Las ofrendas de nuestro sacerdocio bautismal

Querido Fray Nelson, se nos dice que nosotros los que no somos sacerdotes ministeriales sino laicos y con sacerdocio común, podemos ofrecer nuestro trabajo, dolor y esfuerzo de la vida ordinaria al Señor; pero a veces nos podemos preguntar que bien puede hacer que yo ofrezca al Señor la trapiada del piso, o mi dolor de estómago? ¿cómo puede encontrarse el verdadero sentido de nuestro sacerdocio común en la vida ordinaria? Muchas Gracias – Andrés Aguilera

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Hay una explicación interesante, basada en un argumento de Santo Tomás de Aquino. Pensemos en una persona que va en largo viaje a pie, por ejemplo en una peregrinación. Por tener algo definido en mente, supongamos un antguo peregrino medieval que va desde el Sur de Francia hasta el Noroeste de España, a Santiago de Compostela. Su viaje tarda varias semanas, en las cuales debe hacer muchas cosas distintas, incluyendo dormir, comer, hablar, pedir posada; además, para hacer menos tediosas las larguísimas horas, seguramente conversa con otos, ora, canta, se detiene a contemplar el paisaje. Pero a través de toda esa diversidad, no se parta de su mente ni de su corazón que va para Compostela. Esa dirección básica es la que sirve de centro, como de eje que otorga sentido a las incomodidades y que no deja distraerse demasiado si acaso algo muy grato o hermoso aparece por el camino.

Santo Tomás dice que así es la vida humana. Cada acto propiamente humano o nos acerca o aleja de nuestro fin propio que es la plena unión con Dios en la bienaventuranza. Según ese enfoque, ¿qué es “ofrecer” un acto? Es recuperar la conciencia de que cada uno es “homo viator”: somos caminantes que no podemos olvidar nuestro Santuario, al final del camino. Aunque parezca poca cosa, limpiar un piso o soportar con amor un malestar en el estómago, lo mismo podría decirse de cualquier caminante. Alguien podría decir que importa muy poco dar un paso en la dirección 90 grados al Oeste o 75 grados al Oeste, pero la acumulación de pasos produce que llegues a tu meta o que no llegues. ¿Y cómo evitar la acumulación de errores? Pregúntale a un piloto de avión o de barco: la respuesta es igual. Todo consiste en verificar con mucha frecuencia, es decir, de un modo casi continuo si uno va bien.

Al ofrecer cada pequeño acto lo que hacemos es afianzar la certeza de que lo pequeño y lo grande, lo agradable y lo desagradable, lo público y lo privado están siempre en línea con lo que más anhelamos en la tierra: llegar a la comunión en el cielo con Dios.

La santa pureza

La santa pureza la da Dios cuando se pide con humildad.

¿Qué hermosa es la santa pureza! Pero no es santa, ni agradable a Dios, si la separamos de la caridad. La caridad es la semilla que crecerá y dará frutos sabrosísimos con el riego, que es la pureza. Sin caridad, la pureza es infecunda, y sus aguas estériles convierten las almas en un lodazal, en una charca inmunda, de donde salen vaharadas de soberbia.

Hace falta una cruzada de virilidad y de pureza que contrarreste y anule la labor salvaje de quienes creen que el hombre es una bestia. -Y esa cruzada es obra vuestra.

Muchos viven como ángeles en medio del mundo. -Tú… ¿por qué no?

Cuando te decidas con firmeza a llevar vida limpia, para ti la castidad no será carga: será corona triunfal.

Me escribías, médico apóstol: “Todos sabemos por experiencia que podemos ser castos, viviendo vigilantes, frecuentando los Sacramentos y apagando los primeros chispazos de la pasión sin dejar que tome cuerpo la hoguera. Y precisamente entre los castos se cuentan los hombres más íntegros, por todos los aspectos. Y entre los lujuriosos dominan los tímidos, egoístas, falsarios y crueles, que son características de poca virilidad”.

La gula es la vanguardia de la impureza.

No quieras dialogar con la concupiscencia: despréciala.

El pudor y la modestia son hermanos pequeños de la pureza.

Sin la santa pureza no se puede perseverar en el apostolado.

No era ateismo, era mero anticristianismo

“En esta larga y amena entrevista concedida a InfoCatólica, John C. Wright, famoso escritor norteamericano de novelas de ciencia ficción, relata su conversión al catolicismo desde el ateísmo, fruto de su amor por la verdad y de los milagros experimentados. También habla de la importancia de la lectura de los clásicos para no caer siempre en los mismos errores, de la relación entre la ciencia ficción y el catolicismo y de su próxima obra…”

no eraateo, sino anticristiano

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El aniversario de la Reforma Protestante no es dia feliz

“El Cardenal Koch fue extraordinariamente claro: «no podemos celebrar un pecado». Así, sin anestesia. «Los acontecimientos que dividen a la Iglesia no pueden ser llamados un día de fiesta», a todo lo que accedió el cardenal es a clasificar la efeméride como un día que hay que recordar, pero no celebrar…”

No es feliz el aniversario de la reforma protestante

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Han de eliminarse las enormes desigualdades economico-sociales

66. Para satisfacer las exigencias de la justicia y de la equidad hay que hacer todos los esfuerzos posibles para que, dentro del respeto a los derechos de las personas y a las características de cada pueblo, desaparezcan lo más rápidamente posible las enormes diferencias económicas que existen hoy, y frecuentemente aumentan, vinculadas a discriminaciones individuales y sociales. De igual manera, en muchas regiones, teniendo en cuanta las peculiares dificultades de la agricultura tanto en la producción como en la venta de sus bienes, hay que ayudar a los labradores para que aumenten su capacidad productiva y comercial, introduzcan los necesarios cambios e innovaciones, consigan una justa ganancia y no queden reducidos, como sucede con frecuencia, a la situación de ciudadanos de inferior categoría. Los propios agricultores, especialmente los jóvenes, aplíquense con afán a perfeccionar su técnica profesional, sin la que no puede darse el desarrollo de la agricultura.

La justicia y la equidad exigen también que la movilidad, la cual es necesaria en una economía progresiva, se ordene de manera que se eviten la inseguridad y la estrechez de vida del individuo y de su familia. Con respecto a los trabajadores que, procedentes de otros países o de otras regiones, cooperan en el crecimiento económico de una nación o de una provincia, se ha de evitar con sumo cuidado toda discriminación en materia de remuneración o de condiciones de trabajo. Además, la sociedad entera, en particular los poderes públicos, deben considerarlos como personas, no simplemente como meros instrumentos de producción; deben ayudarlos para que traigan junto a sí a sus familiares, se procuren un alojamiento decente, y a favorecer su incorporación a la vida social del país o de la región que los acoge. Sin embargo, en cuanto sea posible, deben crearse fuentes de trabajo en las propias regiones.

En las economías en período de transición, como sucede en las formas nuevas de la sociedad industrial, en las que, v.gr., se desarrolla la autonomía, en necesario asegurar a cada uno empleo suficiente y adecuado: y al mismo tiempo la posibilidad de una formación técnica y profesional congruente. Débense garantizar la subsistencia y la dignidad humana de los que, sobre todo por razón de enfermedad o de edad, se ven aquejados por graves dificultades.

[Constitución Gaudium et Spes, del Concilio Vaticano II, n. 66]

Quien es Dios para Jesucristo?

Observando orar a Jesús –por la mañana, muy temprano, al final de la tarde–, se le escucha hablar con autoridad de su intimidad con Dios: «mi Padre y Yo somos uno». Viéndole hacer milagros, grandiosos a veces, como la resurrección de Lázaro, los apóstoles sentían que Jesús tenía una visión de Dios de la que ellos carecían.

Jesucristo es como un periscopio, que se asoma al misterio de Dios y habla de Él con competencia. ¿Quién es Dios para Jesús? Dios es el Todopoderoso: «ni un cabello cae sin su permiso». Es un Artista: «viste maravillosamente los lirios del campo». Pero esas perspectivas no acaban de mostrar la verdadera fisonomía de Dios. Ante todo Dios es un Padre: recuérdese la parábola del hijo pródigo.

Juan resume el pensamiento del Maestro: «Dios es Amor» (1Jn 4,8). Esta afirmación está lejos de ser evidente, porque si en la creación está presente la belleza y la excelencia de muchas cosas, también forman parte de ella la enfermedad, la muerte, la guerra, el pecado. Pese a ello, Jesús mantiene su afirmación: Dios es un Padre, fuente de amor y vida. Y persiste en esa afirmación en el mismo momento de la cruz, cuando todo parece decir lo contrario: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu», «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen». Y aún más: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?», las palabras iniciales de un salmo de confianza.

Pero esta conmovedora afirmación no fue suficiente para los apóstoles. Lo que realmente les ha confirmado en la fe es la resurrección de Cristo, que han entendido como la firma de Dios al fin de su mensaje.

Nuestra fe se apoya ahora en la de los apóstoles, y la de éstos en la resurrección de Cristo, que nos permite asegurar con absoluta firmeza: «Dios es amor», aunque no siempre podamos comprender nosotros cómo nos ama.

«Jesús no ha venido a explicarnos el sufrimiento, sino a llenarlo de su presencia» (Claudel). Jesús ha hecho de su cruz una fuente de amor, que nos permite obrar como Él obró.

• «Nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar» (Mt 11,27).

Yves Moreau es el autor de Razones para Creer. Texto disponible por concesión de Gratis Date.