Nueve meditaciones sobre la Virgen Inmaculada, 2 de 9: Hechos para la santidad

* Hay quien piensa que la afirmación de los dones singulares de la Virgen María es un modo de alejarla de nosotros, los demás mortales. Otros creen que es convertirla en una especie de “diosa.” Es bueno responder a estas objeciones, desde varios ángulos.

* Ante todo: el esplendor de la belleza, cuando está sellada de inocencia y bondad, es distinto de otras formas de abundancia porque no genera codicia. Si mil personas o un millón de personas presencian un precioso cielo estrellado, la magnificencia del espectáculo no empobrece a nadie ni sería mayor para mí si lo viera yo solo. De hecho, el compartir semejante hermosura en cierto modo hace más intensa la experiencia de cada uno.

* Así también la belleza inmaculada de la Virgen es algo que a todos hace bien, que a todos alegra, y el gozo que cada uno siente, viendo con los ojos del alma lo que apenas queda sugerido ante los ojos del cuerpo, no se aminora porque sean muchos los que la amen y la celebren.

* En segundo lugar, el pueblo cristiano sabe bien que los privilegios singulares de la Madre de Cristo son parte de su misión particular, que no se limitaba a cosas dulces y bellas. La “Llena de Gracia” es también la “Madre Dolorosa,” que tuvo que experimentar altísimo grados de crueldad y despojo. Ella es Reina pero en medio de joyas y perfumes sino en medio del durísimo combate contra el pecado y el demonio.

* En tercer lugar, la hermosura de su santidad es la misma hermosura a la que todos estamos llamados. Si no, ¿para qué la predicación de un San Juan Bautista, como precursor del Mesías?

* La santidad no es una vida extraña sino una vida ordenada, priorizada, y por eso mismo justa y bella. El pecado es el desorden: (a) Contra el prójimo, que queda convertido en una herramienta, un juguete, un rival o un esclavo. (b) Contra la naturaleza, convertida en cantera que explotamos o en bodega de ídolos que nos esclavizan. (c) Contra Dios, a quien solo podemos ver como una amenaza, con lo cual perdemos las claves de nuestro propio ser, pues imagen suya y anhelo suyo somos.

* Por eso recuperar la santidad, y primero: el deseo de la santidad, es recuperar nuestra ruta propia, como personas, como familias y como sociedad.