Ejercicios sobre el perdón, 17

La Envidia
(Lucas 15, 25-32; 18,9-14; Mateo 20,1-16; Hechos 13,44-45; Génesis 37,1-36)

SuspicaciaLes invito a reflexionar sobre uno de los sentimientos más comunes entre hombres y mujeres, la envidia. Nos ayudaremos del evangelista Lucas, en su extraordinaria parábola del “hijo pródigo”, que tiene dos partes bien diferenciadas. Examinemos la segunda parte, a partir del v. 25, donde se nos muestra la relación del hermano mayor con el menor y con su padre. El hermano mayor al ver la alegría de su padre por el regreso del hermano, se enfureció. Un poder oscuro salió a luz desde las profundidades de su endurecido corazón: brotó la envidia. De repente apareció la persona resentida, orgullosa, severa y egoísta, que estaba escondida dentro de él, y con los años se había hecho todavía más fuerte y poderosa.

Naturaleza de la envidia La envidia es un gusano que lo primero que muerde y roe es el propio corazón del envidioso. Se convierten la antesala del resentimiento. La envidia entristece y con frecuencia deshace amistades. Suele definirse como el disgusto o tristeza por el bien ajeno, considerado como mal personal, ya que disminuye la propia excelencia, felicidad, bienestar o prestigio. Es un sentimiento desagradable que se produce al percibir que otra persona tiene lo que uno desea. Pero esto dificulta el desarrollo de la persona que sufre y sus relaciones con los demás. Se dice que es un sentimiento inherente a la naturaleza humana, y que si no se sabe dominar puede convertirse en altamente destructivo para quien lo admite en su vida. Este sentimiento aparece ya en los comienzos de la humanidad con efectos desastrosos como el asesinato. La envidia se produce casi siempre hacia personas muy cercanas. Según la Escritura, se inició entre dos hermanos: “Caín hizo a Yaveh oblación de los frutos del suelo. También Abel hizo oblación de los primogénitos de su rebaño, y de la grasa de los mismos. Yave miró propicio a Abel y su oblación, mas no miró propicio a Caín y su oblación, por lo cual se irritó Caín en gran manera y se abatió su rostro” (Gen 4,3-5).

Naturaleza de la envidia: La envidia es un sentimiento negativo del que se habla poco y se sufre en mayor o menor grado en la vida. Se trata de un tipo de reacción que tenemos todos los seres humanos y del cual pueden surgir las mayores aberraciones tanto a nivel personal como de proyección hacia los demás. La envidia origina una serie de reacciones negativas que pueden hacer que el envidioso se aísle de los demás o tenga serias dificultades para relacionarse adecuadamente con ellos. El envidioso se alegra de los fracasos ajenos y sufre con los éxitos ajenos, y desperdicia tanta energía que no es capaz de alcanzar sus propios objetivos. Considera que los demás consiguen las cosas con facilidad y sin esfuerzo; no es una persona generosa, si triunfa, nunca se siente satisfecho, este sentimiento es muy perjudicial para quien lo siente y muy peligroso para la persona envidiada. La envidia, tan prolífica como perjudicial, es la raíz de todo mal, fuente de desórdenes y miseria sin fin, causa de la mayoría de los pecados cometidos. La envidia da vida al odio y la animadversión. De ella se engendra la avaricia, por ella se miran de mala forma los honores que logran otros, y se piensa que tales honores debían ser nuestros. De la envidia viene el desprecio a Dios, y a los saludables preceptos de nuestro Salvador. El hombre envidioso es cruel, orgulloso, infiel, impaciente y pendenciero; y, lo que es extraño, cuando este vicio gana el dominio, no es más dueño de sí mismo, y es incapaz de corregir sus muchas faltas. Si la paz se rompe, si los derechos de la caridad fraterna son violados, si la verdad es alterada o disfrazada, es frecuentemente por la envidia.

Por eso, el hijo mayor no quería la rehabilitación de su hermano. Se ha quedado de pie rígido, y su corazón permanece en la oscuridad. Entre las personas “buenas” es más frecuente la actitud del hermano mayor. En vez de cubrir al hermano caído con la comprensión, nos tornamos duros, destruimos al hermano. Y todo lo hacemos creyendo que estamos obrando ejemplarmente. El hermano mayor hacía todo exteriormente bien: era obediente, fiel, cumplidor de la ley, trabajador como el que más. La gente le respetaba, le admiraba, le alababan por su gran responsabilidad y le consideraban modelo en su casa. Visto todo desde el exterior, no tenía fallas. Pero, cuando vio la alegría de su padre por la vuelta del hijo, su corazón apareció repleto de envidia, raíz terriblemente destructora de la unidad. Se traslucen, además, en el hermano problemas familiares. Asoman algunas raíces, que brotan de su corazón con una fuerza demoledora: ‘se enfadó y no quería entrar’ (v.28). Este ‘no quería entrar’ revela lo fuerte y arraigada que estaba esa raíz y la fuerza desgarradora con que, en forma incontenible, actúa, llevándose por delante las buenas apariencias del actuar del hermano mayor. No quiso entrar al banquete, no quiso la unidad. La envidia le lleva obstinadamente a romper, también, con su padre y a volver trizas a su hermano. A su padre, que le suplica entrar al banquete, le dice: ‘jamás he dejado de cumplir una orden tuya y nunca me has dado un cabrito para tener una fiesta con mis amigos’. ¡Cuánto resentimiento y amargura en sus palabras! Es, entonces, cuando aparece la causa de la ruptura con su hermano menor y con su padre: la ENVIDIA, que podemos llamar “el pecado de los buenos”. Como vimos, es una raíz terrible: Caín dejó endurecer su corazón por la envidia y terminó asesinando a su hermano Abel (Gn 4,1-8); los hermanos de José quisieron acabar con él; los trabajadores de la viña, llenos de envidia, se lanzaron a murmurar contra el dueño por pagar la misma cantidad a los primeros y a los últimos trabajadores (Mt 20, 1-16).

La envidia es raíz, también, de rupturas en empresas y grupos políticos, en la Iglesia a todos los niveles, en las comunidades religiosas. No cae muy bien que otros sean estimados, mejor tratados, mejor pagados, que se les alabe delante de todos. La actitud del hermano mayor es la actitud del religioso que se siente bueno, cumplidor, y que no ve la necesidad de conversión personal. En efecto, la parábola nos deja en suspenso ante la conversión del hermano mayor. El considera que está muy bien, porque cumple. A pesar de ser tan duro con su hermano y de la indiferencia con su padre. No se da cuenta que la indiferencia es más terrible que el odio. Así lo expresa la filosofía popular: ¡ódiame, por piedad, yo te lo pido! Odio quiero más que indiferencia.

El hermano mayor, aunque convivía con su padre en la misma casa, fue dejando enfriar sus relaciones y su amor con él. Y así se fue distanciando hasta llegar a estar más lejos de su padre que el mismo hermano menor cuando se marchó a tierras lejanas. Se nota, también, que el hermano mayor ha perdido, la alegría de estar con su padre. Al quejarse a su padre, esa queja sale de las profundidades de un corazón que siente que nunca ha recibido lo que le corresponde, según él mismo juzga. Y todo esto ha ido creando en él un fondo de resentimiento. La envidia es un oscuro y enorme poder, que lleva a no ser fraternos con todos mis hermanos, o con alguno en particular.

Parece que es esta una de las múltiples traducciones de la cizaña, de que habla el evangelista Mateo (cf. Mt 13, 24-30). Donde germine el bien, no hay porqué extrañarse de que algún enemigo lance a escondidas un puñado de esta gramínea, llamada envidia.

El envidioso se descubre fácilmente : Un proverbio dice que la envidia es la venganza de los incapaces: “hay gente que no logra escribir algo que valga la pena, y se consuela ensañándose contra el trabajo de los otros. El envidioso se hace la ilusión de que crece rebajando a los demás. Se siente pequeño y quiere crecer a expensas del otro. El triunfo de los demás provoca una punzada dolorosa en el envidioso. El bien del otro le hace sentirse mal, lo lanza a hacer el mal y así, fácilmente se descubre como envidioso.

Espíritu farisaico : En la descripción que hace Jesús del hermano mayor, se adivina una descripción del espíritu farisaico, un espíritu envidioso, mas bien común entre los hermanos que aparecen como “buenos”. Por lo tanto, sin decirlo explícitamente está igualando a ciertos religiosos con los fariseos, con el hermano mayor. Por boca del hermano mayor hablan los fariseos, los que se creen buenos y, entre ellos los religiosos, cuando no amamos, cuando somos duros de corazón o cuando no somos fraternos.

El espíritu del Padre: Vale la pena examinar el vocabulario que emplean el padre y el hijo mayor. El padre siempre habla de perdón, de misericordia, de acogida; mientras que el hijo mayor, el envidioso, habla de justicia, de cumplimiento de la ley, de castigar al trasgresor. Resalta, sobre todo, la actitud permanente de misericordia del padre que olvida, y no quiere, ni siquiera, oír hablar de las fallas del hijo menor. No se sorprende de su falta y, con su amor, hace brotar el bien en el corazón del hijo extraviado y busca continuamente a su hijo mayor. La parábola es la escenificación de nuestra propia situación y de la misericordia del padre. Es un canto al amor perdonador del padre.

Efectos de la envidia : La envidia se sabe disfrazar y ocultar. Aparece bajo pretexto de bien, sobre todo de justicia, de amonestaciones fraternas, o de cualquier otra forma solapada que destruye la fraternidad en nuestro mismo corazón. Sus efectos, que hielan y endurecen el corazón son, entre otros: despreocupación, desinterés, por el otro y por sus cosas, frialdad, indiferencia, resentimiento, pesadumbre por el bien del otro, dureza, insistencia en la justicia, silencio negativo, etc.

Trabajamos contra esta raíz educando nuestro corazón en la misericordia y el perdón frecuentes. Ningún lugar mejor que esta parábola como la mejor piscina de aguas medicinales, que nos pone en contacto personal con la misericordia de nuestro Padre Dios.