295. La Raíz de Toda Impaciencia

295.1. La paz de tu mente la pierdes cuando el mundo no obra como tú esperarías. La contradicción entre tus expectativas y lo que termina sucediendo te desconcierta y te obliga a reajustar tus planes e incluso tus deseos, y por eso sientes incomodidad o impaciencia.

295.2. Ten en cuenta que no suele estar en tu mano tomar control de todo lo que suceda a tu alrededor. Eso no lo puedes ajustar; lo que sí puedes ajustar son tus expectativas, y fue de eso de lo que te habló Nuestro Señor cuando se describió a sí mismo con estas palabras: “El Hijo del Hombre no ha venido para ser servido sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos” (Mt 20,28).

295.3. Es fácil pensar, erróneamente, que servir es señal de debilidad. Como en asuntos humanos pasa tantas veces que el fuerte, después de ganar la pelea, pone al débil a su servicio, por eso se piensa falsamente que servir es sinónimo de ser débil. La realidad es muy distinta. El primer servidor es Dios mismo, quien a todos sirve con maravillosa generosidad todas las cosas, hasta el punto que todos dependemos de Él. Dios es el que más sirve y por eso es el más necesario.

295.4. Jesús, el Hijo del Eterno Padre, tiene el sello de este mismo servicio, y por eso dijo que había venido a servir, precisamente porque nadie es tan fuerte como Él. Al definir su vida como “servicio” estaba en realidad contando a todos la verdad de su divinidad, porque nadie puede servir siempre si no es infinito, como lo es Dios.

295.5. Pero estas verdades no sólo hablan de su naturaleza divina sino que son una magnífica enseñanza para ti, que eres humano. Cuando una persona llega a un lugar con la expectativa de ser servido, ¿qué esperas tú que le suceda? Los ojos de esa persona estarán atentos a cualquier falla en los demás; nada terminará de satisfacerlo; encontrará defectos en todo; perderá la paciencia a menudo y la paz huirá muy pronto de su corazón. La verdad es que no pueden tener paz los que esperan ser servidos, porque al levantar sus expectativas por encima de sí mismos, a sí mismos se condenan a una vida impaciente, amarga e intolerable. Pronto se vuelven insoportables a los demás y ni siquiera se soportan a sí mismos.

295.6. Otra historia es la de aquellos que quieren realmente servir. Sus expectativas no son altas sino plenamente adaptadas a las realidades de este mundo en que vives, un mundo lleno de carencias, egoísmos y llagas de todo género. Pero los que tienen el espíritu de Cristo no se afligen por eso, porque no buscan el mal para criticarlo sino para corregirlo. No sufren por causa de su impaciencia sino de su compasión y por consiguiente su sufrimiento no se queda en lamentos estériles sino que produce lo que produjo en Cristo: obras de vida eterna.

295.7. La pobreza de tu paciencia y tu falta de espíritu de servicio te han hecho sufrir en Irlanda. No es culpa de los irlandeses ni de nadie más sino sólo del mal estado de tu corazón que ignora casi todo del Corazón de Cristo. Cambia tu actitud, descubre la perla del Evangelio, y bucearás en las aguas bellísimas de la paz de Cristo, la paz que el mundo no puede dar.

295.8. Y si te cuesta trabajo reconocer algunas virtudes en Cristo, reconócelas por lo menos en quienes le pertenecen, pues allí precisamente las hace brillar Él a modo de catequesis existencial que todos pueden leer.

295.9. Esto que te digo de las expectativas lo puedes ver, por ejemplo, en el Papa Benedicto. Mucha gente cree que Él es fuerte por su formación teológica, que es tan amplia en términos humanos. Otros piensan que él es fuerte porque pertenece a una institución que en principio es respetada y respetable en los términos de la política de los hombres. Otros finalmente creen que él es fuerte por las virtudes que ha cultivado con esmero durante tantos años. Hay algo de razón en esto último, pero no debe decirse así en general, sino con nombre propio: Benedicto es fuerte porque es capaz de ser humilde. Su mente es ágil y su palabra es penetrante porque no depende de aplausos o reconocimientos humanos. Su ministerio hará inmenso bien a esta tierra porque él no espera demasiado de esta tierra sino que sabe esperar del Cielo. Míralo, entonces, y aprende de él.

295.10. Te preguntas por qué he vuelto después de tantos años; para mí no existen los años, pero hablo a la manera tuya.

295.11. He vuelto por el Papa. Hay que proteger al Papa. Tienes la misión de defender al Papa con tus oraciones, como con un escudo. Y he vuelto atraído por las oraciones de la Iglesia, especialmente durante la ordenación de tu hermano Ciaran. Yo conozco al Ángel del Papa, y de él recibo luz, y por eso sé de qué te estoy hablando. Pero también sé que es hermoso lo que ha acontecido en la iglesia de tu convento hoy, y entre el incienso de la súplica y la alabanza he recibido orden de manifestarme a ti como lo he hecho.

295.12. También ahora deberás escuchar de mí algunas cosas nuevas. Hay otra razón, en efecto, para el retorno explícito de mi voz a tu vida. En pocas semanas lo entenderás. Por ahora, no tardes en publicar esto. Hazlo saber de todos, y haz que todos amen al Papa. Actúa pronto.