Tributo de Amor

Dios es bueno. Su misericordia es eterna.

Mi convicción más profunda es que no hay nada en mí que sea ni más grande, ni más bello, ni más fuerte, ni más importante, ni más fecundo, ni capaz de darme mayor alegría que saber que Dios existe y nos ama.

Por eso crece de día en día la admiración y la gratitud que siento por Jesucristo. Lo que hemos conocido en Jesucristo no es otra cosa que la Fuente misma de la Vida, la victoria misma sobre la Muerte, el gozo mismo de ver en retirada la huestes del Infierno.

Como ya sugería veladamente el libro de Job, hay una casa para la luz; existe la mansión de la claridad; y el hogar de todas las verdades es una sola Verdad.

Yo sé bien cuánto miedo tiene este mundo a la afirmación de la verdad. En todas partes dirán que si crees que tienes la verdad también te sientes autorizado para oprimir, excluir o dominar a los que no la conocen o no la admiten. Y hay algo de razón en eso porque la Historia narra incontables crueldades que se han hecho en nombre de la fe o de parte de Dios.

Pero una cosa es creer que uno tiene la verdad y otra saber que la verdad lo tiene a uno. Una cosa es pensar que uno ha conquistado la verdad y otra reconocerse agradecido y admirado de ver que la Verdad se ha adueñado de uno. Los dueños, ya se trate de empresas, ideas o naciones, sienten que su Yo se agranda. Los que en cambio sentimos que hemos sido alcanzados por la Verdad sólo una cosa anhelamos realmente: que esa Verdad nos posea por completo. En el primer caso hay vanidad, en el otro, gratitud; en un caso hay soberbia y dureza, en el otro, humildad y mansedumbre.

Jesús es Rey y su nombre impera sobre el Universo pero ese dominio no es como el de los poderes mundanos que conocemos. Los poderosos de esta tierra ofrecen dádivas o aterrorizan. Su poder es el de ofrecer bienes o amenazar con grandes males, como la tortura, el destierro o la muerte. Jesús no ofrece unos bienes a cambio de otros porque en él se hallan todos. Jesús no amenaza con ingentes desgracias porque ya él conoce bien que no hay desgracia peor que ser privados de su amistad y de su luz, que es la misma del Padre Eterno.

Hoy quiero querer a Jesucristo, y adorarlo, y unirme a él, y serle útil. Ser su compañero, socio y amigo entrañable. Ser uno de aquellos que han sabido decirle gracias y que han retornado, aunque sólo sea en menor medida, amor por amor.

Todos los que lean estas palabras conozcan una cosa: que en mi corazón y en el de muchos que algo sabemos de Jescucristo abunda una gratitud que no cabe en palabras humanas. ¡Todos den gloria al Señor! ¡Todos festejen al Amor sin mancha, a la Luz indeficiente, al Rey que impera sobre los siglos eternos! Amén.