Father Of C And UNIX, Dennis Ritchie, Passes Away

After a long illness, Dennis Ritchie, father of Unix and an esteemed computer scientist, died last weekend at the age of 70.

Ritchie, also known as “dmr”, is best know for creating the C programming language as well as being instrumental in the development of UNIX along with Ken Thompson. Ritchie spent most of his career at Bell Labs, which at the time of his joining in 1967, was one of the largest phone providers in the U.S. and had one of the most well-known research labs in operation.

Working alongside Thompson (who had written B) at Bell in the late sixties, the two men set out to develop a more efficient operating system for the up-and-coming minicomputer, resulting in the release of Unix (running on a DEC PDP-1) in 1971.

Though Unix was cheap and compatible with just about any machine, allowing users to install a variety of software systems, the OS was written in machine (or assembly) language, meaning that it had a small vocabulary and suffered in relation to memory.

By 1973, Ritchie and Thompson had rewritten Unix in C, developing its syntax, functionality, and beyond to give the language the ability to program an operating system. The kernel was published in the same year.

Today, C remains the second most popular programming language in the world (or at least the language in which the second most lines of code have been written), and ushered in C++ and Java; while the pair’s work on Unix led to, among other things, Linus Torvalds’ Linux. The work has without a doubt made Ritchie one of the most important, if not under-recognized, engineers of the modern era.

vía Father Of C And UNIX, Dennis Ritchie, Passes Away At Age 70 | TechCrunch.

Familias con hijos con Sindrome de Down

“En algunos casos no se cuenta nada positivo acerca de los niños Down, llegando a ejercer una agobiante presión para asesinarlos. El resultado es que 9 de cada 10 niños con síndrome de Down son abortados. Es hora de que esos padres sepan que también están tirando a la basura su felicidad terrena.”

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Perfeccion de la actividad humana en el misterio pascual

38. El Verbo de Dios, por quien fueron hechas todas las cosas, hecho El mismo carne y habitando en la tierra, entró como hombre perfecto en la historia del mundo, asumiéndola y recapitulándola en sí mismo. El es quien nos revela que Dios es amor (1 Io 4,8), a la vez que nos enseña que la ley fundamental de la perfección humana, es el mandamiento nuevo del amor. Así, pues, a los que creen en la caridad divina les da la certeza de que abrir a todos los hombres los caminos del amor y esforzarse por instaurar la fraternidad universal no son cosas inútiles. Al mismo tiempo advierte que esta caridad no hay que buscarla únicamente en los acontecimientos importantes, sino, ante todo, en la vida ordinaria. El, sufriendo la muerte por todos nosotros, pecadores, nos enseña con su ejemplo a llevar la cruz que la carne y el mundo echan sobre los hombros de los que buscan la paz y la justicia. Constituido Señor por su resurrección, Cristo, al que le ha sido dada toda potestad en el cielo y en la tierra, obra ya por la virtud de su Espíritu en el corazón del hombre, no sólo despertando el anhelo del siglo futuro, sino alentando, purificando y robusteciendo también con ese deseo aquellos generosos propósitos con los que la familia humana intenta hacer más llevadera su propia vida y someter la tierra a este fin. Mas los dones del Espíritu Santo son diversos: si a unos llama a dar testimonio manifiesto con el anhelo de la morada celestial y a mantenerlo vivo en la familia humana, a otros los llama para que se entreguen al servicio temporal de los hombres, y así preparen la materia del reino de los cielos. Pero a todos les libera, para que, con la abnegación propia y el empleo de todas las energías terrenas en pro de la vida, se proyecten hacia las realidades futuras, cuando la propia humanidad se convertirán en oblación acepta a Dios.

El Señor dejó a los suyos prenda de tal esperanza y alimento para el camino en aquel sacramento de la fe en el que los elementos de la naturaleza, cultivados por el hombre, se convierten en el cuerpo y sangre gloriosos con la cena de la comunión fraterna y la degustación del banquete celestial.

[Constitución Gaudium et Spes, del Concilio Vaticano II, n. 38]