Amor y Amistad

En Colombia, y supongo que en otros lugares también, hay un día en que se celebran el amor y la amistad. Originalmente era, como sigue siendo en Estados Unidos y otros sitios, el día de los enamorados, que por estas latitudes se celebra como día de San Valentín. Sin embargo, pareció bien al comercio (es la teoría de mi papá) que se juntaran el amor y la amistad, pues no todo el mundo tiene de quién estar enamorado, mientras que casi todos tenemos de quién ser amigos.

La pregunta es, dejando atrás las consideraciones de los comerciantes, qué tan próximos están el amor y la amistad. Los regalos los unen, el afecto los une, pero ¿qué los hace distintos?

Por lo pronto, es un hecho que el proceso más común en una pareja es empezar por la amistad. Llegados a un cierto momento, se plantean si quieren ser “algo más” que amigos. Este modo de hablar sugiere un hecho: que hay más afecto o más unión en quienes se tratan como enamorados que entre quienes se consideran amigos. Y de nuevo la pregunta: ¿es realmente así? ¿Significa eso que, si una persona nunca se enamora, nunca ha llegado a amar a fondo o en realidad?

Por cierto, el Evangelio da un criterio distinto. No ama más el que se ha enamorado sino el que entrega la vida por los que ama. Es decir, para el Evangelio el punto de referencia para el amor no es lo que llamamos “romance” sino “donación.” Según eso, es muy posible que la perfección del amor esté más en la amistad que en el amor de pareja. El amor de pareja, para ser perfecto, necesita ser correspondido, el amor que se dona, el que se regala a los amigos, no necesariamente.

Sin embargo, la cosa es compleja. El amor de pareja, incluso defraudado, como en el caso del profeta Oseas, puede ser generoso y además capaz de expresar la gracia misma de Dios. Así como un amigo puede seguir tratando a sus amigos como tales, aunque lo traicionen, así un esposo puede seguir amando a su esposa, aunque le sea infiel. De modo que tampoco por este camino podemos asegurar que sea mejor la amistad que el amor. Lo que sí queda claro es que no puede decirse que el amor (de pareja) sea superior, entre otras cosas por ejemplos como el de Cristo.

Otra pregunta que cabe es si puede darse genuina amistad, y nada más que amistad, entre personas de distinto sexo. Por extraño que parezca, hay autores de cierta respetabilidad que lo han visto casi como imposible. Sobre buenas bases, en realidad, porque hay numerosos relatos históricos en los que las dependencias afectivas o los deseos de posesión o exclusividad muestran más el rostro de algo de pareja que de una amistad. A su manera, no siempre con una connotación explícitamente sexual, el hombre posee o la mujer declara su terreno, y en ese sentido las tendencias de cada género pueden quitar gratuidad y transparencia a lo que hubiera podido ser una hermosísima amistad.

Mas en otro sentido, ¿cómo negar que hay toda una mirada a la realidad que no cabe en los ojos masculinos? ¿Cómo negar que hay toda una hondura en la palabra que persigue la esencia, más allá de lo que es más común a la expresión femenina? El amor de pareja puede decir mucho sobre esa complementariedad pero soy un convencido de que la pareja como tal no agota la riqueza de las diferencias de género. Así como un hombre felizmente casado desarrolla su vida normal en contacto con muchas otras personas del otro sexo, así también parece lógico decir que la diferencia en nuestra sexualidad y afectividad sexuada va más allá de las relaciones establecidas y sancionadas. Según eso, la amistad tiene un espacio considerable y noble también cuando se trata de personas de distinto género.