194. La Revelacion de la Verdad

194.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

194.2. El tiempo de aquella Cuaresma inolvidable para la Iglesia de Cristo ha terminado, y tú has visto cómo lo que fue jubileo para todos, algo de continua cuaresma tuvo para ti. Tu jubileo, tu gran jubileo no ha llegado todavía, y precisamente una de las razones de mi presencia explícita en tu vida es conducirte a tu verdadero jubileo.

194.3. Ahora bien, una alegría verdadera sólo puede nacer de una verdad alegre, y por eso para permanecer en la verdadera alegría hay que encontrar primero cuál es esa verdad que es siempre gozosa y que por eso puede alimentarte siempre de alegría. La búsqueda de la alegría debe pasar por la búsqueda de la verdad, porque de otro modo esa alegría no merecerá su nombre sino el de trivialidad, ensueño, mentira, y por lo tanto: traición.

194.4. Sólo de las verdades profundas nacen las alegrías profundas. Allí donde despunta algo profundo, hay siempre algo que se revela. La alegría es una revelación; es un secreto; es una caricia discreta que sólo entienden los que comparten la atmósfera de un mismo amor. ¿Has visto a una madre cuando camina por la acera con su bebé en los brazos? ¡No es una grúa que lleva un saco! Movimientos casi imperceptibles van arrullando al pequeñito mientras es transportado.

194.5 En primer lugar, está el movimiento del corazón. ¡Cómo se te va a olvidar que esa mujer tiene un corazón, y que ese corazón palpita! De lejos no se ve; si no estás junto a la piel de aquella madre no lo sientes, pero el bebé está ahí precisamente, ahí donde ese ritmo misterioso y entrañable sigue bombeando amor, como en los días de la dulce estadía en el vientre materno…

194.6. El corazón palpita de modo distinto a una máquina. Si un extraño se acerca a esta madre cariñosa, ella teme instintivamente que algo pudiera pasarle al bebé, y entonces su corazón de mujer se acelera. Si el peligro pasa, un nuevo compás, más sereno y hondo sigue transmitiendo al niño las emociones de aquel momento, que quizá a nadie le importe.

194.7. Luego está el movimiento de la respiración. El pecho se expande, y el aire entra. El pecho se contrae, y el aire sale. Sencillo, ¿verdad? Tan sencillo como la vida y como la muerte. Un día el aire comenzó a entrar: era la hora de nacer; otro día habrá de salir por última vez: será la hora de la muerte. En cada respiración llevas la vida y la muerte.

194.8. Cuando el pecho se expande, envuelve al niño que se recuesta un poquito más entre los senos de la madre. Cuando el pecho se contrae, entrega al niño, a quien le queda una cuna un poco menor, porque el aire ha salido. Así, mientras la mamá respira, quizá distraída, va acogiendo y ofreciendo a su hijo. Es cosa de milímetros, es asunto de instantes. Pero la vida entera está atravesada por los milímetros y nada transcurre en ella sino por instantes.

194.9. El niño es recibido y el niño es entregado. Es el dinamismo del amor. El amor te acoge y el amor te envía. El amor te protege y el amor te expone. El amor te sana, porque te has herido, pero luego te hace volver al combate, aunque te hieran. Necesitas amor que te escuche, como recibiéndote, pero necesitas también amor que te interpele y te haga avanzar, como poniéndote en medio de la obra. Aquella mujer, en un acto de amor, recibió la semilla que la hizo madre. Fue tal vez un momento muy bello en que se sintió muy amada. Llegará otro momento, sombrío quizá, en el que tendrá que sembrar al que fue sembrado en ella; deberá entregarlo un día.

194.10. Hay otro ritmo aún: los pasos. La mujer camina y por eso se va apoyando sucesivamente en cada pie. ¡Qué poco me has aprendido de aquello que te he pedido: que crezcas en la admiración! ¿No es admirable cosa el caminar? El cuerpo se va balanceando, los zapatos suenan contra la acera, la luz y el paisaje van cambiando poco a poco. El bebé siente una danza, y su mamá es su pareja, o mejor: su profesora. Le está enseñando a abrirse un camino en el mundo, y a no dejarse llevar por las dudas.

194.11. En efecto, si tomas una fotografía al que está caminando verás que casi todas sus posiciones son “imposibles.” Nadie puede quedarse parado en ningún momento de esa secuencia que sin embargo realizáis con perfecta naturalidad. Si alguien dudara y dijera: “¿Será que esta posición en la que me encuentro en este instante es perfectamente estable?,” si alguien se preguntara eso, nunca podría caminar. Caminar es un pequeño, bello y alegre milagro, y los bebés lo saben.

194.12. Entonces, ¿vas a volver a ser niño, como te dijo Cristo en el Evangelio? Para ti será el Reino de los Cielos.