115. Dios Firme

115.1. Las tentaciones tuyas no son tentaciones para mí, ni la angustia tuya es angustia que yo sienta, y sin embargo ni lo uno ni lo otro indica que tu vida y tu camino sean indiferentes para mí. Cuando una persona sólo se preocupa por otra en la medida en que siente lo mismo que ella siente, al atenderla o servirla está aliviando también su propio sufrimiento. En cambio, si no tiene ese dolor pero se aplica a remediarlo, todo su propósito y su intención está en el bien que quiere realizar, y en ello mismo demuestra la pureza del amor que le mueve.

Montaña115.2. Dios no cambia. Esta es una afirmación que a la vez alivia y cuestiona. Alivia al corazón humano, porque no cabe duda de que el sosiego es condición para el acto propio del entendimiento, y la posesión es requisito para el deleite de la voluntad, y ambas cosas de suyo piden el remanso de la meta y no los azares del camino. Cuando descubres a Dios como aquel Puerto bendito al final de tu travesía presientes que en Él está el compendio de todos tus anhelos, y esto es un gran alivio.

115.3. En otro sentido, empero, la estabilidad de Dios cuestiona. Precisamente porque la travesía de vuestra existencia pasa por situaciones sumamente críticas, escandalosas o lacerantes, la mente humana protesta ante la posibilidad de que Dios permanezca inmutable. ¿Por qué —brama el corazón destrozado—, por qué Dios, que todo lo puede, no hace nada ante esta injusticia o esta tragedia? La estabilidad del ser divino suena entonces a indiferencia y casi que a complicidad con el poder del mal.

115.4. Debe subrayarse, siempre que se hagan estas reflexiones, que el punto más crítico en la lista de los absurdos no es la muerte de niños inocentes, ni la sevicia de los torturadores, ni la aplastante violencia de la Naturaleza cuando sus fuerzas se desencadenan. El absurdo mayor no es el encarnizamiento de una enfermedad prolongada y terminal, ni el ejercicio despótico del poder político, ni la ciega crueldad de los anónimos mecanismos económicos que engendran muertes incontables y sufrimientos inenarrables. El absurdo peor no es la posesión diabólica, ni la debilidad psiquiátrica ni la postración de la voluntad herida por el resentimiento. El absurdo más grande, el único que en su tamaño alude por sí mismo a Dios, es la muerte del Hijo de Dios en la Cruz. Esto siempre debe ser mencionado cuando se hable del mal y de la estabilidad del ser divino.

115.5. Es posible que pienses que, aunque cabe estar de acuerdo en la dimensión del absurdo de la Cruz, ella tampoco responde mucho. O tal vez creas que la Cruz más bien es la demostración más palpable de que Dios debe haber cambiado. En realidad la Cruz no habla de cambios en Dios, sino de un cambio radical en lo que podía ser pensado o dicho de Dios desde la orilla de la Historia humana.

115.6. Cristo Crucificado no se desdice de ninguna de sus predicaciones; no busca nuevos amigos que lo rediman de la deslealtad de sus discípulos; no introduce matices ni interpretaciones nuevas a lo que había enseñado. Sigue siendo Él: tan cercano como antes y más que antes; tan piadoso como antes, y más que antes; tan orante como antes, y más que antes. Es tal la unidad que tiene el Cristo de la Cruz con el Cristo de Galilea o el Cristo del Sermón del Monte, que tienes que concluir que la Cruz no fue el accidente que segó su vida, sino la ley y el ritmo de sus pasos, de su respiración y de cada una de las palpitaciones de su Corazón Santísimo.

115.7. Sin el misterio de la Cruz queda a oscuras el misterio del dolor del humano. Precisamente porque las cavernas de vuestro dolor son tan profundas, sólo un abismo de amor, cual ves en la Cruz, podía salvar ese precipicio y levantar la creación que amenazaba ruina. En el acto de superar con su propia inmolación a semejante fosa Cristo reveló honduras nunca imaginadas del amor eterno y firmísimo de Dios. Así se iluminaron a un mismo tiempo las oquedades espantosas de la tragedia humana y las estancias más profundas del amor divino. ¿Hay algo más admirable o más hermoso?

115.8. Deja que te invite a la alegría. Dios te ama; su amor es eterno.

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