¿Quería Dios Padre la muerte de su Hijo en la Cruz?

Aprovecho para hacerle una consulta, querido Fray Nelson: recientemente escuché la prédica de un sacerdote que dijo más o menos lo siguiente: “que no era la voluntad de Dios el que Jesús padeciera tanto en este mundo y llegara a morir en la cruz, ya que siendo Dios todo Amor, su voluntad sí era que Jesús nos enseñara cómo llegar a Dios, pero no necesariamente a través del sufrimiento en la cruz. Que el episodio de la cruz se lo debemos atribuir a las decisiones equivocadas de los contemporáneos de Jesucristo. Luego explicó que no es la voluntad de Dios el que nosotros suframos en este mundo, sino que sufrimos por las malas decisiones que tomamos”. Yo pienso que en gran parte tiene razón, pero hay algo que me dejó incómodo: por ejemplo, si la enseñanza de este sacerdote es del todo cierta, ¿cómo interpretar entonces la Oración de Jesús en Getsemaní, según San Lucas: “Padre, si quieres aleja de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad, sino la tuya”? Entendiendo por “cáliz” todo el sufrimiento de la pasión, y sabiendo que sí sucedió, y que sucedió a la perfección, con una entrega completa, podríamos concluir que el sufrimiento de Jesús sí fue la voluntad de Dios Padre, ya que no hubo “cambio de planes” a causa de la oración de Jesús en Getsemaní. Me haría usted la caridad de comentar sobre la posición de este sacerdote? Sé que no es una cuestión de “blanco y negro”, pero en verdad, me quedé con una gran inquietud espiritual, y estoy seguro que usted puede ayudar a sosegarla. — A. Lemus.

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La muerte de Cristo en la Cruz es uno de los misterios más profundos de nuestra fe. Por algo dijo san Pablo que la Cruz era “escándalo para los judíos y necedad para los griegos” (1 Corintios). Lo cual explica también la especie de urgencia que algunos sienten de eliminar lo “escandaloso” de la Cruz por ejemplo usando el recurso que usó el sacerdote que se menciona en esta consulta; en tal caso, el argumento va de esta manera: la muerte de Cristo no era algo que Dios quería sino sólo el resultado de las decisiones erróneas de los contemporáneos del Señor. Cosas parecidas han dicho autores de gran renombre actualmente, como el sacerdote y teólogo español José Antonio Pagola. La fe, así presentada y falsificada, resulta bastante más fácil de aceptar porque produce menos choque en nuestra mente.

El problema es que cuando uno busca una fe formulada de modo que no moleste termina con una fe falsa y desconectada de la Escritura. Como bien se ve en el pasaje de Getsemaní, es la voluntad del Padre la que se realiza, y esa voluntad implica beber ese “cáliz” amarguísimo. También la Carta a los Hebreos dice que Cristo “aprendió sufriendo a obedecer” (Hebreos 5,8), y según ello, habría que terminar diciendo que Cristo obedecía a los que estaban equivocados tomando malas decisiones que lo afectaron a Él. Con un problema todavía más grave a la vista: ¿No se supone que a Cristo le interesa la voluntad del Padre por encima de todo? Si entonces ve que algunos de sus contemporáneos toman decisiones equivocadas (que implican una muerte atroz para Él), ¿cómo es que entra en el juego de esa equivocación de ellos en lugar de defender lo que se supone que sí era la voluntad del Padre, o sea, supuestamente, que Él no sufriera? Uno se da cuenta que la explicación que se quiere dar, lejos de aclarar, empantana las cosas y sobre todo oscurece el sentido del sacrificio de Cristo.

Entonces ¿qué hay que decir? ¿Es que Dios Padre era una especie de desquiciado perverso que quería que su Hijo sufriera?

En el caso del sufrimiento siempre hay que preguntar por qué y sobre todo: PARA QUÉ. Incluso los sádicos y los masoquistas buscan causar o padecer el dolor con un PARA QUÉ, que en el caso de ellos es una especie de placer morboso. Al acercarnos al sufrimiento atroz de Cristo es posible, ciertamente, descubrir varios de los frutos inmensos, valiosos y permanentes. El momento del dolor nos desconcierta, y ese desconcierto no es malo porque nos saca de nuestra zona mental de confort. Pero más allá del tiempo del padecer están los frutos, y son esos frutos los que explican en qué sentido y POR QUÉ podría querer Dios Padre que su Hijo sufriera de un modo tan bárbaro.

Por ejemplo: el dolor de la Cruz es pedagogía preciosa que saca a luz la realidad del pecado. Ya que es estrategia predilecta del pecado obrar en las sombras y disimularse en el anonimato, ¡qué bien nos hacen las llagas que con su escándalo nos muestran qué causa el pecado en el corazón humano y sobre todo en las vidas de otros, que son inocentes! Esa denuncia hecha con sangre es un fruto bueno y necesario que ha servido para conversión de muchos.

El dolor de la Cruz revela el extremo del amor de Cristo. Ver que quien es tan maltratado ora por sus torturadores saca a luz el pecado de los verdugos pero revela aún más la paciencia y misericordia del Crucificado. De ese nivel tan alto y tan profundo de amor no hubiéramos tenido tan clara noticia sin la Cruz. Admitido que es un camino extremo pero es que es extrema la obstinación del pecado de la humanidad entera.

El dolor de la Cruz da sentido a nuestros dolores. Un Cristo sin sufrimiento podría darnos muchos consejos bonitos pero, como saben bien quienes padecen, el sufrimiento cierra nuestros oídos, dejando apenas una rendija por la que, si acaso estamos dispuestos a oír algo, es de aquellos que saben de verdadera tortura. Lo demás nos parece teoría vana, en esas circunstancias. El Crucificado ha querido acercarse con ternura a todos los que sufren que así pueden verlo como verdadero hermano y compañero de camino.

El dolor de la Cruz nos hace realistas en cuanto a la misión. Todo misionero debe saber que en algún momento sus iniciativas de bondad se estrellarán contra la ingratitud y el odio puro que brota del demonio. Sin tener al Crucificado a la vista, el desconcierto y el desánimo acaban con cualquier buena intención de los evangelizadores y predicadores.

Y aún hay otras razones que cada uno puede ir descubriendo para entender que Dios Padre no quería el sufrir por el sufrir, sino el sufrir que lleva tan abundante y magnífico fruto.