¡Se parecen tanto!

Diversos estudios han demostrado que el cerebro de las personas radicalmente optimistas y el de las personas absolutamente pesimistas trabajan de modo muy similar. Ciertamente hay diferencias bioquímicas notables, por ejemplo en las dopaminas, pero ello no parece deberse a la manera como el cerebro trabaja sino que es un fruto de su propio modo de obrar.

Si estas conclusiones son correctas, ello indicaría que los tratamientos médicos agresivos que quieren cambiar el estado de ánimo trayendo sustancias al sistema nervioso están condenadas al fracaso a largo plazo, porque la orquestación química del cerebro es más una consecuencia que una causa.

La idea de fondo en este descubrimiento es que tanto las personas optimistas como las pesimistas suelen repetirse a sí mismas expresiones como “¡Esto también pasará pronto!” La diferencia está en que los optimistas aplican esa frase a los problemas mientras que los pesimistas la aplican a las alegrías. El optimista “programa” su cerebro para mirar más allá de la dificultad; el pesimista, en cambio, lo “programa” para no percibir el encanto del momento presente sino más bien llenarse de angustia por el mal que vendrá. Lo interesante es que los circuitos neuronales implicados son prácticamente los mismos y los métodos de “auto-programación” del cerebro son casi idénticos.

Otras expresiones que unos y otros usan tienen que ver con la importancia que damos a las cosas. Ambos hablan de “coincidencias” y “tendencias,” pero las usan en sentidos opuestos. El optimista ve en una cosa buena que sucede el comienzo de una tendencia buena, mientras que el pesimista la ve sólo como una coincidencia. Al evaluar así las cosas, el pesimista se incapacita para descubrir tendencias buenas en sí mismo o en los demás.

El hecho de que unos y otros usen su cerebro de modo tan semejante podría explicar también por qué es tan difícil convencer a una persona de que cambie su visión sobre el mundo.

Lo cual, por supuesto, deja planteado un nuevo problema para la ciencia: ¿cómo es posible que algunas personas lleguen a romper sus asociaciones cerebrales (sinapsis) y puedan tener lo que llaman “nueva vida”? Hay diversas teorías al respecto pero ninguna ha ganado completa aceptación en la comunidad científica.