ASCETICA SACERDOTAL

Hablar de San Juan María Vianney es recordar la figura de un sacerdote extraordinariamente mortificado que, por amor de Dios y por la conversión de los pecadores, se privaba de alimento y de sueño, se imponía duras disciplinas y que, sobre todo, practicaba la renuncia de sí mismo en grado heroico. Si es verdad que en general no ¡se requiere a los fieles seguir esta vía excepcional, sin embargo, la Providencia divina ha dispuesto que en su Iglesia nunca falten pastores de almas que, movidos por el Espíritu Santo, no dudan en encaminarse por esta senda, pues que tales hombres especialmente son los que obran milagros de conversiones. El admirable ejemplo de renuncia del Cura de Ars, “severo consigo y dulce con los demás,” recuerda a todos, en forma elocuente e insistente, el puesto primordial de la ascesis en la vida sacerdotal.

Persuadidos de que “la grandeza del sacerdote consiste en la imitación de Jesucristo”, los sacerdotes, por lo tanto, escucharán más que nunca el llamamiento, del Divino Maestro: Sí alguno quiere seguirme, renuncie a sí mismo, tome su cruz y me siga. El Santo Cura de Ars, según se refiere, había meditado con frecuencia esta frase de nuestro Señor y procuraba ponerla en práctica. Dios le hizo la gracia de que permaneciera heroicamente fiel; y su ejemplo nos guía aún por los caminos de la ascesis, en la que brilla con gran esplendor por su pobreza, castidad y obediencia.

Ante todo, observad la pobreza del humilde Cura de Ars, digno émulo de San Francisco de Asís, de quien fue fiel discípulo en la Orden Tercera. Rico para dar a los demás, mas pobre para sí, vivió con total despego de los bienes de este mundo y su corazón verdaderamente libre se abría generosamente a todas las miserias materiales y espirituales que a él llegaban. “Mi secreto -decía él – es sencillísimo: dar todo y no conservar nada”. Su desinterés le hacía muy atento hacia los pobres, sobre todo a los de su parroquia, con los cuales mostraba una extremada delicadeza, tratándolos con verdadera ternura, con muchas atenciones y, en cierto modo, con respeto. Recomendaba que nunca se dejara atender a los pobres, pues tal falta sería contra Dios; y cuando un pordiosero llamaba a su puerta, se consideraba feliz en poder decirle, al acogerlo con bondad: “Yo soy pobre como vosotros; hoy soy uno de los vuestros”. Al final de su vida, le gustaba repetir: “Estoy contentísimo; ya no tengo nada y el buen Dios me puede llamar cuando quiera”.

Por todo esto podréis comprender, Venerables Hermanos, con qué afecto exhortamos a Nuestros caros hijos en el sacerdocio católico a que, mediten este ejemplo de pobreza y caridad. “La experiencia cotidiana demuestra -escribía Pío XI pensando precisamente en el Santo Cura de Ars -, que un sacerdote verdadera y evangélicamente pobre hace milagros de bien en el pueblo cristiano”. Y el mismo Pontífice, considerando la sociedad contemporánea, dirigía también a los sacerdotes este grave aviso: “En medio de un mundo corrompido, en el que todo se vende y todo se compra, deben mantenerse (los sacerdotes) lejos de todo egoísmo, con santo desprecio por las viles codicias de lucro, buscando almas, no dinero; buscando la gloria de Dios, no la propia gloria”.

Queden bien esculpidas estas palabras en el corazón de todos los sacerdotes. Si los hay que legítimamente poseen bienes personales, que no se apeguen a ellos. Recuerden, más bien, la obligación enuncia, da en el Código de Derecho Canónico, a propósito de -los beneficios eclesiásticos, de destinar lo sobrante para los pobres y las causas piadosas, y quiera Dios que ninguno merezca el reproche del Santo Cura a sus ovejas: “¡Cuántos tienen encerrado el dinero, mientras tantos pobres se mueren de hambre!” Mas nos consta que hoy muchos sacerdotes viven efectivamente en condiciones de pobreza real. La glorificación de uno de ellos, que voluntariamente vivió tan despojado y que se alegraba con el pensamiento de ser el más, pobre de la parroquia, -les servirá de providencial estímulo para renunciar a sí mismos en la práctica de una pobreza evangélica. Y si Nuestra paternal solicitud les puede servir de algún consuelo, sepan que Nos gozamos vivamente por su desinterés en servicio de Cristo y de la Iglesia.

[Juan XXIII, Carta Sacerdotii Nostri Primordia, del 1 de Agosto de 1959, nn. 4-8.]