LA GRACIA 2022/04/24 El Sacramento de la Confesión

DOMINGO DE LA MISERICORDIA, CICLO C

Un fruto de la Pascua es el regalo que Jesucristo le ha dado a la Iglesia, la capacidad de reconciliar a los pecadores a través de sus ministros, los obispos y sacerdotes.

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El cardenal Piacenza explica por qué el secreto de confesión es inviolable

“El Cardenal Mauro Piacenza, Penitenciario Mayor de la Iglesia, ha creído oportuno reiterar que el secreto de confesión es inviolable y no puede ser comparado con el secreto profesional. Sus palabras llegan tras la polémica en Francia sobre la posibilidad de que se apruebe una ley obligue a los sacerdotes a denunciar casos de abusos sexuales de los que tengan conocimiento por la confesión…”

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El secreto de confesión no es negociable ni contrario a la ley

“El presidente de la Conferencia Episcopal Francesa, Mons. Éric Moulins-Beaufort, explicará este martes en el Ministerio de Interior del país galo sus declaraciones sobre el «secreto de confesión» que realizó la pasada semana tras darse a conocer el informe sobre abusos sexuales cometidos por religiosos y laicos vinculados a la Iglesia desde 1950…”

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Un caso de conciencia: un crimen, una mentira y una confesión

Alguien nos escribe (por razones obvias no decimos nada de su nombre): Una duda: Si he matado y mentí para no ir a prisión, ¿es posible confesarse y convertirme sin pagar mi pena en vida?

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El propósito de la confesión es, en primer lugar, restablecer la amistad con Dios a través del arrepentimiento y la conversión, sobre la base de los méritos infinitos e inagotables de la redención realizada una vez y para siempre en el sacrificio de Cristo en el Calvario.

Para que esta amistad se restablezca es apenas natural exigir de quien se confiesa los actos proporcionados a su arrepentimiento y su deseo de enmienda y reparación por el mal causado tanto en el tejido de la Iglesia como en la sociedad. Son inadmisibles entonces, de parte del penitente, los actos de superficialidad, cinismo. obstinación en el pecado o falta de deseo por reparar el mal causado. Esto último sucedería por ejemplo si una persona ha robado algo y no quiere devolverlo, ni siquiera bajo la garantía de anonimato.

En el caso que se nos presenta con esta pregunta estamos suponiendo que:

1. Se trata formalmente de un homicidio (y no por ejemplo un accidente ni de un acto en legítima defensa propia);

2. La persona involucrada, que luego será el penitente, es consciente de su responsabilidad directa con ese crimen.

3. La persona ha logrado hábilmente (por recurso a la mentira, según se nos dice) escapar de su responsabilidad penal.

4. Cuando el penitente se confiesa tiene, a juicio del confesor, auténtico arrepentimiento y auténtico propósito de conversión.

En este punto se presentan dos posibilidades:

(A) Que ocultar la autoría de ese crimen conlleve daño grave a otra persona; por ejemplo, la condena de un inocente.

(B) Que ocultar esa autoría no conlleve daño grave para nadie, aunque presumiblemente los parientes y relacionados querrán que se haga justicia en el ámbito civil y penal.

A la vista de las finalidades propias del sacramento de la confesión, mi concepto es que en la situación (A) debe impedirse ese daño grave, incluso si eso supone reconocer la propia culpa y asumir todas las consecuencias. En efecto, no puede haber reconciliación con Dios si se está causando un daño de esa naturaleza a una persona inocente.

En la situación (B) yo creo que el penitente debe recibir una penitencia apropiada, que incluye por supuesto un camino de oración y penitencia por el daño causado y un modo nuevo y concreto de servir a la sociedad, pero no está obligado a inculparse en el campo penal.

¿Confesión online?

Varias veces en esta pandemia me han planteado la pregunta por la confesión “a distancia” o confesión “online.” Un buen artículo de Aleteia ayuda a tener ideas claras.

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De entrada, parece que podría estudiarse la cuestión valorando pros y contras.

Así, a favor tendríamos la facilidad en todos los sentidos para el penitente, que podría confesarse sin que nadie le viera ni le reconociera (el anonimato es un derecho del penitente), de forma que sería más fácil que se animara y dijera todo lo que es pertinente. También el que la página web facilitara una buena preparación, con examen de conciencia incluido.

En contra tendríamos que se dificulta la tarea de pastor –y no solo de juez- por parte del sacerdote. También el que fueran más fáciles las imposturas. Claro está, se podrían añadir más argumentos en uno u otro sentido.

Sin embargo, si se trata de lo que los católicos habitualmente entendemos por confesión, o sea, el sacramento de la Penitencia, no es así como se ha de tratar la cuestión. Lo que debemos estudiar es si la naturaleza misma del sacramento lo permite. El tema no es tan nuevo como parece, y ya se había estudiado.

No era raro que, en los estudios de teología o en los seminarios, tarde o temprano alguien preguntara si se puede uno confesar por teléfono. La invariable respuesta era que no.

¿Por qué? Para comprender esta respuesta, hay que entender el sentido mismo del sacramento. Jesucristo deja en manos de la Iglesia el perdón de los pecados, de forma que pueden ser perdonados o “retenidos” (cfr. Jn 20, 22). El sacramento se constituye como un tribunal de misericordia, en el que el pecador se acerca a la Iglesia –representada en su ministro- a confesar con arrepentimiento sus pecados.

El sacerdote, advirtiendo que el penitente tiene contrición de sus pecados, le absuelve; si no la tiene, deja la absolución pendiente para cuando la tenga. Por eso hace falta que se presente.

Desde siempre se ha examinado si era necesaria la presencia física –antes del teléfono estaban las cartas-, y se ha contestado afirmativamente. Recientemente lo han recordado varios obispos, y en 2011 el portavoz mismo de la Santa Sede, Mons. Lombardi, lo recordó con respecto al iphone.

Estas consideraciones se refieren exclusivamente a la celebración del sacramento de la Penitencia. No se refieren a su preparación, donde internet puede ser de ayuda; por ejemplo, proporcionando un buen examen de conciencia para prepararse. Tampoco se refieren a cualquier tipo de diálogo ajeno al sacramento.

Aunque, si se trata de una dirección espiritual, me parece que lo recomendable (recomendable, no estrictamente necesario) es la presencia física con respecto a la virtual. Supongo asimismo que alguna de estas iniciativas de confesionario virtual responden a un sacerdote (si no lo es, y con licencias ministeriales, no puede absolver) con la mejor de las intenciones. Pero se ha equivocado.

La importancia de la contrición en la vida cristiana

“Tengamos en cuenta que para que la contrición sea real es necesario que sea interior, que salga de las profundidades del corazón; no debe ser una simple fórmula, formulada sin reflexión. Tampoco es necesario mostrarla con suspiros o lágrimas, etc. Todas estas demostraciones pueden ser indicadores, pero no son la esencia de la contrición. Ésta reside en el alma y en la voluntad determinada de huir del pecado y de volver a Dios…”

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Maravillas del sacramento de la confesión

En el sacramento de la Penitencia, Jesús nos perdona. -Ahí, se nos aplican los méritos de Cristo, que por amor nuestro está en la Cruz, extendidos los brazos y cosido al madero -más que con los hierros- con el Amor que nos tiene.

Si alguna vez caes, hijo, acude prontamente a la Confesión y a la dirección espiritual: ¡enseña la herida!, para que te curen a fondo, para que te quiten todas las posibilidades de infección, aunque te duela como en una operación quirúrgica.

La sinceridad es indispensable para adelantar en la unión con Dios. -Si dentro de ti, hijo mío, hay un “sapo”, ¡suéltalo! Di primero, como te aconsejo siempre, lo que no querrías que se supiera. Una vez que se ha soltado el “sapo” en la Confesión, ¡qué bien se está!

Más pensamientos de San Josemaría.

Pedro Claver, un mártir del confesionario

Mártir del confesonario

El mismo martirio que el franciscano Motolinía refería un siglo antes en México, lo vivía el jesuita Claver en Cartagena. Ordinariamente, entraba en su confesonario de cinco a ocho de la mañana. Pero en cuaresma o grandes fiestas, «era tal la multitud de negros y negras que venían, que este testigo -el hermano Nicolás- no sabe cómo tenía fuerzas, cuerpo ni espíritu para tanto, y más con una vida austera y rigurosa». Por otra parte, «la iglesia es muy húmeda por estar cerca del mar y estrecha y muy caliente. Hay mucho zancudo [mosquito]. En ella estaba el padre Claver toda la mañana y la mayor parte de la tarde en su confesonario estrecho y caluroso. Los cilicios le acompañaban».

En cambio, atestiguó Zapata de Talavera, para los penitentes «en el confesonario tenía una canastilla con algunos regalos, y con sus manos los daba a algunos negros o negras más enfermos, en especial dátiles y rosmarino».

«Algunas veces, añade un testigo, le sucedió sentarse a confesar a las ocho de la noche y no dejarle levantar hasta las once del día siguiente, de cuyo trabajo le sobrevinieron algunas veces desmayos que le quebraron las fuerzas para poder decir misa. En estos casos permitía algo que él consideraba muy regalado: el hermano Nicolás le aplicaba un poco de vinagre para reconfortarle».

«Hubo una peste de viruelas -refiere el hermano Rodríguez-, el padre Claver visitaba a todos, cansaba a tres o cuatro hermanos, iba con uno y cuando no podía caminar llamaba a otro: era incansable, infatigable. Al entrar, después de horas de trabajo, decía al portero que le llamaran por la noche para las confesiones, porque él estaba listo, y que los otros padres estaban cansados de las fatigas del día y era justo que reposasen. Las llamadas eran frecuentes. Al punto estaba en la portería [tenía la celda al lado para eso] y se presentaba al portero diciéndole que ya estaba vestido y listo. Siempre llevaba al cuello dos cajas de vidrio con los óleos».


El autor de esta obra es el sacerdote español José Ma. Iraburu, a quien expresamos nuestra gratitud. Aquí la obra se publica íntegra, por entregas. Lo ya publicado puede consultarse aquí.

Guardar secreto en el sacramento de la confesión

«Dada la delicadeza y la grandeza de este ministerio y el respeto debido a las personas, la Iglesia declara que todo sacerdote que oye confesiones está obligado a guardar un secreto absoluto sobre los pecados que sus penitentes le han confesado, bajo penas muy severas» (Código de Derecho Canónico, can. 1388,1; Código Canónico de las Iglesias Orientales, can.1456).

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Preparamos el corazón a la venida del Dios-Hombre

“En el encuentro sacramental con el penitente, en virtud de la propia Encarnación, Muerte y Resurrección, Cristo se hace compañero de cada hombre, se sumerge en las profundidades del pecado y lo derrota de nuevo con el poder de Su Resurrección. En este dulce encuentro de misericordia, el penitente reconoce en la humanidad consagrada del confesor la presencia del misterio; es más ve esta humanidad totalmente definida por Cristo, tanto de buscar con seguridad el confesor, aunque sin conocerlo personalmente; también el penitente se reconoce a sí mismo culpable de la Cruz del Señor, a causa de los propios pecados, que confiesa y entrega a los pies de aquella Cruz; en fin, invoca la Sangre de Cristo Redentor, para que renueve en él la gracia bautismal, haciéndolo “creatura nueva”…”

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Catequesis elemental sobre la confesión

Todos tenemos la satisfacción de haber hecho muchas cosas buenas en nuestra vida, pero también hemos realizado cosas malas. Tenemos inclinación al mal y por eso cometemos errores y pecados. No podemos negarlo. Los demás lo ven. Y sobre todo, lo ve Dios, que todo lo sabe y ve en lo más profundo de nuestro corazón. No hay nadie que, con amor a la verdad, pueda decir: “Yo no tengo nada de qué arrepentirme”. Si miramos con honradez en nuestro interior encontraremos muchas cosas de las que arrepentirnos y pedir perdón, a Dios y a los demás. El que se cree perfecto le pasa lo que al fariseo de la parábola que cuenta Jesús en el evangelio:

“Dos hombres fueron al Templo para orar, uno fariseo y otro publicano. El fariseo oraba de pie diciendo: ‘Oh, Dios, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, que son ladrones, injustos, adúlteros, ni como este publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que poseo’. En cambio el publicano no se atrevía a levantar sus ojos al cielo y decía dándose golpes en el pecho: ‘Oh Dios, ten compasión de mí que soy un pecador’. Os digo que éste bajó justificado a su casa y aquél no. Porque todo el que se ensalza será humillado, y todo el que se humilla será ensalzado” (Evangelio de san Lucas 18, 10-15).

El ser humano ha de reconocer sus miserias para poder recobrar su grandeza espiritual y la dignidad que le es propia. Por eso, en el fondo todos queremos liberarnos de los pecados que nos impiden descubrir el verdadero sentido de la vida y vivir en buena relación con Dios y con los demás. Pero, ¿cómo hacerlo?

¿Por qué no puedo confesarme directamente con Dios?

Es bueno pedir perdón a Dios, porque Él puede perdonar como desee. Pero Jesús nos dijo cómo quería hacerlo de forma habitual. Después de resucitar instituyó el sacramento de la Confesión cuando dijo a los Apóstoles: “Recibid el Espíritu Santo, a quienes les perdonéis los pecados les quedan perdonados, a quienes se los retengáis, les quedan retenidos” (Evangelio de san Juan 20, 22- 23):

Para que el Señor nos perdone nos hemos de confesar. La Confesión no es algo humano, ni es sólo decir los pecados a otro pecador como nosotros. Es un misterio sobrenatural: es un encuentro con el mismo Cristo en la persona del sacerdote, que en esos momentos hace sus veces.

Qué es la Confesión

También se llama “sacramento de la Reconciliación” o “sacramento de la Penitencia”, o “sacramento de la alegría”, porque Dios está siempre dispuesto a perdonarnos. Uno de los más grandes motivos de optimismo y de alegría es que todo tiene arreglo, porque Dios tiene la última palabra, y esa palabra es de Amor misericordioso. Hasta que no tengamos experiencia de ese amor y del perdón de Dios no alcanzaremos la paz interior que buscamos.