72. Paz Contigo Mismo

Paz compartida72.1. De una cosa puedes estar seguro: todo cuanto te he prometido voy a cumplirlo. Poco a poco, como si vinieras de un largo y penoso viaje o de una prolongada enfermedad, te veo acercarte a la soledad, a la conversión, a la alegría, a la reconciliación contigo mismo. ¿No es verdad que tiene su belleza la caridad divina, cuando hace que un ser se convierta en ministro de la paz de otro ser para consigo mismo? Lo cierto es que así obró con vosotros ante todo y primero que todos el Señor Jesucristo. De esto quiero hablarte hoy, para que tú aprecies su amor y, en cuanto yo soy mensajero de ese amor, me acojas con mayor confianza y mayor provecho.

72.2. Cuando buscas algo para ti lo buscas de acuerdo con lo que tú crees que tú necesitas, es decir, de acuerdo con lo que tú conoces de ti mismo, y al mismo tiempo, de acuerdo con el amor que te tienes, es decir, según el bien que tú quieres otorgarte. Ahora bien, todo acto tuyo supone ponerte en movimiento, es decir, “buscar algo,” de donde es claro que la figura que tú vas construyendo de ti mismo, o sea, tu propia vida, depende por completo del conocimiento y amor que tienes a ti mismo. Desconocerte o amarte mal no son errores en la vida, sino hacer de toda la vida un error.

72.3. En otra ocasión te hablé de cuánto te conocía yo. Puedes creerme que en muchas cosas yo te conozco mejor que tú mismo. Pero quien mejor te conoce es tu Señor y Salvador, Jesucristo, del cual dice la Escritura: «…y no tenía necesidad de que se le diera testimonio acerca de los hombres, pues Él conocía lo que hay en el hombre» (Jn 2,25).

72.4. “Lo que hay en el hombre”: ¡oh sublime y a la vez terrible conocimiento de Cristo! ¿No fue Él mismo quien dijo: «de dentro, del corazón de los hombres, salen las intenciones malas: fornicaciones, robos, asesinatos, adulterios, avaricias, maldades, fraude, libertinaje, envidia, injuria, insolencia, insensatez. Todas estas perversidades salen de dentro y contaminan al hombre» (Mc 7,21-23)? No fue agradable ese espectáculo para los ojos delicados del Hijo de Dios, acostumbrados al brillo de la gloria del Padre.

72.5. He aquí una constatación dolorosa: conocer al hombre es conocer la maldad del hombre. Por eso dijo el sabio: «Donde abunda sabiduría, abundan penas, y quien acumula ciencia, acumula dolor» (Qo 1,18). Y sin embargo sigue siendo cierto lo que lees en otro lugar sobre la misma sabiduría: «Vuelto a casa, junto a ella descansaré, pues no causa amargura su compañía ni tristeza la convivencia con ella, sino satisfacción y alegría» (Sab 8,16). ¿Cómo puede ser esto?

72.6. Puede ser así, porque también así fue la vida de Cristo, sabio más que Salomón (Mt 12,42) y verdadera Sabiduría de Dios (1 Cor 1,24). Escucha a Cristo en su tristeza: «¡Jerusalén, Jerusalén, la que mata a los profetas y apedrea a los que le son enviados! ¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como una gallina reúne a sus pollos bajo las alas, y no habéis querido! Pues bien, se os va a dejar desierta vuestra casa» (Mt 23,37-38). Ahora escúchale declarar su alegría inmutable, cuando le dice al Padre: «Ahora voy a ti, y digo estas cosas en el mundo para que tengan en sí mismos mi alegría colmada» (Jn 17,13). ¿Y cómo podía carecer de dicha aquel que enseñó a Pablo: «Mayor felicidad hay en dar que en recibir» (Hch 20,35), y que «se despojó de sí mismo» (Flp 2,7)?

72.7. Triste y a la vez alegre es conocer el corazón humano, y por eso Cristo, que conocía a todos, tuvo tristeza profunda y alegría colmada. Estos dos sentimientos, de suyo incompatibles, pudieron subsistir en Él porque tenían una misma fuente, a saber, el Amor. Pablo enseñó bien que hay una tristeza que lleva a la muerte y otra que lleva a la vida. «En efecto, la tristeza según Dios produce firme arrepentimiento para la salvación; mas la tristeza del mundo produce la muerte» (2 Cor 7,10).

72.8. Así también hay un gozo que lleva a la perdición, del cual habló Cristo cuando anunció: «En verdad, en verdad os digo que lloraréis y os lamentaréis, y el mundo se alegrará» (Jn 16,20); así como hay una alegría que fortalece, de la que fue escrito: «Por lo demás, hermanos, alegraos; sed perfectos; animaos; tened un mismo sentir; vivid en paz, y el Dios de la caridad y de la paz estará con vosotros» (2 Cor 13,11).

72.9. Todo, pues, depende del amor, y Cristo te ha amado. Por amor te ha conocido, por amor se ha entristecido, por amor se ha alegrado. El conocimiento es la puerta del amor, porque no se ama lo que no se conoce; pero, como ya sabes, el amor es puerta del conocimiento, porque aquellos que fueron creados por amor, compadecidos con amor, redimidos con amor y transformados por amor, ¿cómo serán conocidos en su realidad profunda, si no son amados?

72.10. El amor es el mapa del alma humana, y Cristo lo tuvo. Él siguió con paciencia indescriptible las rutas aviesas de sus ovejas por los senderos pavorosos del corazón retorcido de los hombres. Presa del miedo y atada a la muerte, halló por fin a su creatura y la conoció y supo quién era por el camino que había recorrido, pues, en efecto, todo hombre es su camino. Sólo que cuando ese camino lo hizo el hombre, lo dejó marcado por la sangre de sus pies heridos, y esa sangre hablaba de desesperación y clamaba venganza. Ahora que Cristo ha recorrido ese mismo camino, lo ha sellado con la Sangre de sus llagas, Sangre que habla de perdón y de esperanza en Dios.

72.11. Por eso cuando el hombre, cargado a hombros de su Buen Pastor (cf. Mt 12,11), devuelve sus pasos se encuentra ya no con su sangre, sino con la Sangre de su Señor. Avanzando así, de refugio en refugio, «Dios se les muestra en Sión» (Sal 84,8). Este hombre que vuelve a ya renovado por Dios Salvador, tiene la paz no sólo con su Dios, sino también consigo mismo. Y goza de gran paz.

72.12. Deja que te invite a la alegría. Dios te ama; su amor es eterno.