Información y democracia

414 La información se encuentra entre los principales instrumentos de participación democrática. Es impensable la participación sin el conocimiento de los problemas de la comunidad política, de los datos de hecho y de las varias propuestas de solución. Es necesario asegurar un pluralismo real en este delicado ámbito de la vida social, garantizando una multiplicidad de formas e instrumentos en el campo de la información y de la comunicación, y facilitando condiciones de igualdad en la posesión y uso de estos instrumentos mediante leyes apropiadas. Entre los obstáculos que se interponen a la plena realización del derecho a la objetividad en la información,847 merece particular atención el fenómeno de las concentraciones editoriales y televisivas, con peligrosos efectos sobre todo el sistema democrático cuando a este fenómeno corresponden vínculos cada vez más estrechos entre la actividad gubernativa, los poderes financieros y la información.

415 Los medios de comunicación social se deben utilizar para edificar y sostener la comunidad humana, en los diversos sectores, económico, político, cultural, educativo, religioso: 848 « La información de estos medios es un servicio del bien común. La sociedad tiene derecho a una información fundada en la verdad, la libertad, la justicia y la solidaridad ».849

La cuestión esencial en este ámbito es si el actual sistema informativo contribuye a hacer a la persona humana realmente mejor, es decir, más madura espiritualmente, más consciente de su dignidad humana, más responsable, más abierta a los demás, en particular a los más necesitados y a los más débiles. Otro aspecto de gran importancia es la necesidad de que las nuevas tecnologías respeten las legítimas diferencias culturales.

416 En el mundo de los medios de comunicación social las dificultades intrínsecas de la comunicación frecuentemente se agigantan a causa de la ideología, del deseo de ganancia y de control político, de las rivalidades y conflictos entre grupos, y otros males sociales. Los valores y principios morales valen también para el sector de las comunicaciones sociales: « La dimensión ética no sólo atañe al contenido de la comunicación (el mensaje) y al proceso de comunicación (cómo se realiza la comunicación), sino también a cuestiones fundamentales, estructurales y sistemáticas, que a menudo incluyen múltiples asuntos de política acerca de la distribución de tecnología y productos de alta calidad (¿quién será rico y quién pobre en información?) ».850

En estas tres áreas —el mensaje, el proceso, las cuestiones estructurales— se debe aplicar un principio moral fundamental: la persona y la comunidad humana son el fin y la medida del uso de los medios de comunicación social. Un segundo principio es complementario del primero: el bien de las personas no se puede realizar independientemente del bien común de las comunidades a las que pertenecen.851 Es necesaria una participación en el proceso de la toma de decisiones acerca de la política de las comunicaciones. Esta participación, de forma pública, debe ser auténticamente representativa y no dirigida a favorecer grupos particulares, cuando los medios de comunicación social persiguen fines de lucro.852

NOTAS para esta sección

847Cf. Juan XXIII, Carta enc. Pacem in terris: AAS 55 (1963) 260.

848Cf. Concilio Vaticano II, Decr. Inter mirifica, 3: AAS 56 (1964) 146; Pablo VI, Exh. ap. Evangelii nuntiandi, 45: AAS 68 (1976) 35-36; Juan Pablo II, Carta enc. Redemptoris missio, 37: AAS 83 (1991) 282-286; Pontificio Consejo para las Comunicaciones Sociales, Communio et Progressio, 126-134: AAS 63 (1971) 638- 640; Id., Aetatis novae, 11: AAS 84 (1992) 455-456; Id., Ética en la publicidad, (22 de febrero de 1997), 4-8, Libreria Editrice Vaticana, Ciudad del Vaticano 1997, pp. 10-15.

849Catecismo de la Iglesia Católica, 2494; cf. Concilio Vaticano II, Decr. Inter mirifica, 11: AAS 56 (1964) 148-149.

850Pontificio Consejo para las Comunicaciones Sociales, Ética en las comunicaciones sociales (4 de junio de 2000), 20, Libreria Editrice Vaticana, Ciudad del Vaticano 2000, p. 25.

851Cf. Pontificio Consejo para las Comunicaciones Sociales, Ética en las comunicaciones sociales (4 de junio de 2000), 22, Libreria Editrice Vaticana, Ciudad del Vaticano, pp. 27-29.

852Cf. Pontificio Consejo para las Comunicaciones Sociales, Ética en las comunicaciones sociales (4 de junio de 2000), 24, Libreria Editrice Vaticana, Ciudad del Vaticano 2000, pp. 30-32.


Este Compendio se publica íntegramente, por entregas, aquí.

Instituciones sociales y democracia, según el pensamiento de la Iglesia

408 El Magisterio reconoce la validez del principio de la división de poderes en un Estado: « Es preferible que un poder esté equilibrado por otros poderes y otras esferas de competencia, que lo mantengan en su justo límite. Es éste el principio del “Estado de derecho”, en el cual es soberana la ley y no la voluntad arbitraria de los hombres ».840

En el sistema democrático, la autoridad política es responsable ante el pueblo. Los organismos representativos deben estar sometidos a un efectivo control por parte del cuerpo social. Este control es posible ante todo mediante elecciones libres, que permiten la elección y también la sustitución de los representantes. La obligación por parte de los electos derendir cuentas de su proceder, garantizado por el respeto de los plazos electorales, es un elemento constitutivo de la representación democrática.

409 En su campo específico (elaboración de leyes, actividad de gobierno y control sobre ella), los electos deben empeñarse en la búsqueda y en la actuación de lo que pueda ayudar al buen funcionamiento de la convivencia civil en su conjunto.841 La obligación de los gobernantes de responder a los gobernados no implica en absoluto que los representantes sean simples agentes pasivos de los electores. El control ejercido por los ciudadanos, en efecto, no excluye la necesaria libertad que tienen los electos, en el ejercicio de su mandato, con relación a los objetivos que se deben proponer: estos no dependen exclusivamente de intereses de parte, sino en medida mucho mayor de la función de síntesis y de mediación en vistas al bien común, que constituye una de las finalidades esenciales e irrenunciables de la autoridad política.

NOTAS para esta sección

840Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 44: AAS 83 (1991) 848.

841Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 2236.


Este Compendio se publica íntegramente, por entregas, aquí.

Los valores y la democracia

407 Una auténtica democracia no es sólo el resultado de un respeto formal de las reglas, sino que es el fruto de la aceptación convencida de los valores que inspiran los procedimientos democráticos: la dignidad de toda persona humana, el respeto de los derechos del hombre, la asunción del « bien común » como fin y criterio regulador de la vida política. Si no existe un consenso general sobre estos valores, se pierde el significado de la democracia y se compromete su estabilidad.

La doctrina social individúa uno de los mayores riesgos para las democracias actuales en el relativismo ético, que induce a considerar inexistente un criterio objetivo y universal para establecer el fundamento y la correcta jerarquía de valores: « Hoy se tiende a afirmar que el agnosticismo y el relativismo escéptico son la filosofía y la actitud fundamental correspondientes a las formas políticas democráticas, y que cuantos están convencidos de conocer la verdad y se adhieren a ella con firmeza no son fiables desde el punto de vista democrático, al no aceptar que la verdad sea determinada por la mayoría o que sea variable según los diversos equilibrios políticos. A este propósito, hay que observar que, si no existe una verdad última, la cual guía y orienta la acción política, entonces las ideas y las convicciones humanas pueden ser instrumentalizadas fácilmente para fines de poder. Una democracia sin valores se convierte con facilidad en un totalitarismo visible o encubierto, como demuestra la historia ».838 La democracia es fundamentalmente « un “ordenamiento” y, como tal, un instrumento y no un fin. Su carácter “moral” no es automático, sino que depende de su conformidad con la ley moral a la que, como cualquier otro comportamiento humano, debe someterse; esto es, depende de la moralidad de los fines que persigue y de los medios de que se sirve ».839

NOTAS para esta sección

838Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 46: AAS 83 (1991) 850.

839Juan Pablo II, Carta enc. Evangelium vitae, 70: AAS 87 (1995) 482.

 


Este Compendio se publica íntegramente, por entregas, aquí.

La Iglesia ante la democracia – Introducción

406 Un juicio explícito y articulado sobre la democracia está contenido en la encíclica « Centesimus annus »: « La Iglesia aprecia el sistema de la democracia, en la medida en que asegura la participación de los ciudadanos en las opciones políticas y garantiza a los gobernados la posibilidad de elegir y controlar a sus propios gobernantes, o bien la de sustituirlos oportunamente de manera pacífica. Por esto mismo, no puede favorecer la formación de grupos dirigentes restringidos que, por intereses particulares o por motivos ideológicos, usurpan el poder del Estado. Una auténtica democracia es posible solamente en un Estado de derecho y sobre la base de una recta concepción de la persona humana. Requiere que se den las condiciones necesarias para la promoción de las personas concretas, mediante la educación y la formación en los verdaderos ideales, así como de la “subjetividad” de la sociedad mediante la creación de estructuras de participación y de corresponsabilidad ».837

NOTAS para esta sección

837Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 46: AAS 83 (1991) 850.


Este Compendio se publica íntegramente, por entregas, aquí.

Democracia y Totalitarismo

“Algunos afirman que si no se es agnóstico o relativista, no se es un verdadero demócrata, porque el pensar que hay una Verdad y un Bien objetivos imposibilita el diálogo sincero entre las personas. Para éstos «la libertad os hará verdaderos», que es la antítesis de la frase evangélica «la verdad os hará libres» (Jn 8,32)…”

Haz click aquí!

Sobre el origen de la libertad de conciencia

“Las Reformas Protestante y Católica (el Concilio de Trento) condujeron a importantes cambios políticos en la Europa del siglo XVI. Unos cambios que más tarde precipitarían decisivamente el origen del concepto moderno de democracia. Esto puede resultar sorprendente para muchas personas, que asocian la libertad política que disfrutamos en la actualidad exclusivamente a las revoluciones liberales del XVIII. Sin embargo, una pregunta que suele inquietar a quienes postulan esta tesis es por qué la democracia moderna sólo se ha desarrollado satisfactoriamente en países con una larga tradición de cultura cristiana…”

Click!

¿Elecciones democráticas en la Iglesia?

FRAY NELSON, Dios te Bendiga… Te agradecería si me colaboras con una duda que tengo: ¿Que pasaría si la iglesia católica permitiera la participación activa de la mujer consagrada teniendo voz y voto para la elección de nuestros próximos papas? Humo blanco en condiciones de igualdad. Muchas Gracias. – T.C.N.

* * *

Dentro de la propuesta que planteas ocupa un lugar central la palabra “igualdad.” Es una palabra muy familiar y querida para nuestros contemporáneos. Así como sentimos horror frente a las discriminaciones también sentimos que hay justicia ahí donde se respeta la igualdad entre las personas.

Sin embargo, cuando uno examina mejor las cosas se da cuenta que tanto el concepto de igualdad como el de discriminación son más problemáticos de lo que parecen. Una persona enferma puede necesitar un medicamento muy costoso que le cuesta a la seguridad social miles de dólares al mes. ¿Qué pensaríamos de una persona sana que llegara a las oficinas del sistema de seguridad social y dijera: “Oiga, yo veo que ustedes gastan miles de dólares en ese enfermo; yo, que no estoy enfermo, no debo ser discriminado por estar sano, de modo que vengo a que me den mi dinero mensual, y aún más, a que me paguen lo que no me han dado antes”?

Uno ve que la igualdad “aritmética,” es decir, la igualdad en términos de “lo mismo para todos,” termina siendo motivo de injusticia. Claramente las posibilidades y necesidades de las distintas personas muestran que obrar con justicia no es lo mismo que obrar con igualdad aritmética.

Lamentablemente los medios de comunicación se obstinan en presentar la igualdad aritmética como la única válida. Ya dejé de contar cuántos titulares van en este sentido: “Sólo un 17% de mujeres son CEOs de empresas en tal o cual país.” La premisa no dicha pero presente es que la cifra debería ser 50 y 50 por ciento. Uno puede preguntar por qué.

La pregunta se vuelve más interesante cuando uno examina las diferencias profundas entre hombres y mujeres, desde la biología y la fisiología hasta el testimonio que da la Biblia. por ejemplo: más de un estudio ha demostrado que muchas mujeres, cuando van pasando sus años fértiles, se plantean seriamente si su forma de máxima realización personal va a ser seguir compitiendo por ascender en una empresa o más bien cultivar otras áreas de su vida, como por ejemplo, el ser madres. ¿Vamos a considerar que son ineptas o manipuladas las mujeres que optan por una maternidad vivida en plenitud en vez de una carrera gerencial que finalmente se traduce en lograr metas y puntos toda la vida para que unos cuantos sean más y más ricos, como sucede a menudo?

Yo no dudo de la capacidad cerebral ni de la capacidad de liderazgo de las mujeres sino que afirmo que los dones son distintos y que esa diversidad no queda en un rincón ignoto de nuestro ADN sino que tiene repercusiones en toda la vida social. Así que me declaro libre del dogmatismo absurdo de la igualdad aritmética cuando se trata de hombres y mujeres–y por supuesto que en muchos otros casos también.

Es verdad que las cosas pueden forzarse sobre todo cuando hay intereses de por medio. Hay varones que han buscado “igualdad” en cuanto a la posibilidad de embarazarse. Resulta muy cuestionable, sin embargo, si el niño así gestado ha sido respetado en sus derechos o visto simplemente como el trofeo para un ego que se apoya en la fuerza bruta de la tecnología. Por el mismo camino van la smadres de alquiler, los hijos de tres personas, los bebés del ADN de dos mujeres o de dos hombres. Y siempre el argumento es: “Nosotros también tenemos derecho; nosotros no debemos ser discriminados.”

Esa palabra, discriminación, tiene una fuerza emocional muy grande, fuerza que los oportunistas saben usar con astucia. Lo que mucha gente no descubre, arrollada por esa fuerza puramente enocional, es que solo hay discriminación cuando precede un legítimo derecho. Se entiende de inmediato con un sencillo ejemplo. Si voy al barrio más exclusivo de mi ciudad y digo: “Vengo a tomar posesión de esa casa que me gustó porque yo no debo ser discriminado de tener la vivienda lujosa que quiero.” Mientras no demuestre que he pagado por esa propiedad mi discurso sólo causará risa o desprecio. No he sido “discriminado” de usar lo que no he pagado. Y no he sido discriminado porque no hay un derecho precedente que diga que esa casa debe ser mía o debe ser también mía. Caso distinto si entran en juego otros factores de discusión como el derecho a un salario justo o cosas parecidas. Pero siempre debe haber un derecho legítimo y demostrado antes de que se peuda hablar de discriminación.

La claridad sobre este punto es necesaria cuando se tratan muchas cosas sobre el lugar de la mujer en la Iglesia. Muchas, muchísimas personas, creen que lo tienen todo claro: la Iglesia debe ordenar mujeres. Mientras las decisiones en la Iglesia Católica no se acerquen al 50 y 50 por ciento, la Iglesia será una institución retrógada, misógina, decadente, patriarcal, insoportable y por tanto incompatible con el mundo moderno, pluralista y demócratico. Todo ese discurso, que a veces se vuelve repetitivo hasta la náusea, solamente pretende decir que hay una discriminación. pero para que eso se demuestre hay que demostrar primero que hay un derecho a ser sacerdote, y ese derecho no aparece en ninguna parte en la Biblia, ni para hombres ni para mujeres.

Y en cuanto a las mujeres, en particular, está claro que la Iglesia no está autorizada para ordenarlas. Cristo, que rompió cuando quiso y como quiso con abundantes prejuicios sociales de su tiempo, eligió doce varones. Decir que al obrar así estaba condicionado es desconocer todos los pasajes bíblicos en que se ve la extrema libertad y sabiduría que mostró el Hijo de Dios en nuestra tierra. Habrá quienes digan que entonces todos los sacerdotes deberían ser judíos pero eso sólo muestra extrema ignorancia. Para los judíos d ela época los galileos eran peor que los samaritanos, a quienes ya tenían por herejes. La escogencia de discípulos, que incluye judíos y galileos, gente de nombre semita y de nombre griego, anuncia la diversidad de naciones de la que vendrían las vocaciones del futuro.

El análisis de todos estos hechos conduce a una sola conclusión: el misterio y el ministerio de la Iglesia no pueden ni deben regirse por criterio sde una pretendida igualdad democrática, que no tiene nada que ver con su origen y estructura, ni menos con una igualdad o democracia de tipo aritmético. Eso no significa que las formas de elección del Obispo de Roma, el Papa, puedan evolucionar, pero parece claro, a la luz de lo ya dicho, que el hecho de que se trate de un obispo, y en realidad el obispo con mayor responsabilidad entre todos, reclama que quienes provean ese cargo sean también obispos, en la medida en que conocen las responsabilidades propias de tal oficio único de origen apostólico.

Participación y democracia

190 La participación en la vida comunitaria no es solamente una de las mayores aspiraciones del ciudadano, llamado a ejercitar libre y responsablemente el propio papel cívico con y para los demás, sino también uno de los pilares de todos los ordenamientos democráticos,407 además de una de las mejores garantías de permanencia de la democracia. El gobierno democrático, en efecto, se define a partir de la atribución, por parte del pueblo, de poderes y funciones, que deben ejercitarse en su nombre, por su cuenta y a su favor; es evidente, pues, que toda democracia debe ser participativa.408 Lo cual comporta que los diversos sujetos de la comunidad civil, en cualquiera de sus niveles, sean informados, escuchados e implicados en el ejercicio de las funciones que ésta desarrolla.

191 La participación puede lograrse en todas las relaciones posibles entre el ciudadano y las instituciones: para ello, se debe prestar particular atención a los contextos históricos y sociales en los que la participación debería actuarse verdaderamente. La superación de los obstáculos culturales, jurídicos y sociales que con frecuencia se interponen, como verdaderas barreras, a la participación solidaria de los ciudadanos en los destinos de la propia comunidad, requiere una obra informativa y educativa.409 Una consideración cuidadosa merecen, en este sentido, todas las posturas que llevan al ciudadano a formas de participación insuficientes o incorrectas, y al difundido desinterés por todo lo que concierne a la esfera de la vida social y política: piénsese, por ejemplo, en los intentos de los ciudadanos de « contratar » con las instituciones las condiciones más ventajosas para sí mismos, casi como si éstas estuviesen al servicio de las necesidades egoístas; y en la praxis de limitarse a la expresión de la opción electoral, llegando aun en muchos casos, a abstenerse.410

En el ámbito de la participación, una ulterior fuente de preocupación proviene de aquellos países con un régimen totalitario o dictatorial, donde el derecho fundamental a participar en la vida pública es negado de raíz, porque se considera una amenaza para el Estado mismo; 411 de los países donde este derecho es enunciado sólo formalmente, sin que se pueda ejercer concretamente; y también de aquellos otros donde el crecimiento exagerado del aparato burocrático niega de hecho al ciudadano la posibilidad de proponerse como un verdadero actor de la vida social y política.412

NOTAS para esta sección

407Cf. Juan XXIII, Carta enc. Pacem in terris: AAS 55 (1963) 278.

408Cf. Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 46: AAS 83 (1991) 850-851.

409Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 1917.

410Cf. Concilio Vaticano II, Const. past. Gaudium et spes, 30-31: AAS 58 (1966) 1049-1050; Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 47: AAS 83 (1991) 851-852.

411Cf. Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 44-45: AAS 83 (1991) 848-849.

412Cf. Juan Pablo II, Carta enc. Sollicitudo rei socialis, 15: AAS 80 (1988) 528-530; cf. Pío XII, Radiomensaje de Navidad (24 de diciembre de 1952): AAS 45 (1953) 37; Pablo VI, Carta ap. Octogesima adveniens, 47: AAS 63 (1971) 435-437.

Este Compendio se publica íntegramente, por entregas, aquí.

Y por que la eleccion del Papa no es democratica?

Como millones de personas, he seguido los acontecimientos del Vaticano estos últimos días. Puede ser por mi formación como ingeniero pero la sensación que me deja tanto vestido sofisticado y tanto ceremonial es que las cosas en la Iglesia podría y deberían simplificarse mucho. De pronto llegó a mi cabeza esta pregunta: Si hay entre mil cien y mil doscientos millones de católicos en el mundo, cada uno de esos cardenales representa a cerca de diez millones de personas. ¡Diez millones! Eso es mucha gente. Y la pregunta es si la gente se siente representada por ellos. ¿De verdad hay diez millones que digan: “Ese es mi cardenal; él me representa,” y que lo digan para cada uno de los 115 cardenales? Por otro lado, y dado que ya contamos con tecnología muy avanzada para votaciones, ¿por qué no proceder a un sistema de votaciones directas? Entiendo que ya hay teólogos de avanzada que se han atrevido a proponerlo, primero para las diócesis y luego podría ser para el Papa mismo. ¿Por qué la Iglesia siempre tiene que dejar esa impresión de ser la rezagada, la que no termina de salir de la Edad Media, la que se aferra a antiguos rituales y privilegios? Me disculpa, fray nelson, que sea así abierto y sincero pero es que a veces creo que estas cosas deberían discutirse abiertamente, sin tanto secreto pontificio. – Javier K.

* * *

La manera como se ha dado la historia de nuestros pueblos en Occidente nos hace pensar que la democracia es el mejor de los modos de gobernar o quizás el menos malo. Debe observarse, de entrada, que la democracia es un hecho social reciente, del cual deberíamos hablar más como un experimento en curso que como una realidad consolidada. Al hablar así no presumo que otras formas de gobierno civil, por ejemplo, la monarquía, sean preferibles necesariamente. Sólo quiero que entremos en la discusión con los ojos abiertos.

VotaciónPrecisamente por ser tan reciente, la democracia, globalmente hablando, presenta ya enfermedades de las que no sabemos si hay cura. Conviene mencionar sobre todo cinco.

Continuar leyendo “Y por que la eleccion del Papa no es democratica?”