Yo en la Biblia

Escuela de Vida Interior, Tema 20: ¿Qué enseña la Biblia sobre el YO?

De la Sagrada Escritura aprendemos, ante todo, que el ser humano se descubre y se construye en diálogo con Dios. Así como el bebé requiere que se le hable para alcanzar su estatura racional y emocional, así el hombre crece a medida que la Palabra hace su casa en él.

Y en ese diálogo el hombre descubre a Dios como su CREADOR. Ser creatura implica saberse sostenido por Dios, pues ha sido ante todo su designio quien no ha dado el ser. Quien esto descubre ya no tiene que justificar su existencia: no vive para demostrarle nada a nadie. Es libre. Pero no es caprichoso ni su vocación puede ser el egoísmo: ser creado es descubrirse hermano de las demás creaturas.

En el diálogo entre Dios y el hombre se descubre la realidad protuberante del pecado, única verdadera amenaza a la nobleza y hermosura de nuestro origen. Pero el pecado está vencido en Jesucristo, de modo que una sana antropología bíblica siempre llamará “perdonado” y amado al hombre.

Además, el don del Espíritu nos conduce a la plenitud en la vía de la restauración del daño causado por el pecado, ajeno o propio, hasta el punto de saber que somos coherederos con Cristo: es indistinguible el amor que él tiene del que nos Padre nos prodiga con ternura. El Espíritu no viene a nosotros como extraño, que invade u oprime, sino como dueño a su propia casa. Nunca soy tanto yo mismo como cuando Él está.

Otros dos elementos bíblicos fundamentales son la VOCACIÓN, que responde a la pregunta “¿Para qué he vivido lo que he vivido?” y la MISIÓN, que apunta a la pregunta: “¿Para quiénes he recibido lo que he recibido?”

La antropología bíblica es rica, de tono positivo y realista a la vez; anclada en la realidad de lo concreto pero abierta a la trascendencia hermosa e infinita de los cielos.

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Teorias y Modelos del Yo, 2 de 2

Escuela de Vida Interior, Tema 19: Teorías del YO que han cimentado el relativismo.

Para distinguir entre el falso y el verdadero conocimiento de sí mismo conviene hacer un recorrido por la historia, la filosofía y la psicología, aunque sea brevemente. En esta ocasión nos referimos a tres personajes del siglo XX que ilustran las raíces del pensamiento subjetivista y relativista de nuestra época.

Carl Gustav Jung (1875-1961) fue por un tiempo discípulo de Sigmund Freud, con el cual tiene algunas coincidencias. Lo mismo que Freud, Jung considera que la luz de lo consciente es comparativamente muy pequeña, de manera que la mayor parte de lo que uno “es” pertenece al dominio de lo inconsciente.

Pero Jung se distancia de Freud en varias cosas. Para Jung lo inconsciente no necesariamente está determinado por contenidos de origen sexual o libidinoso. Freud cree haber encontrado algunas puertas hacia lo inconsciente, por ejemplo, la libre asociación (el hablar sin inhibiciones, tipo desván), la interpretación de los sueños, o el examen de los mecanismos de defensa. Para Jung, en cambio, el inconsciente es lo no-consciente y no-conscienciable: no existe un método real que lleve a lo no conocido y cognoscible.

Otra diferencia entre estos dos pensadores es que para Jung lo inconsciente no es individual en su origen. Todo lo contrario. De hecho, el proceso más importante del crecimiento personal es la “individuación,” es decir, el proceso que lleva desde el “inconsciente colectivo,” que es como un depósito profundo e indiferenciado de arquetipos, hacia las opciones y decisiones de la persona como individuo. El proceso de “negociación” entre el subsuelo de imágenes y referencias comunes, por un lado, y las opciones que el individuo va tomando, es exactamente lo que constituye el “crecimiento personal.”

Debe destacarse que, por su misma naturaleza de “inconsciencia,” los arquetipos no son ni buenos ni malos, ni verdaderos ni falsos. Desde una perspectiva Jungiana no tiene sentido preguntarse si Dios existe o si el demonio realmente tienta a las personas. Lo único que importa es que hay seres humanos para los cuales hay colosales arquetipos como “la divinidad” o “la maldad en persona.” Por eso la religión no pertenece, según Jung, al terreno de lo verdadero.

La lógica consecuencia es que el proceso que él llama de “individuación” no está ligado a parámetro alguno de tipo objetivo. Simplemente, cada uno ha de aprender a reconciliarse con sus zonas oscuras y aprender a convivir con sus demonios (algo muy semejante predicó Anselm Grün en Colombia, 2012).

Jean Paul Sartre (1905-1980), filósofo francés, icono del existencialismo de la postguerra, llegó a convertirse en una especie de profeta para un mundo profundamente desencantado, incapaz de fiarse de los grandes relatos de la razón o de la fe.

En continuidad temática con el existencialismo de Kierkegaard, pero en profunda discontinuidad con la atmósfera cristiana de este último, Sartre percibe la contingencia infinita de la vida misma. Declara entonces que la vida es “una pasión inútil;” no se puede extraer sentido o significado de la vida: hay que dárselo. Según él, la existencia precede a la esencia, es decir: cada quien, en las opciones que toma por el camino del existir, va configurando su esencia, lo que es.

Si es un hecho firme que la vida carece de significado más allá de las decisiones del individuo, predicar un sentido para la existencia es engañar, y si de tal engaño se vale uno para crear una institución robusta y poderosa, como puede ser un gran partido político o una gran comunidad de creyentes, hay que hablar de “mala fe.” La mala fe, según Sartre, es el modo de obrar de aquel que sabe, porque no puede ignorar, la contingencia de la vida, pero pretende actuar como si las cosas no fueran así.

La única manera de librarse de la mala fe, es instalarse en la desprotección honesta de la autenticidad, esto es, asumir la existencia sin lo que él considera “máscaras” o mentiras. Por supuesto, esto implica “liberarse” de la idea de Dios y avanzar sin esperar nada de las cosas (ni de las personas).

John Lennon (1940-1980) puede bien considerarse como el profeta de otro modo de individualismo. Su muy famosa canción Imagine describe un mundo en el que hay paz porque ha desaparecido toda autoridad y toda referencia sobrenatural. Para Lennon lo único realmente importante es que cada quien encuentre algo que realmente lo apasione y luego se deje guiar por esa inspiración o llamado. desde esa perspectiva, las instituciones que pretenden señalar caminos y comportamientos a las personas, por ejemplo, las iglesias, los partidos políticos, o los patriotismos, son prisiones para la verdadera libertad y para el verdadero yo.

Una idea semejante encontramos en el escritor popular Paulo Coelho. Según éste, cada persona tiene que seguir el llamado del propio corazón, porque cada uno va escribiendo en cada día de su vida una página más de un relato irrepetible. Tales pensamientos son de muy buen recibo en una cultura que quiere centrarlo todo en las decisiones de un yo desconectado de cualquier referencia exterior, bajo la premisa de que toda influencia es negación, opresión o supresión.

El mundo postmoderno, el mundo que vive bajo el doble eclipse de la razón y de la fe, ha sido denunciado por el Papa Benedicto XVI, quien ha mostrado con agudeza que no es verdad que el declinar de la fe sea victoria de la razón, ni mucho menos que el oscurecimiento de la razón sea un amanecer para la fe. Muy al contrario, nuestros contemporáneos, especialmente nuestros jóvenes, sufren la fragmentación, incluso la pulverización, de su yo bajo la tiranía del dogma que prohíbe al corazón alcanzar la Verdad con mayúscula.

Otro será el lenguaje si entra Cristo en la escena.

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Conoce al filosofo Xavier Zubiri

“La Fundación Xavier Zubiri es una institución cultural privada creada en el año 1989. Custodia el legado intelectual del filósofo español por excelencia, Xavier Zubiri. A efectos prácticos funciona como un instituto independiente de investigación y docencia con amplia conexión y difusión con el mundo universitario español e internacional…”

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Hombres de Fe, 5 de 8, Estoicismo y Pelagianismo

¡Hombres de Fe! – Curso de Formación Permanente para la Diócesis de Socorro y San Gil

Tema 5. Estoicismo y Pelagianismo

  • La escuela estoica, una de las más vigorosas de las antiguas Grecia y Roma, dejó un amplio legado de enseñanzas y recomendaciones, muchas de las cuales fueron acogidas por los primeros cristianos como expresiones válidas de una vida recta.
  • Los principios que rigen el estoicismo se pueden sintetizar en tres: (1) Hay un “lógos,” una razón para todo lo que sucede; (2) Podemos y debemos aspirar a una vida serena, libre de emociones negativas; (3) La vida está siempre marcada por un destino y es inútil rebelarse contra él. * Uno ve que los principios (1) y (2) son fácilmente compatibles con la fe cristiana bajo los títulos de la providencia divina y del crecimiento en la gracia y la virtud.
  • Los métodos del estoicismo: (1) Visualización de qué sería lo peor que podría suceder; (2) Definición clara de lo controlable y lo no-controlable: esto implica el uso de metas internas más que externas. (3) Amor por lo natural, como medida de lo sano y principio de tranquilidad.
  • Los aspectos riesgosos del estoicismo son las nociones de destino, autonomía, resignación fatalista, moral de promedios.
  • Pelagio (siglo IV) fue un monje que creyó con enorme optimismo en el control de la voluntad sobre la vida humana. Según él, a través de la educación y la ascesis se puede llevar al ser humano a un grado de perfección sin límites, de modo que uno persona educada siempre hacia lo bueno ni siquiera tendría que ser bautizada.
  • Gran adversario de las ideas pelagianas fue San Agustín, que precisamente refinó bastante la enseñanza de la Iglesia sobre el pecado original a partir de las discusiones con este monje y sus sucesores. La postura del santo de Hipona le valió el título de “Doctor de la Gracia.”
  • En general, lo que hable de auto-redención, es decir, de una mejora esencial de la vida humana a través de las solas fuerzas humanas, puede verse como una reedición del pelagianismo, y por lo mismo, un oscurecimiento de la enseñanza centralísima de la gracia.

La orfandad psicologica facilita el camino a las sectas

“Según Vicente Jara, citando a Atilano Alaiz, “los líderes sectarios ofrecen un hogar para huérfanos psicológicos, que son los adeptos”. También se refirió a la infantilización por parte de estos dirigentes, ya que se trata de mantener a la persona en un ámbito más controlable y manipulable…”

orfandad psicologia y sectas

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Pasado, presente y futuro

¿Por qué recordamos el pasado y no el futuro? ¿Somos sólo nuestro pasado o somos también nuestro futuro? – Preguntado en formspring.me/fraynelson.

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Nuestra condición temporal significa exactamente lo que mencionas: no tenemos potestad sobre todo nuestro ser; no podemos disponer de él con plena soberanía, sino que estamos sujetos a dos limitantes: (1) Actuamos sólo sobre una minúscula porción de lo que somos, a saber, el presente; (2) Nuestras acciones se acumulan, y tal acumulación, que es nuestra historia personal, según lo dicho en el punto anterior es irreformable.

La pregunta tiene mucho sentido, entre otras cosas porque nos lanza a otras posibilidades de ser, o mejor aún: a otros modos de relacionar el ser y el tiempo (Heidegger). Uno ve que no es absurdo pensar un ser finito que disponga enteramente de sí “de una vez;” tal es el caso, según la teología católica, de los Ángeles. La consecuencia que esto trae, sin embargo, es que en tal modo de existencia no puede existir el arrepentimiento o la conversión. Para que hay un cambio en el enfoque global de la vida, es decir, una conversión, se requiere ser temporal como el nuestro.

Uno también puede pensar en un ser que a la vez sea infinito, autoposeído y por ello mismo, ajeno al tiempo. Esto exactamente es lo que significa la eternidad de Dios.

Y si todo fuera azar o necesidad?

A primera vista parece que el asunto está bien planteado. Necesidad y azar parecer estar presentes en el mundo que nos rodea, de una parte en las leyes naturales que rigen a los seres, de otra en la manera fortuita en que se suceden los acontecimientos a lo largo de la historia. Pero veamos las cosas más de cerca.

¿Podemos explicarlo todo por la intervención del azar?

Azar es una palabra procedente del árabe que designa el juego de los dados. El ciego azar se opone a la inteligencia lúcida. Para afirmar el azar es necesaria una inteligencia. ¿Pero de dónde procede nuestra inteligencia lúcida capaz de definir y precisar el ciego azar? Del azar, sin duda, no procede, puesto que éste es ciego. No puede proceder más que de otra inteligencia superior, como la chispa que salta de una gran hoguera.

Ciertamente el azar puede responder excepcionalmente a un orden pasajero –por ejemplo, «he ganado en la lotería»–, pero no puede explicar una armonía general y permanente, como la que nos encontramos en el mundo, en nuestro propio cuerpo o en nuestro espíritu.

Si desmontamos un reloj despertador y lo metemos en una cazuela, por mucho que removamos largamente, jamás lograremos reconstruirlo de nuevo.

¿Basta la necesidad para explicar el origen del mundo?

La necesidad, por su parte, –la de una ley física, por ejemplo– hace pensar en un comportamiento ineludible, que se deriva de la propia naturaleza de las cosas. Por ejemplo, dos masas, puestas una frente a otra, se atraen recíprocamente: es la ley de atracción universal. Es cierto; pero dejamos sin explicar por qué los cuerpos experimentan esta mutua atracción. La necesidad explica ese comportamiento de las cosas entre sí, pero el asunto no queda en absoluto explicado para el espíritu. La necesidad comprueba un orden, pero no lo fundamenta. Explica los hechos con otros hechos, pero no alcanza a descifrar el porqué de esta secuencia.

La necesidad no explica el porqué de los seres. ¿Por qué estos conjuntos de átomos que están ante mí existen y se atraen al mismo tiempo? ¿Cuál es el porqué de mí mismo, que los observo, siendo yo claramente consciente de que no soy necesario, pues hace algunos años ni existía?

Existe además una realidad moral en la que la necesidad no halla absolutamente lugar alguno: se trata de nuestra libertad que, por mínima que sea, es justo lo contrario de toda necesidad física. Aquí tropezamos una vez más con la originalidad del espíritu, del que nos vemos obligados a buscar el origen y la explicación (Rm 1,20).

• «No temáis… Hasta vuestros cabellos están contados» (Mt 1,28-30).

Yves Moreau es el autor de Razones para Creer. Texto disponible por concesión de Gratis Date.

El espiritu del hombre puede alcanzar la verdad?

No lo parece: «no sabemos el todo de nada» (Pascal). Y la experiencia nos induce a dudar de todo.

Sin embargo, la duda es tan ajena a la naturaleza de nuestro espíritu que la duda total nos es radicalmente imposible, porque ella afirma al menos una certeza: “dudo”, sin contar las múltiples certezas que tenemos en la vida práctica.

Ciertamente, no todos los conocimientos aparecen a nuestros ojos con la misma claridad. Así pues, nos cuesta saber quiénes somos. Nuestra inteligencia es limitada: los seres guardan en parte su secreto y no se entregan a nosotros sino a través de las relaciones que tienen entre ellos y con nosotros.

Pero tal conocimiento está lejos de ser desdeñable. Aunque no llega al fondo de las cosas y de las personas, nos pone en comunicación real con su intimidad: el misterio del conocimiento nos remite al del amor. En hebreo un mismo término significa conocer y esposar.

Es interesante observar que así nos aproximamos a las conclusiones más recientes de la ciencia. En la actualidad, los sabios confiesan que escapa a su conocimiento la totalidad de la estructura íntima de la materia, pero, al mismo tiempo, reconocen –gracias al juego de las estadísticas– las leyes que nos descubren parcialmente su misterio.

El hombre debe reconocer humildemente los límites de la ciencia, pero se equivocaría, y mucho, si en uno u otro campo de realidades pusiera límites a la capacidad de su espíritu. Éste posee una complicidad y misteriosa relación con los demás seres. Gracias a su inteligencia, el hombre puede saborear una de las mayores dichas de la vida: el gusto de la verdad en la percepción del mundo real.

• «Yo he venido a dar testimonio de la verdad… La verdad os hará libres» (Jn 18, 37; 8,32).

Yves Moreau es el autor de Razones para Creer. Texto disponible por concesión de Gratis Date.

Una SUMA conversacion, 030: Dios, Hombre, Persona

Dios, ¿conocido o desconocido?

El Primer Motor, en la doctrina del Estagirita, no tiene ni puede tener interés o amor alguno por lo creado; de hecho, tampoco es creador, porque, desde el punto de vista metafísico, la afirmación del acto creador supone la diferencia, ajena al pensamiento de Aristóteles, entre esencia y existencia. Es absolutamente inconcebible que este Primer Motor, movido por misericordia, envíe a su Hijo para redimir a seres inferiores. Además, este “dios” desconoce la particularidad de nuestras vidas; es un “dios” al que no es propiamente posible orar.

Lo que hace Tomás es aprovechar la argumentación aristotélica no para decir que ese es Dios sino para mostrar que pueden rebatirse los ataques u objeciones contra el Dios en que él cree. Tal fe tiene su origen y soporte en la predicación, la Escritura, la enseñanza de la Iglesia, la vida de oración. La razón defiende la fe; no la demuestra ni la crea.

El alma

Principio de vida en los seres vivos. Este palabra castellana es la traducción del término latino anima (aire, aliento, respiración), que a menudo es sinónimo de spiritus (en griego pneuma). Sin embargo Platón y Aristóteles utilizaron con más frecuencia el vocablo “psyché.” En el mundo griego encontramos dos formas de entender la noción de alma:

aquello que nos permite alcanzar el conocimiento y la ciencia: alma como principio de racionalidad;

aquello que se encuentra en los seres vivos gracias a lo cual dichos seres son capaces de realizar actividades vitales y se diferencian de los seres puramente inertes: alma como principio de vida.

Los filósofos griegos aceptaron estas dos dimensiones en el alma humana, pero unos subrayaron un aspecto y otros otro; por ejemplo, Platón destaca la primera dimensión, defendiendo su carácter divino e inmortal; sin embargo Aristóteles va a subrayar la segunda (aunque sin olvidar totalmente la primera, como se verá en relación con el alma intelectiva) y propone las siguientes definiciones del alma:

como principio de vida;

como la forma de los cuerpos organizados;

como el acto de aquellos seres que tienen vida en potencia.

Al entender de este modo la noción de alma Aristóteles estará obligado a admitir la existencia del alma no sólo en los hombres sino también en los animales y las plantas. Puesto que el alma es principio de vida y existen distintos niveles de vitalidad, habrá también distintas almas, o partes del alma o funciones del alma. Por ello, Aristóteles distingue la vegetativa, la sensitiva y la intelectiva.

Persona

La definición clásica es la dada por Boecio en De persona et duabus naturis, cap. II: Naturæ rationalis individua substantia (sustancia individual de naturaleza racional).

Una SUMA conversacion, 029: Movimiento, Acto y Potencia

El problema del movimiento

Cualquier tipo de cambio o modificación que pueda sufrir una sustancia. En castellano actual, uno tiende a asociar “movimiento” solamente con “traslación” pero para los griegos movimiento es toda modificación de un objeto o cosa, modificación que, naturalmente, también puede ser la de su posición en el espacio; por ello el término actual más próximo a la comprensión griega del movimiento es el término cambio.

Los antiguos filósofos disputaron sobre la naturaleza del movimiento. Parménides pensaba que el ser que cambia deja de ser, y por consiguiente, el movimiento sería la anulación del ser, que implicaría que no hay ser y que sólo la nada es. Como esto es contradictorio, Parménides pensaba que el ser no puede cambiar, y que el cambio—el movimiento—es ilusión y engaño.

Heráclito, en el otro extremo, considera la paradoja de que lo único constante es el fluir de las cosas. Para él, sólo el cambio es. Ese perpetuo devenir, o cambio, o movimiento, es la única manera de acercarse con verdad a la realidad. La estabilidad es un engaño.

Acto y Potencia

Aristóteles encuentra un modo distinto de abordar el problema del movimiento. Lo define como paso de la potencia al acto. El movimiento no es aniquilación ni aparición súbita del ser, sino actualización de algo que ya estaba, pero que sólo estaba potencialmente. La semilla es un árbol en potencia; el árbol es la actualidad o acto propio de lo que estaba en potencia en la semilla. La llegada del acto es la desaparición de la potencia, pero no por destrucción sino por actualización.

En principio, pues, las cosas están en potencia para ser lo que pueden llegar a ser. Si nos fijamos en las características, propiedades o determinaciones que una cosa u objeto tiene en el presente, estamos pensando en el ser en acto; ésta es la más importante forma de ser, y, a veces, la define como la realidad del ser. Por el contrario, si nos fijamos en el futuro, en aquello que aún no es pero a lo que apunta un ser en virtud de lo que ya es, estamos pensando en el ser en potencia. El ser en potencia no es una pura nada, un futuro meramente imaginado, es una forma de ser inscrita en el sujeto o cosa del cual decimos que está en potencia precisamente a partir de lo que es en acto.

Clases de potencia

La potencia es el poder para ejercer una transformación en un objeto o también la disposición para poder llegar a ser algo. En el primer caso tenemos la potencia activa, d ella que habla Aristóteles cuando se refiere a las “potencias” o facultades del alma. En el segundo caso tenemos la potencia pasiva, o sea, la capacidad o aptitud para llegar a ser otra cosa, como cuando usamos el adverbio “potencialmente” al decir que algo es potencialmente riesgoso.

Clases de movimiento

Aristóteles distingue diversos tipos de cambio o movimiento:

cambio sustancial: cuando desaparece una sustancia y da lugar a otra (como cuando quemamos un papel y lo convertimos en cenizas);

cambio accidental: cuando una sustancia se modifica en alguno de sus atributos o características pero permanece siendo la misma; a su vez se divide en:

según la cualidad: como cuando pasamos de jóvenes a adultos, o cuando una hoja cambia de color en otoño;

según la cantidad: la tiza que se desgasta con el uso, las uñas que crecen;

o según el lugar: como cuando andamos de un lugar a otro.

Dios y el movimiento

Según la ontología aristotélica todas las cosas que podemos percibir, todas las cosas sensibles (tanto las naturales como las artificiales) están compuestas con la estructura acto y potencia y, dado que el movimiento es el paso de la potencia al acto, todas las cosas sensibles tienen el movimiento como uno de sus rasgos más característicos y definitorios. Por ello se puede entender que si existiese un ser que fuese acto puro, que no tuviese ninguna potencialidad, a dicho ser no le podría corresponder el movimiento.

Dios es un ser sin composición alguna, ni física ni metafísica, que sólo puede ser pensado como acto puro y pura forma, y por tanto eterno e inmutable. Dios es acto puro porque en El no se encuentra ninguna potencialidad sino que es forma plenamente realizada.

Una SUMA conversacion, 028: Causas, Teleologia

Noción de causa

Factor o principio del que depende una cosa. En griego se dice aitía (de donde viene la etiología).

La noción aristotélica de causa es más amplia que la actual; nosotros entendemos por causa sólo lo que Aristóteles llamaba causa eficiente y causa final. Para este filósofo causa es todo principio del ser, aquello de lo que de algún modo depende la existencia de un ente; o de otro modo: todo factor al que nos tenemos que referir para explicar un proceso cualquiera.

“Causa” es todo lo que sirva de respuesta a una pregunta válida sobre el ser de algo. Según Arsitóteles, para entender cualquier ente debemos fijarnos en cuatro aspectos fundamentales (cuatro causas):

la causa material o aquello de lo que esta hecho algo;

la causa formal o aquello que un objeto es;

la causa eficiente o aquello que ha producido ese algo;

y la causa final o aquello para lo que existe ese algo, a lo cual tiende o puede llegar a ser.

A veces se añade la causa “ejemplar,” que algunos ven como variación o subconjunto de la causa final, o de la causa formal. Causa ejemplar es lo que sirve de referencia o modelo.

Podemos dividir las causas en:

intrínsecas como la causa material y la formal, pues estos principios descansan en el propio ente;

y extrínsecas como la causa eficiente y la final, pues se trata de principios exteriores al ente.

Sin embargo, en los seres naturales aquello a lo que apuntan o hacia lo que tienden de forma natural es causa final pero en este caso intrínseca (hay que recordar el principio básico de la física aristotélica según el cual todos los seres naturales se caracterizan por poseer una finalidad intrínseca). También se habla de la idea, imagen o boceto que el escultor tiene en mente cuando realiza la escultura como causa formal; en este caso dicha causa formal es extrínseca.

Un cosmos teleológico

Doctrina La teleología (no confundir con teología) que considera indispensable para la comprensión de la realidad la referencia a los fines o motivos por los que ocurre algo.

Viene de lógos (teoría, explicación) y telos (fin). Los filósofos han presentado dos teorías opuestas para la comprensión de los cambios que ocurren en la Naturaleza: la mecanicista y la finalista o teleológica. La explicación teleológica mantiene que sólo podemos comprender el cambio si nos referimos (además de a la causa eficiente, única causa a la que se refiere la explicación mecanicista) a la causa final.

Según la filosofía aristotélica las cosas del mundo y los cambios que les ocurren pueden ser bien por naturaleza, bien por el arte o técnica, bien por azar. Excluyendo los que ocurren por azar, los otros dos tipos de cosas y de cambios exigen la referencia a una finalidad: los seres artificiales tienen fines puesto que han sido construidos para algo, y lo que hacen lo hacen para cumplir su función; en el caso de las cosas naturales es importante observar que la finalidad no se limita a la esfera humana, en donde se muestra con claridad pues lo que los hombres hacemos lo hacemos por algo.

Es característico del punto de vista aristotélico la defensa de la existencia de finalidad en todo objeto natural y en los cambios o movimientos naturales: así, el fin de la semilla es convertirse en árbol, como el fin del niño es ser hombre; cada ser natural tiene una finalidad que está determinada por su forma o esencia y a la cual aspira y de la que se dice que está en potencia. Esta postura aristotélica y tomista resulta especialmente disputada hoy.

Una SUMA conversacion, 027: Materia y Forma

Primera aproximación a la materia

Una primera aproximación a lo material comprende estas notas:

extenso (ocupa un espacio);

accesible a los sentidos (directamente o mediante instrumentos que amplían el rango de la percepción sensorial);

en principio, objetivable: se puede poner completamente frente a sí, y en muchos casos, sus condiciones externas son controlables y medibles (como en un laboratorio).

¿Existe lo inmaterial o todo es materia?

Consideremos este ejemplo: un amigo me presta su bicicleta. Una semana después le devuelvo todas y cada una de las piezas que conforman la bicicleta, pero puestas todas sueltas en una bolsa. Y le digo: “Aquí tienes tu bicicleta.” ¿Cuál es la diferencia entre la bicicleta y lo que contiene esa bolsa?

Lo que mi amigo echa de menos no puede ser ninguna de las partes (extensas, accesibles a los sentidos, objetivables), pues éstas están todas. Mi amigo echa de menos la estructura, la configuración, la disposición, interna y externa, que permite que ese conjunto de piezas funcione de una determinada manera. A eso que mi amigo echa de menos lo llamamos “forma.” Uno entiende que esa forma no es nada material; la forma existe y es inmaterial.

Concepto de forma

Forma es el conjunto de rasgos característicos de un objeto. Este término corresponde a las palabras griegas morphé y êidos.

Nuestro lenguaje cubre bastante bien la riqueza de significados que tenía esta palabra en el mundo griego y la filosofía aristotélica: en un primer nivel se identifica con la figura de un objeto físico; en otro sentido designa la estructura o configuración de algo frente a los elementos o materia que componen ese algo, como cuando hablamos de la estructura o forma que le ha dado un poeta a sus versos.

Cabe distinguir las formas accidentales de la forma substancial: la forma substancial de una cosa es lo mismo que su esencia y las formas accidentales son las determinaciones o propiedades de las que el sujeto puede prescindir sin perder su ser.

Hilemorfismo

Es la teoría aristotélica según la cual todos los seres sensibles o perceptibles (tanto los naturales como los artificiales) se componen de materia (hylé) y forma (morphé). En el caso del ser humano, ello implica hablar de una unidad sustancial de cuerpo y alma.

Llegamos así a un segundo concepto, más elaborado, de lo que es “materia”: Este término significaba originariamente madera, material de construcción, el elemento con el que construimos algo.

La materia es aquello con lo que está hecho algo; desde el punto de vista dinámico es aquello susceptible de alguna determinación o forma, por tanto una realidad potencial. Cabe hablar también de un cierto carácter relativo de lo que se considera materia: si nos fijamos en una estatua del dios Zeus la forma es Zeus y la materia el bronce; pero si nos fijamos en el bronce mismo el ser bronce es forma y la materia es la materia prima.

Materia primera y materia segunda

La materia “prima” o primera es materia sin forma alguna. Se trata de un modo minimo, casi hipotético del ser. No es perceptible por los sentidos y es el substrato último del cambio sustancial.

Aristóteles afirma la existencia de este tipo de materia no perceptible como consecuencia de su análisis del movimiento: todo movimiento o cambio exige la presencia de algo permanente; en el cambio accidental lo permanente es la sustancia y lo que cambia los accidentes; el problema se presenta sin embargo en el caso del cambio sustancial pues en este tipo de movimiento desaparece una sustancia y aparece otra. Puesto que algo debe permanecer incluso en ese cambio tan radical, Aristóteles creyó que se puede superar la dificultad si aceptamos la existencia de una realidad material de la cual están hechas las sustancias materiales, pero como dicha realidad material no se encuentra en el nivel de lo perceptible ni tiene ningún otro rasgo que no sea el de la pura espacialidad pensó que dicha materia no tiene forma alguna (siendo por lo tanto algo casi irracional).

Llámase en cambio “materia segunda” a la materia con alguna forma determinada (por ejemplo, el mármol de una estatua de mármol).