187. Inteligencia, Conciencia, Inspiracion

187.1. “Tú no necesitas más tiempo, sino educar tu deseo.” Este pensamiento te lo dice tu conciencia, no yo. Yo podría hablarte sobre la educación de la voluntad, es decir, sobre “aprender a desear,” pero mi propósito no es ese hoy. Además, quiero que distingas, a partir de este mismo ejemplo, la diferencia que hay entre las conclusiones que saca tu inteligencia, los imperativos de tu conciencia y las inspiraciones que Dios me concede darte.

187.2. Tu inteligencia, iluminada por las claridades de la fe, puede deducir muchas cosas sobre lo bueno, lo preferible, lo evitable y lo vitando. Pero tu inteligencia de algún modo habla de la situación general, en la cual de algún modo tú estás incluido, pero que no por ello deja de ser un marco común a ti y a otros. Tu conciencia, en cambio, deja sentir su voz ante todo en lo que te es particular, fruto de tus actos o posibilidad para tus actos específicos y singulares. Es muy propio de la conciencia la discriminación de tus responsabilidades y el juicio sobre lo que has hecho y lo que has dejado de hacer. No ofrece ella una luz genérica sino un brillo incuestionable que hace aparecer hasta cierto punto la verdad de tu alma.

187.3. Nota bien: mientras que la inteligencia humana es ante todo deductiva, y por ello sujeta siempre a la réplica y la contestación, la intervención de la conciencia trae consigo una autoridad que, en su propio campo, no da margen a la argumentación, sino, si acaso, al silencio. Una conciencia educada e iluminada goza de una autoridad sólo comparable con la voz misma de Dios.

187.4. Las inspiraciones mías, por su parte, no son ni un reemplazo de la obra de tu inteligencia, ni una substitución de tu conciencia. Es verdad que puedes aprender y de hecho aprendes de mis palabras; es verdad que ello hace más fina y debería hacer más sensible el discernimiento de tu conciencia, pero yo no soy ninguna de las dos cosas.

187.5. La mía es una palabra desde el amor. Soy un regalo de amor que expresa de una forma especial la providencia de Dios para contigo. Ni quiero ni puedo reemplazar nada en ti, pero, en la medida en que te haces consciente de la verdad de este amor que Dios te ofrece por mi presencia, las condiciones de tu razonar y la fuerza de autoridad de tu conciencia ganan terreno en tu alma.

187.6. Deja que te invite a la alegría. Dios te ama; su amor es eterno.