ESCUCHA, El Papa Francisco y las periferias existenciales

Con sus palabras y gestos proféticos, el Papa Francisco subraya un aspecto esencial al Evangelio: la mirada hacia la periferia.

Queridos hermanos:

Recientemente se han cumplido los primeros seis meses del pontificado del Papa Francisco. Puede ser un buen momento para tomar una expresión que él ha utilizado, y sobre todo, que ha puesto en práctica. El Papa nos habla de las “periferias existenciales.” El mismo día de su elección, al dirigirse por primera vez a la multitud congregada en la Plaza de San Pedro, dijo esta frase, que en ese momento podía parecer sólo un apunte amable o gracioso: “Parece que los Señores Cardenales han ido hasta el fin del mundo para buscar un Papa…” Esa frase, vista ya en el contexto de estos primeros meses de pontificado, en realidad dice más de lo que parece. Recientemente, [Federico] Lombardi, portavoz del Vaticano, comentaba que una de las señales del pontificado de Francisco ha sido darle la vuelta, cambiar la mentalidad euro-céntrica. Francisco hablaba de la “periferia existencial”: los Cardenales fueron “al fin del mundo.” Salieron de lo esperado y fueron “al fin del mundo.” Ese contraste entre el “centro” y la “periferia” realmente está muy adentro en el pensamiento de Bergoglio.

La mentalidad de “centro” es la de aquel que se siente seguro, muy digno de lo suyo; y [que] está siempre esperando que los demás lleguen y que pidan sus favores. “Ya veremos qué se les puede conceder.” La mentalidad de centro es la mentalidad “principesca” que él mismo [Papa Francisco] denunció hacia el término de la Jornada Mundial de la Juventud, hablando nada menos que a los señores obispos. Lo que les dice es que hay que superar, vencer, terminar la mentalidad principesca. Esa mentalidad es la de aquel que se considera siempre seguro de lo suyo, perfectamente salvado, y que desde esa especie de arrogancia solamente aguarda que los demás lleguen. Hablando a seminaristas y a sacerdotes les decía también el Papa: No se queden ustedes en sus despachos parroquiales esperando que lleguen las personas para atenderlas, ya se trate de una acción burocrática, notarial, como puede ser un certificado, o ya se trate de un servicio ritual como puede ser un sacramento.

Lo contrario del sacerdote acomodado en su despacho y esperando a que la gente llegue al centro es lo que él pronto llamó “sacerdote con olor de oveja.” Claramente se trata del que sale, del que va, del que busca. Estos ejemplos nos están mostrando que el Papa realmente tiene esto muy adentro de su corazón, muy profundo en su pensamiento. Luego, los gestos que él ha tenido van en la misma dirección. Mencionemos el caso de lo sucedido el Jueves Santo en aquel centro penitenciario para jóvenes: allá llega el Papa Francisco, y quiere expresamente, como gesto de humildad y de servicio, lavar los pies también a aquellos que parecen completamente excluidos. Parece que está completamente excluida la mujer; parece que están completamente excluidos los musulmanes. Pues a una mujer musulmana él lava los pies. [Su gesto] se puede criticar hasta cierto punto, desde un cierto modelo litúrgico, y hay razón para hacerlo, pero tratemos de captar sobre todo el gesto profético que el Papa quiere dar: es [el gesto de] una Iglesia que se pone al servicio; es una Iglesia que sale al encuentro del que parece excluido. Por supuesto, ese que parece excluido es lo que él mismo llama la “periferia”: lo que está afuera. “Periferias existenciales” porque son aquellos que están fuera no sólo geográficamente; son aquellos que están afuera porque los hemos excluido de nuestra existencia.

En otras oportunidades ha mencionado que grupos enteros de la sociedad están así excluidos; por ejemplo, los ancianos. Es muy interesante cómo en uno de sus primeros saludos en la Jornada Mundial allá en Brasil recuerda a los jóvenes que esa jornada está incompleta, y les da a entender que sería más interesante un encuentro donde también estuvieran los ancianos, porque también la juventud puede convertirse en una especie de “centro”: “Nos juntamos todos los que somos jóvenes, los que somos fuertes, los que somos alegres, los que somos el futuro; [en cambio,] los pobres viejitos, enfermos, cacrecos… ¡esa gente ya está superada!” [Se les ve a los ancianos como] la generación que ya no suma. O sea que también la juventud se puede convertirse en una especie de “centro” y eso lo nota uno en la manera como muchos jóvenes suelen buscar a sus amigos: nos juntamos los que somos inteligentes; nos juntamos los que somos buenos estudiantes; nos juntamos los que somos muy bonitos: todos los bonitos estamos juntos; todas las bonitas se juntan entre ellas porque “nosotras somos las que tenemos clase; tenemos glamour; las otras son demasiado ordinarias…”

Un último ejemplo que quiero destacar son aquellos mensajes telefónicos o escritos que el Papa ha enviado a distintas personas: al director del diario La Repubblica, que es un diario de izquierdas, con tendencia claramente anticlerical, le escribe una carta; no cualquier carta: una carta larguísima abordando numerosos temas de la relación entre la fe y la razón, y temas también de la relación entre la iglesia y la sociedad. A un muchacho homosexual le llama por teléfono, y le habla. A una mujer que ha sido violada la llama por teléfono, y le habla. Al hombre de la tienda de barrio donde él solía comprar su periódico, su diario, lo llama por teléfono, le hace un chiste, y le habla. Esos gestos hay que leerlos no como una norma que todos tengamos que repetir sino sobre todo como un mensaje, como una especie de parábola en acción de un pastor que no quiere quedarse encerrado en sí mismo sino que busca caminos.

Quizás se equivoque—no nos digamos mentiras—quizás no todas sus palabras sean las más acertadas pero [el Papa] busca de alguna manera hacer contacto con el que parece perdido para la Iglesia: el homosexual parece que no puede encontrar nada en la Iglesia, entonces el Papa le llama. Y el ateo tiene una pelea casada contra la Iglesia; el Papa le escribe. Estos son gestos proféticos que nos hacen pensar.

En el evangelio de hoy [Lucas 7,1-10] encontramos un caso parecido: es Jesús yendo a la casa de un centurión. A ver, situémonos: siglo I, judíos. ¿Qué es esto? Recordemos que eran tan estrictas las interpretaciones de la ley en aquella época que el solo hecho de pisar la entrada de la casa de un pagano ya constituía una impureza ritual. Jesús dice que va a entrar a la casa; no va a llegar únicamente hasta la entrada sino que va a ingresar a la casa. Eso resulta impensable: no sólo es [la casa de] un pagano (porque podía haber sido, por ejemplo, un etíope o algo parecido), no. Es un pagano que además es enemigo porque pertenece al imperio opresor; pero allá va Jesús, a entrar a la casa de un pagano opresor. Jesús llegando a las periferias existenciales.

No sólo eso: cuando el centurión manda ese recado con gran humildad y a la vez con gran fe, Jesús “se admiro de él,” dice aquí [en el texto]. Esta será casi la única vez en que los evangelios presenten a Jesucristo admirándose de algo: se admiró de él y volviéndose a la gente que lo seguía dijo: “Ni en Israel he encontrado tanta fe.” Es una bofetada a los judíos que tenían la tendencia de considerarse “centro”: “Nosotros somos los redimidos; nosotros somos los buenos; únicamente que nos hacen sufrir mucho; pero nosotros somos los buenos, los elegidos.” Aquí se trata de un cambio total: Jesús ve la abundancia de fe no en ese centro arrogante en el que se ha convertido Judea; ve esa abundancia de fe en la periferia.

Una última palabra de advertencia: la búsqueda de la periferia existencial no es una canonización de la periferia. Cuando el Papa llama, por ejemplo, a este joven homosexual no aplaude su homosexualidad; le muestra cercanía, le muestra cariño, demuestra solicitud pastoral pero no le dice. “Muy bien hermano, usted siga con lo suyo.” Cuando el Papa le escribe a este declarado ateo, director del diario La Repubblica, no le dice: “Maravilloso muy bien, muy bien ese ateísmo suyo.” El encuentro con la periferia existencial no significa una aprobación; no significa tampoco—y esta es una de las confusiones en las que mucha gente puede caer con el Papa Francisco—no significa que todo dé lo mismo; no significa que da lo mismo ser musulmán que cristiano; no significa que da lo mismo ser creyente que no creyente; significa que, conociendo las diferencias, también entendemos que es necesario tender puentes donde podamos encontrarnos en algo; pero ese encuentro no es un encuentro sellado ni por la ambigüedad ni por la mentira; es un encuentro sellado por la caridad y, ¿por qué no decirlo?, por la verdad. En el evangelio de hoy, cuando Jesús elogia la fe del centurión, no elogia la fe que el centurión tiene en el águila imperial; elogia la fe que ese centurión tiene en el Dios salvador que se hace presente precisamente en [el mismo] Cristo. Entonces hay que tener cuidado porque esto ya está sucediendo con el pontificado de Francisco. Ya hay gente que está diciendo que da lo mismo una cosa que otra. Y si ya el Papa lo hizo, entonces ya nosotros podemos salir al encuentro de los animistas, de los chamanes o de los hare-krishna, y decir: “Todos abracémonos, todos juntos ya, todos felices porque todo da lo mismo…” Ese no es el sentido. Jesús nunca dijo que daba lo mismo creer en el águila imperial que creer en el Dios de la alianza; y sin embargo allá en la periferia existencial declaró también la obra de Dios.

Que el Señor nos conceda, por el don de su Espíritu, ojos para apreciar los gestos proféticos de Jesús, y también los gestos proféticos de su vicario, felizmente al servicio de los siervos de Dios en la sede de Pedro.