Notas sobre el final de la vida de Hernán Cortés

En 1528 visitó Cortés a Carlos I, y no consiguió el gobierno de la Nueva España, pues no se quería dar gobierno a los conquistadores, no creyeran éstos que les era debido. Pero el rey le hizo Marqués del Valle de Oaxaca, con muy amplias propiedades. Cortés tuvo años prósperos en Cuernavaca, y después de pasar sus últimos años más bien perdido en la Corte, después de disponer un Testamento admirable, murió en 1547. Tuvo este conquistador una gran esperanza, ya en 1526, sobre el cristianismo de México, y así le escribe al emperador que «en muy breve tiempo se puede tener en estas partes por muy cierto se levantará una nueva iglesia, donde más que en todas las del mundo Dios Nuestro Señor será servido y honrado» (V Carta).

Y tuvo también conciencia humilde de su propia grandeza, atribuyendo siempre sus victorias a la fuerza de Dios providente. Francisco Cervantes de Salazar refiere que oyó decir a Cortés que «cuando tuvo menos gente, porque solo confiaba en Dios, había alcanzado grandes victorias, y cuando se vio con tanta gente, confiado en ella, entonces perdió la más de ella y la honra y gloria ganada» (Crónica de la Nueva España IV, 100; +J.L. Martínez 743).

Esta misma humildad se refleja en una carta a Carlos I escrita al fin de su vida (3-2-1544): «De la parte que a Dios cupo en mis trabajos y vigilias asaz estoy pagado, porque siendo la obra suya, quiso tomarme por medio, y que las gentes me atribuyesen alguna parte, aunque quien conociere de mí lo que yo, verá claro que no sin causa la divina Providencia quiso que una obra tan grande se acabase por el más flaco e inútil medio que se pudo hallar, porque sólo a Dios fuese atributo» (Madariaga 560).


El autor de esta obra es el sacerdote español José Ma. Iraburu, a quien expresamos nuestra gratitud. Aquí la obra se publica íntegra, por entregas. Lo ya publicado puede consultarse aquí.

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