La oración de un desanimado

Padre, yo sé que usted no hace dirección espiritual a distancia pero quizás sí me puede responder una pregunta: Si uno está desanimado, distraído, casi descreído, ¿tiene sentido orar? A veces me siento un perfecto hipócrita, como si me pusiera un disfraz de piadoso cuando ni tengo ganas ni tengo mucha fe en lo que yo mismo estoy diciendo. ¿Por qué debería seguir orando? — M.G.H.

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Ante todo, le doy gracias a Dios que te ha despertado el deseo sincero y humilde de hacer esta consulta. La verdad es que las experiencias que usualmente llamamos de “desierto” son particularmente duras y ponen ante nosotros niveles altos de exigencia, muchas veces en términos de tentación.

La palabra tentación es clave. Recordemos que precisamente en el desierto cayeron sobre Cristo las más fuertes tentaciones. No será distinto nuestro caso. Te comparto algunos pensamientos que pueden servirte:

1. La oración no es una especie de “premio” que ganamos por portarnos bien. No oramos porque seamos buenos sino porque somos necesitados. Acudimos a Dios sobre todo como indigentes creaturas, como pecadores necesitados de redención, como enfermos que buscan curación.

2. El valor de la oración está unido a las virtudes teologales. Y resulta que, en tiempos de sequedad espiritual, esas virtudes, aunque se sientan menos, pueden ser muy grandes. En medio de la noche y de la falta de consuelo, la fe puede agigantarse, la esperanza aferrarse sólo a Dios, y el amor purificarse. O sea que puede incluso tener más mérito y dar al final más crecimiento la oración de la sequedad, si es que somos perseverantes.

3. La falta de consuelo nos ayuda a ser menos interesados, impacientes y arrogantes en nuestra vida espiritual. A medida que la paciencia nos da sus lecciones a su propio ritmo, descubrimos que Dios todavía tiene mucho que trabajar en nosotros, y ello es una gran bendición.