200. Un No Se Que

200.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

200.2. A ti te salva no sólo lo que sabes sino también lo que ignoras o no recuerdas. Lo que tú sabes en cierto modo entra dentro de lo que tú controlas. Lo que tú desconoces pertenece al rango de lo que quizá tiene algún poder sobre ti.

200.3. Piensa, por ejemplo, en el amor, el amor humano. Piensa en una pareja que se enamora. Si preguntas a ese hombre por qué ama a esa mujer en particular, seguramente te dirá “no sé,” y si él es poeta y tú eres su amigo, añadirá: “…y es maravilloso no saberlo.” De esto hablan los que escriben cosas bellas sobre los afectos humanos. Te hablan de “un no sé qué.” ¿Qué significa esto? Es un modo de hablar de la dulce experiencia de estar en brazos de un poder que quema y abraza, que envuelve y se adueña del ser entero, conduciéndolo a una dimensión nueva, a un mundo que hacía unos momentos no existía.

200.4. Por ello, si una persona quisiera comprender completamente qué le sucede cuando ama, se perdería en cierto sentido lo mejor del amor, que es la sensación de “ser sostenido,” de “ser llevado” y por eso también “ser creado.” El amor, desde esta perspectiva, no es sino una pequeña degustación de un “algo” que te devuelve a lo que fue radicalmente primero en ti. Porque tú no estabas dirigiendo el proceso de tu creación. Para ser conducido de la nada al ser no fueron tus geniales ideas ni tus brillantes conocimientos los que sobresalieron, sino otras ideas y otros designios que te superaron radical e infinitamente, como una orilla a la otra en un abismo insalvable.

200.5. Cuando estabas siendo creado, esto es, cuando Dios, el único Creador, te conducía por sendas inenarrables desde la nada al ser, tú estabas simplemente recibiendo; es pura pasividad, puro silencio, pura escucha, pura acogida. Y ni siquiera te dabas a ti mismo el ser acogida, escucha y pasividad, sino que también el poder ser eso y poder grabarlo en algún lugar más allá de la memoria de conceptos, también eso fue regalo. Ese es el regalo que el alma humana desea repetir cuando, olvidada de sí y ebria de gozo se deja arrastrar por al corriente potente del amor.

200.6. De esto hablaba aquel enamorado cuando escribió, según consta en la Escritura: «Hermosa eres, amiga mía, como Tirsá, encantadora, como Jerusalén, imponente como batallones» (Ct 6,4). ¡Él sentía que la belleza de ella le sobrepasaba, él sentía que ese rostro y esos ojos le podían! Por eso añadió: «Retira de mí tus ojos, que me subyugan» (Ct 6,5).

200.7. En verdad, para aquel hombre era bello no entender; no era terrible, sino terriblemente hermoso sentir que algo iba más allá de su comprensión y se adueñaba de sus entrañas, hasta conducirlo a una dimensión nueva, a un mundo que él no conocía. En esa experiencia él podía recordar con la memoria del afecto aquella primera mañana en que la luz de Dios alumbró su faz todavía sin rostro y le concedió simplemente y bellamente ser.

200.8. Mira, a partir de aquí cuánto yerran los que pretenden hacer de la razón su última razón. Entiende, amado amigo, que sólo quien sepa abrir estas esclusas podrá atravesar los canales y escondrijos del corazón humano. Tú ya sabes quién tenía ciencia bastante para hacer esta tarea: aquel que llego a ti y con la dulcedumbre de su gracia se apoderó de tus tesoros: Cristo, Nuestro Señor. Rendido a Él eres vencedor. Para ti será el Reino de los Cielos.