Santidad de pareja y de familia, 2 de 2

[Predicación para los matrimonios en el Encuentro Internacional de La Mansión, en Noviembre de 2014.]

Parte 2 de 2: Los frutos

* Desde el descubrimiento de la bondad y la santidad de Dios cada uno llegará al acto maravilloso de amor y fe de la Virgen María: “Aquí está la esclava del Señor.” Desde esa disponibilidad, el querer de Dios se hace presente como una vida de crecimiento en la fe y en el amor.

* Las parejas han de ver su sacramento del matrimonio no como el recuerdo de algo del pasado sino como un manantial de gracia que permanece vivo y les acompaña y fortalece. En su oración, han de dirigirse al Cristo que de un modo singular mora en ellos como principio de unidad según el precioso plan de Dios.

* Los hijos, por su parte, no se consideren únicamente como sujetos de derechos. Han de vencer al maligno, como dice la 1 Juan. Y en esto lo esencial es valorar los tesoros de sabiduría que vienen de los mayores, empezando por los propios padres.

Santidad de pareja y de familia, 1 de 2

[Predicación para los matrimonios en el Encuentro Internacional de La Mansión, en Noviembre de 2014.]

Parte 1 de 2: Las bases

* La experiencia de la santidad divina es siempre el descubrimiento de una grandeza, una belleza, una bondad, un poder que rebasa, más allá del horizonte, lo que podíamos considerar. Son comparables experiencias como la de Isaías en el templo y la del apóstol Pedro en su humilde barca del Mar de Galilea.

* El reconocimiento de la santidad se convierte también en viva conciencia de la propia pequeñez, el propio pecado, la propia fragilidad y precariedad. Es un “ver que uno no ve;” un darse cuenta de los límites que parecían extremos y que repente se revelan pequeños y completamente insuficientes.

* Tal tipo de experiencia es indispensable para proclamar con verdadera convicción y coherencia que sólo Dios es Dios, y ante que eso, para recibirlo como Señor de cada área de nuestra vida, por encima de todo otro interés o afecto. Sin este tipo de experiencia, la exigencia propia de la moral de la Iglesia Católica resulta inabordable, incomprensible y francamente imposible.

* Esta acogida del don divino cambia la perspectiva de los esposos. No es que dejen de tener necesidad de afecto o de expresión de amor sino que amar y amarse ya significan otra cosa cuando se ha conocido el amor de Dios.

El trabajo, título de participación

281 La relación entre trabajo y capital se realiza también mediante la participación de los trabajadores en la propiedad, en su gestión y en sus frutos. Esta es una exigencia frecuentemente olvidada, que es necesario, por tanto, valorar mejor: debe procurarse que « toda persona, basándose en su propio trabajo, tenga pleno título a considerarse, al mismo tiempo, “copropietario” de esa especie de gran taller de trabajo en el que se compromete con todos. Un camino para conseguir esa meta podría ser la de asociar, en cuanto sea posible, el trabajo a la propiedad del capital y dar vida a una rica gama de cuerpos intermedios con finalidades económicas, sociales, culturales: cuerpos que gocen de una autonomía efectiva respecto a los poderes públicos, que persigan sus objetivos específicos manteniendo relaciones de colaboración leal y mutua, con subordinación a las exigencias del bien común, y que ofrezcan forma y naturaleza de comunidades vivas, es decir, que los miembros respectivos sean considerados y tratados como personas y sean estimulados a tomar parte activa en la vida de dichas comunidades ».604La nueva organización del trabajo, en la que el saber cuenta más que la sola propiedad de los medios de producción, confirma de forma concreta que el trabajo, por su carácter subjetivo, es título de participación: es indispensable aceptar firmemente esta realidad para valorar la justa posición del trabajo en el proceso productivo y para encontrar modalidades de participación conformes a la subjetividad del trabajo en la peculiaridad de las diversas situaciones concretas.605

NOTAS para esta sección

604Juan Pablo II, Carta enc.Laborem exercens,14: AAS 73 (1981) 616.

605Cf. Concilio Vaticano II, Const. past.Gaudium et spes, 9: AAS 58 (1966) 1031-1032.


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