Una Oración por el Papa Francisco

Señor Jesucristo, Hijo del Dios vivo, que por amor a nosotros y por nuestra salvación te hiciste partícipe de la raza humana y a precio de tu Sangre nos adquiriste para siempre como tu Pueblo y ovejas de tu Rebaño;

Señor Jesucristo, que amaste a la Iglesia y te entregaste por Ella, y en tu sabiduría quisiste que el apóstol San Pedro y sus Sucesores, sostenidos por tu propia oración, tuvieran la misión incomparable de confirmarnos en la fe, llevar a tu Rebaño a la plena unidad en ti y contigo, y atraer a todos los pueblos a la obediencia del Evangelio que predicaron con celo y fidelidad tus Santos Apóstoles;

Señor Jesucristo, porque sabemos que es necesario, y porque es nuestro deber y nuestro derecho como bautizados; y porque él mismo lo ha pedido con humildad repetidas veces, te suplicamos por tu siervo, nuestro Papa Francisco, único y legítimo Papa, en estas horas de particular necesidad en la Santa Iglesia Católica.

Señor Jesucristo, apelando a tu Sagrado Corazón y a la eficaz intercesión de tu Santísima Madre, que ha sido saludada como Madre de la Iglesia, esto te pedimos para el Papa Francisco:

– Que tus Llagas Santas, Jesús, no se aparten de sus ojos; que simplemente no pueda olvidar el precio de amor que has pagado para que el demonio sea derrotado, los ídolos derribados, la muerte vencida, el pecado perdonado, y se abran las puertas de la gloria eterna a quienes creen y confiesan la fe.

– Que sus oídos sientan una alarma fuerte cada vez que las trampas del enemigo quieran persuadirlo de mezclar las aprobaciones del mundo o las presiones de la sociedad con la grandeza y pureza del Mensaje de Salvación que tú le has encomendado como Sucesor de Pedro.

– Que su boca reciba una gracia renovada, de modo que su palabra, apartándose de toda ambigüedad, defienda con claridad la sana doctrina, mientras sigue llamando a todos a la unidad en Cristo, para la gloria de Dios Padre.

– Que sus pies se orienten sin cesar hacia tu gloria, Jesús: buscándote en el silencio del Sagrario; reconociéndote en el testimonio de las Escrituras; predicando tu Evangelio con palabra diáfana y ardiente; y siempre sirviéndote, especialmente en los más pobres, es decir, los que menos saben de ti, Señor, puesto que no hay mayor miseria que ignorar cuál Dios nos ha amado tanto.

– Que su mente reciba una gracia singular del Espíritu Santo para reconocer y discernir, según el carisma propio de San Ignacio de Loyola, cuáles inspiraciones son de Dios, cuáles vienen de los interes puramente humanos y mundanos, y cuáles tienen su raíz en el espíritu de las tinieblas, que ronda buscando a quién devorar.

– Que sus manos realicen cada vez mejor la labor de cuidar el rebaño tuyo, Jesucristo, de modo que sea físicamente incapaz de firmar o apoyar lo que ensucia, confunde, degrada o niega la fe, la que defendieron los mártires, y en cambio tenga pulso firme para guiar el timón y conducir de nuevo la nave de la Iglesia a su ruta propia, más allá de los escollos e intereses de este mundo que pasa.

– Y finalmente, te pedimos, Señor Jesús, que el corazón del Papa sea sumergido en el fuego de tu propio Corazón, de modo que pueda corregirse de sus faltas, ya que todos las tenemos, y pueda predicarnos con fuerza y mucha luz sobre las raíces de nuestros pecados, y de los males que hoy se ciernen sobre la Tierra.

Estas intenciones ponemos sobre tu altar, Jesús.

Estas súplicas repetimos con humildad y constancia porque nos has dado amar tu Evangelio y tu Iglesia, Jesús.

Compadécete de nosotros, Señor, perdona nuestros muchos pecados, y llega hoy con toda tu fuerza y tu majestad al corazón del Papa.

Tú vives, tu reinas, con el Padre en la unidad del Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén.