Doce Errores… (8 de 15)

Quinto Error: Disparar anatemas contra todos (3ª Parte)

La Nueva Evangelización no puede limitarse a disparar anatemas o confeccionar exhaustivos catálogos de errores. El proceso es: del corazón a la boca (Mt 15,18; Lc 6,45); de la compunción a la conversión (Hch 2,37); de la convicción interior al testimonio exterior creíble (Hch 4,32-33; 8,37).

Consecuentemente, lo primero que hace Jesús para recuperar a los discípulos es acompañarlos (Lc 24,15), oírles sus dudas y tristezas (Lc 24,17-24) y luego ponerles fuego en el corazón (Lc 24,32). Este proceso pedagógico no parece que pueda ser obviado: tendría que ser el proceso de la Iglesia en Europa, así como en otras partes del mundo.

San Pablo dijo: “Si confiesas con tu boca a Jesús por Señor, y crees en tu corazón que Dios le resucitó de entre los muertos, serás salvo; porque con el corazón se cree para justicia, y con la boca se confiesa para salvación” (Rom 10,9-10). Es interesante el vínculo entre los fueros llamados “interno” y “externo” en este último texto. El evangelizador se ocupa no sólo de lograr que se confiese “con la boca” sino ante todo que se crea “en el corazón.”

Acostumbrados como estamos a las divisiones de “fueros” en el Derecho Romano, puede parecer que “desde afuera” lo único que se puede hacer es atenerse a lo exterior y comprobable, es decir, atenernos a que la gente no pronuncie con su boca cosas contrarias a la profesión de la fe, mientras dejamos que lo de su corazón quede incógnito e incontrolado, más o menos como se entiende la vida privada en Occidente. Ese modo de pensar nos parece el normal y natural, pero ¿tiene que ser así? ¿Es ese el pensamiento de la Escritura? ¿Realmente no hay más que decir, sino que la gente debe recitar algunas cosas sin que nosotros estemos nunca seguros de qué hay en sus corazones?

Muy al contrario, hay varios pasajes significativos que muestran que el Espíritu Santo, que ha “sellado” nuestros corazones (2 Cor 1,21-22), a algunos por lo menos concede el don del discernimiento de espíritus (1 Cor 12,10). Hay pasajes que debemos tomar en serio, con todo lo que implican, como esa capacidad de “ver” la fe en Mt 9,2: “Le trajeron un paralítico echado en una camilla; y Jesús, viendo la fe de ellos, dijo al paralítico: Anímate, hijo, tus pecados te son perdonados.”

Y un ejemplo que impacta aún más es el del apóstol Pablo, según relata Hch 14,8-10: “Había en Listra un hombre que estaba sentado, imposibilitado de los pies, cojo desde el seno de su madre y que nunca había andado. Este escuchaba hablar a Pablo, el cual, fijando la mirada en él, y viendo que tenía fe para ser sanado, dijo con fuerte voz: Levántate derecho sobre tus pies. Y él dio un salto y anduvo.” ¿Qué hubiera sido de ese hombre si el apóstol le hace un cuestionario o se ciñe al fuero externo?

En resumen: la Iglesia está facultada por el Espíritu Santo para ir mucho más allá de las constataciones propias del fuero externo, es decir, de lo que es objetivamente comprobable a través de palabras, series de tesis o declaraciones firmadas. La Iglesia necesita este tipo de referencias y tiene el derecho y el deber de usarlas, pero mucho más allá de ellas, goza del don de acompañar en sus dudas a los que tambalean y tiene la gracia de poner fuego en el corazón de los tibios o endurecidos. Como norma general, ello habrá de ser principio vital de acción en la Nueva Evangelización.