En torno a una polémica teológica

Alejandro Bermúdez me pregunta por un castigo específico…

En el contexto de la polémica sobre si Dios castiga o no, ha habido desarrollos bien fundamentados y que considero muy completos. Recomiendo los escritos de José Miguel Arraiz

http://www.apologeticacatolica.org/Descargas/Dios_Castiga.pdf

y de Adrián Ferreira:

http://www.apologeticacatolica.org/Descargas/Dios_Castiga2.pdf

así como un sólido post del muy ilustrado Néstor Martínez

Todos ellos manifiestan la enseñanza común de la Iglesia: Dios, sin dejar su amor, ciertamente castiga, por razones siempre conectadas con su providencia, su pedagogía y el orden debido de la justicia, que es parte de la santidad misma de Dios.

En una orilla distinta se ha situado el bien conocido Alejandro Bermúdez, que no suele dar información sobre sus opositores, con lo cual quien lo lee se queda sin contexto incluso para situar los propios argumentos de quien es Director de Aciprensa. Para no repetir el mismo error, comento que este laico católico ha publicado también una obra en que reúne argumentos sobre por qué, a su entender, Dios no castiga.

Como en estas cosas, y guardando siempre el respeto a las personas, no es saludable permanecer en la ambigüedad, tuve a bien escribir en mi cuenta de Twitter: Uno de los duros castigos de nuestro tiempo es que haya gente quizás buena, pero confundida y confusa, que dice que Dios no castiga.

A la entendible polémica tuitera que se sucedió yo añadí estos cinco mensajes:

  1. #QueDiosCastigaNoSignificaQue Dios desea o trae el mal para destruirnos; sino que en su Providencia puede corregirnos y educarnos.
  2. #QueDiosCastigaNoSignificaQue apoyamos la imagen de un Dios vengativo, obsesionado con nuestra condenación: un “dios castigador.”
  3. #QueDiosCastigaNoSignificaQue podemos siempre conocer con total claridad el modo específico de un castigo o corrección de Dios.
  4. #QueDiosCastigaNoSignificaQue todo lo malo, doloroso, desagradable o inexplicable haya que verlo como intervención castigadora de Dios.
  5. #QueDiosCastigaNoSignificaQue necesariamente vaya a sucederles algo malo a los que se obstinan en decir que #DiosNoCastiga

Así las cosas, el estimado señor Bermúdez, con el que hemos luchado, lado a lado, en tantas ocasiones, amando y defendiendo a la Iglesia, me envío respuesta pública al punto 4. Es muy interesante su cuestionamiento, y si puedo decir, desafiante. Cito textualmente: “Entonces q SÍ significa, estimado @fraynelson? Q ES castigo d Dios entonces? #DIOSNOCASTIGA

El discernimiento de las intervenciones de Dios es complejo. Recordemos, como marco de referencia, los acontecimientos que llevaron al final del exilio: el autor sagrado dice que Dios libero a su pueblo, y así lo celebra el judaísmo, pero es posible también una lectura completamente intramundana: los persas querían degradar a Babilonia como ciudad, porque había sido al capital de los caldeos, y por eso desmontan todo el esquema de poder que había conducido a llevar a los hebreos, y seguramente a otras naciones también, hasta Babilonia.

Es un caso interesante: el hecho de que los judíos hayan podido volver a Jerusalén, ¿fue una intervención de Dios? Es algo imposible de demostrar con el tipo de certeza a que nos ha acostumbrado la ciencia moderna. Uno puede verificar la temperatura de fusión del cobre pero no puede verificar si en el corazón de un pagano, Ciro, estaba obrando Dios, de modo que a través de él, se llegara a un acto liberador de los israelitas.

Desde el punto de vista filosófico y teológico, estamos ante uno de esos casos en que el discernimiento de la parte que corresponde a la Causa Primera y lo que corresponde a las causas segundas es arduo y siempre discutible.

Preguntémonos ahora si eso justificaría la posición de alguien que dijera: “Puesto que es imposible señalar un acontecimiento histórico específico como la liberación de los judíos desde Babilonia a Jerusalén, para decir que eso fue una intervención divina, ello quiere decir que Dios no interviene en la historia humana.” Obsérvese que incluso los milagros de Cristo y su dolorosa pasión han sido explicados, con algún éxito y acierto, dentro de esquemas intramundanos. Cualquiera que haya intentado mostrar el lugar del pecado en el sacrificio de la cruz de Cristo habrá encontrado interlocutores cerrados a ver algo más que conflictos con las clases dirigentes de la época, o asuntos de ese tenor.

Y sin embargo, nuestra fe es clara en su proclamación: “Nosotros lo creíamos azotado por Dios, castigado y humillado; y eran nuestras faltas por las que era destruido, nuestros pecados, por los que era aplastado. Él soportó el castigo que nos trae la paz, y por sus llagas hemos sido sanados.” (Isaías 53,4-6)

Si uno quiere buscar un lugar donde haya sucedido eso de que recaiga el castigo de Dios sobre alguien debe mirar nada menos que al cuerpo crucificado de Cristo. Mas esto no puede demostrarse como la temperatura de fusión del cobre. Es la reflexión de fe de la Iglesia, guiada por el Espíritu, la que lleva a esas conclusiones.

Muchos rechazan el carácter sacrificial de la muerte de Cristo. Muchos se escandalizan de que se hable de una justicia de Dios en relación con el final de la vida de nuestro Señor. Y sin embargo, san Pablo dice que “Al que no conoció pecado, le hizo pecado por nosotros, para que fuéramos hechos justicia de Dios en El” (2 Corintios 5,21). Si a alguien le resulta difícil admitir que Dios castigue, creo que le resultará más difícil admitir que Dios castiga al inocente, que además es su propio y Unigénito Hijo, y que además ese castigo restablece un orden de justicia que no es un pago externo sino una manifestación de la riqueza interna de la propia misericordia divina.

También cada uno, en la propia vida, y con un don especial, en la vida de nuestros pueblos, puede en ciertos momentos llegar a reconocer una participación en el misterio de ese castigo saludable que educa pero que además restablece un orden de sabiduría superior. A través de un discernimiento humilde y cuidadoso la persona descubre: su responsabilidad, las consecuencias de sus actos y la providencia divina. Quziás algo de eso vivió el salmista que escribió: “Me estuvo bien el sufrir; así aprendí tus justos mandamientos” (Salmo 119 [118], 67).