La grandeza de San Juan, el Bautista

1. Nacimiento Anunciado

1.1 Juan, el Bautista, tiene su nombre en la Iglesia en razón de su obra más característica: los bautismos que realizaba a orillas del río Jordán. Le llamamos “el bautista”, esto es, “el bautizador” por esa obra de predicación profética que sirvió de preparación inmediata al ministerio público de Jesús.

1.2 Sin embargo, Juan fue preparación para la obra de Cristo no sólo con los bautismos. Mucho antes de que su palabra resonara en el desierto, Juan era precursor de Nuestro Señor. Su presencia en el mundo es fruto de un designio de Dios que quiso vencer la esterilidad de Zacarías e Isabel, y vencer también su avanzada edad, regalándoles un niño.

1.3 El nacimiento anunciado de este niño, que además recibió la visita y el amor de la Virgen María, precedió por medio año al nacimiento del Mesías. De este modo quedaron patentes tanto la gracia que traía en su seno la Madre de Dios como la grandeza de aquel que tal visita recibió.

2. “¿Qué será de este niño?”

2.1 En torno al nacimiento de Juan se conjugaron bellamente varios hechos insólitos. Zacarías, su padre, que había perdido el habla como reproche a su incredulidad ante el anuncio del Arcángel Gabriel, recobró el uso de la palabra, de modo que aquel que con su mudez había mostrado la esterilidad del pecado ahora con su voz proclamara la fecundidad que trae la gracia.

2.2 Por otra parte, Zacarías escoge para el niño un nombre que no pertenece a su familia. “Nadie en tu familia se llama así” le increpaban con razón sus parientes y vecinos, pero él se sostuvo en su decisión. El nombre “Juan”, Johannes, se interpreta “Yahvé es favorable” y esta designación le parece preferible a Zacarías sobre su propio nombre, que se interpreta “Yahvé ha recordado”.

2.3 Cosa notable que este hombre haya renunciado a dejar su nombre en el único hijo de sus entrañas, con el único propósito de dar testimonio de la gracia divina.