La caridad de los difuntos en el purgatorio

¿Pueden realmente las almas del purgatorio hacer bien a los que estamos vivos? – V.B.

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La unión de caridad, con Cristo y con la Iglesia, que tienen las almas del purgatorio hace que su dolor, que es dolor de amor, no sea perdido o inútil. Por otra parte, no debemos olvidar que, pasada la muerte, no hay actos de la voluntad sobre la dirección de la propia vida porque la condición específica de esta creatura que es el ser humano sujeta su naturaleza al tiempo, de modo que, fuera del tiempo, esto es, sucedida ya la muerte, la voluntad no puede realizar actos propiamente libres como realizaba en vida. Si tales actos fueran posibles, una persona podría convertirse o rebalarse contra Dios ya habiendo muerto, lo cual equivale a decir que seguiría actuando como si no hubiera muerto.

¿Qué tipo de acto tiene entonces la voluntad si no puede tener sucesión de decisiones como cuando estaba en vida? Lo que queda en la voluntad siempre, porque le es esencial, es la posibilidad de desear y acoger el Bien por esencia, que es el Amor de Dios. El acceso a ese amor queda como entorpecido por las manchas de los pecados no-mortales de la persona, lo cual hace que tenga como un impedimento que es interno pero también objetivo, y que es la causa próxima de su dolor de purificación.

De modo que el propósito y obra de tal amor es exactamente la purificación de los difuntos mismos. Por ello es más seguro afirmar que mientras estén en esa condición es más lo que necesitan y reciben del conjunto de la Iglesia que lo que pueden darle. En efecto, su indigencia es total porque no pueden por sí mismos ni siquiera crecer en el deseo de amar más o mejor a Dios, de modo que es muy difícil explicar cómo podría haber en ellos actos de caridad que aumentaran el tesoro de gracia y caridad de la Iglesia.

Sin embargo, hay otra cosa que es cierta: superada su condición de purificación, la gratitud y amor sobreabundante por la misma Iglesia, de la que todo han recibido, les hace preciosos intercesores en favor de todos nosotros. Esto es verdad cuando ya propiamente acceden a la plena bienaventuranza.