Preguntas sobre la Resurrección

Con honestidad le pregunto, y por favor no me tilde de racionalista, solo busco sensatez. ¿Por qué el testimonio de un grupo hace 2 mil años se considera válido, y hoy se rechaza el de mormones, musulmanes o cualquier otra religión o sectas cuyos adeptos también dan la vida por lo que creen y están absolutamente convencidos de ello? Otra cuestión: El cuerpo humano sólo sirve y está adaptado para vivir en una pequeña franja de la atmósfera terrestre, fuera de ella no tiene razón de existir, ¿dónde está hoy Jesús resucitado? ¿ascendió mágicamente a otro planeta o está vagando por alguna parte del universo?, ¿hacia dónde ascendió su cuerpo espacio-temporal? Si ascendió una forma distinta, entonces no hubo resurrección del cuerpo físico. Si el “cuerpo glorioso” es otra cosa, entonces no es resurrección del cuerpo, sino transformación en otra cosa distinta al cuerpo, fuera del espacio-tiempo. Por último, ya está el planeta súper poblado, ¿se imagina si todos resucitamos? ¿realmente a alguien sensato le interesa resucitar?, ¿para que? Gracias? –A. Báez.

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1. La razón para considerar válido un testimonio de hace 2000 años no es obviamente porque tenga 2000 años, ni porque tenga 2 o tenga 20. El tema de los años es irrelevante.

Tampoco tiene importancia, en términos absolutos, el hecho de que haya gente dispuesta a morir por ideas o creencias. Hay que revisar si tal disposición es fruto de simple fanatismo o no. La manera de vivir, como ciudadanos honestos y razonables, de tantos cristianos mártires de aquellos primeros siglos; el hecho de que no buscaron guerra de religión contra otros; la capacidad argumentativa que muestra que eran gente de razones y no solo de emociones: todo esto obliga a considerar forzado y arbitrario hablar de fanatismo. Simplemente las señales de fanatismo no están.

En cuanto al testimonio central, es decir, que Jesucristo, el Crucificado, ha resucitado, ninguna explicación alternativa se ha podido presentar al hecho de la tumba vacía. Si tenemos en cuenta que para las autoridades religiosas judías de la época era muy importante desprestigiar la resurrección, también podemos imaginar cuánto empeño pusieron en demostrar que el Señor no había resucitado. Cualquier prueba clara que hubieran tenido la hubieran exhibido en todas partes como medio muy eficaz de asfixiar y detener el mensaje cristiano que ellos detestaban. Pero tal cosa no pudieron hacer. Es difícil suponer que había un cadáver corrompiéndose y que las autoridades judías, que además eran muy amigas del procurador romano, no fueron capaces de hacer algo al respecto, teniendo en cuenta las tremendas implicaciones que esto tenía para ellos.

Tampoco se puede argumentar que hubiera credulidad por parte de los apóstoles porque resulta que los mismos textos que hablan a favor de la resurrección real y física del Señor muestran que ellos no querían creer y no podían creer algo así. No eran gente crédula ni ingenua; no eran gente de especulaciones literarias sino hombres de trabajo duro y vida cercana a las realidades concretas de la vida, incluyendo el hecho irreducible de la muerte. Cuando las mujeres les hablan de resurrección ellos simplemente descartan ese testimonio. La resurrección física no era algo que ellos esperaban, deseaban o les convenía. Más bien lo contrario: predicar la resurrección implicaba persecución, cárcel y la muerte, como pronto sucedió a los mismos apóstoles. No hay ninguna explicación alternativa convincente y razonable de por qué ellos empezaron a predicar que Cristo estaba realmente vivo, fuera del hecho de que el mismo Señor había convencido con la realidad de su presencia a aquellos hombres prácticos, terrenales y razonables.

Quienes recibieron el testimonio vigoroso y firme de aquellos apóstoles experimentaron la fuerza necesaria para hacer comunidades en que el Evangelio se hacía realidad, aunque siempre con limitaciones. Sabían que aquellas comunidades habían nacido del primer anuncio y se enorgullecían, en el buen sentido, exactamente de eso: su origen en la predicación de los apóstoles. Su fe en el conjunto de aquella predicación provenía de las razones que he expuesto en los párrafos anteriores.

2. En cuanto a la realidad actual del cuerpo del Resucitado, debemos entender muy bien que la resurrección del Señor no es un retorno a la vida presente. Es evidente que en la vida presente los cuerpos humanos tienen las condiciones de supervivencia que tú describes: tales temperaturas, tal presión atmosférica, etc. Pero la resurrección no es prolongación de esta vida sino un modo de vida distinto que solo conocemos a partir de relatos como los que nos cuentan las Escrituras. Por supuesto, alguien podría decir que no cree esos relatos pero, para ser razonable, esa persona debe ofrecer alguna explicación sobre los hechos que cuenta la Biblia, incluyendo lo ya mencionado sobre el cuerpo de Jesús.

Cuando entendemos que la resurrección de Cristo implica otro nivel o forma de vida, también descubrimos que este tiempo y este espacio que conocemos no son necesariamente absolutos. ¿Ese Cristo Resucitado es “otra cosa”? En un cierto sentido, sí, porque claramente muchas de las leyes de la física que aplicamos a nuestros cuerpos físicos no se cumplen en su cuerpo. Pero no es “otra cosa” en el sentido de que carezca de relación con el cuerpo que conocieron los apóstoles. Precisamente la resurrección es asombrosa y fue durante un tiempo imposible de aceptar por ellos porque el mensaje completo es que el mismo que pendió en la Cruz y murió verdaderamente ahora vive verdaderamente. No se trata de otra persona no de otro fenómeno más o menos próximo a las leyes de la naturaleza que conocemos.

3. Por último: si nosotros participamos de la misma resurrección de Cristo, porque participamos de su misma victoria, no hay que suponer problemas propios de esta nuestra realidad corporal actual, como decir, temas de sobrepoblación.

Y de nuevo: si la resurrección fuera continuación de esta vida, caben las preguntas desafiantes que lanzas: “¿Para qué resucitar?” Si por el contrario, la resurrección conlleva una victoria definitiva sobre la muerte, el pecado, y la realidad temporal misma, tiene muchísimo sentido resucitar y entrar en esa forma de vida plena, la que el fondo de nuestro corazón anhela cuando busca una verdad más profunda, un amor más durable y una paz más perfecta.