schlesinger Sr. (no católico): “el prejuicio contra la Iglesia Católica es el más profundo en la historia del pueblo americano y el único aceptable en los Estados Unidos hoy” 2. No creo que la prensa se atrevería a tratar a ningún otro grupo ni a sus líderes como ha tratado a los católicos y a sus sacerdotes.

Todos necesitamos conversión

No le podemos echar toda la culpa a la prensa, la cual solo se aprovecha de una realidad de pecado existente. Se han dado grandes escándalos entre algunos sacerdotes. ¿Cómo podemos responder? ¿Nos avergonzaremos de ser católicos? ¡De ningún modo! Debemos profundizar nuestra fe la cual se fundamenta en Jesucristo. El es el mismo ayer, hoy y siempre. El es la roca inmovible de nuestra fe. Busquemos en Jesús, en Su Palabra, la sabiduría para entender y ser guiados en la crisis actual, tal como lo hicieron los santos de todos los tiempos.

No creo que sea casualidad que estos escándalos estallaron durante la cuaresma, tiempo dedicado a reconocer nuestro pecado y necesidad de conversión. La Palabra de Dios nos presenta con toda honestidad la miseria de todo hombre, su incapacidad para regenerarse por si mismo y su absoluta necesidad de ser redimido por Dios. Esto es verdad igualmente para los sacerdotes. Jesús escogió a 12 Apóstoles que por 3 años vivieron con El, recibieron sus enseñanzas, fueron testigos de sus milagros. Jesús les dio poder para hacer ellos mismos milagros y sacar demonios en Su nombre. Sin embargo, en la Última Cena, en la que Jesús instituyó el sacerdocio, uno de los 12 le traicionó. Los otros fueron incapaces de permanecer fieles en la prueba esa misma noche y todos le abandonaron.

Necesitamos el poder de la cruz

¿Que ocurrió con los apóstoles? Cometieron el pecado de confiar en sus propias fuerzas, en la lógica y los recursos del mundo para seguir a Jesús. Pedro pensó que el jamás negaría a Jesús. No comprendía que la lucha era superior a fuerzas humanas. No comprendía la importancia de permanecer despierto en oración cuando Jesús le pidió. Se durmió con los demás.

Queda claro que nadie puede ser sacerdote por su propia fuerza ni por sus dones naturales. Tampoco será suficiente haber sido escogido por Jesús y haber recibido la gracia de la ordenación sacerdotal. Dios pide la humildad de obedecerle en todo para dejarse guiar por El. Judas no lo hizo. Los otros fallaron pero después se arrepintieron y dieron la vida por Jesús.

Creo que algo bueno puede salir de los escándalos: Un reto para que los sacerdotes dependamos mas en Jesucristo. En tiempos de corrupción y crisis en la Iglesia, el Señor ha levantado los mayores santos para renovarla. Donde abunda el pecado, sobre abunda la gracia.

También los laicos deben ser retados a poner más confianza en la obra de Dios actuando en el sacerdote a pesar de su miseria humana. Es Cristo el que actúa en los sacramentos impartiendo la gracia santificante. Es Cristo en quien ponemos nuestra fe.

Cada cual mira a la Iglesia según lo que está en su corazón. Si nos falta la fe, no culpemos a los escándalos. Revisemos más bien nuestro corazón. A quienes culpan a otros por su falta de fe “Les ha sucedido lo de aquel proverbio tan cierto: “el perro vuelve a su vómito” y “la puerca lavada, a revolcarse en el cieno” II Pedro 2,22.

A los que quieren ver la virtud y el poder santificador de la Iglesia, no le faltarán innumerables testigos. No será casualidad que, la misma semana en que los escándalos alcanzaban su cenit, Monseñor Duarte, arzobispo de Cali, Colombia, fue martirizado. Este santo obispo, sabiendo las amenazas contra su vida, no titubeó en su valiente testimonio del evangelio. Estimo que ha sido un martirio reparador en unión con Jesucristo. También en esos mismos días tuvimos el testimonio del arzobispo de Lagos, Nigeria, Dr. Antonio Olubunmi Okogie, que voluntariamente ofreció morir en lugar de una mujer musulmana condenada a muerte por lapidación por la corte islámica; del Padre O´Toole misionero irlandés asesinado en Uganda; del atentado contra la procesión del Domingo de Ramos en la ciudad de Goma en el Congo, en el cual murieron una niña un sacerdote y el obispo herido (Monseñor Faustin Ngabu); el arresto en China de Monseñor Jia Zhiguo y tantos otros cristianos anónimos sacerdotes y laicos, que ofrecen su vida siguiendo a Cristo a diario. Ellos son testigos de que la Iglesia da vida abundante a los que tienen fe.

Jesús dijo que los escándalos eran inevitables pero también nos dio la promesa: “Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella”. Mateo 16,18. ¿Dónde pones tus ojos: en el escándalo en la virtud de los santos? Dios ha dado a la Iglesia la medicina espiritual para curar a todos, pero solo se sana quien toma la medicina con fe.

Estos son los mejores tiempos para ser católico y para ser sacerdote

Muchas veces, al meditar la pasión, he sentido el deseo: “Señor, si yo hubiese estado allí, hubiera dado la cara por ti”. Pues bien Cristo es el mismo ayer, hoy y siempre. La pasión de Cristo continúa hoy, es la pasión de Su Cuerpo, la Iglesia. Hoy hay más mártires que nunca en la historia. Es por eso que estos son tiempos maravillosos para ser católico y para ser sacerdote, precisamente por ser tiempos difíciles.

Dijo San Luis María Grignon de Montfort: “Jesús tiene muchos amigos en el banquete pero muy pocos amigos de la cruz”. Cuado abunda la corrupción y el mundo con sus vicios y escándalos arrastra penetra en la vida consagrada, cuando arremete la persecución y la mayoría abandona a Jesús y se avergüenza de su Iglesia, cuando la cruz se hace mas pesada, es entonces que estamos en viernes santo. Es entonces que Cristo suscita en su Iglesia los mayores santos. ¡Que dicha vivir en estos tiempos! Hoy tanto sacerdotes como laicos tenemos la mayor oportunidad de dar la cara por Jesús cueste lo que cueste, porque le amamos. Dios quiera seamos dignos de El.

Padre Jordi Rivero

Centesimus Annus

Algunas ideas centrales en torno a la justicia social

1. La libertad debe ir unida a la verdad del hombre (cf. n.4)

2. No cabe un socialismo, si se echa en olvido la trascendencia de la persona humana (n.13).

3. Es importante, e incluso decisivo, el apoyo de la Iglesia en la defensa de los Derechos del hombre (n.22).

4. No es posible definir ni comprender al hombre considerándolo unilateralmente a partir del sector de la economía; es necesario verlo en la esfera de la cultura, cuyo punto central es la actitud que el hombre asume ante el misterio más grande: el misterio de Dios (n.24).

5. La promoción de los pobres es una gran ocasión para el crecimiento moral, cultural e incluso económico de la humanidad entera (n. 28).

6. La propiedad privada tiene una dimensión social, porque los bienes, tanto espirituales como materiales, tienen de suyo un destino universal.

7. Hoy ya no han de considerarse como factores decisivos de producción ni la tierra ni el capital, sino, ante todo, el hombre (cap. IV).

8. No puede decirse, sin más, que el fracaso del comunismo signifique la victoria omnímoda del capitalismo, ni que haya que proponer al capitalismo como (única) vía del verdadero progreso (n.42).

9. La Iglesia aprecia la democracia (en un Estado de derecho y sobre la base de una recta concepción de la persona humana), pero un régimen democrático no debe depender de las fuerzas electorales o económicas al momento de decidir en asuntos de justicia o de moralidad (n.47).

10. La aportación propia de la Iglesia, en un régimen democrático, es el concepto de dignidad integral de la persona, dignidad plenamente manifestada en el misterio del Verbo encarnado (n.47).

11. “El hombre es el camino de la Iglesia”. La doctrina social es instrumento de evangelización, que, anunciando la salvación en Cristo, también revela al hombre a sí mismo (n.54).

12. La Iglesia se hará creíble más por su testimonio y sus obras que por la lógica de sus palabras.

Mensaje para el Nuevo Año

Amigos en la fe,

La vida, como un río, tiene momentos de transcurrir sosegado y tiene cascadas. Fluye a veces en el ritmo monótono de una rutina que incluso nos cansa; otras veces, se precipitan en rápida sucesión cambios o sorpresas que pueden alegrarnos o deprimirnos súbitamente.

Llegan de pronto otros tiempos en que las aguas se remansan. Algo adentro y algo afuera nos llama a reflexión. Es preciso hacer un alto y darnos tiempo para unas cuantas preguntas profundas. Son los momentos densos de nuestra existencia.

Me he preguntado a veces en qué consiste esa densidad o qué hace que ciertos días estemos más receptivos y más sensibles a los temas hondos de la vida. Creo que es algo que tiene que ver con el tiempo. Al fin y al cabo, como alguno dijo, todo lo que tenemos y lo único que tenemos es tiempo. Los hilos de nuestra temporalidad son los hilos mismos de nuestra vida. Y al fin y al cabo, ¿qué es vivir, sino ir trenzando con mayor o menor acierto esos tres hilos que se llaman presente, pasado y futuro?

Imaginemos un día sin pasado. Es como imaginar a una persona que un día despierta sin saber quién es, ni qué responsabilidades tiene ni de qué derechos goza. ¿Qué día esperaría a una persona así, qué podría tejer?

Imaginemos un día sin futuro. ¡Vaya pesadilla! Lamentablemente es algo que muchos de nuestros contemporáneos conocen: NO-FUTURO. Tal es el nombre de la falta absoluta de esperanza. Y bien sabemos, con dolor, que quien pierde un horizonte y una razón en su futuro, pierde también toda capacidad de actuar en su día presente.

¿Y es posible imaginar un día sin presente? Aunque parezca extraño, yo creo que sí es posible. Es sencillamente la experiencia de la muerte. A la hora de nuestra partida, ¿qué tendremos? Un pasado: lo vivido. Un futuro: el más allá. Ya no habrá más tiempo para cambiar nada. El presente se habrá reducido a un punto, una línea que no podemos controlar, una puerta en que no somos jueces sino más bien juzgados.

Nuestros tres hilos tienen distintos colores y distintas melodías. Cada día hacemos una canción cuando vivimos; hemos pintado un cuadro cada día, cuando volvemos al descanso del lecho apetecido. A veces nuestra canción es disonante o nuestro cuadro es horroroso. Hay días que no quisiéramos que se contaran en nuestra cuenta. Otras veces la música es grata y el cuadro hermoso.

Hay momentos en que necesitamos ver qué estamos pintando y oír qué es lo que cantan nuestros pasos en su trasegar fatigoso y acelerado. Esos son los momentos densos, y probablemente, al llegar al umbral de un año nuevo, nuestros hilos brillan con peculiar nitidez y por eso sentimos que tenemos que revisar qué hemos hecho, qué estamos haciendo y qué tenemos que hacer.

En estos momentos, amigos, lo que yo pido al Cielo es que nos regale luz. Nuestros hilos no vienen de la nada, sino de Dios, que “nos amó primero,” como enseña San Juan. Y por eso nuestro pasado estará claro y a salvo sólo en sus manos. Nuestros hilos no van hacia el abismo, sino hacia Dios, que “prepara casa a los desprotegidos,” como canta el salmo. Sólo en la luz divina encontramos paz con lo que hemos sido y serena esperanza sobre lo que podemos ser. Sólo en esa luz descubrimos cuántas de nuestras tragedias eran en realidad oportunidades y sólo en ella aprendemos a agradecer nuestros bienes en Aquel que es la Fuente de todo bien.

Por mérito de la plegaria eficaz de la Santa Madre de Dios, cuya fiesta inaugura el nuevo año, venga sobre la Tierra un diluvio de nueva luz y de gracia, para que, valorando nuestro tiempo según la sabiduría de lo Alto, hacia la altura se orienten nuestros sueños y también nuestros pasos.

¡Feliz Año para todos!

Fr. Nelson Medina, O.P.