Belleza – Una reflexión de Felipe Gómez

Durante las diversas épocas de la humanidad, los patrones de eso que llamamos belleza y moda han cambiado radicalmente.

De igual manera muchas culturas difieren de esos valores estéticos que hoy consideramos atractivos y los famosos gritos de la moda, mañana nos producirán solo risas al encontrarnos con ese álbum de fotos del pasado.

Los salones de estética, y los cirujanos plásticos ven desfilar a miles de clientes, que incluso llegan con fotografía en mano para tratar de tener un cambio radical y definitivo. Como si un bisturí pudiera concedernos como por arte de magia, mayor sabiduría, una personalidad arrolladora o la capacidad de encontrar el verdadero amor.

Tristemente, olvidamos, que fuimos moldeados por el mismo Dios y es El, quien nos ha dado una identidad.

Olvidamos también, que somos templos del Espíritu Santo y nuestro aspecto externo, es tan solo una parte de nosotros y no la de mayor importancia.

Olvidamos crecer en virtud y buscar la santidad, nos encantamos con la fachada y hacemos de lado el espíritu.

Olvidamos crecer en esa belleza interior con la ayuda de la gracia y creemos que con botox, y adornos, podemos conquistar la felicidad.

Olvidamos también, que sin importar nuestro aspecto externo, hay en nosotros una huella hermosa de nuestro Creador. Perdimos de vista, el haber sido hechos a su imagen y semejanza.

Si la belleza física tuviera la última palabra, las modelos serían las mujeres más felices del mundo y no es así.

Si el tamaño de la musculatura fuera la clave de la felicidad, los gimnasios serían las puertas del cielo y tampoco es así.

Si hacemos un consenso, la inmensa mayoría estará de acuerdo acerca en la trascendencia del alma sobre el cuerpo, sin embargo, los gimnasios están atestados de gente y no así las casas de retiros.

Cuanto bien hace el tiempo dedicado a la oración, pero no, no es en eso sino en ropa, maquillajes, y lujos que invertimos nuestro dinero y nuestro tiempo.
“Hace bien asistir a un funeral de vez en cuando, para recordar nuestra fecha de caducidad” sostenía el padre Loring.

El alma mis hermanos, no descuidemos la belleza del alma! Cultivemos la oración, hace más feliz a la gente una hora ante el Santísimo que una costosa cirugia.

Hagamos deporte, eso debería ser obvio, vistámonos bien, pero no descuidemos nuestra vida espiritual.

La belleza, no es una fachada pasajera, la belleza se llama Dios. Él es hermoso, es Divino en todo el sentido de la palabra y a todos sin excepción, por medio de su amor nos quiere divinizar.

La belleza, la más pura y trascendente, se llama santidad y de esa no hay en las peluquerías o en el quirófano.

Dios nos bendiga.