Cristo: antivirus de la vida real

Cuando uno se siente fuerte, por ejemplo porque es joven, agradable, con mucho futuro, recursos y buenos amigos, uno no entiende qué quiso decir Cristo con aquello de que “sin mi nada podéis hacer.”

Pero la vida va quitando una a una esas columnas en que uno ponía su seguridad. El tiempo, la salud, la belleza, son dosificados, y en cuanto a los amigos, uno descubre que, con el tiempo, cada vez es más difícil encontrarlos y conservarlos. En cierto sentido: la necesidad de ser amados nunca decrece pero la posibilidad de ser realmente amados sí que disminuye.

Además, el esfuerzo diario por llegar a ser “alguien” y por llegar a ser “aceptables” y merecer que nos “amen” es desgastante y nunca termina: siempre nos falta algo para ser más adinerado, atractivo o a la moda. El mundo del consumo nos pone a correr como ratones en una rueda que sólo gira sobre sí misma, sin llevar a ninguna parte.

Entonces uno mira hacia Cristo y descubre en él un modo de amor que no pone esa clase de restricciones y que tampoco lo utiliza a uno. Y uno ve que Cristo no solamente salva al que ya se ahoga sino que impide que uno se hunda. Por eso Cristo es como un antivirus que impide que el veneno del engaño se instale en la propia vida.

[Predicación en la Parroquia de San Juan Bautista de la Salle y Santa Mónica, en Panamá.]

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