136. El Ministerio Invisible

136.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

136.2. Cuando te hablo de los bienes invisibles, es fácil que pienses que te hablo de bienes irrelevantes. Aunque en otras palabras que te he dicho ya hay respuesta para este modo de pensar, hoy quiero agregar algo para tu instrucción tomando como ejemplo a la Iglesia peregrina.

136.3. Contempla en tu imaginación la vida de una parroquia modesta y común. Vuélvete un visitante y observador de todas sus actividades. No aparece allí mucho que te lleve a pensar en la persona del Papa. Salvo alguna fotografía, algún documento eclesial y una oración brevísima en la Santa Misa, el Papa es como un “invisible.” Pero es que “invisibles” son también los cimientos de los edificios. Tú no vives dentro de los sótanos y columnas que soportan el lugar en que vives y sin embargo, si ellos fallaran entonces serían plenamente “visibles.” Su existencia pasa inadvertida excepto cuando se medita en los fundamentos de la construcción, o cuando la construcción falla.

136.4. Así sucede también con el Papa, que por designio de Dios es un bien a la vez visible e invisible en la Iglesia. Muchos hablan del Papa sólo como un punto o referencia dentro del conjunto de una estructura visible, con lo cual queda convertido en algo así como el Gerente General de un conjunto numeroso de personas en todo el mundo.

136.5. La verdad es que el Papa tiene un ministerio básicamente “invisible,” en el sentido que esta palabra tiene en el ejemplo que te he dado. Muchos católicos destacan con la mejor buena fe que el Papa es “cabeza visible” de la Iglesia. Una expresión así engendra fácilmente confusión, porque la Cabeza de la Iglesia era y es solamente Jesucristo. Lo que hace que el Papa tenga un ministerio en orden a la “capitalidad” es precisamente lo que no es visible en él, es decir, su unión por la fe y el amor con Cristo Cabeza.

136.6. Una consecuencia importante de esta observación es que el Papa, en el desempeño de su misión, está llamado a un género de ocultamiento tal que sólo se haga visible como referencia de fundamento cuando la unidad en la profesión de fe o en el tejido de la caridad esté en peligro. En proporción a su propio ministerio, los Obispos y demás ministros ordenados han de obrar de modo que resplandezca intensamente el brillo de la Palabra divina y sean enaltecidos en todo el honor y la gloria de Dios. El sacerdote no debe aparecer en medio de la comunidad sino como ministro de los intereses de Dios y testimonio elocuente de la gracia que viene de lo alto.

136.7. Desde luego, esto implica un camino de ascesis y de profunda abnegación. No es nada fácil sentir que de ti la gente no te necesita a ti sino a Aquel cuyo ministro y testigo eres. Y cuanto más alta la responsabilidad eclesial, más profunda ha de ser esta convicción.

136.8. Hermano, tú sabes que hay responsabilidades que te aguardan. Por eso te hablo así; por eso estoy aquí y te hablo. Acuérdate de la Sangre que te redimió y que fue precio sobreabundante para la vida del pueblo santo. ¡Acuérdate, acuérdate siempre de esa Santísima Sangre!