ROSARIO de las Semanas 20180927

#RosarioFrayNelson para el Jueves:
Contemplamos los Misterios de la vida pública del Señor

Usamos esta versión de las oraciones.

  1. En el primer misterio de la vida pública contemplamos a Jesús, que es bautizado por Juan en el Jordán y recibe la unción del Espíritu Santo.
  2. En el segundo misterio de la vida pública contemplamos que el diablo tienta a Jesús en el desierto pero al final tiene que retirarse derrotado.
  3. En el tercer misterio de la vida pública contemplamos las bodas en Caná de Galilea, donde Cristo dio su primera señal como Mesías.
  4. En el cuarto misterio de la vida pública contemplamos a Jesús, que predica la Buena Nueva a los pobres.
  5. En el quinto misterio de la vida pública contemplamos a Jesús, que llama a algunos discípulos para que estén con él y sean sus apóstoles.
  6. En el sexto misterio de la vida pública contemplamos la transfiguración del Señor, verdadero anuncio de su pasión y de su pascua.
  7. En el séptimo misterio de la vida pública contemplamos la institución de la Eucaristía y el mandamiento de amar como Jesús nos ha amado.

[REPRODUCCIÓN PERMITIDA – Este es un ejercicio privado de devoción “ad experimentum” en proceso de aprobación oficial. Puede divulgarse en las redes sociales, blogs, emisoras de radio, y otros medios siempre que al mismo tiempo se haga la presente advertencia.]

365 días para la Biblia – Día 027

Fr. Nelson Medina, O.P. lee contigo el texto completo de la Sagrada Escritura. – Día 027 de 365

Génesis 40–41
Salmo 26
Mateo 14,22-36

Lo que se ha publicado de esta serie de lectura de la Biblia.

Formación católica todos los días: amigos@fraynelson.com

Predicación y más oración: https://fraynelson.com/blog

Seguimos el texto publicado en la página web del Vaticano.

San Martín de Porres, orante y penitente

Orante y penitente

La oración y el trabajo fueron las coordenadas en las que siempre se enmarcó la vida de San Martín. En aquel inmenso ámbito conventual, en claustros y capillas, en escaleras y celdas, en talleres y enfermería, siempre estaban a la vista las imágenes del Crucificado, de la Virgen y de los santos. En aquella silenciosa colmena espiritual dominicana el estudio y el trabajo se desarrollaban en una oración continua.

Fray Martín se veía especialmente atraído por la capilla de la Virgen del Rosario, y allí se recogía por la noche y en el tiempo de silencio por la tarde. Al paso de los días, la celebración de la eucaristía, que solía ayudar en la capilla del Santo Cristo, el Rosario, la celebración en el coro de las Horas litúrgicas y del Oficio Parvo, eran para nuestro santo fraile tiempos de gracia y de gloria.

Junto al Crucifijo y la Virgen María, su devoción predilecta era la eucaristía. Le fue dado permiso, cosa rara entonces, de comulgar todos los jueves, y para no llamar la atención, esos días recibía la comunión fuera de la misa. En el coro había hallado un rincón donde podía ver la eucaristía, escondido de todos, en adoración silenciosa, durante horas del día y de la noche. Su amigo don Francisco de la Torre, oficial de la guardia, que le estaba buscando, le encontró allí una vez en oración extasiada, de rodillas, alzado a unos palmos del suelo. Según muchos testigos, fray Martín tuvo numerosos éxtasis y arrobamientos en la oración, y con frecuencia fue visto, estando en oración, levantado del suelo, envuelto en luz y abrazando al Crucificado.

Su devoción a Cristo crucificado fue inmensa. En el convento de Santo Domingo hay un tríptico en el que el pintor representó a Cristo llevando la cruz y a San Martín de rodillas. De la boca de Jesús salen estas palabras: «Martín, ayúdame a llevar la Cruz», y de la de Martín: «¡Dios mío, Redentor, a mí tanto favor!». Llevaba normalmente cilicio y se ceñía con una gruesa cadena. Ayunaba casi todo el año, pues la mayor parte del tiempo se limitaba a pan y agua, y en cuarenta y cinco años de vida religiosa nunca comió carne. El domingo de Resurrección, «como gran regalo, comía algunas raíces de las llamadas camotes, el pan de los negros. El segundo día de Pascua tomaba un guisado y algo de berzas, sin nada de carne».

No tenía celda propia, sino una de la enfermería, en la que su catre era de palos con una estera o piel de borrego y un trozo de madera como cabezal. Dormía muy poco tiempo, y las más de las veces pasaba la noche en un banco del Capítulo, junto a la cama de algún enfermo, tendido en el ataúd en el que depositaban a los religiosos hasta el momento de su entierro, o en el coro, donde sus hermanos le encontraban al alba cuando venían a rezar las Horas.

Otras penitencias suyas fueron tan terribles que apenas pueden ser descritas sin herir la sensibilidad de los cristianos de hoy. Él siempre quiso mantener sus mortificaciones en el secreto de Dios, y cuando era preguntado acerca de ellas, sufría mucho y salía por donde podía. De todos modos, sabemos bastante de sus disciplinas por información de Juan Vázquez, un chicuelo que llegó de España con catorce años -como tantos otros, que iban a las Indias como grumetes o polizones, y que allí desembarcaban sin oficio ni beneficio-, y que él recogió por compasión como ayudante.

Por testimonio de este Juancho, que vivía con él como ayudante y recadero, sabemos que San Martín se disciplinaba con una triple cadena después del Angelus de la tarde, uniéndose así a Cristo, azotado en la columna del pretorio. A las doce y cuarto de la noche se azotaba con un cordel de nudos, ofreciéndolo por la conversión de los pecadores. La tercera disciplina era en un sótano, poco antes del alba, y la ofrecía por las almas del Purgatorio. Para esta disciplina pedía a veces el concurso de Juan o de algún indio o negro de sus beneficiados. Y cuando alguna vez el chico Vázquez le ayudaba a curar las heridas causadas por tan duras disciplinas, fray Martín le consolaba asegurándole que esto era muy bueno para la salud.


El autor de esta obra es el sacerdote español José Ma. Iraburu, a quien expresamos nuestra gratitud. Aquí la obra se publica íntegra, por entregas. Lo ya publicado puede consultarse aquí.