La gran maravilla

Puede parecer un poco tarde para hablar del siglo XX, que se aleja vertiginoso (¿o nosotros de él?). Mi tema es cuál es la mayor maravilla tecnológica del siglo XX. Y mi respuesta, que quizá no sea la más popular o compartida es: el amplificador. No me refiero al amplificador de sonido sino al aparato electrónico que permite amplificar una señal. La idea que hay detrás de eso tan sencillo ha hecho posible que las dos grandes vertientes que alimentan nuestra vida cultural se entrecrucen fecundamente: hablo de la energía y la información.

Energía e información es lo que hay detrás de cualquier aparato. ¿Qué hacemos con un computador? Lo enchufamos (energía) y luego introducimos y sacamos datos (información). Desde las interfaces apropiadas para el cuerpo humano, como un teclado, hasta los rapidísimos puertos Fireware o USB 2.0 lo que tenemos es: intercambio de datos, flujo de información.

El amplificador en su versión original era un tubo de vacío. La idea genial es esta: la señal que se quiere amplificar se utiliza como “puerta” que abre o cierra el flujo de potencia entre los polos del tubo, llamados ánodo y cátodo. La señal original usa su “información” para variar la forma de la potencia de entrada. De este modo esa potencia adquiere la misma “información” aunque a un nuevo nivel de fuerza, por ejemplo, lo requerido para hacer retumbar unos parlantes, en el caso más sencillo.

La construcción cambió revolucionariamente con el uso de semiconductores. A estos debemos el milagro de la miniaturización (y también los límites cada vez más cercanos de la miniaturización deseada para superar límites de velocidad). Un transistor puede funcionar como interruptor o como amplificador. Es decir: repite el esquema de mezclar información y potencia.

Una vez logrado esto lo que necesitamos es multiplicar el número de transistores y la manera de conectarlos. Un arreglo inteligente de transistores (llamado “chip”) puede lograr que operaciones aritméticas elementales se automaticen. Esto se logra una vez que los números mismos son vistos como señales eléctricas es decir, conjuntos de unos y ceros. El efecto es: procesamiento ágil de los datos. Si luego se amplía la gama de datos, de modo que sonidos, palabras e imágenes sean también traducidos a números, tenemos la revolución del siglo XX, y sus consecuencias para nuestro propio siglo.