Un pensamiento de oro sobre la misericordia

“La mayor misericordia es decir la verdad a las personas y ponerlas frente a la verdad de la fe y de los principios morales. Esto es una misericordia exquisita porque si uno no lo hace es cómo ayudar a las personas a caer.” (Cardenal Piacenza, Penitenciario Mayor en el Vaticano)

Conozcamos a San Claudio de la Colombière

“En el año de 1675, un nuevo superior había sido designado para la casa de los padres jesuitas en Paray-le-Monial. Al ser éste confesor extraordinario de las vecinas monjas de la Visitación, se acercó a ver a la superiora, la Madre de Saumaise, con el objetivo de ponerse a disposición del monasterio. Ella le presentó a toda la comunidad y, mientras el sacerdote dirigía a las religiosas unas breves palabras de incentivo a la práctica de la virtud heroica, una de ellas, Sor Margarita María Alacoque, oyó una voz interior que le decía: — He ahí al que te envío. Hacía pocos años que esta monja pertenecía a la congregación y ya había sido beneficiada por el Sagrado Corazón de Jesús con numerosas visiones y revelaciones. Sin embargo, en esos momentos estaba pasando por la prueba de la duda. Sus superiores y algunas autoridades eclesiásticas la consideraban una “visionaria”, llegándose a preguntar si no estaría siendo víctima de una ilusión o engañada por el demonio…”

Haz clic aquí!

LA GRACIA del Sábado 25 de Febrero de 2017

Pidamos a Dios crecer en la confianza para que nos invada su amor, en la admiración para agradecerle y alabarle y en la docilidad para dejar que nuestras vidas mejoren a su ritmo.

[REPRODUCCIÓN PERMITIDA – Ayúdanos a divulgar este archivo de audio en las redes sociales, blogs, emisoras de radio, y otros medios.]

ROSARIO de las Semanas 20170223

#RosarioFrayNelson para el Jueves:
Contemplamos los Misterios de la vida pública del Señor

Usamos esta versión de las oraciones.

  1. En el primer misterio de la vida pública contemplamos a Jesús, que es bautizado por Juan en el Jordán y recibe la unción del Espíritu Santo.
  2. En el segundo misterio de la vida pública contemplamos que el diablo tienta a Jesús en el desierto pero al final tiene que retirarse derrotado.
  3. En el tercer misterio de la vida pública contemplamos las bodas en Caná de Galilea, donde Cristo dio su primera señal como Mesías.
  4. En el cuarto misterio de la vida pública contemplamos a Jesús, que predica la Buena Nueva a los pobres.
  5. En el quinto misterio de la vida pública contemplamos a Jesús, que llama a algunos discípulos para que estén con él y sean sus apóstoles.
  6. En el sexto misterio de la vida pública contemplamos la transfiguración del Señor, verdadero anuncio de su pasión y de su pascua.
  7. En el séptimo misterio de la vida pública contemplamos la institución de la Eucaristía y el mandamiento de amar como Jesús nos ha amado.

[REPRODUCCIÓN PERMITIDA – Este es un ejercicio privado de devoción “ad experimentum” en proceso de aprobación oficial. Puede divulgarse en las redes sociales, blogs, emisoras de radio, y otros medios siempre que al mismo tiempo se haga la presente advertencia.]

¿Por qué no nos da Dios a todos la gracia que le dio a la Virgen María?

Fray Nelson Leí en un libro sobre la confesión que la santidad podía entenderse, en un aspecto, como la victoria sobre el pecado venial, por supuesto con la Gracia de Dios, entendiendo que la perfección nunca puede ser conformarse con no pecar mortalmente. A la vez leí, en el mismo libro, que la Iglesia afirma, en Trento: “Nadie está exento de pecar o de perder la gracia, ni de evitar todos los pecados, aún los veniales, salvo especial privilegio de Dios, como la bienaventurada Virgen María.” Mi pregunta es: ¿Por qué Dios no nos da a todos la Gracia de evitar los pecados veniales como lo hizo con la Virgen María? — G.G.

* * *

Es fácil caer en simplificaciones cuando se habla de la gracia. Por ejemplo, sabemos que abstenerse de todo pecado implica una obra singularísima de la gracia pero estoy seguro que muchos interpretan eso como que la persona no sentía ninguna atracción hacia el pecado, es decir, que no podía ser propiamente tentada. Es fácil también suponer que la constante victoria sobre el pecado implicaba una especie de inmunidad ante el dolor que nace del pecado, sea propio o ajeno: algo así como si la persona estuviera un poco, según el dicho, “más allá del bien y del mal.”

La realidad es muy distinta. En primer lugar, la ausencia de pecado no significa ausencia de tentación, y por lo tanto no significa ausencia de esfuerzo para vencer la tentación. Es un esfuerzo que coopera con una gracia magnífica pero es esfuerzo, y esfuerzo descomunal. Lo sabemos ante todo por el mismo nuestro Señor Jesucristo, que tuvo que sudar gotas de sangre venciendo las duras tentaciones de Getsemaní. La Carta a los Hebreos 5,8 dice que él “aprendió sufriendo a obedecer.” No parece tampoco que haya sido sencillo ni dulce el camino de María, a la que le fue anunciado que una espada atravesaría su corazón (Lucas 2,35) como se cumplió no una sino varias veces, y que llegó a realizarse de modo extremo en los dolores indescriptibles de la Pasión de su Hijo.

De modo que lo de evitar pecados veniales suena algo así como un auxilio para portarse bien en todo y estar contento a todas horas. Así serían las ocsas en un universo donde no hubiera la rebeldía de Satanás, y su envidia que hizo entrar la muerte en el mundo (Sabiduría 2,24). Vencer al pecado implica SIEMPRE vencer al demonio, que ha hecho y hará todo lo que esté en su poder angélico para apartarnos con amenazas, dolores, tentaciones o falsas promesas, del camino del Señor. Por supuesto que la gracia da la victoria pero esa gracia no reemplaza la voluntad sino que simplemente la capacita desde dentro, y eso implica que haya una RESPUESTA de parte del hombre. Si la respuesta humana no se necesitara entonces no seríamos seres libres sino robots.

De modo que la gracia, en el fondo, sí que está disponible, porque como bien enseña Santa Catalina de Siena, doctora de la Iglesia, ni el demonio ni creatura alguna puede forzar al hombre a cometer el más mínimo pecado. ¡La gracia existe y está! Lo que falla es nuestro sí a la gracia; los que fallamos somos nosotros, que no respondemos como María pero que de ella, y del auxilio de su oración, podemos obtener una respuesta cada vez más próxima al querer de Dios. Es lo que han hecho los santos.