Autenticidad

“Aplicado a las personas, auténtico es quien se comporta según lo que es y debe ser. Dejemos aparte el falso sentido de lo “auténtico” como meramente espontáneo…”

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LA GRACIA del Viernes 29 de Septiembre de 2017

FIESTA DE LOS SANTOS ARCÁNGELES MIGUEL, GABRIEL Y RAFAEL

Cuidado con la nueva era que distorsiona la enseñanza de la Iglesia sobre los ángeles, criaturas espirituales con conocimiento inmediato, sin capacidad de conversión.

[REPRODUCCIÓN PERMITIDA – Ayúdanos a divulgar este archivo de audio en las redes sociales, blogs, emisoras de radio, y otros medios.]

ROSARIO de las Semanas 20170927

#RosarioFrayNelson para el Miércoles:
Contemplamos los Misterios de la Infancia de Jesús

Usamos esta versión de las oraciones.

  1. En el primer misterio de la infancia contemplamos la Anunciación a María Santísima y la Encarnación del Hijo de Dios.
  2. En el segundo misterio de la infancia contemplamos la visita de la Virgen Madre a su pariente Isabel.
  3. En el tercer misterio de la infancia contemplamos el sufrimiento que pasó San José, y la fe amorosa que tuvo.
  4. En el cuarto misterio de la infancia contemplamos el Nacimiento del Hijo de Dios en el humilde portal de Belén.
  5. En el quinto misterio de la infancia contemplamos la Epifanía: Jesús es luz para las naciones, y así es adorado por unos magos venidos de Oriente.
  6. En el sexto misterio de la infancia contemplamos la Presentación del Niño Jesús en el templo de Jerusalén.
  7. En el séptimo misterio de la infancia contemplamos a Jesús Niño en el templo, ocupado de las cosas de su Padre del Cielo.

[REPRODUCCIÓN PERMITIDA – Este es un ejercicio privado de devoción “ad experimentum” en proceso de aprobación oficial. Puede divulgarse en las redes sociales, blogs, emisoras de radio, y otros medios siempre que al mismo tiempo se haga la presente advertencia.]

Evangelizar y pacificar, a la vez

Verapaz y los choles

Según datos ofrecidos por Francisco de Solano (Los mayas 118-121), en la Guatemala de 1689 los franciscanos tenían 22 conventos, que servían unos 70 anejos, -todos ellos llevaban nombres de santos-, en los que vivían unas 55.000 «almas de confesión», es decir, con los niños, unos 100.000 cristianos. Los dominicos atendían pastoralmente un número semejante, y lo mismo los seculares y mercedarios, con lo que el número de indios cristianos en aquella zona era de unos 300.000.

Había, sin embargo, todavía naciones de indios que se resistían tanto al Evangelio, como al dominio hispano, y entre ellos se contaban los de la región de Verapaz. El obispo de Guatemala rogó a nuestros dos frailes misioneros que pasaron a evangelizar y pacificar a aquellos indios del norte de país. Y sin pensarlo dos veces, allí se fueron fray Margil y fray Melchor en 1691.

Al entrar en los pueblos, iban con la cruz alzada, cantando el Alabado, saludaban a todos, ponían la cruz en manos del cacique y le pedían los ídolos, asegurándoles que no valían para nada. Entregaban los indios, sacándolos de sus escondrijos, figurillas de piedra o madera, hule o copa, y mientras todo ardía en el fuego, fray Margil y fray Melchor, para desagraviar al Creador y Redentor, se disciplinaban y castigaban con diversas penitencias. La acción evangelizadora de estos frailes fue de tal modo recibida, que más tarde, cuando llegaban a otro pueblo, encontraban a veces la hoguera ya preparada para quemar en ella los ídolos.

A mediados de 1692, pasaron los dos misioneros a los choles. Estos indios ya en 1574 habían sido evangelizados por los dominicos de Cobán, que está al centro de la Guatemala actual, y para 1633 había en la nación Chol unos seis mil cristianos, reunidos en numerosas poblaciones. Pero en ese año se rebelaron y quemaron todas las iglesias, volviendo a su género anterior de vida. Todavía en 1671 un hermano dominico, y un decenio después algunos padres llamados por él, intentaron cristianizar los choles.

Con estos precedentes, cuando fray Margil y fray Melchor, informados por los dominicos, fueron a los choles, «toleraron hambres, descomodidades y peligros; y hubo veces que los tuvieron desnudos, atados a un palo día y noche, descargando lluvia de azotes sobre sus fatigados miembros». Cuando los dos frailes contaban más tarde esta misión, se limitaban a decir: «Padecimos lo que el Señor fue servido». Y tuvieron un éxito no pequeño, pues lograron fundar ocho pueblos, cada uno con su iglesia.

Entre los lacandones

1692-1697. A mediados de 1692, recibieron nuestros frailes unos indios enviados por el alcalde de Cobán, que les rogaron fuesen a evangelizar a los lacandones. Estos indios, radicados en torno al río Usumacinta superior, y extendidos hacia las selvas meridionales, obstruían la relación entre Yucatán y Guatemala. Eran muy feroces, siempre irreductibles, y nadie se atrevía a internarse por su zona. En 1555, los primeros apóstoles de los lacandones, los dominicos Andrés López y Domingo de Vico, habían muerto en sus manos. Era, pues, ésta una misión perfectamente adecuada para nuestros dos misioneros, que hacía tiempo habían dado ya su vida por perdida.

Margil y Melchor, con algunos guías indios, partieron de la próspera población de Cobán, con algunos bastimentos, hacia la sierra de los lacandones. Tras varias semanas de marcha, en medio de sufrimientos indecibles, y consumidos los víveres, fueron abandonados por los guías, que tenían horror a los lacandones, y después de seis meses de hambres y calamidades extremas, habiendo conseguido nuevos guías, llegaron medio muertos al primer poblado de los lacandones. Estos los molieron a golpes, les destrozaron los hábitos y cuanto llevaban consigo, y los encerraron en una cabaña durante cinco días, con intención de sacrificarlos después. De todos modos, en ese tiempo los religiosos se las arreglaron para discutir con los indios. Pero ni los indios conseguían que los frailes adorasen sus ídolos, ni los frailes conseguían que los indios venerasen la cruz.

Un cacique viejo propuso entonces que fuera a Cobán fray Margil con varios lacandones, y que si les recibían bien, sólamente entonces creerían que los frailes venían en son de paz. Fray Melchor quedó como rehén, y fray Margil partió con doce lacandones tan rápidamente que llegaron a Cobán en quince días. Permitió Dios, sin embargo, que con el cambio de clima, de los doce indios muriesen diez. Al regreso, los lacandones molieron a golpes a Margil, que con fray Melchor, hubo de regresar a los dominicos de Cobán. Se ve que no había llegado todavía para los lacandones la hora de Dios.

De allí se fueron a misionar unos pueblos de choles en la Verapaz, donde había ya franciscanos de Querétaro. Fray Margil quedó en el pueblo de Belén, para aprender la lengua cholti, y después de diez años de andar siempre juntos, fray Melchor, su fiel compañero y amigo, partió a misionar más al sur.

Se organizó por entonces una expedición de seiscientos soldados, que sería conducida por el mismo presidente de Guatemala, don Jacinto de Barrios Leal, para abrir camino entre Yucatán y Guatemala. Fray Margil, experto en caminos, asesoró con otros el proyecto. La marcha fue larga y muy penosa, y en los descansos y comidas fray Margil no se quedaba con el grupo formado por Barrios, su séquito y otros religiosos, sino que se iba a sentar con los indios, a quienes les cedía el vino que le daban, pues él sólo bebía agua, y poca.

Días y semanas continuó la marcha hacia los lacandones, abriéndose muchas veces el camino con machetes. A los tres meses llegaron por fin a los lacandones, y precisamente al pueblo donde hacía más de un año estuvieron a punto de morir fray Margil y fray Melchor. Allí, con el nombre de Nuestra Señora de los Dolores, que aún dura, se hizo pueblo, fuerte e iglesia. En Dolores tradujo fray Margil a la lengua lacandón una síntesis de la doctrina cristiana, en la que fueron instruídos los indios.

Un mercedario de la expedición, fray Blas Guillén, contó después que fray Margil oraba de rodillas desde la mitad de la noche hasta el amanecer, y que en la procesión del Corpus de 1695, «sin quitar la vista del Santísimo Sacramento que yo llevaba, caminaba de espaldas tañendo, danzando y cantando, con tanta agilidad y extraordinarios saltos, que se suspendía casi a una vara del suelo, exhalando en el rostro incomparable alegría». Hasta marzo de 1697 estuvo fray Margil con los lacandones, evangelizándoles y honrando en ellos el nombre de Cristo.


El autor de esta obra es el sacerdote español José Ma. Iraburu, a quien expresamos nuestra gratitud. Aquí la obra se publica íntegra, por entregas. Lo ya publicado puede consultarse aquí.