Amoris laetitia – Algunas notas de clarificación

Menos de una semana después de la promulgación de la Exhortación Post-sinodal Amoris laetitia, del Papa Francisco, varias cosas parecen claras:

  1. Las polarizaciones en torno al Papa, y en torno al futuro de la moral católica, o de la Iglesia misma, son más fuertes y agudas ahora. Hay quienes ven en Francisco una renovación del Evangelio y del Espíritu por encima de la ley (y el hombre por encima del sábado) mientras que otros creen descubrir ya las grietas de un cisma irreversible.
  2. La Exhortación muestra la intervención de varias manos (cosa que no es de extrañar en documentos papales). El grado de estas intervenciones hace que pueda considerarse al capítulo VIII como un texto extraño y en varios sentidos ajeno al tono del resto de la Exhortación, y sobre todo distante de la enseñanza expuesta en Veritatis splendor o en Familiaris consortio. La gran mayoría de las discusiones de estos días se han concentrado en ese capítulo.
  3. Hay serias fallas metodológicas y redaccionales, difíciles de explicar en un documento tan esperado y con una gestación tan larga; destaco dos:

    (1) En el n. 298 leemos: “La Iglesia reconoce situaciones en que «cuando el hombre y la mujer, por motivos serios, —como, por ejemplo, la educación de los hijos— no pueden cumplir la obligación de la separación»…” La cita es de Familiaris consortio, 84, como lo explica la nota correspondiente, la 329. Pero todo ese número tiene una sola conclusión en el documento de Juan Pablo II: “La Iglesia, no obstante, fundándose en la Sagrada Escritura reafirma su práxis de no admitir a la comunión eucarística a los divorciados que se casan otra vez. […] Del mismo modo el respeto debido al sacramento del matrimonio, a los mismos esposos y sus familiares, así como a la comunidad de los fieles, prohíbe a todo pastor —por cualquier motivo o pretexto incluso pastoral— efectuar ceremonias de cualquier tipo para los divorciados que vuelven a casarse.” Es decir, la lógica consecuencia de la cita de Familiris consortio es que la Iglesia permanece firme en lo que siempre ha enseñado; pero esa parte ya no se cita en Amoris laetitia. Es metodológicamente cuestionable tomar una cita de un número determinado omitiendo el sentido principal y la conclusión propia del texto citado.

    (2) Aún más, en la misma nota 329 se agrega: “En estas situaciones, muchos, conociendo y aceptando la posibilidad de convivir «como hermanos» que la Iglesia les ofrece, destacan que si faltan algunas expresiones de intimidad «puede poner en peligro no raras veces el bien de la fidelidad y el bien de la prole» (Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 51). Pero resulta que el documento citado no se refiere a las personas que viven en segunda unión teniendo un sacramento del matrimonio en plena validez sino al caso de familias bien constituidas que sin embargo se ven en la necesidad de limitar el número de los nacimientos. Es decir que Amoris laetitia está aplicando a parejas en situación completamente irregular el razonamiento de Gaudium et spes sobre las dificultades de la abstinencia sexual para el caso de familias en matrimonio canónico. De nuevo: es un proceder metodológico extraño por no decir abusivo.

  4. Hay varias ambigüedades graves, entre las que destacan:

    (1) El uso de la palabra “excomulgado” (por ejemplo, en el n. 299). En la enseñanza de la Iglesia todo excomulgado está privado de la comunión eucarística pero no todos los que están privados de esta comunión (la más perfecta desde el punto de vista eclesial y sacramental) están excomulgados. Pero esta enseñanza no es así de clara para muchísima gente, incluyendo numerosos católicos. Por ello, al hablar, sin las debidas y necesarias precisiones, de que los divorciados “no están excomulgados” se deja caer la idea de que podrían comulgar en la próxima misa.

    (2) La afirmación de que “nadie está condenado para siempre” (n. 297) puede entenderse sanamente como que la misericordia divina multiplica las oportunidades de conversión y retorno a Dios a lo largo de la vida; pero otro puede leer ahí que en realidad no cabe hablar de infierno, si de veras creemos que hay un Dios compasivo. En un contexto cultural y teológico como el actual, en que muchos niegan la existencia del infierno (dentro de una larga lista de cosas que tampoco creen), una frase como la mencionada pide clarificaciones inmediatas. No es necesario ser agresivos pero sí claros.

    (3) El n. 305 dice: “A causa de los condicionamientos o factores atenuantes, es posible que, en medio de una situación objetiva de pecado —que no sea subjetivamente culpable o que no lo sea de modo pleno— se pueda vivir en gracia de Dios, se pueda amar, y también se pueda crecer en la vida de la gracia y la caridad, recibiendo para ello la ayuda de la Iglesia.” Ya es una frase difícil, casi oscura: estamos hablando de una situación “objetiva” de epcado pero sin culpa “subjetiva” … Sigue una nota de pie de página, la 351, en la que se incluye como “ayuda de la Iglesia” la siguiente posibilidad: “En ciertos casos, podría ser también la ayuda de los sacramentos. Por eso, «a los sacerdotes les recuerdo que el confesionario no debe ser una sala de torturas sino el lugar de la misericordia del Señor»: Exhort. ap. Evangelii gaudium (24 noviembre 2013), 44: AAS 105 (2013), 1038. Igualmente destaco que la Eucaristía «no es un premio para los perfectos sino un generoso remedio y un alimento para los débiles» ( ibíd, 47: 1039).” ¿Es esto una autorización para que algunos (“caso por caso”) de los divorciados vueltos a casar comulguen? El texto es ambiguo: no explicita en qué ciertos casos ello podría darse, así que algunos piensan, y asi lo proclaman, que sí se ha dado ya esa autorización. Pero, de nuevo, el texto es ambiguo: al mencionar en este contexto a la confesión, ¿qué se está diciendo? ¿Que se confiesen quienes viven en adulterio y no confiesen su adulterio? Dejar en ambigüedad, y en un oscuro pie de página un asunto tan grave es algo preocupante. A falta de claridad, algunos se sentirán confirmados en su praxis pastoral, que ya permitía el abuso de la Eucaristía,; otros sentirán que no saben qué hacer porque no quieren parecer “torturadores;” y otros dirán: si una ley está vigente y no hay una declaración explícita que la invalide, la ley sigue vigente, o sea que estamos como estábamos. ¿Es deseable esta situación?

  5. Es irrelevante, desde el punto de vista teológico, y ocasión próxima de pecado, desde el punto de vista moral, entrar a juzgar las intenciones últimas del Papa Francisco. Tales especulaciones son inútiles, cuando menos, y de seguro perjudiciales para todos. Si entonces alguien me pregunta a mí, yo, hablando estrictamente en primera persona, digo que creo en la buena intención del Papa, aunque también soy consciente de que mi percepción es en el fondo intrascendente en este asunto.. Creo en su corazón, que busca con esfuerzo incansable caminos que manifiesten lo que nos ha dicho varias veces: el gozo del evangelio, la alegría del amor, de amar y de ser amados.

    Creo también en que él es sincero cuando pide oraciones, cuando habla de sus limitaciones personales, cuando enfatiza que el camino hacia Dios no es necesariamente una recta ascendente sino que, muy a menudo, es una ruta dura, sinuosa, compleja, con avances y retrocesos. Yo me veo retratado en esa manera de hablar. Y presumo que no estoy solo.

    Un hombre que tantas veces ha hablado de la Iglesia que se hiere o ensucia tratando de acoger a los malheridos de la batalla del mundo no creo que sea alguien que no se deja hablar. Mi percepción profunda es que él sabe que en temas muy doloroso y muy delicados hay que dar pasos: sencillamente no podemos seguir presentando a la Iglesia como la institución de la doctrina perfecta, completa y ya blindada, que todo lo tiene claro, que ha estudiado ya todos los casos, y que por consiguiente sólo tiene que escucharse a sí misma.

    Hay demasiados hombres y mujeres que, llevados por su propia fragilidad, por pecados pasados, o por lo que sea, se sienten olvidados o incluso maltratados por la Iglesia. Esto es tan cierto como la santidad de Juan Pablo II. Por consiguiente, hay que hacer ALGO. Y el Papa ha intentado mover ficha. El tono del n. 3 de su Exhortación demuestra que él mismo sabe que su escrito es un aporte dentro de una discusión más larga y más amplia: “Quiero reafirmar que no todas las discusiones doctrinales, morales o pastorales deben ser resueltas con intervenciones magisteriales.”

    ¿Se ha equivocado en algunas cosas? Es posible que sí. Una exhortación postsinodal no tiene garantia de infalibilidad, y no hay que idolatrarla ni leer veinte siglos de historia a partir de ella. Es un punto dentro de una trayectoria que le precede y que avanzará hacia mejores claridades. ¿Habrá entonces que mejorar en el futuro los planteamientos y metodologías de Amoris laetitia? Así lo creo firmemente.

    Y para ello, entre otras tareas pendientes, hace falta aclarar mejor cuáles son las grandes tensiones dialécticas que subyacen a toda esta discusión. Con el favor de Dios, espero ofrecer un nuevo artículo sobre ese tema.