ESCUCHA, Pedagogia sobre la Cruz para el cristiano

[Predicación en el Grupo de Oración “Pedacito de Cielo,” para la Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz en 2013.]

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* Las tres fases más importantes en el descubrimiento del misterio de la Cruz llevan estos títulos: Dolor, Verdad, Victoria. Al principio sólo se percibe el dolor, y ante el dolor la reacción más común y natural es la rebeldía estéril. Pero mientras unos e quede en la sola rebeldía patina sin beneficio alguno, y aún retrocede. Si se supera esa fase se empieza a avanzar.

* La fase en que uno sólo ve en la Cruz el DOLOR tiene tres etapas:

(01) Llegar a aceptar como un hecho lo que uno antes rechazaba. Puede parecer puro estoicismo, y hay gente que se queda simplemente en eso: asumir la vida como viene, pero también es posible que a partir de la aceptación serena y profunda se abra un camino, que es el que conduce hacia los bienes de la Santa Cruz.

(02) Dice el refrán popular: “Del ahogado, el sombrero.” Suena cínico, pero puede ser un momento de gracia, en que uno empiece a descubrir que hay bienes exteriores que se han vuelto posibles a través de las mismas cosas que uno rechazaba. Por ejemplo: ser mestizo puede parecer un factor que disminuye la belleza de una raza más pura, pero a menudo las razas mestizas son más resistentes, emprendedoras y creativas.

(03) Dice la Sagrada Escritura: “Me estuvo bien el sufrir porque así aprendí tus justos mandamientos” (Salmo 119,71). Quien habla de esa manera no ha descubierto sólo ventajas o bienes exteriores sino que se da cuenta que él mismo ha pasado a ser un mejor ser humano: ha encontrado bienes interiores.

* La fase de la VERDAD tiene también tres etapas:

(04) Uno se da cuenta que a través de las pruebas, duros esfuerzos y contradicciones uno llega a conocerse. Es fácil creerse paciente, humilde y muy listo cuando no hay que responder a ningún desafío; pero cuando llegan las burlas o adversidades uno se da cuenta de que no es lo que creía: uno descubre la verdad de uno mismo. Esto no se logra sin muchos combate y unas cuantas derrotas.

(05) La vida nos conduce a veces a una DGU: Decepción generalizada del Universo. Hay tiempos en que sentimos que todo nos desilusiona o deja insatisfechos, incluyendo la familia, los amigos y las instituciones más representativas, sin excluir la Iglesia. Esa DGU puede volvernos amargados pero también puede colmarnos de admiración si miramos a Cristo: a este mundo, con todas sus incoherencias y miserias ha querido venir el Hijo del Dios vivo. “Pero Dios demuestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros.” (Romanos 5,8) Así el dolor nos lleva de la mano a descubrir la verdad de Dios y de su amor.

(06) A partir de este punto nuestro modelo son los grandes santos, los que han descubierto mejor el tesoro de la Cruz. Enseña por ejemplo Santa Catalina de Siena que cuando las cosas van según nuestro gusto y placer, no podemos estar seguros de que esa sea voluntad del Señor, o si tal vez es la sutil presión que nuestro capricho y la fuerza de nuestro intelecto ha impreso en lo que nos rodea. La contradicción, en cambio, la verdadera contradicción, precisamente porque no es querida, nos da la certeza de no venir de nuestra voluntad. Es entonces un agente externo que no puede escapar al poder de Dios y que a la vez sabemos que no está en nuestras manos. Por lo tanto, es expresión muy clara del querer divino que así nos modela y guía. Se da entonces una paradoja: conocemos mejor la voluntad de Dios, y su plan para con nosotros, cuando las persecuciones, burlas y ataques se multiplican.

* La fase de la VICTORIA tiene cuatro etapas:

(07) Victoria sobre el demonio. Es sabido que el demonio pretende atraparnos con una estrategia que es su mentira fundamental. El enemigo malo pretende llevarnos a un falso dilema: “O eres obediente a Dios, pero infeliz; o eres feliz, pero para eso debes desechar a Dios.” La Cruz trae victoria sobre el demonio porque le permite a uno responder de este talante: “Abrazo con fe y amor la Cruz, y seguiré el camino que Dios me muestra, y sobre mis bienes o lo que yo reciba, es él quien decidirá en su sabiduría.”

(08) Victoria sobre el propio yo. Muy a menudo nuestros miedos o cobardías magnifican el tamaño de los obstáculos y peligros, encerrándonos en una cárcel de mediocridad y pusilanimidad. La Cruz nos empuja a no definir el tamaño de nuestra obras por el tamaño de nuestros miedos, logrando efectivamente que vayamos más allá de nosotros mismos. Es la fortaleza que brilla en los santos, y sobre todo en los mártires.

(09) Victoria sobre el mundo. Dice Jesús: “Estas cosas les he hablado para que en Mí tengan paz. En el mundo tienen tribulación; pero confíen, Yo he vencido al mundo” (Juan 16,33). El que mira el amor grande y victorioso de la Cruz no siente ya obligación de seguir los dictados de la opinión pública o la mayoría, porque Cristo fue crucificado “por mayoría.” Tampoco siente la presión vanidosa de “ser original.” No pretende ni agradar ni desagradar al mundo sino sólo agradar a Dios.

(10) Victoria del amor. Y cuando se han descubierto los bienes perdurables que el Crucificado dejó como tesoro de la Cruz, entonces se puede sentir el deseo de unirse al acto de bendito amor que llevó a Cristo a la Cruz, pues no fue obligado por otra cosa sino sólo por su propio e infinito amor. Esa obra ha de extenderse por el mundo para gloria del Padre, y por eso decimos con San Pablo: “Ahora me alegro de mis sufrimientos por ustedes, y en mi carne, completando lo que falta de las aflicciones de Cristo, hago mi parte por Su cuerpo, que es la iglesia.” (Colosenses 1,24).