Nueve meditaciones sobre la Virgen Inmaculada, 7 de 9: María de la fe y la esperanza

* La gran felicitación de la Sagrada Escritura, para la Santísima Virgen, está en las palabras de Santa Isabel: “Dichosa tú, que has creído…” Esto es verdad en María y también es verdad para nosotros porque ciertamente es la fe quien abre nuestra vida al poder, al amor y al plan de Dios.

* Pero la fe es despreciada y arrinconada, en buena parte de nuestro mundo. Lo que suele suceder es que lo rechazado no es la fe sino una caricatura suya. Por eso es importante tener claro lo que NO es la fe:

+ La fe no es inercia cultural: simple repetición de ritos o costumbres.

+ La fe verdadera jamás es una imposición ideológica a partir de los centros de poder.

+ La fe no es un reemplazo para la ignorancia, algo así como un modo fácil de economizarse el esfuerzo de conocer y comprender el mundo o la historia.

+ La fe no es una huida al mundo de la fantasía.

+ En síntesis, la fe no es una apuesta en el vacío, como decía Kierkegaard.

* De hecho, la Biblia conecta el ver con el creer. Así por ejemplo, cuando Pedro y el Discípulo Amado visitan el sepulcro, de éste último se dice: “y vio, y creyó.”

* La fe no es una proyección de nuestros deseos o de lo que está incompleto en nosotros. Se demuestra bien del hecho de que la predicación cristiana presenta un Dios que podemos llamar “absurdo”: un Dios crucificado, rey de paz, varón de dolores, ejemplo de mansedumbre y perdón, que no se impone sobre nadie por vía de fuerza o agresión.

* La fe es, en realidad, respuesta a la propuesta divina. El pueblo hebreo llegó a la fe no a base de imaginaciones o suposiciones sino a partir de experiencias reales, a partir de su historia.

* Y así se afianza también la fe en nosotros: a partir de vidas reales que han sido transformadas por el poder de Cristo y que son testimonio vivo de su gracia y su amor. La fe que así tiene su origen genera una fuerza de confianza inmensa, que es la dimensión existencial de la fe, y es también la raíz de la esperanza.

* Tal fue la fe que María ejerció particularmente en tres momentos:

+ En la Anunciación, cuando Dios le descubre su amor y la elección que ha hecho de ella para Madre de su Unigénito.

+ Al pie de la Cruz, cuando toda evidencia parecía refutar lo que ella creía y sabía de su divino Hijo.

+ En Pentecostés, cuando era preciso creer que los mismo frágiles y traidores discípulos iban a ser el fundamento de la Iglesia viva de Cristo, el Señor.