Platón en la Era Digital

¿Una teoría absurda? Quizá la tecnología digital, vista a través de la teoría de los infinitos de Cantor, vuelva a dar la razón al filósofo de la Academia.

Cuando estudiábamos a Platón y su mundo de “ideas” en el tiempo de mi Licenciatura en Filosofía siempre se nos presentaba como una especie de “mal paso” que pronto quedaría superado con el realismo aristotélico. Para mí la palabra “platónico” tenía y aún conserva un cierto sabor vecino y pariente de “irreal” y de “fantasioso.”

Los años han hecho justicia y creo que me estoy preparando para salir de ese cliché. Partamos de la base de que un hombre tan brillante, maestro de genios además, no pudo haberse ganado la vida arrendando palacios imaginarios. El mundo de las ideas puede ser caricaturizado de muchas maneras pero mil caricaturas no invalidan una intuición que puede tener aciertos notables.

Aunque el tema da para ser discutido por su propio valor hoy quiero aludir a él por una sorpresiva relación que he encontrado entre los planteamientos de Platón y la era digital. La cosa va así.

El éxito de Internet y de la informática radica en la capacidad de digitalizar la información. Digitalizar es volver dígitos, números. Dicho de modo sencillo: si a cada letra del alfabeto asignamos un número, y también a los signos de puntuación u otras características de formato, entonces es posible “traducir” un texto, cualquier texto, en un número. Obviamente será un número grande si el texto es largo, pero como las matemáticas dicen que hay suficientes números para escoger, entonces cualquier texto es un número.

Para efectos de esta reflexión importa poco qué base de numeración usemos. Lo común entre nosotros es el sistema de base 10, que cuenta con grafías para los primeros diez números: 0, 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9. Los computadores, en su entraña última, usan el sistema de base 2, es decir, sólo unos y ceros. En ambos casos se trata de números. El Corán o el Quijote, puestos en un disco duro, son larguísimas series de unos y ceros.

Aquí viene lo sorprendente. Preguntemos ahora cuándo empieza a existir un número. Para hacer la cosa más intrigante, supongamos que yo escribo, en base 10, el número 7463528045635241739. Existe la posibilidad de que es número NUNCA se le haya ocurrido a nadie antes de mí (si alguien tiene dudas de este procedimiento, escriba un número diez o cien veces más largo: pronto escribirá cifras que superan todos los seres humanos que ha habido sobre la tierra). El punto es: ¿ese número, 7463528045635241739, empezó a existir cuando yo lo escribí o ya existía “en algún lugar” antes?

La cuestión es ardua y ha enfrentado a matemáticos de ambos bandos: para los de corte “antiplatónico” el número como tal no existía. Pero esta posición es difícil de mantener. ¿Cómo negar una existencia, aunque fuera “potencial,” a un número particular solamente porque nadie ha pensado en él? Además, ¿qué vamos a decir: que si alguien pensó en un número, y lo olvidó antes de escribirlo o contárselo a alguien más, entonces el número dejó de existir y se hundió nuevamente en la nada absoluta? Por esto ganan terreno los “platónicos” que afirman, al estilo de Cantor, que sí existen todos los números. De qué modo, será otro problema, pero existir, existen.

La postura platónica tiene consecuencias de vértigo. Si hay un número que expresa digitalmente al Quijote y si todos los números existen desde siempre entonces el Quijote de alguna manera siempre existió. Estaba Platón luchando por redactar sus inmortales Diálogos y ya existía el Quijote. ¿Habrá que volver a Pitágoras y empezar a recitar: “En el principio existía el número…”?

Lo vertiginoso no acaba ahí. También las imágenes pueden digitalizarse; y los sonidos; y las películas; y quizá los olores (recordemos la investigación sobre las dimensiones del olfato en la investigación de los premios Nóbel del año 2004). El número que corresponde a mi fotografía digital del día de hoy ya existía en tiempos de Colón. Con la tecnología apropiada Colón hubiera podido ver mi rostro si tan sólo hubiera sabido cuál era mi número preciso.

Sin embargo, Colón no tenía esa tecnología. Él no pero nosotros sí. Un ingeniero podría buscar entre los números de su disco duro el rostro de los hijos que todavía no tiene. O, si queremos ser macabros, una fotografía de su propio funeral. Si todos los números existen, ESE, el de esa foto que cuenta quién asistirá a su funeral, ya existe. Platón da miedo, ¿verdad?