118. Te Enriquece y te vuelve Riqueza

118.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

118.2. Bendición y esperanza van unidas. Tú has leído cómo Abraham prolongó en su hijo Isaac la bendición que él mismo había recibido, pues «Abraham dio todo cuanto tenía a Isaac. A los hijos de las concubinas que tenía Abraham les hizo donaciones y, viviendo aún él, los separó de Isaac, enviándoles hacia levante, al país de Oriente. Después de la muerte de Abraham, bendijo Dios a su hijo Isaac» (Gén 25,5-6.11).

118.3. La esperanza no es algo que tú puedes construir de la nada. La esperanza es al futuro lo que el ser es al presente: tú no puedes darte el ser; tampoco puedes darte esperanza. Así como el ser se recibe, y sólo una vez recibido puede ser agradecido, así también la esperanza: no puedes inventarla ni construirla; necesitas recibirla, como se recibe una bendición.

118.4. En el texto que te he recordado hay una aparente contradicción. En cuanto a Isaac, se te dice que Abrahán le “dio todo cuanto tenía,” mas sin embargo, a los hijos de las concubinas “les hizo donaciones.” En términos de matemáticas y de inventarios estas dos expresiones son incompatibles porque si dio “todo” a Isaac, no le quedó con qué dar “donaciones” a los hijos que no eran de Sara.

118.5. Lo que sucede es que el sentido no proviene de un recuento material de los bienes, sino de una descripción de las intenciones de Abrahán. Fue su intención dar “todo,” es decir, prolongarse en cierto modo a sí mismo, a través de Isaac, mientras que a los demás hijos, nacidos del deseo de la carne (Jn 1,13), otorgó “donaciones” perecederas, no una bendición firme y eterna, según enseña Pedro: «Amaos intensamente unos a otros con corazón puro, pues habéis sido reengendrados de un germen no corruptible, sino incorruptible, por medio de la palabra de Dios viva y permanente» (1 Pe 1,22-23).

118.6. Detrás de estos hechos, aparentemente sencillos, hay verdades preciosas. Con Abrahán e Isaac se inicia en la historia humana un lenguaje nuevo, una palabra profunda: no dar “algo,” como quien otorga una donación sino darlo “todo.” Por esto el siervo de confianza de Abraham, cuando iba a conseguir esposa para Isaac, pudo decir: «Yahveh ha bendecido con largueza a mi señor, que se ha hecho rico, pues le ha dado ovejas y vacas, plata y oro, siervos y esclavas, camellos y asnos. Y Sara, la mujer de mi señor, envejecida ya, dio a luz un hijo a mi señor, que le ha cedido todo cuanto posee» (Gén 24,35-36). En ese modo de hablar ves cómo el hombre se hace generoso no por la abundancia de bienes sino por la fuerza de las bendiciones. Sólo la bendición divina enriquece al alma, y a la vez la abre.

118.7. Ahora bien, Jesucristo es la plena bendición. De modo condensado en extremo lo dice Pablo: «Cristo nos rescató de la maldición de la ley, haciéndose Él mismo maldición por nosotros, pues dice la Escritura: Maldito todo el que está colgado de un madero, a fin de que llegara a los gentiles, en Cristo Jesús, la bendición de Abraham, y por la fe recibiéramos el Espíritu de la Promesa» (Gál 3,13-14).

118.8. Jesús es riqueza que te enriquece y te vuelve riqueza para los demás. Fue lo mismo que dijo Dios a Abraham: «sé tú una bendición» (Gén 12,2). Dios no se da sin hacerte capaz de darte. No podía ser de otra manera, además, pues en el caso hipotético de que alguien pudiera acoger la bendición divina sin volverse bendición, podría en cierto modo envolver o abarcar a Dios. Fíjate la maravilla: Dios se te da haciendo que te des, y hace que te des dándose a ti. De este modo es verdad que Dios llega a su creatura y es verdad también que Él sigue siendo el Dios único, verdadero, santo y trascendente.

118.9. Deja que te invite a la alegría. Dios te ama; su amor es eterno.